MUNDO
Vacunas de Pfizer y Moderna: Inflamación del corazón en jóvenes, mayores a lo esperado

Por Jorge López Portillo Basave //
Israel, Alemania, Canadá y ahora Estados Unidos deciden informar al público que las vacunas de Pfizer y Moderna están causando a algunos de los jóvenes, en especial a los del sexo masculino, una condición llamada miocarditis.
La idea de los países en vacunar a todos antes de poder reiniciar con la vida “normal”, de Oriente a Occidente inician los programas de selección y segregación para admitir y premiar a los ya vacunados en contra de los que no lo están.
De hecho, en algunos países como el nuestro se vive un éxodo de ciudadanos viajando a los EUA y a otros destinos similares en busca de la ansiada vacuna.
En redes sociales el vacunarse está de moda, es símbolo de modernidad, de liderazgo y hasta de estatus. Pero como el vacunar a todos a diestra y siniestra sin esperar a ver evoluciones en los ensayos y pruebas clínicas podría ser un riesgo al que estamos sometiendo a millones de jóvenes en el mundo para prevenirlos de una enfermedad que casi no les afecta y siguen los niños.
A unas cuantas semanas de haber iniciado la vacunación masiva de jóvenes mayores de 12 años algunos países ya reportan un número importante de personas afectadas con una condición llamada miocarditis –inflamación del corazón-. En la mayoría de los casos la misma pasa de manera rápida y en algunos otros casos ha requerido de hospitalización. Es decir que los inyectaron para protegerlos de un virus que casi no les afecta y la vacuna les está afectando más.
Habrá que ver si los números de afectados son iguales, menores o mayores a los de los afectados con síntomas medios o severos del Covid-19. De ser mayor el número de afectados por las vacunas al de los afectados por el nuevo coronavirus se debería de bajar dos rayitas a la campaña de coerción pro vacunas que se está viviendo a nivel internacional, en la que se exige a todos vacunarse para poder ser parte del mundo.
En el pasado las vacunas Astra-Zeneca y Johnson & Johnson han sido ligadas a la generación de coágulos en la sangre pero en esta ocasión son las vacunas relacionadas con Pfizer y Moderna. El asunto de los coágulos está siendo atendido, incluso se han implementado nuevos fármacos para evitar esa reacción, pero se ha recomendado el no aplicar esas dos vacunas a personas que tengan historial de coágulos; veremos cuánto tardan en valorar y resolver el tema de la inflamación del corazón, pero por lo mientras si usted va a vacunar a sus hijos, mejor piénselo dos veces.
ISRAEL MODIFICA ESTRATEGIA
El pasado martes las autoridades de salud de Israel dieron a conocer que se había vinculado a las vacunas Pfizer y Moderna como causa de la inflamación muscular del músculo cardiaco de varios jóvenes que han recibido dicho fármaco. Las autoridades de dicho país han suspendido el uso de la vacuna en personas de 12 a 16 años, pero han decidido continuar con la vacunación únicamente de los adultos de cualquier edad, bajo la advertencia de que la misma es bajo su propio riesgo. Israel informó que se habían registrado 275 casos de esa reacción entre personas de 16 a 30 años, pero al parecer el número podría aumentar entre los más jóvenes. Es decir que el Covid-19 les pega más a los mayores que a los menores pero al menos en este caso la vacuna afecta más a los jóvenes que a los mayores, o será que como los mayores de todos modos ya padecen de algo ni cuenta se dan.
ALEMANIA ADVIERTE A JÓVENES SANOS
En una comunicación bien armada, Alemania y algunos países de Europa han suspendido la aplicación masiva de las vacunas con mRNA a personas jóvenes a menos de que estas padezcan algunas de las condiciones que aumentan el riesgo de padecimientos graves a causa del Covid-19. Es decir que recomiendan la aplicación a esas personas pero que si otros adultos jóvenes se la quieren poner bajo su propio riesgo que se puede administrar.
