MUNDO
La sombra del águila: La renovada Doctrina Monroe y sus implicaciones hemisféricas
Actualidad, por Alberto Gómez R.
En los últimos años, y especialmente en 2025, un espectro ha comenzado a recorrer nuevamente el continente americano. No es un fantasma cualquiera, sino uno con nombre propio: la Doctrina Monroe, aquel principio decimonónico que establecía a América como patio trasero exclusivo de Estados Unidos.
Según analistas como Thierry Meyssan, lo que presenciamos no es una mera reminiscencia histórica, sino una reactualización estratégica adaptada a las condiciones del siglo XXI, donde las herramientas de dominación han evolucionado pero los objetivos fundamentales persisten.
La original Doctrina Monroe, proclamada en 1823 por el presidente James Monroe, establecía que cualquier intervención europea en los asuntos del continente americano sería vista como un acto hostil hacia Estados Unidos. En apariencia defensiva, con el tiempo se transformó en justificación para intervenciones militares, injerencias económicas y golpes de Estado orquestados desde Washington.
Hoy, según coinciden analistas como Alfredo Jalife-Rahme y Pepe Escobar, asistimos a una reconfiguración peligrosa de este paradigma, donde el intervencionismo abierto ha sido complementado —y en ocasiones reemplazado— por mecanismos más sofisticados de control.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Para comprender la renovada doctrina, es necesario recorrer su evolución. Durante el siglo XIX, la doctrina funcionó principalmente como advertencia a las potencias europeas. Sin embargo, con la enmienda Roosevelt de 1904, se añadió el «derecho» de Estados Unidos a ejercer un «poder policial internacional» en el hemisferio. Este corolario justificó decenas de intervenciones en Centroamérica y el Caribe durante la primera mitad del siglo XX.
Durante la Guerra Fría, la Doctrina Monroe se fusionó con la Doctrina de la Seguridad Nacional, convirtiendo a América Latina en campo de batalla contra la influencia soviética. Golpes de estado en Guatemala (1954), Brasil (1964), Chile (1973) y numerosas dictaduras militares recibieron apoyo estadounidense bajo este paraguas ideológico. Como señala el analista mexicano Alfredo Jalife-Rahme, esta historia de intervencionismo dejó cicatrices profundas en la psique política latinoamericana que hoy resurgen ante la renovada doctrina.
Tras el fin de la Guerra Fría, muchos creyeron que la Doctrina Monroe había quedado obsoleta. Sin embargo, think tanks como Stratfor, fundado por George Friedman, continuaron analizando la región bajo premisas que mantenían su esencia: América Latina como espacio vital de influencia estadounidense donde la competencia de potencias extracontinentales debía ser contenida.
La reactualización de la Doctrina Monroe no se anunció mediante proclamas formales, sino a través de políticas concretas y declaraciones de altos funcionarios. En 2018, el entonces Secretario de Estado Rex Tillerson explicitó la conexión histórica, afirmando que la doctrina «es claramente tan relevante hoy como lo fue el día en que fue escrita». Para analistas como Thierry Meyssan, esta declaración marcó un punto de inflexión conceptual, legitimando nuevamente el intervencionismo bajo nuevas formas.
La renovada doctrina opera en múltiples dimensiones: económica, mediante tratados asimétricos y control financiero; militar, con presencia de bases y acuerdos de seguridad; política, a través de injerencias en procesos electorales; y cultural, mediante el soft power de la industria del entretenimiento. Pero quizás su dimensión más novedosa -y peligrosa- sea la informativa, donde las grandes corporaciones tecnológicas juegan un papel protagónico.
En su análisis del capitalismo del siglo XXI, la economista Dambisa Moyo ha señalado cómo la concentración de poder en corporaciones tecnológicas ha creado nuevos mecanismos de influencia geopolítica. En el caso de la renovada Doctrina Monroe, esta dinámica adquiere características particulares. Las principales plataformas digitales —Facebook, Twitter (ahora X), Google, YouTube—, todas estadounidenses, se han convertido en herramientas de política exterior no declaradas.
