OPINIÓN
Nadie trasciende en lo efímero: El valor de la verdad y la vida
Campos de Poder, por Benjamín Mora Gómez //
“La vida de uno tiene valor siempre que uno atribuya valor a la vida de los demás”. Simone de Beauvoir.
Mi madre fue una mujer en quien podías confiar siempre pues amaba la verdad y la vida. Ella, sin haber estudiado teología o filosofía, sabía que solo se accede a la verdad a través del amor, como dijera San Agustín. En su tiempo, mi madre parecía caminar a contracorriente sin ser jamás rebelde. Así la recuerdo.
Un día, de niño, sentados en la playa de Las Tinajas más allá de Miramar, en Guaymas, Sonora, mi madre me dijo, palabras más, palabras menos, que a la distancia quizá complejice: ¡Entiéndelo bien! Tu libertad es para buscar la verdad, pronunciarla, cuidarla, defenderla y vivir en ella y para ella; jamás para que hagas lo que te venga en gana. Ese día yo había sido especialmente travieso. Yo tendría unos 7 años de edad. Sin conocerle, mi madre coincidía con Montesquieu cuando nos dijo: Libertad es poder hacer lo que debemos.
La libertad que no encuentra límites es fraude puro, insana y mortal. Somos libres para tomar consciencia de nuestra razón de ser y cumplirla. La eternidad existe, no tengo duda pues si todo terminara con la muerte ¡Vaya pérdida de tiempo y vida! Nacemos no solo para ser y trascender a nuestro tiempo y circunstancias sino para llegar a ser en el amor del Eterno.
Años después, mientras en las clases de catecismo se nos hablaba del temor de Dios; en casa, mi madre me cambiaba la historia y me decía: “A Dios no se le teme; a Él y solo a Él se le confía nuestra vida sin regatearle un instante de ella. Dios no se enoja; eso es cosa nuestra; Él ama y perdona, incluso antes de que se lo pidas ¡Hazme caso y verás que bien te va! Otro día me dijo “Ten presente que la libertad de nada sirve si no eres responsable de lo que haces”. Hoy, por esa renuncia a la responsabilidad, la libertad es solo libertinaje.
Fue así, en ese ambiente, que me maravillé ante el primer gran misterio que escuché un domingo en misa en la parroquia de San Fernando, en Guaymas: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”. Con estas palabras me quedé meditando por muchas semanas; quería comprenderlas a mis escasos 8 años de edad. Una noche, en sueños, creí oír que se me decía que no necesitaba comprenderlas sino tan solo aceptar que nada es eterno, excepto Dios y la vida que Él nos ofrece; y que todos somos creaturas suyas, a quienes ama. Así, por Él, tenemos un principio y un destino.
Años más tarde, cuando el hombre -como palabra inclusiva de la mujer- comprendió que, si insistía en destruir su entorno de vida, acabaría con su propia vida, aprendí a mirar más allá de eso que ya nos era evidente. Comprendí que en todo lo contenido en ese Universo está Dios, que en Él está la vida y todo lo que hace posible que esa vida se logre.
Por todo ello la defiendo y no cedo ante lo efímero del aborto como “solución” de un momento de liberalidad carnal, placer y pérdida del sentido de responsabilidad sobre nuestro presente y futuro compartidos, y menos sobre el derecho a ser de esa otra persona humana que se forma en el seno de su madre, por muy descuidada que sea en su sentido del deber ser y del deber trascender.
La verdad existe y punto; la verdad es desde siempre y estamos llamados a buscarla; solo la mentira se inventa. La mentira, por su parte, no existe desde siempre y, al culminar los tiempos, dejará de existir. Un ser humano en gestación es y será un ser humano desde el primer instante de su concepción, y, si lo dejamos nacer y le ayudamos, podría convertirse en una mujer u hombre maravilloso. Es un ser humano que vive desde el vientre de su madre.
Cuando se le aborta, simplemente se le asesina. Esto no es cuestión de semanas de gestación ni de explicaciones pretendidamente científicas. Recomiendo leer a Mario Bunge en su Filosofía de la Ciencia.
Hemos llegado al absurdo de defender a quien se cree extraterrestre y, supuestamente, nos habla en su idioma, o quien se transforma en “gato” con cirugías porque se cree gato, pero no el que un ser que se gesta en el vientre de su madre sea un ser humano desde su primer instante de vida. Estamos ante un derecho que hoy se niega por años de deformación feminista y de quienes intervienen en el asesinato. Javier Sábada, filósofo español, nos dice: “La verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso.”
Nadie trasciende en lo efímero. Existimos por una razón que debemos descubrir, comprender y vivir con plenitud. Fuimos creado para crear, y renunciar a ello es el primero y mayor pecado. Nadie es -vive- para negarse a ser y menos para negar a otros el derecho a ser, a vivir, a crear, a amar, a formar parte de nuestra historia en comunidad.
Antonio Machado nos pidió guardar “nuestra verdad”, y buscar juntos la verdad cierta, universal y eterna. A la verdad hay que aprender a decirla y escucharla, pero, ante todo, a respetarla. El problema de las pocas semanas de vida del hijo o hija en gestación para abortarlo es que tuvo que inventarse que el ser en gestación no era aun un ser humano y, por tanto, sin derecho a la vida. Se tuvo que inventar una razón seudo médica para justificar un asesinato avalado por el Derecho, a todas luces carente de verdad e inmoral.
La verdad solo se oculta a los ojos de los necios.