CANADÁ REPORTA ALGUNOS CASOS DE MIOCARDITIS
A raíz de los informes de Israel y de los EUA, el gobierno de Canadá empezó a seguir con más cuidado casos de miocarditis entre jóvenes vacunados para ver “si es verdad” o solo es una coincidencia, dijeron los encargados de los sistemas de vacunación en dicho país. Como mantra universal, se dijo que lo bueno era que el 95% de los casos resultaban con afecciones menores, pero nadie ha dicho con detalle qué pasó con el 5% restante, sólo se sabe que sí hubo muertos.
EUA PODRÍA REPLANTEAR ESTRATEGIA
El jueves pasado el CDC – Centro de Control de Enfermedades-, de los EUA informó que realizará esta semana una reunión de emergencia para determinar las acciones a tomar con relación a la vacunación de menores o de adultos jóvenes, quienes estarían siendo afectados por el uso de las vacunas Moderna y Pfizer, mismas que estarían vinculadas a más de 283 casos en dicho país. Las autoridades informaron que el riesgo de dicho padecimiento aumento 25 veces entre los jóvenes que se vacunaron con respecto a los números de otros años y de personas no vacunadas. Los afectados fueron personas de 16 a 24 años.
Recordemos que la aplicación de vacunas a los jóvenes en dicho país fue liberada hace un par de semanas, por lo que los efectos apenas se estarían conociendo. Lo anterior se hace aún más loco cuando vemos que hay universidades que obligarán a sus alumnos a estar vacunados pero no lo harán con los trabajadores sindicalizados ni con los maestros.
Según dichos informes el 80% de los que resultaron afectados fueron hombres y el 20% mujeres.
En EUA a la fecha se han vacunado alrededor de 11 millones 700 mil personas en el grupo poblacional de “riesgo” por edad “joven”.
Según los primeros números de Israel y de EUA, el 95% de los que sufren miocarditis por causa de la vacuna no pasaron más de 4 días en el hospital, es decir que los jóvenes que se vacunaron contra el Covid19 que por lo general no los lleva al hospital y que mucho menos es mortal para ellos, sí habrían caído en el hospital y cuando menos el 5% la habrían pasado muy mal e incluso muerto por aplicarse la vacuna.
LA DISCUSIÓN SOBRE LAS VACUNAS
El miércoles pasado el doctor Fauci, médico asesor en jefe del Presidente de EUA para el seguimiento de la pandemia, confirmó que que el 40% de los empleados del Departamento de Salud de los EUA se vacunaron, lo anterior a pesar de que los médicos y los funcionarios de gobierno del sector salud recibieron desde hace meses prioridad para ser inmunizados, eso sin mencionar las recompensas económicas y de la presión social para que todos sean vacunados. ¿Por qué la mitad de los que tienen acceso y son profesionales de la salud o científicos directamente relacionados con los temas de salud en EUA no se vacunaron de inmediato?
La “Cleveland Clinic” en los EUA encontró que los beneficios de vacunarse para los que ya tuvimos Covid19 no eran mayores si recibíamos la vacuna, pero que de todos modos se recomendaba aplicarse la misma. El estudio se realizó a lo largo de cinco meses en los que se pudo comprobar que los niveles de inmunidad de los vacunados eran iguales a los de los que habían padecido el virus y aún no se vacunaban, más aún se encontró que al aplicarles la vacuna sus niveles no aumentaban de manera significativa durante el periodo del estudio. Desde mi punto de vista sería mejor dar seguimiento a los anticuerpos de cada persona para ver si se mantienen en número significativo por el mismo tiempo que la vacuna.
En mi caso personal me contagie en noviembre y aún tengo altos niveles de anticuerpos según la Cruz Roja, a la que le he donado plasma cada seis semanas desde enero. Según el estudio esta información serviría para priorizar la aplicación de las vacunas a personas con mayor riesgo y necesidad.
Mientras tanto las medicinas contra el Covid-19 siguen avanzando pero se siguen ignorando, desde la hidroxicloroquina, la plasma y muchas más, pero es mejor negocio obligar a todos a vacunarse cada año (hasta a los que no quieren o los que no sufrirían por el Covid-19) que medicarlos cuando se enfermen o verificar si aún tienen inmunidad por haber padecido el vicho recientemente.
