MUNDO
El futuro de la Unión Europea: Desafíos frente al populismo, nacionalismo y europescepticismo

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
Europa se encuentra en un momento crucial de su historia, enfrentando desafíos internos y externos que ponen a prueba la unidad y fortaleza de la Unión Europea, escenario que se desarrolla en un contexto donde el populismo, el nacionalismo y el euroscepticismo han ganado terreno en varios países miembros; pero aunque el futuro de la UE se ve amenazado, éste también presenta oportunidades para fortalecer su cohesión y valores fundamentales.
El auge del populismo y el nacionalismo en algunos países miembros de la UE ha generado tensiones en la solidaridad y la cooperación. Los partidos populistas, que buscan ganar apoyo al apelar a las emociones y preocupaciones de la población, han cuestionado las políticas de la UE y promovido agendas nacionalistas, esto de tal forma que la retórica antiinmigración y el escepticismo hacia las instituciones europeas se han convertido en características distintivas de estas fuerzas políticas.
Polonia y Hungría, dos países que han experimentado una creciente influencia de partidos populistas, han sido focos de atención debido a sus políticas controvertidas y su confrontación con las normas y valores fundamentales de la UE.
En el caso de Hungría, el gobierno liderado por Viktor Orbán ha sido objeto de críticas por erosionar el estado de derecho y restringir la libertad de prensa y la independencia judicial. Por otro lado, en Polonia, las reformas judiciales y las políticas restrictivas en materia de derechos reproductivos han generado preocupaciones sobre la democracia y los valores europeos.
Estos desafíos internos plantean importantes interrogantes sobre el futuro de la integración europea. Sin embargo, también existen oportunidades para abordar estos problemas y fortalecer la cohesión de la UE:
1.- Defensa de los valores fundamentales: La UE debe defender con firmeza sus valores fundamentales, incluyendo el respeto al estado de derecho, los derechos humanos y la democracia. Es esencial que las instituciones europeas monitoreen de cerca el cumplimiento de estos principios por parte de los países miembros y adopten medidas efectivas en caso de violaciones.
2. Diálogo y compromiso: Es crucial promover el diálogo y el compromiso con los países miembros que enfrentan problemas en términos de estado de derecho y democracia. En lugar de aislar a estas naciones, la UE debe involucrarse en un diálogo constructivo para abordar las preocupaciones y encontrar soluciones que respeten los valores europeos.
3. Reforzar la cohesión económica y social: La desigualdad económica y social dentro de la UE puede alimentar el sentimiento de marginación y descontento que algunos movimientos populistas utilizan para ganar apoyo. Fortalecer la cohesión económica y social es esencial para reducir estas disparidades y fortalecer el sentido de pertenencia a la comunidad europea.
4. Fomentar la participación ciudadana: Promover una mayor participación ciudadana en el proceso de toma de decisiones de la UE puede ayudar a contrarrestar el escepticismo y la desconfianza hacia las instituciones europeas. La transparencia y la rendición de cuentas son fundamentales para ganar la confianza de los ciudadanos en el proyecto europeo.
5. Comunicación efectiva: La UE debe esforzarse por comunicar de manera más efectiva sus logros y beneficios a los ciudadanos. Muchas veces, las políticas y acciones positivas de la UE no llegan a ser suficientemente visibles para la población, lo que puede contribuir al euroescepticismo.
En el caso específico de Polonia y Hungría, la UE debe adoptar un enfoque equilibrado, reconociendo los desafíos y preocupaciones legítimas de estos países, pero también defendiendo con firmeza los principios y valores que están en el núcleo de la unión. La aplicación de mecanismos que vinculen la distribución de fondos de la UE al cumplimiento del estado de derecho es un paso en la dirección correcta para garantizar la responsabilidad y la coherencia con los valores europeos.
En última instancia, el futuro de la UE dependerá de la voluntad de sus miembros para abordar los desafíos internos y externos de manera cooperativa y unida. La solidaridad y el compromiso con los valores compartidos son esenciales para enfrentar los retos del populismo, el nacionalismo y el euroscepticismo. La historia de la UE ha demostrado su capacidad de superar obstáculos y avanzar hacia una mayor integración y prosperidad. La actual coyuntura es una oportunidad para reafirmar el compromiso con la unión y construir un futuro más fuerte y unido para Europa.
