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NACIONALES

Así votamos en México: Pulsiones

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Para cuando estas líneas aparezcan, en Coahuila y el Estado de México habrán concluido las jornadas de votación y habrá pronunciamientos de triunfo pendientes de oficializar. Una vez más, la democracia dará salida a las pulsiones de la población y se volverá a recorrer el camino de la esperanza.

Deliberadamente he escogido la palabra pulsión pues define lo que ha sido el comportamiento del votante desde que en México se ha resuelto la política por los votos y no por las armas o la violencia.

En psicología, pulsión es “la energía psíquica profunda que dirige la acción hacia un fin, descargándose al conseguirlo.” Según Lacan, toda pulsión es originada a partir de la falta de algo y el deseo por obtenerlo se traduce en pulsiones que se dirigen a metas momentáneas, se intenta alcanzar el objeto pero se obtienen solo satisfacción temporal y se vuelve a iniciar el proceso.

Así votamos en México, guiados por una pulsión fugaz que se tranquiliza después de la votación y seguimos adelante pensando que las cosas no pueden ir peor y sin embargo sucede.

Hoy se vive un momento único en la historia contemporánea por la división y la polarización de la vida política nacional. El régimen se ha empeñado en diferenciarse, son ellos y los otros y en virtud de ello y sus ansias de continuidad, el fantasma de una elección de estado ronda en las urnas y la expresión ciudadana se somete al clientelismo de los programas sociales.

La retórica presidencial ha convertido las elecciones en un refrendo de sus acciones, de la popularidad del líder, y las pulsiones latentes en el votante son ahora material de trabajo para estrategas en la búsqueda del poder.

No obstante, en la ciudadanía persiste la ilusión de un cambio, precisamente porque a pesar del tiempo y la supuesta madurez de la democracia y con ella de los partidos políticos, el cambio no se ha dado, la pulsión persiste.

Para los mexicanos el cambio se ha convertido en algo somático y como tal, busca satisfacerlo y sin duda lo logra por un cierto tiempo, hasta que la pulsión exige una nueva satisfacción.

Es muy posible que en esta permanente aspiración haya una culpa originaria en el PRI y sus vaivenes sexenales en los cuales la esperanza del cambio siempre radicó en la personalidad que presidiera el poder ejecutivo, sin embargo, era de esperarse que tras la alternancia y los indicios de madurez del sistema democrático, lo abstracto del término llegara a materializarse pero esto no ha sido posible.

 

Para los políticos ha sido más fácil y productivo, seguir manteniendo al frente el espejismo del cambio que darle contenido.

Cada proceso electoral, cada campaña, los afeites de la retórica disfrazan al candidato, abrillantan la superficialidad de la propuesta y desdeñan la profundidad en el planteamiento. Partidos y candidatos ocupados en manipular las emociones para que el votante decida, olvidan la propuesta constructiva y la sustituyen por la dadiva oportuna.

Incluso, el planteamiento del actual sexenio, auto proclamado como la cuarta transformación, sin contenido en la propuesta, más allá de la distribución de dinero en efectivo para apuntalar una percepción de bienestar por mejoría en el ingreso, no ha podido, o no ha querido, ya sea por incapacidad o cálculo político, ofrecer un rumbo sin incertidumbre para un país que lo necesita y merece.

No lo hará en el corto plazo que le queda y es posible que tampoco lo logre quien lo suceda. La oferta política seguirá siendo la misma, demagógica y superficial, porque ha demostrado su rentabilidad y es necesario mantener el círculo de las pulsiones democráticas.

Proclamar el cambio cuando nada ha cambiado para bien, ayuda a controlar las pulsiones sociales pero no resuelve el futuro del país.

Es paradójico que la pulsión ciudadana por el cambio nos haya llevado al pasado que querían cambiar, pero esto no es culpa de la ciudadanía sino de la transmutación de los fines de la política por los fines de los políticos.

Creímos que México entraba a la madurez democrática cuando la alternancia se hizo posible y se fueron fortaleciendo instituciones y leyes para controlar el poder, establecer equilibrios, dar independencia a los jueces y fiscales para que la justicia no dependiera del humor del gobernante y hoy vemos como toda la estructura se sacude y sucumbe ante una retórica beligerante y un poder ejecutivo que, con las fuerzas armadas dominadas por la ambición, sin límites en su actuación, y cámaras legislativas repletas de genuflexos serviles, arremete contra el último reducto de la ley y la democracia, el poder judicial.

Dudo mucho que las pulsiones ciudadanas expresadas en 2018 hayan deseado un régimen autárquico en plena era de globalización económica, o que la voluntad de un hombre avasalle leyes e instituciones, como también dudo que construir mayorías de marginados del crecimiento y de la igualdad de oportunidades, sea la llave para reducir la pobreza y aumentar los niveles de bienestar.

De lo que sí estoy cierto es de que la oferta del cambio, así sea abstracta y vacía sigue siendo efectiva para fines electorales, pues responde a lo que el mexicano guarda como energía psíquica que descarga en cada votación, esperando que ahora sí los políticos lo tomen en serio. Ante la demagogia y vacuidad de la oferta política de Morena, la oposición debiera darse cuenta de la falta que hacen la seriedad y el compromiso, la verdad y la justicia.

 

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