Según investigaciones de Pepe Escobar, existe una simbiosis preocupante entre el establishment de seguridad nacional estadounidense y las grandes tecnológicas. Esta relación se manifiesta en la censura selectiva de contenidos, la promoción de narrativas favorables a intereses estadounidenses y la supresión de voces críticas hacia políticas hemisféricas de Washington.
El caso más evidente fue el tratamiento mediático diferenciado entre las protestas en Venezuela y aquellas en países aliados, donde algoritmos y políticas de contenido mostraron un sesgo sistémico documentado por investigadores independientes.
La manipulación de la opinión pública latinoamericana a través de redes sociales ha alcanzado niveles de sofisticación alarmantes. Granjas de bots, campañas de desinformación orquestadas, y la creación de tendencias artificiales han distorsionado debates políticos cruciales en países desde México hasta Argentina. Como señala Jalife-Rahme, estamos ante una forma de «colonialismo digital» que complementa los métodos tradicionales de dominación.
EL PACTO MAGA-TECNOLÓGICO
Uno de los desarrollos más significativos en esta renovación doctrinal ha sido la alianza entre el movimiento MAGA (Make America Great Again) de Donald Trump y los dueños de grandes corporaciones tecnológicas. Aunque aparentemente contradictoria -dada la retórica anti-Big Tech de Trump-, esta relación ha sido documentada por analistas como Thierry Meyssan como una convergencia de intereses en materia de política exterior hemisférica.
El pacto, según estos análisis, operaría bajo una lógica simple: las tecnológicas proporcionan plataformas para influir en la opinión pública latinoamericana y censurar narrativas contrarias a los intereses estadounidenses, mientras el establishment político-militar garantiza condiciones regulatorias favorables y protección frente a demandas antimonopolio.
En el caso específico de América Latina, esta alianza se ha traducido en campañas coordinadas contra gobiernos considerados «antiestadounidenses» y promoción de líderes afines a Washington.
La administración Trump, incluso después de dejar el poder, mantiene una influencia considerable en la política hacia América Latina a través de figuras aliadas en el Congreso y think tanks conservadores. Su retórica sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua ha establecido un paradigma de hostilidad que la administración Biden ha mantenido en lo esencial, demostrando la continuidad bipartidista de la renovada doctrina.
RIESGOS PARA MÉXICO
México ocupa un lugar especial en la aplicación de la renovada Doctrina Monroe. Por su proximidad geográfica, profundos lazos económicos y compleja relación migratoria, constituye lo que George Friedman ha llamado la «frontera blanda» de Estados Unidos. Según el fundador de Stratfor, México representa tanto una oportunidad como una vulnerabilidad estratégica para Washington, lo que explica la intensidad de los esfuerzos por mantenerlo dentro de su esfera de influencia exclusiva.
El riesgo para México es triple. Primero, económico: la renovada doctrina busca perpetuar el modelo de maquiladoras y dependencia comercial, dificultando la diversificación de mercados y el desarrollo tecnológico autónomo. Segundo, político: mediante injerencias en procesos electorales y apoyo selectivo a candidatos afines, como ha documentado Alfredo Jalife-Rahme en análisis sobre financiamiento de campañas a través de ONGs y fundaciones estadounidenses. Tercero, de seguridad: la presión para alinearse con políticas de «guerra contra las drogas» que han demostrado su fracaso, pero mantienen a México en un ciclo de violencia funcional a ciertos intereses estadounidenses.
La manipulación mediática sobre México ha sido particularmente intensa en los últimos años. Desde la cobertura de caravanas migrantes hasta la representación de la violencia, medios estadounidenses y plataformas digitales han construido una narrativa que oscila entre la «amenaza» y la «responsabilización», ignorando en gran medida el papel de Estados Unidos en problemas como el tráfico de armas o la demanda de drogas.
