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OPINIÓN

CINE: Corazón borrado, el amor adoctrinado

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Por Carlos Sebastián Hernández //

Cuestionar la verdad en la que se decide creer, o aferrarse, es el eje temático que rige en la cinta ‘‘Boy Erased’’: las verdades que inventamos, las que ocultamos, y las que no se pueden ocultar. Las verdades que desenmascaran y las que liberan. La verdad que compone y descompone; la verdad sagrada y la verdad que profana.

Dirigida por Joel Edgerton (más prominente como actor, pero ya habiendo sido director en 2015 con la cinta ‘‘El Regalo’’), Corazón Borrado (título en nuestro país), cuenta la historia del tímido y rezagado Jared Eamons (Lucas Hedges), hijo de un respetado pastor bautista (Russell Crowe), y una madre gozosa por completo de su status social (Nicole Kidman), quien al confesarle a sus padres que se siente atraído por otros hombres será internado y sometido a una terapia de conversión, tan secreta como trastornadora, enfrentando un rechazo infligido por su familia y por él mismo.

Apreciable cinematografía del barcelonés Eduard Grau, logrando un refinado manejo de suaves penumbras, que difuminan los rostros entre sombras oscuras, nunca alcanzados completamente por la luz intensa de escape, de revelación. A partir de la contrastante paleta cromática se presentan los tonos azulosos como señal de encierro, del tortuoso encubrimiento de los sentimientos, o del joven expuesto y juzgado; mientras los anaranjados se asoman como anhelo de la aceptación (o reaceptación) en el núcleo familiar; como afirmación de la identidad. Y en la mitad de esta gama surgen los grises apagados, como la verdad mediadora, finalmente comprendida.

Jared, personaje maleado por no estar dispuesto a lastimar a sus padres asumiéndose como gay, y en cambio sufriendo las consecuencias de su inexperiencia y abnegación con un primer encuentro sexual violento y enfermizo, orillándolo a decidir por someterse al cuestionable e inefectivo tratamiento de conversión, que lo único que convierte son los problemas en pecados, para trauma mayor de los pacientes. Kidman en el papel de la siempre arreglada madre snob de batita rosa, encarnación de la ignorancia, alegando que no puede haber alcohólicos o pandilleros (mucho menos homosexuales, claro) en su familia normal. El padre Eamons se convierte en figura imponente de la intolerancia, él si dispuesto a la desintegración de su familia con tal de no lidiar con la impensable orientación sexual de su hijo.

Tan importante como es el tema de la cinta, esta no escapa de las artimañas narrativas, rara vez dramáticamente funcionales, y en constante desvió de la trama principal: Una exposición artística obvísimamente intitulada ‘‘Dios versus la ciencia’’. La madre Nancy Eamons rescatando en último minuto a Jared, habiendo aceptado a su hijo luego de un proceso reflexivo apenas adivinado, y nunca mostrado en pantalla, cuya única explicación es que ‘‘una madre sabe cuándo algo está mal’’. Escenas shock del gordito Cameron (Britton Sear) que hacen recordar al soldado raso Pyle en ‘‘Full Metal Jacket, 1987’’, tras la burla obvia de su peso por nadie más y nadie menos que Flea, en papel de un seudosargento militar, para después ser castigado en ritual de simulación funeraria, con golpes propiciados por su propia familia donde participa hasta su hermanita, y el forzado suicidio ya para el final y ya para exprimir las ultimas gotas de conmoción.

Relato superficial del amor arrebatado y alienado; del corazón confundido y consternado, sometido al adoctrinamiento de los sentimientos, y de paso a la manipulación emocional de una audiencia de vidas más complejas y menos truculentas.

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