NACIONALES
Le toca administrar las ruinas del partido: «Alito» Moreno, decide asumirse en el sepulturero del PRI

Por Gabriel Ibarra Bourjac //
¿Qué diferencia hay en el PRI de Jesús Reyes Heroles, Porfirio Muñoz Ledo, Javier García Paniagua y Beatriz Paredes al PRI de Alejandro “Alito” Moreno?
Las diferencias pueden ser como la luz y la oscuridad, el día y la noche. Con esos liderazgos además de ideas e ideología, había rumbo y mando. Era el modelo de partido de estado, partido hegemónico y que se fue transformando, conforme cambiaba el mundo.
Estos nombres son expresión de los tiempos del explendor del poder y de la maquinaria tricolor, del gobierno del partido único, dirigido por algunas mentes brillantes y con visión de estadista como Jesús Reyes Heroles, o la profunda inteligencia y chispa de Porfirio Muñoz Ledo o la gran fuerza y liderazgo que emanaba Javier García Paniagua, así como Beatriz Paredes, quien sin ser de esa generación, se formó en aquella escuela y se distinguió por ser de las últimas expresiones de liderazgos brillantes de ese PRI que se fue deteriorando hasta llegar a la crisis que hoy lo tiene al borde de la muerte.
La vida de México no se entiende sin el PRI, con sus virtudes y defectos. Más allá de la visión maniquea de la política, el PRI marcó época durante siete décadas, desde su fundación como Partido Nacional Revolucionario (PNR) con Plutarco Elías Calles el 4 de marzo de 1929 cuya visión de estadista a la luz de la historia contrasta con el PRI que administra Alejandro Moreno
Grandes personajes han pasado por la presidencia del que en un tiempo fue llamado “el partidazo”, que hoy a sus 95 años de su fundación como Partido Nacional Revolucionario (PNR) y después Partido de la Revolución Mexicana (PRM), se encuentra en estado de agonía, cuando el político campechano logró el control absoluto de sus órganos de gobierno y que con las reformas de los estatutos le permitirá reelegirse y estar al frente del mismo cuando menos ocho años más y que sumarían 13 años al frente del mismo.
Le tocó al político veracruzano Jesús Reyes Heroles, reconocido como el gran ideólogo priista, quien adelantándose a su tiempo, impulsó la gran reforma política de 1977 desde la Secretaría de Gobernación en el gobierno del presidente José López Portillo que permitió la incorporación de partidos a los que se tenía artificialmente marginados del mundo institucional y que, además, generó, con la nueva fórmula de la Cámara de Diputados, el pluralismo al mundo de la representación política. “Creo que ahí está el mejor logro de Jesús Reyes Heroles; es su gran visión, su sensibilidad para ver que era necesario reformar», lo enmarcó José Woldenberg, quien fuera el primer presidente del IFE, entre 1996 y 2003.
Fue con esta reforma con la que inició el proceso de transición democrática de un modelo de partido hegemónico a un modelo de pluripartidismo y que se prolongó durante más de dos décadas, para dar paso a sucesivas modificaciones en la normatividad e instituciones electorales hasta llegar a la conformación de una mayoría opositora en la LVII Legislatura en la Cámara de Diputados en 1997 y la alternancia en la Presidencia de México el 2 de julio del 2000 con el triunfo de Vicente Fox para poner fin a 70 años del gobierno del PRI.,
Sin embargo, en el seno del PRI se empezaron a dar las divisiones, por las diferencias por el rumbo que siguió el país después de la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia de México y que fue el inicio de los llamados gobiernos neoliberales. Fue así como Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas dejaron a este partido para crear el Frente Democrático Nacional y que le daría vida al Partido de la Revolución Democrática (PRD).
LA ERA DE ALITO MORENO Y EL DECLIVE
Si bien Alejandro Moreno es el presidente que ha tenido mayor control sobre las estructuras del partido desde su fundación en 1929, paradójicamente es el PRI más débil en sus 95 años de existencia, ya que en los cinco años que está por cumplir como dirigente, de 12 gubernaturas que gobernaba cuando arribó a la presidencia, hoy sólo le quedan dos, Coahuila y Durango.
Por la presidencia del PRI han pasado mentes brillantes y políticos de gran peso que le permitieron ser la principal fuerza política de México durante 70 años hasta perder la Presidencia de la República en el 2000 ante el PAN y el guanajuatense Vicente Fox, con otro sexenio que encabezó Felipe Calderón para prolongarse 12 años del PAN a la cabeza del gobierno mexicano, para posteriormente regresar a la Presidencia con Enrique Peña Nieto.