Por lo pronto los números de Israel indican que el riesgo no es como para tomarse a la ligera pero las autoridades de la mayoría de los países siguen promoviendo su aplicación bajo el argumento que los “beneficios” superan el “riesgo”. Pero así como en la revolución mexicana se decía… “¡Mátalos y luego viriguas!” lo de hoy es ¡Vacúnalos y luego averiguas!
¿Será que en México por no tener muchas vacunas, nuestros jóvenes no estarán en ese riesgo innecesario?
Siendo un admirador de las vacunas y de la ciencia detrás de la tecnología del mRNA, sigo pensando que vacunar a todos a diestra y siniestra no es la mejor idea, en especial porque ya hay muy buenas medicinas y ya sabemos a quienes les pega más duro el Covid-19.
MUNDO
El culto en tiempos de algoritmos y misiles

Opinión, por Miguel Anaya //
En un mundo saturado de imágenes, voces, notificaciones y estímulos, la figura del líder político ha dejado de ser solamente humana. Hoy se construye con inteligencia artificial, se edita en Photoshop, se transmite en TikTok, y se consume como si fuera un producto de Amazon. Pero detrás del carisma de 1080p, lo que se oculta es mucho más antiguo que la tecnología: es la necesidad arcaica de creer.
Mientras las bombas vuelan entre Israel e Irán, no solo chocan misiles, también colisionan narrativas sagradas, identidades colectivas y líderes que operan como profetas. Porque en ambos países —como en muchos otros del mundo actual— la política se ha convertido en una liturgia de identidades irreconciliables.
Benjamín Netanyahu no gobierna solo como primer ministro; gobierna como custodio de una misión bíblica, como la encarnación de una resistencia mesiánica. Su narrativa no solo es de seguridad, sino de destino. En su voz no hay duda, sino mandato. Su figura es alimentada por algoritmos, reforzada por redes sociales, y sostenida por una maquinaria de propaganda que hace del conflicto una cruzada y del enemigo una amenaza casi demoníaca.
En el otro lado, el régimen iraní proyecta al Ayatolá Jamenei como guía supremo, no como político. No debate, revela. No dialoga, interpreta. Y quienes están debajo de él, como el recientemente fallecido presidente Ebrahim Raisi (el “carnicero de Teherán”), tampoco se conciben como funcionarios públicos, sino como piezas en una epopeya divina.
Ambos lados, en distintos lenguajes y códigos, actúan como si fueran los guardianes de un guion escrito por Dios. Y aquí entra un problema de todas épocas: cuando el poder se vuelve místico, ya no es negociable. No hay tregua posible entre quienes creen que su causa es eterna. Se mata por símbolos, se muere por relatos.
Pero esta lógica no es exclusiva de Medio Oriente. La hemos visto también en Nicolás Maduro, que, entre rituales bolivarianos, arengas de Chávez desde el más allá, y discursos impregnados de un lenguaje casi esotérico, ha logrado mantenerse en el poder no solo por represión, sino por un mito nacional-popular que convierte al líder en figura providencial. En Venezuela, como en tantos otros rincones del mundo, el poder ya no se justifica con resultados, sino con relatos sagrados, con enemigos omnipresentes y con la promesa eterna de una redención futura.
Y en El Salvador, Nayib Bukele se autodefine como “el dictador más cool del mundo” y hace de su poder absoluto un performance de modernidad futurista. El carisma sustituye al Estado de derecho, los likes a los contrapesos.
Hoy los líderes ya no necesitan convencer: necesitan encantar. La política ya no se discute, se sigue. El pueblo ya no debate ideas, tiene fe; así, cree en lo que vota y vota en lo que cree. Y ese es el terreno más fértil para el conflicto, porque donde la razón se evapora, la guerra se vuelve lógica y hasta necesaria.
Entonces, cuando vemos las llamas en Gaza o las explosiones en Isfahán, no miremos solo los mapas ni los titulares. Miremos las mentes capturadas por relatos sagrados, las juventudes que nacen ya adoctrinadas, los algoritmos que refuerzan odio y los gobiernos que alimentan la polarización no como error, sino como estrategia.
Porque cuando el poder se vuelve altar, la política se transforma en religión, y la verdad en dogma. Ya no hay ciudadanos, hay feligreses. Ya no hay argumentos, hay herejías. Y en ese escenario, cada discurso es una procesión, cada voto un acto de fe, cada misil un sacramento.
