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Avanza el cambio de régimen de la 4T

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Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //

Transcurridos 40 días del gobierno que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum y no hay sorpresas. El cambio de régimen avanza, empezando por la reforma al Poder Judicial al lograr, primero, librar la aduana del Congreso de la Unión, en especial en la Cámara de Senadores, donde Morena no tenía la mayoría calificada, pero encontraron al Judas Iscariote, llamado Miguel Ángel Yunes.

De la misma forma en la Suprema Corte de Justicia, la reforma constitucional no lograron anularla los ministros opositores, encabezados por la ministra presidenta Norma Piña, cuando votó en contra el ministro Alberto Pérez Dayán con lo que no le pusieron freno a una reforma que este grupo consideraba que podrían anularla, pero obtuvieron los 8 votos que se requerían y lo que hubiera provocado una crisis institucional.

Antes de esta decisión jurídica de la Corte, hubo mucha polvareda y se expresaron diversas visiones, como la del maestro Diego Valadés, considerado el mejor jurista en derecho constitucional de América Latina, quien alertó que “la Suprema Corte de Justicia carecía de facultades para impugnar el contenido de las reformas constitucionales. En el caso concreto de la Ley de Amparo, que se refiere específicamente al juicio de amparo, es muy clara en el Artículo 61 que dice que es improcedente el juicio de amparo contra adiciones o reformas a la Constitución del país”.

No hay recurso legal ni constitucional alguno para impugnar el contenido de las reformas”.

Y precisaría: “Lamento que se vean como esos clavos a un ataúd, pero mi intención en todos los casos no ha sido más que obedecer a convicciones personales que no tienen nada que ver con militancia política”.

Y algo más advirtió Diego Valadés: “No es posible, esto no sucederá, alentar esa esperanza significará que quienes la crean cuando la Corte decida en el sentido jurídico que no es operativa ni procedente la anulación de una reforma constitucional van a decir que la Corte se vendió, o se doblegó, o hubo presiones del gobierno que ejerció acciones coercitivas de presión político y esto seguirá alimentando un ambiente que todos vivimos de extrema tensión”.

Finalmente la reforma judicial, es un hecho, va para adelante y camina el llamado Plan de López Obrador, plan que el político tabasqueño presentó a la opinión pública el pasado 5 de febrero en el aniversario de la Constitución Mexicana al pedir a los mexicanos que apoyaran ese Plan C, para lo cual se requería tener mayoría absoluta, votando por los candidatos de Morena y aliados para la presidencia y el Congreso de la Unión.

La oposición en las urnas perdió ante la 4T, encabezada por Claudio X. González, representante y vocero de una parte de la oligarquía, junto a Alito Moreno, Marko Cortés, quienes postularon a Xóchitl Gálvez, una desafortunada candidata que simplemente no logró motivar a los mexicanos del “peligro” para las instituciones que significaba la candidata morenista Claudia Sheinbaum Pardo.

Simplemente no hay engaño. El triunfo de la Coalición “Juntos Seguimos Haciendo Historia” fue contundente. Fueron más de 35 millones de votos y ahora procede a ejecutar lo ofrecido por López Obrador.

Del paquete de 20 reformas, 18 constitucionales, la mayor parte veremos su aprobación en las dos cámaras en las próximas semanas y en ese proceso estamos.

La primera reforma de este paquete en ser aprobada es la Reforma Judicial y era la más de fondo (…) A grandes rasgos, esta reforma al Poder Judicial propone que las personas que se desempeñen como ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), así como magistrados, jueces y los integrantes del Consejo de la Judicatura Federal sean electos mediante el voto popular.

Y eso va. Es un experimento que desconocemos los resultados que tendrá. En mi entender, no creo que las cosas vayan a cambiar en forma notable y que tengamos una justicia real, rápida y expedita. Se va una mafia y llegará otra. Los que tienen dinero continuarán teniendo el control y la justicia en sus manos, mientras que la base del pueblo, continuará exigiendo justicia. Se va una élite y llega la apoyada por Morena que será el nuevo poder.

