OPINIÓN
Revocación de mandato
																								
												
												
											Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
Votar o no votar, esa es la cuestión. Parodiando el dilema shakesperiano, es una pregunta que se ha vuelto frecuente en redes sociales y en tertulias familiares y de amigos. El sí o el no, se han convertido en el tópico sin que la discusión derive hacia el fondo de la obstinación presidencial para que el ejercicio se realice.
Es paradójico que sea el propio presidente de la República y su partido los que lo promuevan y hasta hayan logrado modificar la ley para poder hacerlo, sin que se constituya en una violación a las normas establecidas para el caso. También es que lo han convertido no en un ejercicio de revocación de mandato, sino en una campaña electoral para reelegir a quien ya fue electo y que tiene el mandato expreso de continuar hasta el término.
Presentado a la sociedad como un ejercicio de democracia participativa, al proponerlo y lograr la modificación constitucional y la promulgación de la ley respectiva, el presidente se dio un balazo en el pie, específicamente al agregar en la ley reglamentaria la pregunta que lleva explicita la ratificación. Concebido solo como revocación, los requisitos de validez, como el 40% de participación para que fuera vinculante, eran razonables, más allá de las inconveniencias de la sustitución del presidente en caso de proceder, pero añadida la ratificación, los números necesariamente evidenciarán un retroceso en el apoyo popular a su gobierno.
Tardíamente se ha dado cuenta el presidente de tal riesgo y por ello su empeño en descalificar al INE, alguien tiene que ser culpable de que no pueda repetir los 30 millones de votos que le dieron el triunfo; y por ello también su insistencia en que se modifique la ley, como ya lo hicieron, para que desde el gobierno se pueda promover la participación y hacer propaganda a favor de la ratificación del mandatario.
Así, el ejercicio de revocación de mandato ha pasado a ser una campaña electoral en forma, solo qué, sin que la oposición tenga acceso a financiamiento y publicidad gratuita. Para el presidente es importante mantener los niveles de aceptación que le han permitido hacer el gobierno autocrático en curso y por ello requiere que haya una gran participación, mayor al 60 por ciento y obtener la cantidad de votos equiparable a la que le dio el triunfo electoral, sin embargo, veamos números.
La encuesta publicada el 3 de marzo por El Financiero sobre la consulta, arroja que un 42% la considera necesaria, y 52% dice no ser necesaria, y a la pregunta fraseada como “Si hoy hubiera una consulta de revocación de mandato al presidente López Obrador, ¿usted como votaría?” las respuestas fueron; un 52%, que continúe en el cargo y un 42% que no continúe.
Vale hacer notar que el apoyo a la continuidad ha disminuido, desde un 60% en junio de 2019, a un 52 obtenido en febrero de 2022 y muestra un progresivo descenso desde el pico máximo de 70% de aprobación obtenido en diciembre de 2019.
El mismo sondeo indica que la participación probable en el proceso de revocación fluctúa entre un 18 y un 27%. El presidente necesita más que eso para evidenciar que su gobierno no va a la baja y de confirmarse esta aproximación estadística, la votación por la que se refrendaría su permanencia sería notoriamente inferior a la alcanzada en la elección constitucional.
En este escenario, que seguramente no desconoce el presidente, ya tiene la excusa y al culpable, y será el INE el responsable de no haber colocado el número suficiente de casillas para que los partidarios de la 4T se expresaran, y será eso, no la desaprobación a su gobierno, o al desprecio al proceso, lo que le propine el golpe mayor a su administración.
Ni él, ni su corte legislativa se dieron cuenta que al incluir la ratificación llevaban implícita la posibilidad de que no se refrendara la votación que los llevó al poder y que cualquier resultado indicaría merma, seguramente obnubilados por el engaño seductor de las encuestas
No es solo la prospección estadística realizada la que hace inútil llevar a cabo el discutido proceso de votación, sino que también son los números, los que obligan a calificarlo como el mayor autogol que se haya propinado la actual administración.
El discurso presidencial, su narrativa, sin duda ha polarizado el ambiente político y social y un ejercicio de esta naturaleza en el momento actual, serviría de catarsis para todos aquellos que han radicalizado su aversión a las políticas públicas del régimen, pero si dejaran atrás la reacción visceral, se darían cuenta que hacen más daño si no participan que expresando su coraje en un voto negativo irrelevante.
La habilidad comunicativa y política del presidente, seguramente convertirá lo adverso en oportunidad para obtener ganancias de la derrota, porque aunque gane la votación pierde, pero hará falta algo más que retórica para sostener la imagen de un gobierno que evidencia su incapacidad y depende precariamente de los militares para sus funciones sustanciales.