Vivimos en un tiempo donde los algoritmos diseñan la devoción y los misiles la venganza. Donde los líderes no conducen naciones, ofician ceremonias. Y donde los pueblos, sedientos de propósito, se aferran a imágenes que prometen rumbo, aunque repitan el ciclo del conflicto.
En muchos rincones del mundo —y no sólo en Medio Oriente— el poder se sostiene más por símbolos que por resultados. También aquí, en México, hemos visto cómo la popularidad se vuelve escudo, cómo la narrativa sustituye al balance, y cómo el debate público se reduce a lealtades y consignas. No hay guerra, pero sí trincheras. No hay misiles, pero sí silencios cómplices.
Si no reconstruimos el valor del pensamiento crítico, si no exigimos humanidad antes que idolatría, seguiremos viviendo entre líderes que prometen redención y pueblos que se conforman con promesas. La mística en la política puede dar sentido en tiempos oscuros. Pero si no se le equilibra con límites democráticos, con crítica, con humanidad, termina siendo un espejo de los peores fanatismos del pasado.
MUNDO
Las verdades absolutas en política

Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //
Aunque la teoría de la relatividad de Einstein no tiene ecuaciones para la política, la perspectiva del concepto puede muy bien evaluarla. Aquellos que crean que las “verdades absolutas” de quienes gobiernan prevalecerán por siempre, suelen llevarse verdaderos chascos.
La política es una ciencia social y, como tal, depende de momentos, circunstancias, costumbres, creencias y personas. Las condiciones políticas no están sujetas a algoritmos; tampoco a fórmulas exactas o teorías inatacables.
Dependen de interpretaciones, intereses ocultos y a la vista; de planes, estrategias y tácticas para hacerse del poder o ejercerlo. Tanto en sistemas autocráticos como democráticos o híbridos. Un mismo acontecimiento puede estar sujeto a diferentes interpretaciones, según el cristal con que se mire. Todas pueden ser válidas o lo contrario.
Otras ciencias sociales coadyuvan cuando se trata de contextualizar los hechos que afectan a las sociedades: la historia, la psicología, la sociología, la comunicación, el derecho y la filosofía son herramientas indispensables, muy importantes, para entender los porqués de tales o cuales decisiones, determinaciones, cambios, violentos o pacíficos.
Las políticas de los gobernantes tienen consecuencias para los diferentes estratos sociales. De acuerdo con la ideología o la estrategia de la gobernanza, es lo que se brindará a los diferentes integrantes de los grupos sociales. La interpretación de la realidad política, como ya se dijo, dependerá del observador… o de lo que le hagan creer al observador. Y de la congruencia del decir con el hacer.
Los cambios en las leyes son producto de circunstancias, modas, intereses partidistas, intereses de grupos o de grupúsculos del poder.
Como todo en esta vida, dichos cambios pueden a su vez ser cambiados. Una vez que llega otro grupo con ideología diferente, lo primero que hace es propiciar los cambios de lo que no le agrada o le estorba: de leyes, de funcionarios, de políticas, de formas y maneras de gobernar. Es un eterno vaivén que se puede observar cada vez que hay elecciones. Esto cuando se procede de manera pacífica a realizarlos. También los hay de manera violenta, sobre todo si los gobernantes se enquistan en el poder.
La relatividad en la política muestra cómo los gobernantes o quienes detentan el poder hacen todo lo posible por perpetuarse. A veces con dictaduras disfrazadas de democracia, como lo hizo el PRI y por lo cual el difunto Mario Vargas Llosa calificó al sistema político mexicano como “la dictablanda perfecta”, puesto que las transiciones sexenales se daban de manera tersa, aparentando una democracia popular, lo cual era totalmente falso.
Como los gobernantes tienen, en México, un amplísimo margen de error, de falla y hasta de perversidad, los cambios que implementan tampoco serán absolutos. Esa es una lección que solo los muy pentontos no alcanzan a comprender. Su endiosamiento no les permite ver que sus modificaciones y sus transformaciones, solo estarán vigentes bajo su mando.