Y es que lograr justicia, no sólo depende del Poder Judicial, es un todo, donde implica la participación del Poder Ejecutivo, de los gobiernos estatales, de la Fiscalía General de la República, del Ministerio Público, de la capacitación misma de la que se carece porque no se destinan los recursos necesarios y suficientes para que esto se haga realidad.

En los próximos días se discutirá y seguramente se aprobará la desaparición de 7 órganos autónomos y la extinción o fusión de 17 organismos descentralizados. Entre los organismos autónomos que se propone eliminar están el Instituto Federal de Telecomunicaciones, el Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (INAI), el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social y las comisiones Federal de Competencia Económica, Reguladora de Energía, Nacional de Hidrocarburos y Nacional para la Mejora Continua de la Educación. Las funciones de estos organismos serían absorbidas por dependencias de la administración pública federal alegando duplicidad de funciones.

El cambio de régimen avanza y no veo poder humano que pueda frenarlo. Al mismo tiempo se advierte la construcción del partido hegemónico, como lo fue el PRI durante cerca de 70 años. ¿Morena cuánto podrá durar? No lo sabemos y más cuando vemos a una oposición desprestigiada, deshilvanada, sin que se atisbe el surgimiento de nuevos liderazgos.

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Llave al cuello

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– Opinión, por Miguel Anaya

El Senado de la República nació para ser la cámara de la reflexión, el contrapeso, el espacio donde las decisiones se piensan dos veces antes de convertirse en ley. Desde su inicio en el siglo XIX, su existencia buscaba equilibrar al país: la Cámara de Diputados representaría la voz inmediata del pueblo y el Senado, con sus 128 integrantes, encarnaría la visión de más alto nivel de cada estado. En teoría, es la tribuna donde la política alcanza su forma más elevada.

La semana pasada, en lugar de argumentos, lo que retumbó fueron los gritos, acompañados de empujones y amenazas de riña dignas de vecindario enardecido. Lo que debía ser la cúspide del debate nacional se convirtió en un espectáculo más cercano a la arena de lucha libre que al foro legislativo más importante del país.

Conviene recordarlo: la tribuna del Senado no es un micrófono más. Es el escenario que, en teoría, proyecta al mundo la madurez política de México. Allí se han discutido tratados internacionales y reformas constitucionales que marcan generaciones. Y, sin embargo, lo que se ofreció al país no fue altura de miras, sino un espectáculo de pasiones mal encauzadas, una demostración de que, cuando falta el argumento, la violencia sale a flote.

Algunos dirán que la violencia parlamentaria es casi folclórica. En Italia se han lanzado sillas, en Corea martillos, en Taiwán agua y puños. La diferencia es que allá los incidentes son excepción; aquí amenazan con convertirse en método alterno de debate. Al paso que vamos, quizá convenga incluir guantes de box en el reglamento interno.

Lo ocurrido no es simple anécdota, sino síntoma. La violencia desde la tribuna envía un mensaje devastador: si en la Cámara alta se puede insultar y agredir, ¿qué freno queda para la sociedad? El Senado debería marcar la pauta de la civilidad, no reflejar lo peor del enojo social. La tribuna debería ser espejo de lo que aspiramos a ser, no caricatura de lo que tememos convertirnos.

Una máxima, atribuida a distintos autores, menciona que “la violencia comienza cuando la palabra se agota.” En México, la palabra parece agotarse antes incluso de ser pronunciada. Otra frase importante, acuñada por Carlos Castillo Peraza dice: “La política no es una lucha de ángeles contra demonios, sino que debe partir del fundamento de que nuestro adversario político es un ser humano.” Ambas enseñanzas se han olvidado en el legislativo.

Lo más preocupante no es la escena del zafarrancho, sino lo que significa: que en el recinto diseñado para contener pasiones se desbordan las más bajas. Que en la cámara que debía representar la inteligencia del Estado se normaliza la torpeza del insulto. Y que, en la tribuna donde deberían hablar las mejores voces de la nación, se escuchan ecos de cantina.