COLOMBIA DESPUÉS DE VENEZUELA
Si Venezuela ha sido el objetivo principal de la renovada Doctrina Monroe en Sudamérica, Colombia aparece como el siguiente eslabón en la cadena de intervenciones. Tras el acuerdo de paz con las FARC, Colombia experimentó una reconfiguración política que alarmó a sectores del establishment estadounidense. La posible pérdida de su principal aliado regional en Sudamérica representa, según analistas como Pepe Escobar, una amenaza estratégica a la hegemonía estadounidense en la región.
El riesgo para Colombia es similar al que enfrentó Venezuela en las primeras etapas de la ofensiva: desestabilización económica mediante sanciones encubiertas, manipulación mediática que exagera problemas y minimiza logros, financiamiento de oposición a través de organizaciones «prodemocracia», y presiones militares mediante la reactivación de acuerdos de seguridad que convierten al país en plataforma de operaciones regionales.
La administración Biden mantuvo una política ambivalente hacia Colombia, combinando retórica de apoyo al proceso de paz con acciones que refuerzan el alineamiento tradicional. Según Dambisa Moyo, esta ambigüedad refleja la tensión interna en Washington entre realistas que aceptan cambios en la región y halcones que insisten en restaurar el control absoluto que, ahora bajo la administración de Trump no oculta sus intenciones de intervención directa en aquel país sudamericano, con la facilidad de tener bases militares en territorio colombiano -permitidas y abrazadas por los anteriores presidentes afines a los intereses estadounidenses.
HEGEMONÍA EN DECLIVE
Aquí radica la paradoja central de la renovada Doctrina Monroe: surge precisamente cuando la hegemonía estadounidense muestra signos de declive acelerado. El ascenso de China, la recuperación rusa, la integración euroasiática y el despertar del Sur Global han creado un mundo multipolar donde las recetas unilaterales del pasado encuentran resistencias crecientes.
Como señala George Friedman en sus análisis geopolíticos, Estados Unidos enfrenta el dilema clásico de los imperios en retirada: cómo mantener influencia cuando los recursos relativos disminuyen. La respuesta ha sido una combinación de reafirmación militar (mediante el Comando Sur y la reactivación de la IV Flota) con mecanismos de control «ligeros» como la manipulación digital y la guerra económica.
Pero esta estrategia contiene las semillas de su propia limitación. Los países latinoamericanos tienen hoy opciones que antes no existían: asociación con China a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, integración regional revitalizada, alianzas sur-sur. La propia renovación de la Doctrina Monroe puede estar acelerando lo que pretende evitar: la emancipación definitiva de América Latina.
La renovada Doctrina Monroe representa un intento de perpetuar un orden anacrónico mediante herramientas modernas. Combina la arrogancia del destino manifiesto decimonónico con la sofisticación tecnológica del siglo XXI. Pero como analistas desde Thierry Meyssan hasta Alfredo Jalife-Rahme han señalado, su éxito no está garantizado.
Los riesgos para países como México y Colombia son reales y sustanciales. La combinación de presión económica, manipulación mediática y coerción política puede crear crisis profundas en democracias frágiles. Pero al mismo tiempo, la transparencia creciente de estos mecanismos genera anticuerpos políticos. La conciencia sobre la manipulación digital, la resistencia a los dobles raseros en política exterior, y la búsqueda de asociaciones diversas están creando un nuevo imaginario estratégico latinoamericano.
América Latina se encuentra así en una encrucijada histórica: sucumbir a una renovada versión del viejo paternalismo intervencionista, o forjar finalmente una auténtica autodeterminación colectiva. La respuesta dependerá no solo de gobiernos, sino de sociedades civiles capaces de reconocer las nuevas formas de dominación y construir alternativas genuinamente soberanas. La sombra del águila aún se proyecta sobre el continente, pero por primera vez en siglos, hay espacio para que otras aves vuelen.