Tras la derrota del candidato José Antonio Meade en 2018 frente a Andrés Manuel López Obrador, el PRI caería en su peor crisis al convertirse en un partido satélite, como el PVEM y el PT, periodo al que le ha tocado administrar a Alejandro Moreno de 2019 a 2024.
A Alejandro Moreno llegó a la presidencia del PRI cuando iniciaba su crisis, antecedido con la derrota del candidato presidencial José Antonio Meade, quien cayó al tercer lugar, detrás de Andrés Manuel López Obrador al ganar la presidencia y de Ricardo Anaya, postulado por el PAN. Entre 2012 y 2018 el PRI perdió 10 millones de votos (Enrique Peña Nieto obtuvo 19 millones 158 mil 592 votos y Meade 9 millones 289 mil 853 votos).
En esa elección del 2018 además de perder el PRI la elección presidencial, logró únicamente 47 de los 500 diputados federales y 14 de 128 senadores, terminando el sexenio con 8 de ellos, por diferencias con Alito Moreno, destacando el ex secretario de Gobernación Miguel Osorio Chong y la ex canciller Claudia Ruiz Massieu, quienes decidieron abandonar las filas del mismo. El PRI gobernaba 12 entidades y aquellos gobernadores que fueron ofertados como “la nueva cara del PRI”, la mayoría de ellos terminaron con acusaciones de corrupción, detenidos o perseguidos por la justicia.
LA TOMA DEL PRI
Ya sin la tutela del presidente de la república diversos personajes se enfrascaron por obtener la dirigencia del PRI y fue Alejandro Moreno quien llegó a su presidencia con el apoyo de los entonces gobernadores.
En esa lucha electoral en el camino se quedó Ivón Ortega, ex gobernadora de Yucatán, quien planteó la transformación del partido con aquella expresión “o nos refundamos o nos refundimos”. Sin embargo, Alito Moreno no fue receptivo a lo que demandaba la política yucateca al desdeñarla y ésta decidió renunciar a su militancia de 29 años.
En agosto de 2019 Alejandro “Alito” Moreno asumió la presidencia del PRI, y el partido tricolor había perdido la presidencia de la república frente a Andrés Manuel López Obrador, pero aún gobernaba 12 estados.
Cinco años después el PRI gobierna únicamente Coahuila y Durango, estados que ganó en coalición con el PAN y PRD.
En 2021 el PRI logró llevar a 65 diputados a la Cámara Baja; tres años después en las elecciones del pasado 2 de junio, tendrá 35 legisladores.
El PRI pasó en la elección presidencial del 2018 de 16.4% de la votación al 11% para colocarse en el cuarto lugar
Muchos cuadros de valía se han alejado del PRI, cuando Alejandro Moreno les cerró el paso a través del control que ha realizado de los órganos de mando y hoy rodean al político campechano políticos incondicionales que lo han apoyado en esta Asamblea Nacional para la reforma de los estatutos permitiendo la reelección por dos periodos más que serían ocho años de presidente, sumando en total 13 años.
LAS CRÍTICAS
La política yucateca y ex presidenta nacional del PRI, Dulce María Sauri se ha distinguido por ser de las voces más críticas de la dirigencia de Alejandro Moreno, quien ha alertado que tal y como lo marcan los documentos identitarios y la ley electoral del partido, “no pueden reformarse ni cambiar de dirigencia nacional puesto que el proceso electoral no ha concluido, y esta reunión nacional debería de ocurrir hasta que se de la constancia de ganadora a la persona que resultó electa en la contienda presidencial”.
“Esa fue una asamblea que fue convocada apresuradamente, en un lapso en que está restringido, por no decir prohibido, que los partidos políticos modifiquen sus documentos básicos o que elijan nuevas dirigencias, ese lapso concluye cuando termina el proceso electoral”, argumentó Dulce María Sauri.
Considera que el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal (TEPJF) no ha concluido con la calificación de la elección por la Presidencia de la República, por lo que los partidos no pueden reformarse oficialmente.
El Artículo 173 de los Estatutos del PRI al respecto establecen: “El proceso de renovación de las dirigencias de los Comités Ejecutivo Nacional (…) por término del periodo, no debe coincidir con ningún proceso interno para postular candidaturas a cargos de elección popular del mismo nivel o superior, ni entre el inicio del proceso y hasta el día de la calificación de la elección constitucional de que se trate”.