El Senado no merece ser burla internacional. Mucho menos lo merece el país que lo sostiene. La dignidad de esa Cámara no depende de los mármoles que la adornan, sino de la altura de quienes la ocupan. Y si los legisladores no alcanzan el nivel que la historia les exige, quizá haya que recordarles que la tribuna no les pertenece: pertenece a los ciudadanos que todavía, ingenuos, tercos o soñadores, confían en que la democracia se discutirá con ideas, no con empujones.

En conclusión, lo que vimos en el Senado no es un accidente aislado, sino el retrato incómodo de una clase política que confunde el poder con la prepotencia (¡qué raro!) y la representación con la bravuconería. La patria necesita llaves que abran el diálogo, no llaves al cuello.

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El ocaso del rebelde

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– Opinión, por Iván Arrazola

El poder, ese viejo escenario donde se forjan héroes y se consumen rebeldes, suele desnudar la verdadera esencia de quienes lo alcanzan. A lo largo de la historia, ha sido capaz de transformar ideales en privilegios y convicciones, en concesiones.

En México, pocos casos ilustran mejor esta metamorfosis que el de Gerardo Fernández Noroña: el opositor combativo que enarbolaba la rebeldía como bandera y que, con el tiempo, terminó convertido en el mismo tipo de político al que solía denunciar.

En este sentido, desde sus tiempos como opositor, lo que dio a conocer al senador Fernández Noroña fue su actitud combativa y su rebeldía. Era el tipo de político capaz de hacer una huelga de hambre ante una decisión injusta del gobierno, el personaje que abiertamente criticaba los excesos de la vieja clase política: sus privilegios, sus viajes y el lujo en el que vivían.

Esa faceta crítica y contestataria la expresó también en episodios como su negativa a pagar el IVA en los supermercados, acciones que ponían en aprietos a trabajadores que, en realidad, poco podían hacer para cambiar los precios.

Sin embargo, todo cambió cuando López Obrador lo incluyó entre las llamadas corcholatas presidenciales. A partir de ese momento, el activismo callejero que había caracterizado a Fernández Noroña se transformó. De la noche a la mañana, subió varios peldaños y se convirtió en parte de la nueva élite política.

Así, cuando fue nombrado presidente de la Mesa Directiva del Senado, su estilo ya no fue el de un perfil austero. Los viajes en primera clase, las salas premier en aeropuertos y los vehículos de lujo pasaron a ser parte de su nueva realidad. Paradójicamente, el mismo político que antes presumía su cercanía con el pueblo y despreciaba a los elitistas, pronto cayó en excesos inconcebibles para alguien que se asumía contestatario. Incluso utilizó al Senado como espacio para exigir que un ciudadano se disculpara públicamente por haberlo insultado en un aeropuerto.

El contraste es aún más evidente si se recuerda que durante años criticó la corrupción de panistas y priistas, y denunció las injusticias contra el pueblo. Ahora, en cambio, mostró una sorprendente falta de sensibilidad.

Respecto al rancho de Teuchitlán, Jalisco, por ejemplo, minimizó la gravedad de lo ocurrido al afirmar que solo se trataba de cientos de pares de zapatos, negando que hubiera indicios de reclutamiento o atrocidades. En otros tiempos, probablemente habría exigido justicia y acompañado a las víctimas.

De igual modo, cuando surgieron señalamientos contra el coordinador de su bancada por vínculos de su secretario de seguridad con el crimen organizado, Noroña llegó incluso a cuestionar la existencia del grupo criminal involucrado. En otra época habría pedido el desafuero del implicado; hoy, en su nueva faceta, resulta difícil imaginarlo asumiendo una postura crítica.

No obstante, sus últimos días como presidente del Senado estuvieron marcados por un cúmulo de escándalos. Investigaciones periodísticas revelaron que era dueño de una casa de 12 millones de pesos.