En conclusión, el futuro de la Unión Europea se encuentra en una encrucijada crucial, donde los desafíos planteados por el populismo, el nacionalismo y el euroscepticismo demandan una reflexión profunda y acciones decididas. Los casos de Polonia y Hungría ejemplifican los dilemas que la UE debe afrontar para preservar sus principios y valores fundamentales, mientras busca soluciones que fomenten la cohesión y el bienestar de sus ciudadanos.
La Unión Europea, en sus más de seis décadas de existencia, ha superado adversidades y ha demostrado una extraordinaria capacidad de adaptación y resiliencia. Sin embargo, los desafíos actuales ponen a prueba su unidad y propósito, y es en este contexto donde debe emerger una reflexión profunda y una voluntad colectiva de avanzar hacia el futuro con determinación.
Para preservar la esencia de la unión, la defensa de los valores fundamentales debe ser una prioridad incuestionable. La democracia, el estado de derecho, los derechos humanos y la libertad de prensa son pilares sobre los cuales la UE debe sostenerse, sin compromisos. Enfrentar con determinación las amenazas que pongan en peligro estos principios es esencial para mantener la legitimidad de la unión y su proyección global.
La consolidación de la cohesión económica y social también se presenta como un imperativo en el horizonte europeo. Reducir las desigualdades entre los países miembros, garantizar un desarrollo equitativo y promover una prosperidad compartida son factores clave para fortalecer el sentido de pertenencia y confianza en el proyecto europeo. Asimismo, una mayor participación ciudadana en la toma de decisiones y una comunicación efectiva sobre los beneficios tangibles de la integración europea pueden contribuir a cerrar la brecha entre los ciudadanos y las instituciones de la UE.
Enfrentar los desafíos planteados por el populismo, el nacionalismo y el euroscepticismo no debe significar el aislamiento de los países que los representan, sino, por el contrario, el fomento de un diálogo constructivo y un compromiso firme con los valores compartidos. La diversidad de perspectivas y experiencias en la UE puede ser una fuente de enriquecimiento, pero también exige la búsqueda de puntos de encuentro y soluciones consensuadas.
La Unión Europea ha enfrentado momentos de crisis en el pasado y ha salido fortalecida de ellos. No obstante, la naturaleza de los desafíos actuales requiere una respuesta contundente y sostenida en el tiempo. Las soluciones no serán sencillas ni automáticas, pero la UE ha demostrado su capacidad para evolucionar y adaptarse a las circunstancias cambiantes.
CARTÓN POLÍTICO
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MUNDO
Los retos del Siglo XXI: El estado de bienestar en la era de la globalización

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
Imagina un mundo donde nadie tema quedarse sin un hogar, sin atención médica o sin la oportunidad de educarse. Un mundo donde el progreso económico sea un puente hacia la equidad, no un abismo que separe a unos de otros. Ese es el ideal que dio vida al estado de bienestar, un contrato social nacido en el siglo XX para sanar las heridas de guerras, crisis económicas y desigualdades profundas.
Hoy, en un contexto de globalización acelerada, hiperconexión digital y avances tecnológicos que transforman la vida a un ritmo vertiginoso, este modelo enfrenta preguntas urgentes, principalmente ¿qué significa el estado de bienestar en un mundo donde la inteligencia artificial redefine el trabajo, las plataformas digitales reconfiguran las relaciones sociales y las economías están más interconectadas que nunca?
En su esencia, el estado de bienestar es un compromiso colectivo para proteger a los más vulnerables y fomentar la cohesión social. Surgió en un momento histórico de reconstrucción, cuando países como los nórdicos, Reino Unido o México, con sus sistemas de salud y educación pública, apostaron por garantizar derechos básicos y redistribuir la riqueza.
No se trataba solo de aliviar la pobreza, sino de construir sociedades donde el progreso beneficiara a todos. Pero el mundo ha cambiado. La globalización ha tejido una red de interdependencia económica, pero también ha profundizado desigualdades dentro de los países.
Las nuevas tecnologías, como la automatización y la inteligencia artificial, están remodelando el mercado laboral, mientras que la hiperconexión digital crea nuevas formas de inclusión, pero también de exclusión. En este escenario, el estado de bienestar debe evolucionar para seguir siendo relevante, no solo como proveedor de servicios, sino como un mediador de oportunidades en un entorno donde las reglas cambian constantemente.