FORMACIÓN DEL FRENTE ANTI ALITO
Precisamente para evitar que Alejandro Moreno se eternice en la presidencia del PRI se formó el Frente Amplio por la Renovación del PRI, conformado por José Natividad González, Dulce María Sauri, José Reyes Baeza y Héctor Astudillo Flores, ex gobernadores de Nuevo León, Chihuahua y Guerrero, entre otras voces críticas.
Esta agrupación planteó lo siguiente:
- Suspensión de la XXIV Asamblea Nacional.
- Cese inmediato de las funciones que ostentan los actuales presidentes y secretaria general del partido.
- Integración de una dirigencia interina que convoque a una nueva asamblea.
- Elección de una nueva dirigencia mediante el voto de la militancia.
BELTRONES CONTRA REFORMA DE ESTATUTOS
El senador electo por Sonora y ex presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones expresó a su vez que no convalida la reelección de Alito Moreno al frente del PRI y señaló que sería una decisión irresponsable ante un partido que requiere de una serie de reflexiones sobre los resultados en los procesos electorales. Dijo que la reelección de la dirigencia del PRI no es la solución a los problemas que vive este instituto político.
Dio a conocer que en una reunión con delegados del partido en Sonora que asistirán este domingo a la Asamblea Nacional del PRI, “les compartí mi firme e invariable convicción de rechazar la idea de un cambio estatutario que promueva la reelección de sus dirigencias”.
“El daño sería lamentablemente mayúsculo y contrario a lo que hoy amerita una seria discusión y reflexión de los que nos ha sucedido en los últimos procesos electorales”.
“Resulta absurdo pensar que esa medida sea, en un caso remoto, la solución a nuestro problema de fondo. Parece una simple e irresponsable decisión”, dijo Beltrones.
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Menos pleito, más estrategia: La nueva frontera del derecho fiscal

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
Ronald Reagan solía decir, con su característico humor político, que “la visión gubernamental de la economía puede resumirse en unas cortas frases: «Si se mueve, póngasele un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlese, y si no se mueve más, otórguesele un subsidio».
Sin embargo, más allá del tono irónico, esta frase encierra una verdad profunda: el Estado, para sostenerse, necesita recursos, y esos recursos provienen de la actividad económica, y cuando la recaudación se ve mermada por la litigiosidad de los contribuyentes, el gobierno busca ajustar las reglas del juego.
Por eso, las nuevas reformas en materia administrativa y fiscal deben entenderse justamente desde esa perspectiva: el fortalecimiento de la capacidad recaudatoria del Estado. Se trata de una reforma con enfoque pragmático —no ideológico— que busca reducir la enorme cantidad de litigios fiscales que, durante años, han terminado por retrasar o impedir el cobro efectivo de créditos fiscales. Pero detrás de ese propósito se esconden grandes transformaciones que modificarán la forma en que los abogados deberán concebir su trabajo.
Hasta ahora, el sistema ofrecía un amplio margen para impugnar actos administrativos y fiscales, incluso en etapas donde la deuda ya había sido determinada o estaba en vías de ejecución. Muchos litigantes aprovecharon ese espacio para prolongar procedimientos y ganar tiempo, a veces de manera legítima, a veces con fines dilatorios.
Las nuevas disposiciones buscan cerrar esas puertas. De acuerdo con las modificaciones, será improcedente el recurso administrativo cuando se interponga contra actos que exijan el pago de créditos fiscales determinados en resoluciones liquidatorias ya impugnadas, y que hayan quedado firmes por resolución de una autoridad competente.
Esto, en la práctica, implica que una vez que un crédito fiscal ha quedado firme, no habrá posibilidad de reabrir el debate mediante nuevas vías o recursos. El Tribunal Federal de Justicia Administrativa (TFJA) también ve limitada su competencia en este sentido: conocerá los juicios promovidos contra resoluciones definitivas o actos administrativos en los que se determine una obligación fiscal o se establezcan bases para su liquidación, pero no podrá hacerlo tratándose de créditos fiscales ya determinados, firmes o prescritos bajo resolución de autoridad competente. En otras palabras, lo decidido, decidido está.
