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OPINIÓN

¿Qué sigue?

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Opinión, por Armando Morquecho Camacho //

Los últimos días de este 2020 han estado cargados de optimismo para todo el mundo con el anuncio de que la vacuna contra el COVID-19, desarrollada por la farmacéutica Pfizer, funciona en un 90% de los casos, lo cual, tras 9 meses de emergencia sanitaria, más de 75 millones de infectados y cerca de 2 millones de fallecidos, resulta más que esperanzador.

Aunque, sin ánimos de sonar pesimista, tenemos que tener mucha cautela frente al optimismo, ya que si la carrera por aprobar la primera vacuna fue frenética, la carrera logística para su distribución y respectiva aplicación, no será un asunto menor, de hecho, probablemente, garantizar una justa distribución y aplicación será el verdadero reto de la humanidad.

Por ello, ante el inicio de la distribución de esta tan esperada vacuna, hay muchos factores que debemos o al menos, deberíamos estar considerando.

El primero de ellos, como ciudadanos, es necesario entender que la erradicación del virus no ocurrirá de manera automática, ya que para lograr esto primero se necesitará que el mundo tenga no solo la capacidad para producir miles de millones de dosis, sino también, los fondos para pagarlas y los sistemas para distribuirlas.

Este primer punto representa un verdadero reto ya que actualmente, la mayor parte del suministro mundial de las vacunas se esta dirigiendo a los países ricos, que hasta el momento, y contando con menos del 15% de la población mundial, han reservado aproximadamente el 51% de las dosis de vacunas más prometedoras.

En consecuencia de lo anterior, un estudio en ‘Britsh Medical Journal’ publicado la semana pasada, informó que cerca de una de cada cuatro personas podría no recibir las vacunas hasta por lo menos el año 2022.

Por consiguiente, el segundo punto que deberíamos estar considerando seriamente es ¿qué pasará con los países de ingresos medios y bajos? En ellos vive casi la mitad de la población y no tienen el poder adquisitivo para hacer grandes tratos con las empresas farmacéuticas. En las condiciones actuales, probablemente estos países podrán proteger, aproximadamente al 14% de su población.

Por consiguiente, otro de los temas que deberíamos estar considerando es, si estamos ante una situación de distribución de la vacuna tan desigual, el virus se continuará propagando sin control durante unos 6-7 meses a través de las tres cuartas partes del mundo y probablemente, moriría el doble de personas.

Sin lugar a duda, tal y como suelen decir desde Palacio Nacional casi todos los días a las 7:00 a.m., esta situación sí dejaría al mundo entero moralmente derrotado. Cuando una vacuna puede convertir un virus en una enfermedad evitable, técnicamente nadie debería morir solamente porque el país en el que vive no tiene la capacidad económica para cerrar un contrato de producción.

Ciertamente, contar con vacunas seguras para combatir un virus que era totalmente desconocido hace un año es un logro asombroso y probablemente, sea el logro científico más grande y trascendente de este siglo. Pero definitivamente, lo que supondría un logro aún mayor, sería lograr que absolutamente todos los piases tengan un acceso equitativo a los beneficios tan importantes de la ciencia.

Ahora, por otro lado lo que están haciendo los países con un mayor poder adquisitivo al adquirir la mayoría de las vacunas es totalmente comprensible: están intentando proteger su población. Sin embargo, como lo he mencionado en otras ocasiones, creo que los retos de este 2020 van más allá de la crisis sanitaria; este año se ha convertido en una valiosa oportunidad para replantear todos los aspectos que rodean nuestro sistema político, económico, social y de salud, de tal manera que podamos erradicar por completo los valores de una cultura claramente individualista para así fomentar e impulsar una cultura cuya identidad nacional se base en un colectivismo que promueva la interdependencia entre personas, grupos y culturas.

En consecuencia, si utilizamos esta pandemia para impulsar un pensamiento verdaderamente colectivo, tanto la comunidad internacional, como las grandes empresas, serán capaces de aumentar enormemente la capacidad de producción construyendo convenios que permitan incrementar su capacidad de producción utilizando sus fabricas mutuamente.

De esta manera, si partimos de la idea de impulsar una cultura con estos valores, podremos ser capaces de hacer de la colaboración y la coordinación el pilar de las estrategias para enfrentar no solo los retos sanitarios que seguramente vendrán, sino también para enfrentar los retos del milenio construyendo sistemas que nos ayuden a disminuir el impacto de las crisis que enfrentaremos el día de mañana.

En conclusión, cometemos un error enorme si creemos que cuando celebremos el fin de año, nos comamos las 12 uvas y comiencen a distribuir y a aplicar la vacuna, se acabarán todos y cada uno de nuestros problemas. No será así. Desgraciadamente, los problemas del 2020 probablemente se agraven y se conviertan en las crisis del 2021 y tendremos que estar listos en todos los sentidos para hacerle frente a lo que venga, y para lograrlo, como sociedad, tendremos que sacar lo mejor de nosotros.

En su libro La peste, Albert Camus nos enseñó que las peores epidemias no son biológicas, sino morales y que en las situaciones de crisis, sale a la luz lo peor de la sociedad: egoísmo, inmadurez, insolidaridad, irracionalidad. Pero pese a esto, también puede emerger lo mejor y siempre habrá justos dispuestos a sacrificar su bienestar para cuidar a los demás.

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