El impacto de la tecnología en el empleo es uno de los mayores desafíos. La automatización amenaza con reemplazar una parte significativa de los trabajos actuales en la próxima década, según estimaciones internacionales.
Esto reduce los ingresos fiscales que sostienen los sistemas de bienestar y, al mismo tiempo, aumenta la demanda de apoyo social, como subsidios por desempleo o programas de capacitación, lo que nos obliga a preguntarnos ¿cómo financiar un estado de bienestar cuando el mercado laboral se encoge?
Algunas propuestas, como la renta básica universal, sugieren garantizar un ingreso mínimo para todos, independientemente de su situación laboral. Países como Finlandia han experimentado con esta idea, pero su implementación requiere decisiones audaces, como gravar a las grandes tecnológicas, principales beneficiarias de la automatización. Este debate pone en evidencia la necesidad de un estado de bienestar que no solo redistribuya recursos, sino que también regule el impacto de las innovaciones tecnológicas para que sirvan al bien común.
La globalización, con su promesa de interconexión, también plantea retos. Las economías están más entrelazadas que nunca, pero esta interdependencia ha generado tensiones. Las cadenas de suministro globales, por ejemplo, pueden colapsar ante crisis como pandemias o conflictos geopolíticos, afectando la capacidad de los estados para proveer servicios esenciales.
Además, la competencia económica global presiona a los gobiernos a reducir impuestos corporativos, lo que limita los recursos disponibles para financiar el bienestar. La solución no está en cerrar fronteras económicas, sino en diseñar políticas que equilibren la apertura al comercio global con la protección de los derechos sociales. Esto implica fortalecer sistemas fiscales que prioricen la redistribución y la inversión en sectores clave como la salud y la educación, asegurando que los beneficios de la globalización lleguen a todos.
La digitalización, otro pilar de la modernidad, transforma la forma en que trabajamos, nos comunicamos y accedemos a servicios. Sin embargo, también ha creado nuevas brechas. En un mundo donde el acceso a internet es casi tan esencial como el acceso al agua, millones de personas, especialmente en regiones como África Subsahariana o América Latina, siguen desconectadas o sin las habilidades necesarias para navegar el entorno digital.
Esta brecha tecnológica es una nueva forma de desigualdad que el estado de bienestar debe abordar. No basta con proveer infraestructura; es crucial invertir en educación digital y regular a las grandes plataformas para evitar que concentren poder económico y social. Un estado de bienestar moderno debe garantizar que la tecnología sea un vehículo de inclusión, no un obstáculo que margine aún más a los vulnerables.
¿Por qué sigue siendo crucial el estado de bienestar en este contexto? Porque actúa como un amortiguador frente a las crisis. La pandemia de COVID-19 mostró que los países con sistemas de bienestar sólidos pudieron responder mejor, ofreciendo apoyo económico, atención médica y protección a los más afectados. También porque fomenta la cohesión social en un mundo cada vez más polarizado.
Cuando las personas sienten que el sistema las respalda, es menos probable que caigan en narrativas divisivas. Además, el estado de bienestar es clave para aprovechar las oportunidades de la globalización y la tecnología.
Países como Dinamarca han demostrado que un sistema flexible, combinado con educación continua y apoyo a la innovación, puede generar economías competitivas y sociedades equitativas. En un mundo donde el cambio es constante, el estado de bienestar debe ser un motor de adaptación, no solo un proveedor de seguridad.
Reimaginar el estado de bienestar en el siglo XXI exige audacia. Los gobiernos deben explorar nuevos modelos de financiación, como impuestos a la riqueza digital o a las emisiones de carbono, para sostener sistemas que respondan a las realidades actuales. También deben priorizar la educación y la capacitación continua, preparando a las personas para un mercado laboral en transformación. Y, sobre todo, deben fomentar un diálogo global sobre el bienestar, reconociendo que los desafíos de la globalización no respetan fronteras.
