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Más allá de las promesas electorales: Candidato vs gobernante

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En medio del proceso electoral en México, donde los ciudadanos se encuentran inmersos en un torbellino de propuestas, discursos apasionados y promesas electorales, es crucial recordar una distinción fundamental que a menudo se pasa por alto: la diferencia entre el candidato y el gobernante. En este fascinante juego de la democracia, los candidatos compiten ferozmente por el anhelado poder, pero la verdadera prueba de su valía reside en su capacidad para trascender más allá de las campañas efímeras y convertirse en gobernantes responsables y comprometidos con el bienestar de la nación.

En este vertiginoso «teatro político», los candidatos actúan como protagonistas que despliegan un guión cuidadosamente elaborado para cautivar a la audiencia electoral. Cada palabra, gesto y promesa se convierten en elementos de una narrativa diseñada para seducir a los votantes y generar una conexión emocional.

Sin embargo, es crucial que los ciudadanos adoptemos una postura crítica que nos permita reconocer esta representación efímera que no es más que el preludio de una responsabilidad mucho más sustancial: la gobernanza.

En medio de este escenario de promesas resonantes, la analogía con el teatro político resalta el riesgo de que los candidatos se centren exclusivamente en la conquista del poder, dejando de lado la verdadera esencia del liderazgo. La obsesión por ganar a cualquier costo puede dar lugar a un desenfoque peligroso, donde la búsqueda del aplauso electoral eclipsa la reflexión sobre las consecuencias a largo plazo de las promesas formuladas. Así, la ciudadanía debe estar atenta a no caer en la ilusión del «show» electoral y, en cambio, exigir una conexión más sólida entre las palabras de campaña y la acción efectiva en la gobernanza.

Sin embargo, el peligro radica en que esta búsqueda desenfrenada del poder puede eclipsar la verdadera esencia del servicio público. Las campañas se convierten en un medio para un fin: llegar al poder, sin importar las consecuencias éticas o la viabilidad de las promesas formuladas. Aquí es donde la analogía con el mundo del entretenimiento cobra relevancia; la campaña se asemeja a un espectáculo diseñado para cautivar a la audiencia, pero la verdadera prueba de liderazgo se revela en el ejercicio del poder una vez alcanzado.

Así como un actor se sumerge en su papel para conquistar al público, el candidato se sumerge en su papel durante la campaña para conquistar a los votantes. Pero, al igual que el éxito de un actor no garantiza que sea un buen director, el éxito de un candidato en la campaña no garantiza automáticamente que sea un gobernante efectivo.

Más allá de la actuación política, la verdadera sustancia de un líder se revela en su compromiso genuino con los problemas que afectan a la sociedad. La analogía entre la política y la actuación teatral resalta la importancia de evaluar a los candidatos no solo como hábiles oradores, sino como individuos que comprenden a fondo las complejidades de los desafíos que enfrenta la nación.

La ciudadanía debe mirar más allá de las promesas efímeras de campaña y buscar líderes que no solo prometan cambios, sino que demuestren una visión clara, una integridad inquebrantable y la capacidad de gestionar de manera efectiva los asuntos públicos.

En este escenario, es fundamental trascender la retórica vacía y exigir una evaluación más profunda de la idoneidad de los candidatos para liderar. La analogía subraya que el arte de gobernar va más allá de la habilidad de ganar elecciones; implica la capacidad de tomar decisiones informadas, de comprometerse con soluciones prácticas y de actuar con integridad en la gestión de los asuntos públicos.

En última instancia, los ciudadanos deben ser críticos, evaluando no solo la actuación en el escenario de la campaña, sino la autenticidad y la competencia que subyacen en el líder que aspira a convertirse en el gobernante de la nación.

En ese orden de ideas, el verdadero peligro surge cuando la campaña se desconecta por completo de la gobernanza. Cuando los candidatos se centran únicamente en ganar elecciones, pueden perder de vista la responsabilidad y el compromiso inherentes al liderazgo. Las promesas electorales pueden quedar en el olvido una vez que se alcanza el poder, y la retórica apasionada puede disolverse en la realidad pragmática de la administración pública.

Este desajuste entre las expectativas creadas durante la campaña y la realidad de la gobernanza crea un terreno fértil para la desconfianza ciudadana. Los votantes, que depositaron sus esperanzas en un cambio significativo, pueden sentirse defraudados cuando las promesas electorales resultan ser más efímeras de lo prometido.

En este contexto electoral, es imperativo que los ciudadanos adopten una perspectiva más allá de la efervescencia de la campaña. La atención debe centrarse no solo en el candidato carismático y convincente, sino en el individuo que demuestra una comprensión profunda de los desafíos del país y un compromiso genuino con la gobernanza responsable.

La analogía entre el candidato y el actor resalta la importancia de no dejarse llevar únicamente por la actuación de campaña, sino de examinar críticamente la capacidad de liderazgo y la integridad de quienes buscan dirigir los destinos de la nación. En última instancia, la verdadera prueba de un líder no reside en la conquista del poder, sino en la capacidad de transformar ese poder en acciones concretas que beneficien a la sociedad.

Al votar, recordemos que elegimos no solo un candidato, sino a un futuro gobernante. La responsabilidad ciudadana va más allá de la urna electoral; implica la vigilancia constante y la exigencia de rendición de cuentas para garantizar que la transición del candidato al gobernante sea un compromiso sincero con el bienestar de la nación.

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