NACIONALES
El intrincado camino del 2024: Claudia Sheinbaum-Adán Augusto-García Harfuch; el desafío lo representa Xóchitl Gálvez
Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
I
Algunos piensan que Claudia Sheinbaum, con su sonrisa lista para el folleto electoral y sus credenciales de Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, ya tiene un pie en la silla presidencial. Pues no. Apenas ha superado la primera ronda del juego de sillas. Y ya saben que este juego suele ser despiadado. López Obrador, AMLO para los amigos y enemigos, lo sabe.
Primero hablemos de las ventajas de las que goza Claudia, que a simple vista parecen más que las desventajas. Arrastrando la popularidad del presidente López Obrador, Claudia podría estar tomando un atajo hacia la presidencia. El 57% de aprobación de AMLO es como una brisa a favor que podría impulsar su velero político.
Además, un ejército de 23 gobernadores y un contingente de alcaldes le respaldan. Es como jugar fútbol con dos delanteros estrella. En términos de exposición, la Ciudad de México es su mejor escaparate. Y no olvidemos que Morena, su partido, ha ido al gimnasio desde 2018; hoy está más fuerte que nunca.
Ahora, las desventajas, el viento en contra. El desgaste del poder ha marcado tanto a AMLO como a Claudia. El cuento de hadas de 2018 donde el PRI y el PAN se dividían y AMLO avanzaba como una locomotora, ya pasó. Los tiempos son distintos. Ya no está la pista despejada; hay obstáculos. Uno de ellos lleva el nombre de Xóchitl Gálvez.
Y aquí llegamos al quid del asunto. ¿Carisma? AMLO lo tiene en camiones, pero Claudia, bueno, no tanto. Eso, queridos lectores, no se compra en tiendas ni se obtiene con una suscripción premium a una revista de política que se anuncia en espectaculares.
A todo esto, se suma un nuevo ingrediente: la oposición, que antes se tambaleaba como un boxeador en el último round, ahora parece más sólida. El Frente y la candidatura de Gálvez representan un contrapeso que en 2018 no existía. Y no olvidemos que las encuestas, esas ventanas que a veces muestran paisajes engañosos, marcan una ventaja para Claudia de 10 puntos sobre Gálvez. Eso puede cambiar más rápido de lo que uno puede decir «debate presidencial».
Así que, mientras Claudia Sheinbaum se prepara para este juego de sillas, el país entero mira, comenta y especula. Mucha agua habrá de correr aún, y no sería la primera vez que la corriente arrastra hasta a los más fuertes.
II
Ahora, acompáñeme estimado lector, nos encontramos en un hotel en el corazón de la Ciudad de México. No cualquier hotel, sino uno de esos sitios en los que el aire es espeso de tanto secreto político, de tanto pacto y compromiso. Sí, uno de esos hoteles que han sido testigos de más historia que cualquier libro de texto.
Ahí, entre columnas de mármol y lámparas ostentosas, se encuentra una legión. Más de doscientas figuras políticas, con un común denominador: Morena. Los aplausos se desatan como si los anunciantes gritaran «¡gol!» en un partido crucial. Y la palabra que resuena es «Coordinadora». ¿Quién será, se preguntará usted? Pues no es otra que Claudia Sheinbaum Pardo.
A su lado, Adán Augusto López Hernández, un hombre cuyo nombre suena más a generales de tiempos de guerra que a un civil. «Vamos a dejar toda nuestra piel por el movimiento y por Claudia,» proclama Adán, como si preparara a sus tropas para la batalla. Y en cierto modo, lo está. Una batalla en el territorio político, que se disputa no con armas, sino con votos y lealtades.
Entre los presentes, Mario Delgado Carrillo, el dirigente nacional de Morena, quien podría haber sido un árbitro en este encuentro de titanes. Pero no, él está allí como un mero testigo, quizás reflexionando sobre la importancia de este «proceso de unidad» que Claudia promete.
Pero atención, en esta reunión, también se habla de otro hombre, Marcelo Ebrard. «Las puertas están abiertas,» dice Sheinbaum. Un buen gesto para con quien podría ser un aliado o un adversario, dependiendo del viento político.
Y al final, ¿cuál es el núcleo, el verdadero espíritu de este encuentro? El legado de un hombre, Andrés Manuel López Obrador. Un legado que todos se comprometen a defender como si fuese el tesoro nacional más preciado.
Así se cerró este episodio, en un hotel céntrico de la Ciudad de México, donde el futuro político del país pudo haber tomado un rumbo, o quizás simplemente confirmado el que ya tenía. Y mientras los políticos se despedían, uno no podía evitar pensar que habían dejado, en ese lugar, un poco de su piel, como bien dijo Adán Augusto.
III
En un despacho del Palacio de Gobierno, lleno de diplomas y condecoraciones, se sienta Omar García Harfuch, un hombre de 41 años originario de Cuernavaca, Morelos. Con un currículum plagado de cursos especializados, desde Harvard hasta la DEA, su figura resalta como el emblema de la moderna seguridad pública en México.
Hijo de María Harfuch Hidalgo, actriz y cantante conocida como María Sorté, y de Javier García Paniagua, exdirigente del PRI y extitular de la Dirección Federal de Seguridad, Omar forjó un camino propio en la laberíntica geografía de la política y la justicia mexicanas.
Tras graduarse en Derecho por la Universidad Continental y en Seguridad Pública por la Universidad del Valle de México, su primer empleo lejos de la seguridad fue en el mundo inmobiliario. Pero fue en 2008, al unirse a la Policía Federal, donde comenzaría a escribir su historia.
Pasando por distintas coordinaciones y divisiones, la estrella de García Harfuch brilló más con cada mérito policial y cada ascenso.
Su papel en la detención de líderes de cárteles y exgobernadores corruptos lo precede. Pero también se enfrenta a cuestionamientos; su nombre apareció en el caso de los 43 normalistas desaparecidos, una sombra que aún le sigue.
La mañana del 26 de junio de 2020, García Harfuch sufrió un atentado que casi le cuesta la vida. Este episodio, más que un ataque personal, fue un desafío al proyecto de seguridad que representa. Sobrevivió para contarlo, pero a un alto costo.
En la era de Harfuch, la Ciudad de México registró la tasa de homicidios más baja de su historia reciente. Es un oasis en medio del conflicto nacional, y aunque no puede tomar todo el crédito, su liderazgo es innegablemente una pieza del rompecabezas.
Omar García Harfuch es un personaje polifacético: un hijo de la elite cultural y política del país, un licenciado en Derecho que se inclinó por la seguridad pública, un hombre de acción con visión estratégica. A medida que las piezas del tablero político se mueven hacia 2024, la incógnita sigue abierta: ¿Será este el hombre que guíe a la capital hacia una nueva era de seguridad y gobernabilidad?
Sin filiación partidista, Harfuch se posiciona como un fuerte contendiente para la Jefatura de Gobierno en 2024. Encuestas le dan la delantera, incluso ante figuras de larga trayectoria política. El reloj electoral avanza, por lo pronto, Omar ya cumplió con el requisito de renunciar al cargo antes del 10 de septiembre.
Así, García Harfuch continúa escribiendo su historia, una que está profundamente entrelazada con la Doctora Claudia Sheinbaum y con el México contemporáneo.
Estemos atentos, la silla presidencial sigue en juego y no es para cualquiera… Claudia lo está descubriendo y se está cubriendo con elementos capaces de ganar la guerra electoral que viene.