El estado de bienestar no es solo un conjunto de políticas; es un reflejo de nuestros valores colectivos. En un mundo hiperconectado, donde la tecnología y la globalización pueden tanto unir como dividir, debe ser un faro de equidad, un recordatorio de que el progreso verdadero solo es posible cuando nadie queda atrás. Reimaginarlo no es solo una necesidad práctica, sino un imperativo moral para construir un futuro más humano.
MUNDO
El arte en la economía global, desafíos y oportunidades

– Actualidad, por Alberto Gómez R.
El arte y la economía global han entablado una relación simbiótica compleja, donde la creatividad y el capital se entrelazan de manera inseparable. Con un mercado valuado en más de 57,000 millones de dólares en 2024, el arte trasciende su papel tradicional como expresión cultural para convertirse en un activo económico significativo, un motor de desarrollo y un termómetro de las dinámicas geopolíticas. Esta intersección modela no solo las industrias creativas, sino también las economías nacionales y las estrategias de inversión en un mundo incierto.
ENTRE LA INCERTIDUMBRE Y LA RESILIENCIA
El mercado artístico global enfrenta en 2025 un panorama de contrastes. Por un lado, la euforia inicial tras eventos como las elecciones estadounidenses generó expectativas de mayor liquidez. Por otro, factores como las políticas arancelarias de la administración Trump —con tarifas del 25% sobre importaciones desde China y México— han introducido volatilidad, especialmente en obras vinculadas a industrias pesadas como la escultura en acero. Esta incertidumbre afecta particularmente al segmento de obras «trofeo» (piezas de alto valor), cuya demanda se ha enfriado, mientras que las transacciones de obras asequibles (por debajo de los 50,000 dólares) mantienen un crecimiento estable.
La resiliencia del mercado se evidencia en su capacidad de adaptación. Ferias como Art Basel —con sedes en Basilea, Miami, Hong Kong y próximamente en Doha— actúan como barómetros de estas dinámicas. En 2023, la edición de Hong Kong atrajo a 86,000 visitantes, y aunque las grandes galerías reportan ventas previas a la inauguración, las más pequeñas enfrentan desafíos para cerrar transacciones. Este fenómeno refleja una brecha creciente entre élites económicas y actores emergentes, pero también subraya el papel de las ferias como plataformas de visibilidad y networking más que como espacios puramente comerciales.
ARTE COMO INVERSIÓN
Invertir en arte ha demostrado ser una estrategia rentable y estabilizadora en tiempos de incertidumbre. Entre 1995 y 2022, el arte contemporáneo superó en un 3.6% el rendimiento anual del índice S&P 500, duplicando las apreciaciones del oro y los bienes raíces. Según Artprice, 100 euros invertidos en arte en el año 2000 equivaldrían a 709 euros en 2023, frente a los 260 euros del S&P 500.
Sin embargo, la inversión requiere discernimiento. Obras de artistas consagrados como Picasso, Basquiat o Miró mantienen una demanda sólida —en 2023, Basquiat generó 240 millones de dólares en ventas—, mientras que el segmento «ultracontemporáneo» (artistas nacidos después de 1975) experimentó una corrección de precios del 30-70% tras la burbuja especulativa de 2020-2022 (es.artealdia.com). Expertos como Elisa Hernando, CEO de Arte Global, enfatizan la necesidad de evaluar trayectorias artísticas, representación en instituciones y estrategias de promoción para minimizar riesgos.
Además de su rentabilidad, el arte funciona como valor refugio. Su tangibilidad y opacidad lo convierten en un activo estratégico en contextos de inestabilidad política o crisis migratorias, donde obras de pequeño formato pueden transportarse como capital concentrado. Para coleccionistas, también representa una herramienta de expresión personal y legado cultural, conectándolos con narrativas históricas e identitarias.
IMPACTO ECONÓMICO Y SOCIAL
La contribución del arte a la economía global trasciende las transacciones comerciales. En España, por ejemplo, un estudio de la fundación Cotec reveló que, por cada euro invertido en cultura, se generan 1.75 euros en retorno económico. Los sectores culturales crecen un 40% más que la media nacional, superando a industrias como la textil o farmacéutica, y fomentan un turismo sostenible y de alto gasto —uno de cada cuatro visitantes internacionales elige destinos por su oferta cultural—.