Cuando la gente se harta; cuando descubre las realidades diferentes a quienes tratan de manipularlas; cuando se da cuenta de que todo es relativo y nada es absoluto, no solo en la física, sino en la política, se abren nuevas posibilidades de cambio reales.
Por eso la justicia, las nuevas leyes, las transformaciones gatopardas, los cambios de formas, pero no de fondos, algún día, tarde que temprano, caerán de sus pedestales. Y con ellos quienes las propiciaron, las prohijaron o las programaron.
Hoy día, hemos observado cómo, en aras de una relativa transformación hacia el ideal de tener una sociedad más democrática, más participativa, más crítica e igual, se han cambiado leyes, reglamentos, normas. Se han suprimido instituciones, organismos, oficinas que a los actuales gobernantes les estorban para llevar al cabo su relativa transformación. Siempre con las etiquetas de nocivas, corruptas y o lesivas a la sociedad.
Todo lo que se ha cercenado, oficinas, instituciones, organismos, leyes en pro de la relativa transformación es sólo una muestra de cómo la política, el poder y la gobernanza obedecen a quienes se han hecho del dominio, del gobierno y de la política, sin recato, sin pudor y con bastantes justificaciones y maniobras para comprar la voluntad popular, eslogan favorito de los actuales “dueños” de esta república mexicana.
Las discrepancias, debates y respeto a la diversidad de opiniones enriquecerían la política, justicia y sociedad, si prevalecieran estadistas sobre políticos ambiciosos. Mutilar derechos humanos, fomentar violencia contra disidentes o minimizar oposiciones por una “verdad absoluta” evoca un pasado oscuro. Retroceder es cambio, pero ignorante. No hay absolutos en política; los triunfalismos transformadores colapsarán ante la relatividad.
MUNDO
Irán e Israel, el precio de la polarización sin mesura

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
En 1962, el mundo contuvo el aliento durante trece días. Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en el clímax de la Guerra Fría, cuando la instalación de misiles soviéticos en Cuba puso al planeta al borde de una guerra nuclear.
Lo que evitó la catástrofe no fue una superioridad militar ni un milagro diplomático. Fue algo mucho más básico: la prudencia. John F. Kennedy y Nikita Jrushchov, a pesar de ser enemigos ideológicos, entendieron que no había victoria posible en un conflicto total. Tuvieron miedo. Y ese miedo los hizo sensatos.
Hoy, más de seis décadas después, el mundo se asoma a una confrontación entre Irán e Israel que podría tener consecuencias igual de devastadoras, pero con una diferencia alarmante: el miedo ha sido sustituido por la arrogancia. En lugar de liderazgos sobrios y calculadores, tenemos figuras atrapadas en sus narrativas de fuerza, honor y venganza. Y el resultado es un escenario donde la guerra parece más deseable que la diplomacia, y donde el cálculo político ha sido sustituido por la polarización ideológica más brutal.
El reciente conflicto entre Irán e Israel ha escalado a niveles inéditos. En los últimos días, Irán lanzó más de 300 misiles y drones hacia territorio israelí, atacando ciudades como Tel Aviv, Haifa y Beersheba. Uno de los blancos fue el Soroka Medical Center, dejando al menos 40 heridos.
Israel respondió bombardeando instalaciones clave del programa nuclear iraní, como el reactor de Arak y centros de investigación en Teherán. No fue una escaramuza táctica, fue una declaración abierta de confrontación. Fue, como ha titulado un medio internacional, “una semana de guerra total”.
¿Por qué ha estallado esta violencia? La raíz es profunda y compleja, pero puede resumirse en dos factores: un conflicto histórico no resuelto y una polarización política sin precedentes. Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha adoptado una postura frontal contra Israel, al que no reconoce como Estado legítimo.
Por su parte, Israel ha seguido una doctrina de seguridad nacional basada en la disuasión absoluta: impedir a toda costa que Irán obtenga capacidad nuclear. La desconfianza es mutua, histórica y, sobre todo, alimentada por liderazgos que se han construido a partir del antagonismo.
