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Reflexiones de cierre de año: Ser dueños de nuestro destino

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En las noches frías de diciembre, muchas familias tienen la costumbre de reflexionar sobre el año que termina, buscando aprendizajes y propósitos para el ciclo que está por comenzar. Una tradición particular que merece destacarse es la de colocar una caja en el centro de la sala, dentro de la cual se depositan pequeños objetos que simbolizan los momentos, lecciones y errores del año.

Este acto solemne no solo reconoce lo vivido, sino que también invita a mirar hacia el futuro con intención y convicción. Al final, se añade un nuevo objeto, representando un propósito o una meta para el año venidero.

Este ritual, aunque sencillo, guarda una profundidad que trasciende el ámbito familiar y puede aplicarse también al terreno de la política y la sociedad. Al cierre de cada año, los líderes, como quienes realizan este ritual, deberían abrir una caja metafórica y colocar en ella los errores, las omisiones y los fracasos del ciclo. Pero, a diferencia de quienes reflexionan profundamente, muchos líderes no se detienen a analizar lo que esos objetos representan, ni a cuestionarse si las soluciones que adoptaron fueron realmente las adecuadas. En cambio, se limitan a repetir fórmulas que no resuelven problemas, sino que apenas los contienen, esperando que eventualmente se desvanezcan por sí mismos.

El verdadero problema radica en la naturaleza de esas soluciones. La política contemporánea parece obsesionada con respuestas epistemológicas y empíricas, aquellas que pueden medirse, cuantificarse y presumirse en gráficos o estadísticas.

Pero esta aproximación, aunque válida en ciertos contextos, no siempre aborda la raíz de los problemas. A menudo se convierte en un ejercicio de supervivencia inmediata, como el gato encerrado en una caja que araña las paredes en busca de una salida. Este enfoque reactivo puede ser suficiente para paliar una crisis, pero no para prevenirla ni para construir un futuro más estable.

Aquí es donde entra en juego una noción más profunda: la convicción de protegernos no solo por instinto de supervivencia, sino con un propósito preventivo y transformador. Protegernos no significa únicamente salvarnos del peligro inmediato, sino construir estructuras, políticas y culturas que minimicen las posibilidades de que esos peligros surjan en primer lugar. Es el acto de ser, no el felino atrapado, sino el dueño del felino, quien tiene la capacidad y la responsabilidad de cuidar su bienestar y anticipar sus necesidades.

El año que despedimos nos deja múltiples lecciones sobre cómo hemos enfrentado los retos de nuestra época. Desde crisis sanitarias y económicas hasta la polarización social y política, hemos visto cómo los líderes de todo el mundo han respondido con una mezcla de soluciones empíricas y posturas ideológicas. Pero, al final del día, debemos preguntarnos: ¿esas respuestas atacaron las causas de los problemas, o simplemente sus síntomas? ¿Estamos construyendo un futuro más sostenible o simplemente aplazando las consecuencias?

Una de las grandes tragedias de nuestro tiempo es la falta de visiones a largo plazo. En la prisa por responder a las demandas inmediatas, los líderes a menudo olvidan que su verdadero mandato no es solo administrar las crisis, sino prevenirlas. Esta miopía estratégica no es exclusiva de un partido, ideología o nación; es un mal que atraviesa fronteras y que refleja una desconexión fundamental entre el poder y la responsabilidad. Los grandes líderes de la historia no se destacaron por su habilidad para reaccionar ante los eventos, sino por su capacidad para anticiparlos y preparar a sus pueblos para lo que estaba por venir.

Pensemos, por ejemplo, en la manera en que se aborda el cambio climático. A pesar de las evidencias científicas y del consenso global sobre la urgencia del problema, las acciones de los gobiernos suelen quedarse cortas, atrapadas en debates políticos y en intereses económicos a corto plazo. Se toman medidas paliativas que generan titulares, pero que no resuelven el problema de fondo. Es como intentar contener una inundación con una toalla, en lugar de construir un dique que realmente proteja a la comunidad.

De igual manera, en el ámbito de la justicia social, las políticas suelen centrarse en aliviar los síntomas de la desigualdad, pero rara vez se abordan las estructuras que la perpetúan. Los programas de apoyo económico, aunque necesarios, no sustituyen la necesidad de reformas profundas en educación, salud y acceso a oportunidades. Esto no significa que debamos abandonar las soluciones inmediatas, sino que debemos complementarlas con estrategias de largo alcance que transformen las condiciones que generan las crisis.

Al despedir este año, debemos reflexionar también sobre nuestro papel como ciudadanos. No podemos exigir a nuestros líderes que sean dueños del felino si nosotros mismos seguimos actuando como gatos en una caja, reaccionando solo cuando nos sentimos amenazados. La construcción de un futuro más justo y sostenible requiere la participación de todos, desde el voto informado hasta la exigencia de transparencia y rendición de cuentas. No se trata solo de criticar, sino de proponer, de involucrarse y de actuar.

En última instancia, el cambio comienza con una idea. Una idea que no se limita a lo que es observable o medible, sino que aspira a lo que es posible y necesario. Una idea que no teme cuestionar las verdades aceptadas ni desafiar el statu quo. Una idea que, como el objeto que se coloca en la caja al final de cada año, simbolice un propósito y una lección para el futuro.

Al cerrar este ciclo, hagamos el ejercicio de abrir nuestra propia caja metafórica. Coloquemos en ella los errores y los aprendizajes del año que se va, pero también los propósitos y las convicciones para el año que viene. Recordemos que no somos simples actores en un escenario preestablecido, sino los arquitectos de nuestro propio destino. Si queremos un mundo más justo, más equitativo y sostenible, debemos empezar por imaginarlo, por construirlo y, sobre todo, por exigirlo.