A nivel regional, iniciativas como la feria ESTE ARTE en Uruguay ilustran cómo el arte puede transformar economías locales. En su undécima edición (2025), la feria ha creado un mercado inexistente previamente, profesionalizando artistas, introduciendo términos como «curador» o «coleccionista» en el lenguaje cotidiano, y atrayendo inversiones a Punta del Este. Su enfoque en la calidad —el 100% de las galerías participantes vende obras— demuestra que modelos curatoriales rigurosos pueden generar ecosistemas viables.
La innovación tecnológica también abre nuevas fronteras. El Premio Theodora en ESTE ARTE 2025, por ejemplo, incentiva el uso de inteligencia artificial en procesos creativos, reflejando una tendencia global hacia la digitalización. Según el informe de Art Basel y UBS, el comercio electrónico representó el 18% de las ventas totales en 2024 (más de 10,000 millones de dólares), con un crecimiento del 3% en el número de transacciones. (bbva.ch)
DESAFÍOS ESTRUCTURALES
A pesar de su potencial, la economía del arte enfrenta contradicciones profundas. La precariedad laboral es endémica: en España, el 34% de los trabajadores culturales son autónomos —el doble que en otros sectores—, con salarios irregulares y alta exposición al desempleo (elpais.com). Aunque los ingresos medios de los artistas suelen equipararse a los de otras profesiones (con una brecha de solo el 3% en ingresos vitalicios), la disparidad entre artistas consagrados y emergentes es abismal (revistadelibros.com).
Epistemológicamente, la economía del arte ha priorizado visiones reduccionistas. Durante décadas, equiparar el valor artístico al precio de mercado ignoró dimensiones simbólicas, sociales y críticas.
Como señala Andrea Giunta, el mercado del arte «compromete espacios y actores que intervienen en la construcción de legitimidades», pero su lógica financiera con frecuencia subordina expresiones del sur global a parámetros estéticos dictados desde centros hegemónicos.
La globalización financiera ha exacerbado estas asimetrías. Mientras obras de 400 años de antigüedad provenientes de China están sujetas a aranceles por su origen geográfico, ferias como Art Basel expanden su influencia a regiones como Qatar para impulsar mercados regionales. Esto refleja una tensión entre la homogenización comercial y la diversidad cultural, donde artistas latinoamericanos, africanos o asiáticos luchan por visibilidad en un sistema dominado por circuitos occidentales.
HACIA UNA ECONOMÍA CULTURAL PLURAL
El futuro de la economía del arte dependerá de su capacidad para integrar visiones más inclusivas. Estudios como The Creative Wealth of Nations de Patrick Kabanda argumentan que el desarrollo debe medirse no solo por indicadores económicos, sino por la experiencia cultural personal. Iniciativas como el Plan Estratégico de Acción Cultural Exterior en España buscan corregir desequilibrios, impulsando la internacionalización de artistas locales.
La sustentabilidad también emerge como prioridad. Ferias como TEFAF Maastricht reportan un creciente interés por obras antiguas y clásicas, sugiriendo un giro hacia la atemporalidad frente a modas efímeras. Simultáneamente, la digitalización —desde blockchain hasta IA— ofrece herramientas para democratizar el acceso, garantizar procedencia y reducir intermediarios.
En el corazón de esta transformación yace una reconceptualización del valor artístico. Como propone Michael Hutter en The Rise of the Joyful Economy, la innovación artística ha generado crecimiento económico durante siglos, desde el descubrimiento de la perspectiva en el siglo XV hasta las variaciones en serie del arte contemporáneo. Entender el arte como motor de alegría y bienestar, más allá de su precio, podría ser la clave para economías más humanas y resilientes.
La relación entre arte y economía global es un tejido vivo de oportunidades, contradicciones y reinvenciones. Con un mercado que rivaliza con el PIB de naciones enteras, el arte se consolida como activo financiero, catalizador de desarrollo y termómetro de las pulsiones geopolíticas.
Sin embargo, su verdadero potencial radica en trascender la lógica mercantil: en vez de preguntarnos cuánto vale una obra, deberíamos cuestionar cómo contribuye a imaginar futuros más equitativos y sostenibles. Como resume David Throsby, la cultura no es un lujo, sino un bien público cuyo retorno de la inversión multiplican lo aportado. En un mundo incierto, el arte sigue siendo la inversión más bella —y estratégica— de todas.