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‘El valor de una confesión’

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Opinión, por Salvador Romero Espinosa //

Hace muchos años escuché un chiste, en el que básicamente dos policías «judiciales» o investigadores utilizaban agua mineral agitada y dirigida a las fosas nasales de un conejito (práctica también conocido como «tehuacanazo»), para obligarlo a confesar que había cometido un crimen, sin embargo, el chiste consistía en que como los testigos habían señalado que el delincuente era un elefante, también lo hacían confesar que era un elefante.

Desde hace muchos años en México y muchos países del mundo se ha analizado el peso de la figura de la «confesión» como elemento probatorio dentro de una investigación y un juicio legal, pues es evidente que darle valor probatorio pleno puede llegar a generar muchos abusos y llevar a la condena de gente inocente obligada a echarse la culpa de delitos que no cometieron.

Por ello, la Declaración Americana sobre Derechos Humanos establece en su artículo 8 que “La confesión del imputado solamente es válida si es hecha sin coacciones de ninguna naturaleza.”; y en el mismo sentido el artículo 14 inc. 3º, letra g, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos dispone que toda persona acusada de un delito tiene derecho a “no ser obligada a declarar contra sí misma ni confesarse culpable”.

Por eso llama mucho la atención la carta aclaratoria que publicó el pasado viernes 30 de diciembre en su cuenta de Twitter la ministra Yasmín Esquivel Mossa (@YasminEsquivel_) en la cual señala que el autor de la tesis presentada un año antes que la de ella, Edgar Ulises Baez Gutiérrez (no lo refiere por su nombre), confesó o manifestó a un notario público que de la tesis de la ahora ministra tomó varias referencias y texto, así como varias partes importantes de ese trabajo en el año de 1985 a 1986.

De entrada hay que aclarar que esa manifestación o confesión que realiza el supuesto «plagiador» ante un notario público carece de cualquier tipo de valor probatorio en algún juicio.

Pero incluso si esa misma confesión fuera realizada ante una autoridad judicial, probablemente sería violatoria del marco convencional y constitucional que rige en nuestro país, pues conlleva una violación a los derechos humanos del autor de la primera tesis (autoincriminarse), por lo que debería de ser desestimada.

También hay que señalar que una confesión debe de cumplir con otra serie de requisitos lógico-formales tales como ser libre y voluntaria, ser expresa, ser verosímil y concordante con los hechos, ser persistente y uniforme y, en última instancia, ser creíble. 

Si una persona confesara, por ejemplo, ser la autora de un crimen cometido en París el mismo día y hora en que estaba en Nueva York, esa confesión carecerá de cualquier tipo de valor probatorio, pues no cumplirá con los elementos básicos de factibilidad, de la misma forma que cuando una persona confiesa que tuvo acceso a una tesis no concluida ni presentada previamente, es decir a una tesis inexistente, para elaborar la suya, pues es imposible que se pueda tomar en serio una confesión así. 

Lo más probable de este asunto es que la asesora de tesis les haya «vendido» la tesis (directa o indirectamente) a ambos alumnos, pensando que jamás la iban a descubrir por tratarse de campus universitarios diferentes. 

Hay que recordar que eran mediados de los ochentas, no existían el Internet, ni las computadoras, ni los escaners, ni los teléfonos móviles, ni cámaras digitales, ni siquiera las máquinas de fax, por lo que literalmente en ese momento era imposible detectar dos tesis similares en diversos centros universitarios. 

La práctica de ventas de tesis (disfrazada del eufemismo «asesoría integral») es una práctica recurrente en México (antes había hasta anuncios en los periódicos y hoy los anuncios aparecen en Internet),  por lo que es probable que ambos aspirantes, Edgar Ulises en 1986 y Yasmín en 1987, hayan confiado ciegamente en que su asesora les estaba vendiendo una tesis genuina, única e irrepetible, y hace apenas un par de semanas descubrieron que no fue así, cuando se denunció el supuesto plagio en medios de comunicación.

Al parecer fue tal su sorpresa que, en lugar de aclarar las cosas como fueron y, en todo caso, reconocer que no se trató de un plagio sino de un auto-plagio de la asesora que les vendió la tesis a ambos, le han apostado a todo tipo de aclaraciones carentes de lógica y sentido común, incluso orillando (¿cómo?) a Edgar Ulises a confesar que es un elefante, no un conejo.

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