A simple vista, esta medida parece técnica, casi burocrática. Pero su efecto será profundo, ya que significa que el litigio ya no podrá usarse como una herramienta para “ganar tiempo” o renegociar la deuda, y que las estrategias defensivas deberán concentrarse en etapas mucho más tempranas. En consecuencia, la abogacía administrativa y fiscal entrará en una nueva era, una donde la prevención y la técnica serán los ejes fundamentales.
El abogado del siglo XXI —al menos el que quiera sobrevivir en el nuevo contexto— tendrá que dejar de ser un simple “apagafuegos” y convertirse en un verdadero estratega. Ya no bastará con presentar un recurso o una demanda una vez que la autoridad ha actuado: el trabajo deberá comenzar antes, desde la asesoría preventiva, la planeación de las operaciones, la revisión del cumplimiento normativo y la detección de posibles contingencias.
Esta transformación no debe verse como una amenaza, sino como una oportunidad para profesionalizar la práctica jurídica. Durante años, el litigio administrativo se convirtió en una especie de zona gris donde las estrategias procesales se mezclaban con la improvisación, y donde el exceso de facilidades terminó por generar incentivos perversos: autoridades lentas, procesos interminables y créditos que, aunque válidos, quedaban sin cobrarse.
Desde luego, todo cambio genera resistencias. Habrá quienes argumenten que estas reformas restringen derechos o limitan el acceso a la justicia. Pero conviene recordar que el acceso a la justicia no es sinónimo de litigios eternos. La justicia también requiere certeza, y esa certeza solo puede existir cuando las resoluciones se respetan.
En ese sentido, lo que las reformas proponen no es cerrar puertas, sino delimitar los caminos. Si el procedimiento se agota y la resolución queda firme, el Estado debe tener la capacidad de cobrar, y el contribuyente, la certeza de que el proceso ha concluido.
Además, estas medidas podrían tener un efecto saludable en el propio ecosistema jurídico. Se elevará la exigencia técnica de los procedimientos, y se elevará también la calidad del trabajo profesional. El abogado que no se actualice quedará fuera de juego. La litigiosidad artificial, basada en formularios o impugnaciones genéricas, ya no tendrá cabida.
En cambio, habrá espacio para quienes sepan construir argumentos sólidos, detectar errores sustantivos en los actos de autoridad, de tal forma que la diferencia entre ganar y perder estará en los detalles, en la precisión jurídica y en la capacidad de anticipar escenarios.
En el fondo, este cambio refleja algo más grande: la evolución del Estado mexicano hacia un modelo más moderno de gestión fiscal. Un Estado que no puede cobrar lo que le corresponde es un Estado débil. Pero un Estado que cobra sin respetar el debido proceso es un Estado injusto. El equilibrio entre eficiencia recaudatoria y garantía de derechos será la clave de este nuevo periodo. Y ese equilibrio dependerá, en gran medida, de la preparación de los profesionales del derecho y de su compromiso con la técnica.
La realidad es que estamos entrando en una etapa en la que el abogado ya no puede limitarse a reaccionar. Su papel será, cada vez más, el de un asesor integral que combine conocimiento jurídico, visión económica y comprensión de la lógica institucional. Lo que se mueve —como diría Reagan— será gravado o regulado, pero lo que no se mueva, quedará fuera del mapa. Y en ese nuevo orden, solo sobrevivirán quienes sepan adaptarse.
Las reformas al procedimiento administrativo no son solo una modificación de artículos: son una declaración de intenciones. El Estado busca fortalecer su recaudación, pero también enviar un mensaje claro: los litigios deben ser excepcionales, no la regla. Quienes sepan entender esto, encontrarán oportunidades donde otros verán restricciones. Pero, al final, el derecho no se trata solo de oponerse, sino de comprender el cambio, anticiparse a él y convertirlo en una ventaja.
México está redefiniendo la relación entre el contribuyente, la autoridad y el abogado. Lo que viene exigirá más conocimiento, más estrategia y, sobre todo, más responsabilidad. No es el fin del litigio; es el principio de una nueva forma de ejercerlo. Y en ese terreno, el abogado que entienda que la prevención es la nueva defensa, será el que marque el rumbo.
