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OPINIÓN

Demagogia corporal

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Opinión, por Javier X. Hurtado //

La presencia de nuestros actuales gobernantes ha tomado un significado erróneo. Creen que se trata de hacerlo en redes sociales; y no, en la “representación” formal y oficial del cargo que ostentan.

Esto viene a cuento porque a finales del mes pasado, el Presidente del Gobierno de España decretó el fin del uso de la corbata (se supone que sólo durante el verano) con la cuestionable justificación de contribuir al ahorro energético, reduciendo el uso del aire acondicionado. Quizá, la razón de fondo sea que “el de la coleta” de Pablo Iglesias le ganó la partida en imagen, y entonces decidió imitarlo. Si así fue, que lamentable, porque los políticos españoles, italianos e ingleses -tanto de derecha como de izquierda- siempre han sido los mejor vestidos del mundo. Aquí vemos cincuentones disfrazados de adolescentes.

Por lo que toca a la prestancia, es que mientras allá tuvieron que inventar esa insulsa argumentación para emprenderla contra el uso de la corbata, aquí en Jalisco simplemente y sencillamente el aspecto de distinción que debe de tener un representante popular, es de dar risa y pena ajena. En Jalisco, dejar de portarla, fue por quedar bien con el mal vestir de su líder. No es moda, es modo. Debe existir un respeto a la investidura y a los ciudadanos que les pagamos su sueldo para que se vistan bien y no con fachas.

La fragancia no trata de lociones, sino de la esencia que se aporta como político profesional cuando se llega y cuando se termina una reunión. No se trata de meterse en la vida privada de las personas que ejercen cargos públicos, sino de la apariencia personal que en actos oficiales deben tener quienes con los decorosos emolumentos que perciben de nuestra parte, puedan vestirse formalmente, con respeto y dignidad.

Si no saben cómo hacerlo, paguen entonces de nuestros impuestos un asesor de imagen REAL que les diga cómo deben vestirse en su horario de trabajo.

La inteligencia tiene que ver con los tres anteriores puntos. Andar de traje y sin corbata, es propio de alguien que después de la fiesta se fue al menudo en la mañana, y se la quitó en la parranda. Hasta 2018, si Jalisco por algo no era el Rancho Grande, era porque aquí –mientras en la CDMX hasta los barrenderos y teporochos andaban de traje y sin corbata- quienes ejercían funciones públicas vestían sin lujos, pero con elegancia y buen gusto (por razones de espacio señalo tan solo a Oscar de la Torre Padilla, Raúl Padilla, Raúl Juárez; y por supuesto, Aristóteles Sandoval).

Ahora, el desparpajo, la informalidad y ser mal vestido con disfraces que ofenden a la investidura, trata de convertirse en virtud; o símbolo de una mal entendida hegemonía cultural (Gramsci dixit) que sobre la población quieren ejercer. Pero, eso en realidad se llama demagogia corporal.

Por último, la humildad tiene que ver con la congruencia entre cómo te vistes, lo que dices y lo que haces sin interés alguno. Si lo que se quiere es transmitir un mensaje de ser contestatario, radical o “ciudadano”; para demostrarlo no se requiere llegar en fachas a actos públicos (Juárez era un indígena y nunca se quitó el frack, ya no digamos un traje. Cárdenas a los ejidos que iba siempre iba de traje), faltándole el respeto a la investidura y a todos los demás asistentes.

Si tan anti establishment son, preséntense en shorts, sandalias o pijama; o de plano participen desnudos en los eventos oficiales. Pero, por favor no sigan usando traje sin corbata; o lo que es peor, y la mayor ridiculez: traje y corbata con tenis.

Respeten y dignifiquen su encomienda; y, dejen de disfrazarse. Nosotros les pagamos y demandamos una figura digna. No sean ridículos.

 

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