OPINIÓN
En la educación básica: El debate de la inteligencia artificial
																								
												
												
											Educación, por Isabel Venegas //
Si el avance tecnológico nos sorprende todos los días, la inteligencia artificial nos rebasa por muchísimas razones; hay quienes piensan, con justa razón, que no estamos preparados para controlar a los robots, y que son ellos –más bien- los que tomarán el mundo entre sus manos.
En principio debemos considerar que, cualquiera de nuestros miedos funciona como el mecanismo que activa todos los sistemas de alerta ante algo que nos puede provocar un daño severo, en ese sentido, además de dibujar en nuestra mente las escenas catastróficas de las películas de ciencia ficción, todo lo que está en juego acerca de los nuevos estilos de trabajo, o la red de sistemas complejos (la salud pública, la política, la economía, etc.), también debe servir para evaluar el impacto positivo, por ende, la conveniencia o no de implementar estos instrumentos.
Ahora bien, la mejor forma que tenemos para enfrentar y atender nuestros miedos, es con el conocimiento; entender de qué se trata y cuáles son las implicaciones reales de su aplicación en la vida cotidiana, es decir, debemos saber cuáles son las diferencias básicas entre el tipo de tecnología programada que hemos estado manejando, y la nueva era que se basa en la comunicación abierta; por ejemplo, un programador en el sentido tradicional, primero que nada debe analizar cuál es el objetivo final, a partir de eso, hará una serie de comandos para que vaya tomando las bifurcaciones de cada condicionante en las acciones que intervienen dentro del proceso, para el caso de la IA, el sistema se nutre a sí mismo, aprende de lo que escucha, y procura ser lo más atento con los detalles narrativos, para asimilar pronto y de forma “naturalista”.
El problema de esto es que si la IA estructura su idioma a partir de las voces que escucha, entonces rápidamente identifica los contenidos más profundos en cada expresión, y se ha visto que es capaz de construir su personalidad con bases de racismo, homofobia, clasismo, etc., y todo esto –tarde o temprano- termina estallando en diálogos de alto contenido violento.
En el año 2020, por ejemplo, se tuvo que apagar el lanzamiento de IA, puesto que había creado su propio idioma, uno más ‘eficiente’ y ‘lógico’ que el inglés con el que había sido entrenada. Según el «Digital Journal», la tecnología desarrolló un patrón de respuestas que, rápidamente dejó de escucharse y traducirse como el inglés; este sería un buen momento para hacer énfasis en que, una computadora no piensa, no tienen maldad, ni bondad y aunque yo suelo hablarle con cariño a mi barredora automática, no con ello significa que se vaya a comportar como la dulce “Robotina” en las caricaturas de los Supersónicos.
Cinco años atrás, también se tuvo que cancelar el desarrollo de la IA, tras un día de haberse echado a andar, en cuanto empezaron a ver las expresiones agresivas con las que estaba desarrollando sus diálogos y “pensamientos”, es decir, la Inteligencia es artificial en el sentido de que no es propia de un ente, de un “ser”, pero es el más puro reflejo de cómo nos desarrollamos los seres humanos, en general, nos deja ver lo que conocemos como “doble moral”. La falsa tolerancia, el respeto estético, o la conmiseración que no se correlaciona con acciones reales, es algo que la tecnología nos está permitiendo observar, razón por la cual seguimos siendo más inteligentes: punto para el ser humano sobre los robots, por la capacidad de observación; será quizá, como cuando una persona de la antigua Mesopotamia tuvo por primera vez un espejo entre sus manos… ¡Qué experiencia tan impactante debió haber sido esa!
Hablar de los comportamientos que esta tecnología ha ido tomando, no es amén de la potente riqueza que esto implica. Una IA puede encontrar caminos de solución ante situaciones complejas, identificar patrones, y acelerar procesos de análisis cuando lo que más se nos escurre entre las manos es ese recurso no renovable: el tiempo.
Ahora bien, ¿como es que estamos planteando este debate, cuando hay quienes todavía siguen prohibiendo el uso de las calculadoras en la escuela? En una escala muy reservada, esa herramienta se puede equiparar a la IA, porque permite que los niños resuelvan operaciones más rápidamente, ayuda a que su razonamiento no se quede en el nivel operativo, y que ellos exploren diferentes metodologías en los planteamientos de resolución. Eso no significa que los pequeños estudiantes no observen lo que sucede con las tablas de multiplicar, o cuál es el algoritmo de dividir con dos o tres cifras; pero una vez analizado el procedimiento, no deberían implicarse años de su aprendizaje en la repetición del mismo.
Es decir, muchas veces hemos permitido que las niñas, niños y adolescentes utilicen fichas impresas con las tablas de multiplicar, por no utilizar la calculadora, o que en el bachillerato porten las tablas con las funciones trigonométricas para que “les cueste” trabajo descubrir cuánto es el seno o el coseno de un ángulo, porque seguimos creyendo que, lo que no nos cuesta no tiene valor.
Hoy tenemos ante nosotros un nuevo paradigma, que en realidad no es tan nuevo, pero que hasta la fecha no hemos querido analizar (principalmente en la escuela pública): Debemos materializar el derecho que tiene toda la población de acceder a estas herramientas, que no solo son para facilitarnos la vida, sino para potenciar nuestras acciones del día a día, sin dejar de pensar que el mimetismo con el que se funden a cada uno de nosotros, nos pone una calificación: en realidad no somos tan “evolucionados” como creemos, y al parecer la brecha entre clases sociales, también implica una gran distancia entre lo que decimos y lo que somos.
La calculadora, los lentes, los libros, los cuadernos, etc., son extensiones de nuestro cuerpo, herramientas a las que ya nos acostumbramos y a las que hemos perdido el miedo, tanto como al celular, dispositivo del cual casi, ya no nos podemos desprender. Pensar que podemos introducir una IA a las aulas para que acompañen a los maestros en el diseño de las adecuaciones curriculares, o a los niños en la observación de sus patrones de conducta, no deben ser tema que dejemos para mañana, porque “esa realidad”, ya nos alcanzó.
E-mail: isa venegas@hotmail.com