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Como anillo al dedo

– Opinión, por Ramiro Escoto Ratkovich
La tragedia de las inundaciones no ha hecho más que beneficiar al gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo, cuando estaba en la palestra el tema de los señalamientos de enriquecimiento ilícito del José Ramiro López Obrador por sus ranchos en Tabasco, así como el ganado del aficionado número uno del futbol en el senado, Adán Augusto López, los viajes en jet privado y la casa de 12 millones de Gerardo Fernández Noroña, entre otros, con una gran cortina de humo suficiente también para cubrir mientras la distracción continúa, la votación a favor de los nuevos impuestos, así como el endeudamiento para el próximo año, concedido por la mayoría en el Congreso.
La tormenta perfecta tiene además a la zacatecana, gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, quien ha evadido su responsabilidad en las afectaciones y víctimas en ese estado, junto al presidente municipal de Poza Rica quien se evidenció con su omisión en la construcción de un dique, pero para ambos lo que ha ecistido es protección y ausencia de comentarios de parte del Gobierno de México, aunque para la titular del ejecutivo veracruzano, el pasado jueves hubo desaire, luego de que la presidenta recorriera varias zonas afectadas sin su presencia.
No hay dinero, y el país tiene suficientes pistas de circo como para que la gente se distraiga: en Michoacán agricultores tiran limones, mientras que en Jalisco los que siembran el maíz no han encontrado respuestas ni cumplimiento de la palabra al pago de sus cultivos; incluso volverían a tomar carreteras y accesos a grandes ciudades si las cosas no toman un curso justo para los campesinos.
La presidenta habla del incremento al IEPS en las bebidas azucaradas argumentando que es por salud, palabra que ha usado una y otra vez, a sabiendas de que ese dinero va a los compromisos no cumplidos, menos justo a la salud, donde no hay medicinas, producto de que no pagan las deudas con el sector farmacéutico, y el discurso se cae así nuevamente por falta de congruencia.
Escándalos como el de la titular de CONACYT, por su enriquecimiento y gasto millonario en trabajos y proyectos fantasma, como la vacuna patria, por ejemplo, o el del huachicol fiscal que sigue consumiendo fondos de un Pemex que mantiene México con gasolinas por arriba de los 25 pesos y Dos Bocas que gasta más delo que produce y vale.
Y qué decir de quien dirigía el FONDEN que ni los morenistas sabían que estaba con ellos tras su salida del PRI, y que ahora, en la narrativa lo ponen de ejemplo para que el partido revise los perfiles de quienes están en Direcciones y responsabilidades, con el fin de que cumplan con los requerimientos, conocimientos, pero sobre todo transparencia y honestidad.
El fracaso de Mexicana de Aviación que dejó de ser tema de presunción, porque la verdadera prensa ha develado el alto costo de un capricho del sexenio pasado que no deja de sorprender en deudas y pérdidas.
Los diputados ahora quieren gravar hasta los video juegos violentos, bajo un pretexto que sólo busca justificar la recaudación de impuestos, al más puro estilo de “Varguitas” en la ley de Herodes.
Bien decía el expresidente López Obrador, esta situación en el país le va como anillo al dedo en el tema de los distractores, mientras el plan C se desarrolla al amparo de una línea que advierte la manera en la que no saben de administración pública, atención a desastres y manejo de crisis.
Queda claro también que la improvisación tampoco ha sido su fuerte, cuando negaron que nadie les advirtió sobre las lluvias en 5 estados, mientras que CONAGUA lo informó el 9 de octubre en su reporte del tiempo, mismo que fue borrado de la memoria digital.
Así como la transparencia que fingen y luego silencian, como cuando la presidenta calló al secretario de Salud —como lo hizo con damnificados y afectados en Veracruz—, pero lo peor es que no hay oposición que pueda competir con la realidad que vivimos políticamente, y ese es justo el anillo que mejor le viene al dedo.
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Dos reportes y algo más

– Opinión, por Luis Manuel Robles Naya
El reporte de perspectivas económicas del Banco Mundial señala que existen importantes vientos en contra del crecimiento en nuestro país y en el mundo, derivados de tensiones comerciales y mayor incertidumbre política. Nos dice que, las débiles perspectivas limitan la capacidad para crear empleos y reducir la pobreza extrema. Contempla, además, una reducción de la inversión extranjera directa en las economías emergentes y en desarrollo, que agravan estas condiciones adversas.
La sugerencia: Para desbloquear la creación de empleo formal y el crecimiento a largo plazo, las reformas deben centrarse en aumentar la calidad institucional, atraer inversión privada, fortalecer el capital humano y los mercados laborales. Nada de eso se está haciendo.
