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NACIONALES

Reprimir la libertad de expresión

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De primera mano, por Francisco Javier Ruiz Quirrín //

¿Existe la Libertad de Expresión en México? Es una pregunta que seguramente nos han hecho a muchos periodistas y, lo más seguro, es que la mayoría de las respuestas hayan sido afirmativas.

Sin embargo, paralelo a dicho cuestionamiento, cabría hacerse una pregunta más: ¿Prevalecen ahora los gobernantes intolerantes, aquellos que no admiten la crítica?

Y en coro, podríamos recitar la contestación: “Sí. Nunca se han ido”.

El entorno sobre el ejercicio del periodismo y sus grandes riesgos va muy ligado al estricto cumplimiento del Derecho. Escenarios de impunidad ante la facilidad de algunos de pasar por encima de la Ley, hacen vulnerable a cualquiera, sobre todo a quien se atreve a cuestionar al poder o bien, denunciar sus excesos.

En los regímenes probadamente democráticos –como en los Estados Unidos, por ejemplo- existe una fuerte convicción por la defensa del periodismo crítico.

El caso “Watergate” publicado por el diario “Washington Post” e investigado por los reporteros Bob Woodward y Carl Berstain, en los años setenta, acabaron con la Presidencia y la carrera política de Richard M. Nixon. Nos preguntamos si en México se hubiera dado un caso similar.

Porque la historia de nuestros políticos poderosos revela el deseo de muchos de ellos de convertirse en emperadores y, por lo tanto, en monarcas incapaces de tolerar la crítica de un periodismo revelador.

Iturbide aceptó convertirse en emperador. Santa Anna estuvo en la Presidencia en catorce ocasiones. Benito Juárez murió cuando ejercía su tercera reelección. Porfirio Díaz superó los 30 años en palacio nacional. Álvaro Obregón quiso regresar al poder. Plutarco Elías Calles creó un “maximato”. Luis Echeverría quiso reelegirse. Carlos Salinas de Gortari quería regresar el año 2000.

Ahora, el Presidente López Obrador no pudo reformar la Constitución para introducir el vocablo “reelección”, pero difícilmente se alejará de palacio nacional después del día último de septiembre de este año, si Claudia Sheinbaum resulta ser su sucesora.

En nuestro país, la dictadura presidencial siempre ha existido y con ello la intolerancia al ejercicio periodístico. El PRI con sus presidentes, estableció verdaderas tiranías sexenales. Habrá qué admitir –pese a quien le pese- que nuestro país había dado pasos importantes para el avance democrático a partir de la década de los años noventa del pasado siglo XX y, con ello, la tolerancia del poder ante un ejercicio cotidiano de la crítica.

Más recientemente, el entonces opositor López Obrador encontró un campo propicio en el sexenio del Presidente Peña Nieto, quien terminó su gobierno calificado como el más corrupto de la historia, gracias al periodismo de “Reforma”, de “El Universal”, de “Proceso” y de Carmen Aristegui, entre otros.

La extraordinaria esperanza que despertó la llegada a palacio nacional de AMLO, cayó estrepitosamente al poco tiempo de ejercer su cargo. El engaño se había consumado.

La mentalidad intolerante del actual presidente, no puede dejar de atacar a quienes critican su “cuarta transformación” y mucho menos a quienes desarrollan una labor de investigación, revelando los excesos cometidos en su gabinete y por su familia, sobre todo sus hijos.

A su llegada a palacio nacional el 1 de diciembre del 2018, en su primer mensaje portando la banda presidencial, López Obrador ofreció garantías para los periodistas y todos los medios de comunicación. “Ya no más asesinatos”, se atrevió a asegurar.

Ahora, a poco más de cinco años de mandato, ahí está el registro de más de dos dígitos de periodistas asesinados, así como el ataque constante a los mismos medios y a los mismos periodistas que le ayudaron a llegar al poder. “Reforma”, “El Universal”, “Proceso” y Carmen Aristegui, son ejemplos contundentes de ese acoso a consecuencia de la ingratitud.

Y la represión sobre muchos columnistas, investigadores y conductores de programas y noticiarios de la radio y la televisión es más que evidente. Ahí están Ricardo Alemán, Carlos Loret, Víctor “Brozo” Trujillo, Jorge Ramos, Carlos Marín, Adela Micha, Pablo Hiriart, Ricardo Rocha, Javier Solórzano, Carlos Alazraki, Sergio Sarmiento y más. Una lista a la que se ha sumado Azucena Uresti el pasado fin de semana.

Una de las primeras señales de un gobierno tendiente a una dictadura, es callar y reprimir la libertad de expresión.

Después del 2 de junio, si López Obrador alcanza su propósito de controlar en una sola persona los tres poderes del Estado mexicano, no habrá ninguna duda, de que el paso siguiente contra los periodistas y medios de comunicación no afines a su pensamiento, será el destierro o la cárcel.

Lamentablemente, la práctica perversa de callar a periodistas y presionar a medios de comunicación, no afines o incómodos al gobierno en turno, ha sido retomada en algunos estados de la república mexicana. Aquí en Sonora, hay varios ejemplos.

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