Lo que antes era una “guerra fría” regional, ahora es una confrontación abierta, con la agravante de que la comunidad internacional parece incapaz de contenerla. Estados Unidos ha condenado los ataques iraníes y considera una intervención directa si sus intereses son amenazados. Francia, Alemania y el Reino Unido han hecho llamados urgentes a la diplomacia. António Guterres, secretario general de la ONU, ha rogado por una desescalada. Pero mientras los diplomáticos emiten comunicados, los misiles siguen cayendo.
Este es el punto clave: en la Guerra Fría, a pesar del armamento nuclear y la tensión constante, existían mecanismos de contención. Había doctrina, había equilibrio, y sobre todo, había líderes conscientes del poder que tenían en sus manos. Hoy, en cambio, el tablero está dominado por personajes que gobiernan desde la polarización. En Israel, Netanyahu representa una derecha nacionalista que ha hecho del enemigo externo una parte esencial de su legitimidad. En Irán, el régimen teocrático radicaliza su discurso para mantener el control interno y proyectar fuerza en la región. Ambos operan desde trincheras ideológicas. Ninguno está dispuesto a ceder, porque ceder es visto como traición.
El gran peligro de este momento no es solo militar, es político. Estamos viendo cómo los liderazgos contemporáneos están dispuestos a jugar con fuego para sostener narrativas polarizadas. Ya no se trata de geopolítica, se trata de identidades. Ya no se trata de proteger ciudadanos, se trata de ganar guerras simbólicas.
Esa es la diferencia sustancial con la Guerra Fría: entonces, los actores principales sabían que había límites. Hoy, los límites son difusos, porque la polarización no admite grises. Se está con “nosotros” o con “ellos”. Punto.
Y esa lógica es profundamente peligrosa. Porque cuando el adversario se convierte en enemigo absoluto, cualquier medida se justifica. Cuando el discurso se basa en la eliminación del otro y no en la coexistencia, los puentes se dinamitan. La polarización no es una simple diferencia de opinión, es una maquinaria que deshumaniza y justifica la violencia.
Este conflicto entre Irán e Israel no se entiende sin reconocer ese trasfondo: los gobiernos de ambos países han alimentado durante años una narrativa excluyente, extremista y, en última instancia, suicida.
Pero esta polarización no se limita a los protagonistas directos. También se refleja en cómo el mundo reacciona. Hay países que justifican a Irán bajo el argumento de la lucha contra el imperialismo, y otros que justifican a Israel como único bastión democrático en Medio Oriente. El análisis se reduce a eslóganes. Se elige un bando y se defiende a ciegas, sin matices. Esta dinámica multiplica el conflicto. Lo alimenta. Lo hace más difícil de resolver.
La guerra, entonces, deja de ser el fracaso de la política, y se convierte en la política misma. Y eso es lo verdaderamente inquietante. En lugar de buscar formas de desactivar el conflicto, muchos gobiernos, medios y líderes de opinión lo encuadran como una batalla inevitable. Como si los pueblos no tuvieran otra opción que pelear hasta el final. Como si la diplomacia fuera una debilidad.
En este punto debemos hacernos una pregunta urgente: ¿qué se necesita para frenar esta locura? La respuesta no es sencilla, pero empieza por recuperar algo que hoy parece casi olvidado: la responsabilidad política. Necesitamos liderazgos que entiendan el peso de sus decisiones, que piensen más allá del próximo tuit, del siguiente ciclo electoral o del aplauso fácil. Líderes que hablen con sus adversarios, que acepten la legitimidad del otro y que asuman que la paz se construye, no se impone.
El conflicto entre Irán e Israel no será el último. Pero puede ser un punto de inflexión. Puede ser el momento en que la comunidad internacional entienda que la polarización mata. Que la guerra no siempre es evitable, pero que muchas veces es provocada por la arrogancia, la ceguera ideológica y la cobardía de no hablar. Y que cuando se cruza cierto umbral, no hay marcha atrás.
Kennedy y Jrushchov supieron contenerse porque sabían que no había ganadores en una guerra nuclear. Hoy, deberíamos recordarlo. Porque quizás lo que más falta hace en este siglo XXI no es más armamento, ni más poder, ni más sanciones. Lo que falta es mesura. Y, sobre todo, miedo. El miedo sano de quienes saben que, si no paran, todo puede desaparecer.
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