Por su parte, el Fondo Monetario Internacional ha elevado su pronóstico de crecimiento para México a 1% en 2025, sobre la predicción de abril de este año que fijó en 0.3% debido a que las presiones arancelarias han sido menores de lo previsto y a que espera una recuperación de la economía estadounidense, esto desde el punto de vista macroeconómico. Sin embargo, este jueves, el mismo FMI señala que México registrará el mayor déficit fiscal para un primer año de gobierno en un registro de al menos 4 sexenios y la deuda neta gubernamental será la más alta desde el año 2006.
Para las calificadoras internacionales, la observación sobre el comportamiento de la deuda nacional es un punto de mayor importancia, pues muestra una tendencia creciente amenazando su grado de confianza. Las autoridades hacendarias mexicanas han hecho énfasis en que la deuda es perfectamente manejable y que no representa riesgos; sin embargo, el conjunto de la economía nos indica que puede llegar a niveles inmanejables.
El presupuesto de ingresos presentado al Congreso muestra claramente que el Estado necesita más recursos para superar el déficit que arrastra, estimado por el FMI en 4.9%, un punto porcentual por arriba de la estimación oficial mexicana, y denota que el ingreso dependerá del comportamiento fiscal y al parecer en el siguiente año será el consumo el que sostenga la dinámica económica y el ingreso fiscal.
Para que el gobierno recaude más, debe necesariamente que haber crecimiento y este solo será posible si aumenta la inversión, pero para que esta llegue el capital debe tener confianza y los últimos indicadores publicados por el INEGI demuestran que esta va a la baja tanto en el ámbito empresarial como en el consumidor.
En el noveno mes de este año, el indicador de confianza del consumidor sufrió un revés de 0.53 puntos respecto a septiembre de 2024, nueve caídas en su comparación anual. Por su parte el indicador de confianza empresarial, en términos anuales lleva también nueve caídas, pese a que en septiembre tuvo un avance de 0.11.
Hay reservas para que la inversión fluya y, además, el crédito privado también va a la baja ante la incertidumbre que representa un Poder Judicial más inclinado a la protección social que a la aplicación estricta de la ley.
La recomendación del Banco Mundial no debiera desecharse a la ligera ni desestimarse, el gobierno requiere consolidar sus avances políticos y mantener sus políticas distributivas, pero necesita a la par, incrementar sus ingresos fiscales y esos solo llegan con crecimiento, el cual se inhibe por las reformas que desnivelan el equilibrio entre los factores económicos y el Estado.
Es momento de darse cuenta de que la velocidad con que se implementaron las reformas sociales y políticas necesita una pausa para ordenar el concierto del Estado Mexicano, que no es sólo el gobierno. Con lo hecho, no hay nada que impida la presencia dominante del gobierno en la vida económica nacional y es tiempo de pensar en los límites necesarios para no ahogar a los actores y factores subordinados, sin los cuales las políticas sociales y redistributivas del ingreso no serán posibles.
El crecimiento permanecerá bajo también, si las restricciones al comercio internacional persisten por las barreras arancelarias impuestas en el sexenio anterior, y la incertidumbre política resulta como consecuencia de elecciones poco confiables por el dominio gubernamental de las instituciones electorales. Aunemos a lo anterior, que la inseguridad preocupa a las actividades económicas que requieren algo más que una baja en la tasa de homicidios.
El déficit gubernamental, el pago del servicio de la deuda y la creciente demanda de los programas sociales significan mayor estrés para las finanzas públicas, impedidas hoy de financiar el desarrollo. De no darse las expectativas de recaudación, la deuda seguirá creciendo sin que esos recursos tengan un fin productivo sino asistencial.
Las últimas disposiciones fiscales incrementan los impuestos al consumo y esto eleva los precios y dificulta el control de la inflación. No son buenas señales, pero el gobierno necesita dinero y de algún lado lo habrá de obtener, al menos ahora que no es año electoral.
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¿Y después de las reformas qué?

– Opinión, por Iván Arrazola
El resultado de la elección de 2024 fue, sin duda, sorprendente. Ni siquiera el más optimista de los simpatizantes del oficialismo habría anticipado una victoria con tales dimensiones. Aunque existen distintas interpretaciones sobre si esa supermayoría debió o no alcanzarla Morena y sus aliados, lo cierto es que, con las reglas vigentes, era difícil que el desenlace tuviera otra interpretación.