Aunque intentó justificar la compra con un crédito, sus ingresos como senador y las supuestas ganancias de su canal de YouTube, rápidamente especialistas desmintieron que pudiera generar los 188 mil pesos que asegura el senador. Con soberbia, declaró: “Yo no tengo ninguna obligación personal de ser austero”. Incluso se ventiló que recibe donaciones ilegales a través de sus transmisiones en redes sociales.

En ese torbellino de acusaciones ocurrió un episodio que pudo haberle devuelto algo de legitimidad, pero que terminó mostrando que se trata de un político que vive el privilegio: el enfrentamiento con el líder nacional del PRI. Aunque al principio la conversación mediática giró hacia la agresión que sufrió junto a uno de sus colaboradores, el caso pronto escaló.

El Ministerio Público acudió de inmediato al Senado a tomarle declaración, mientras miles de personas comunes siguen sin obtener justicia pronta y expedita. Esa diferencia de trato encendió aún más las críticas.

La polémica creció cuando la jefa del Estado intervino, acusando a Alejandro Moreno y a la oposición de actuar como porros. En lugar de llamar a la prudencia y a la concordia, reforzó la confrontación y desvió la atención al señalar que la prensa se fijaba más en la casa de Noroña que en las acusaciones de la DEA contra García Luna.

El caso de Fernández Noroña ilustra crudamente lo que sucede cuando los principios se subordinan al poder, ya sea porque este transforma a las personas o porque desde el inicio solo fue una estrategia para alcanzarlo. Hoy, las condenas a la violencia en el Senado son unánimes.

Lo que no parece merecer la misma indignación es la incongruencia. El régimen insiste en convencerse a sí mismo de que “no son iguales”, pero en los hechos muestran que sí lo son o, lo más inquietante, que pueden incluso superar a aquello que juraron combatir.

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La presidenta, Omar y Marcelo

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– De Frente al Poder, por Óscar Ábrego

A un año la Presidenta está haciendo lo que puede con quien tiene.

Resolver la herencia que le dejó López Obrador no es sencillo.

Una gran parte del país controlado por la delincuencia, finanzas públicas deshidratadas, obras inviables y tremendamente costosas, una nación endeudada brutalmente, un sistema de salud devastado y muchas otras asignaturas como la de lidiar con personajes impresentables por sus vínculos criminales o comportamientos inmorales y corruptos, son parte del pesado costal que carga todos los días Claudia Sheinbaum.

Sin embargo, en este primer aniversario, estoy convencido de que la primera mujer que encabeza el ejecutivo federal está destinada a trascender en la historia.

Podrán muchos no estar de acuerdo en sus postulados, pero ¿qué mandatario en el mundo se escapa de la polémica y la crítica? Ninguno, sea mujer o varón.

La democracia, al margen de sus bases teóricas, siempre corre riesgos colectivos. Así lo demuestra la historia universal.

De cualquier modo, soy de los que opina que Sheinbaum tiene la convicción de lograr mejorar el estado de las cosas que recibió.

Dicho de otra forma, creo en ella.

Y si bien hay temas que pueden ser materia de cuestionamientos duros y legítimos, lo cierto es que en este primer aniversario de su sexenio sobresalen dos personajes que han dado la nota positiva (por no decir sobresaliente) de su gestión: Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana y Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Economía.

De ambos lo único que podría decirse en este momento es que están dando buenas cuentas a la sociedad y a la presidenta.

Los dos tienen algo en común: los escenarios que enfrentan son adversos y en extremo desafiantes.

Omar, pacificar al país en medio de una violencia nunca antes vista.

Marcelo, darle viabilidad productiva a México frente a la inestabilidad emocional de Donald Trump.

Si Claudia Sheinbaum ha tenido un acierto, es haber colocado en esas delicadas responsabilidades a Omar García Harfuch y a Marcelo Ebrard, quienes, llegado el momento, de seguro serán los únicos finalistas de Morena en el aún lejano 2030.

En X: @DeFrentealPoder

*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor, activista social y analista político.

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