Desde entonces, el oficialismo ha sabido trabajar de manera cohesionada en la promoción de un amplio paquete de reformas que han transformado la estructura institucional del país. Sin embargo, esa capacidad de articulación abre hoy una nueva interrogante: ¿qué viene después de las reformas? ¿Cómo se sostendrá un modelo basado en la concentración del poder?
Estos cuestionamientos no son menores, las nuevas reglas para la elección del Poder Judicial, lejos de fortalecer la impartición de justicia, introducen incertidumbre y riesgo institucional. La falta de criterios claros, la curva de aprendizaje de los nuevos integrantes y la politización del proceso presagian un deterioro en la eficiencia judicial, un área que ya era objeto de fuertes críticas por parte de la ciudadanía.
A ello se suma la cuestionable selección de perfiles. En muchos casos, la experiencia y el conocimiento jurídico fueron relegados; lo prioritario era garantizar afinidad con el poder. La evidencia más clara de esta manipulación son los llamados “acordeones” que circularon durante el proceso, instrumentos que orientaban el voto hacia determinados candidatos. Este episodio quedará registrado como un ejemplo más de cómo se indujo la voluntad popular en favor de ciertos intereses.
Por otro lado, la reciente aprobación de la nueva Ley de Amparo refuerza la percepción de un gobierno que busca restringir los contrapesos. Al redefinir el concepto de “interés legítimo” y limitar quién puede ampararse frente a decisiones del Estado, el régimen acota la posibilidad de que los ciudadanos se defiendan de los abusos del poder.
Aunque el discurso oficial asegura que se trata de evitar privilegios para los poderosos, en la práctica estas modificaciones restringen el acceso a la justicia de los ciudadanos comunes y pueden utilizarse como herramientas de persecución política.
Frente a este panorama, surge una pregunta inevitable: ¿qué hará el gobierno una vez que haya consumado todas las reformas que se propuso? La última —y quizá la más significativa por su alcance y consecuencias— es la reforma electoral, un proyecto en el que tampoco se vislumbra apertura al diálogo ni posibilidad de acuerdos con la oposición. Todo indica que el oficialismo volverá a recurrir a su mayoría legislativa para imponer los cambios, utilizando la conocida aplanadora parlamentaria que ha caracterizado a este sexenio.
Entre las medidas más polémicas se encuentra la reducción del número de legisladores de representación proporcional, lo que implicaría una merma directa en la pluralidad política y en la representación de las minorías. A ello se suma la intención de modificar la forma de integración del órgano electoral encargado de organizar los comicios, abriendo la puerta a que sus integrantes sean electos bajo un esquema que favorezca la afinidad política con el gobierno.
Más allá de sus justificaciones, las reformas aprobadas se han impuesto sin los consensos mínimos con la oposición. El uso de la mayoría legislativa para aprobar transformaciones estructurales tiene un costo político: la falta de legitimidad y la erosión de la confianza institucional. La llamada “mayoría artificial” que permitió al oficialismo avanzar en su agenda ha sido cuestionada incluso por actores que reconocen la validez formal de las elecciones, pero advierten sobre el debilitamiento de los equilibrios democráticos.
Particularmente grave es el caso del Poder Judicial. La selección de ministros mediante mecanismos tan poco transparentes resta legitimidad a quienes asumen el cargo. Además, el proceso de aprobación estuvo acompañado de prácticas reprobables: en el caso de la reforma judicial, legisladores opositores fueron presionados para ausentarse de las sesiones, otros cooptados a cambio de impunidad.
En este escenario, un futuro gobierno de signo distinto podría cuestionar la legitimidad de las instituciones y de las decisiones surgidas bajo estas condiciones. Incluso podría llegar a desconocer resoluciones judiciales, alegando que provienen de un poder constituido de manera irregular. De ocurrir, México enfrentaría una crisis institucional de gran magnitud.
El oficialismo parece no advertir que ningún poder es eterno. Las decisiones tomadas sin diálogo, sin contrapesos y sin respeto a la pluralidad tienden a revertirse con el tiempo. En una democracia, las reformas requieren negociación, gradualidad y legitimidad; cuando se imponen, generan resistencias y, tarde o temprano, serán revisadas o anuladas.
Por ello, al régimen actual le convendría construir puentes con la oposición con la que se han negado a negociar. De lo contrario, las mismas reformas que hoy consolidan su poder podrían convertirse mañana en el origen de su desgaste político y en el punto de partida de una nueva etapa de cambios.