El felino en la caja puede arañar y luchar por su supervivencia, pero nosotros tenemos la capacidad de abrir la tapa, de salir y de crear algo mejor. Esa es la verdadera responsabilidad de nuestros líderes, y también la nuestra. Que el próximo año nos encuentre con la convicción de no solo sobrevivir, sino de construir un futuro digno para todos.

 

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2024, año histórico

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Opinión, por Miguel Anaya //

Todos los años tienen sus acontecimientos históricos, cada año que suma a la cuenta de la existencia de la humanidad está marcado por conflictos, acuerdos, nacimientos, decesos, descubrimientos y muchas cosas más. El año 2024 no ha sido la excepción, sin embargo, la oleada de hechos, sobre todo a nivel político, repercutirán de fuerte manera en lo que suceda durante los próximos años a nivel mundial.

En enero de este año, publiqué a través de este medio que durante 2024, la mitad de los países del mundo se irían a elecciones para definir el futuro de sus comunidades, estas se llevaron a cabo y la mayoría de los electores se decantaron por gobiernos de corte conservador, como ejemplo tenemos Estados Unidos, con la elección de Donald Trump; Francia, donde el presidente Macron tuvo que adelantar elecciones ante la fuerte presencia de LePen y los partidos de derecha; la reelección de Bukele en El Salvador; Incluso Venezuela y Rusia también convocaron a elecciones donde sus respectivos líderes resultaron reelectos, siendo acusados de fraude por la oposición.

Otros países que cuentan con nuevos gobiernos tras su respectivo proceso electoral son: Finlandia, Irán, Portugal, Croacia, Ecuador, Panamá, Sudáfrica, Bélgica, Japón, Bulgaria, Taiwán. Además, Reino Unido y la India, eligieron un nuevo parlamento. Obviamente, México no fue la excepción y la mayoría de los mexicanos decidieron dar continuidad al proyecto de gobierno qué inició en 2018.

Es evidente que estas elecciones tienen repercusiones directas o indirectas en nuestra economía, cultura e incluso leyes, ya que los cambios llevan a crear nuevas reglas que regulen la migración y la dinámica económica. En fin, los nuevos gobiernos llevan a que al menos de inicio haya una nueva configuración política mundial y habrá que adaptarse a ello más pronto que tarde, pues el mundo no espera.

Más allá de las elecciones hay tres conflictos mundiales qué acapara la atención ya que sus acciones y resultados repercuten fuertemente en la economía. Comencemos por la guerra entre Ucrania y Rusia, aquella en la que los rusos tenían pronosticados durar tres semanas y que lleva cerca de tres años. El presidente electo Trump ha prometido acabar con la guerra y esto solo se puede dar con un acuerdo que involucre a Rusia y a la OTAN (organización de la que, por cierto, Trump ha amenazado con la salida de Estados Unidos).

El siguiente conflicto pasa por la recrudecida guerra entre Israel y Palestina, misma en la que hoy parte del mundo occidental recrimina al presidente israelí, Benjamín Netanyahu, el uso de violencia excesiva contra el país árabe pero donde también, la caída del régimen sirio cambia la configuración geopolítica de medio oriente previendo nuevos resultados en 2025.

Finalmente, precisamente el cambio de régimen en Siria conlleva a una nueva configuración política de la región y consecuentemente del mundo, pues con la caída de Bashar al-Ásad se reanima una de las rutas económicas más importantes entre Asia y Europa, además que la llegada de un nuevo régimen le podría permitir a occidente crear un punto de amortiguación entre los países radicales árabes e Israel. Dos temas importantísimos para Estados Unidos, Rusia, Europa y el mundo entero.

Así pues, se nos va un 2024 entre elecciones y conflictos militares, hubo noticias mejores como la realización de los Juegos Olímpicos, la Copa América y la Eurocopa, otras no muy buenas como amenazas de virus de rápida propagación que podrían llevarnos a una nueva pandemia. En el ramo de la tecnología se han anunciado nuevas plataformas de inteligencia artificial que permitan proteger los datos de los usuarios, además de nueva tecnología qué permita reducir el impacto del ser humano en el medio ambiente.

De esta manera se nos fue un año más, vendrán unos días de reflexión, de convivencia con nuestros familiares y amigos, momento de guardar por unos días los problemas y enfocarse en lo realmente importante que son las relaciones humanas.

A los lectores de Conciencia les deseo unas felices fiestas, esperando que el 2025 traiga lo mejor en lo individual y lo colectivo, recordando que a cada uno de nosotros le corresponde una pequeña parte para hacer de este mundo un lugar mejor. ¡Felices fiestas!

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El rol de la inteligencia artificial en la evolución de la comunicación

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Opinión, por Alejandro Verduzco Mendoza //

Mucho se ha hablado sobre la llegada de la tecnología a nuestras vidas. Recuerdo la caricatura de «Los Supersónicos», una serie de las aventuras de la familia Sónico, que se emitió entre los años sesenta y ochenta. Lo interesante de esta serie animada fue que presentaba un futuro ambientado en el año 2062, donde sus personajes vivían en casas flotantes, contaban con robots a su servicio, se comunicaban mediante videollamadas y se transportaban en autos voladores, entre otros aspectos.

La referencia que hago a esta serie se debe a que, en su época, lo que se mostraba estaba fuera de la realidad, pero hoy en día ya se ha materializado. Por ejemplo, las videollamadas que realizaban en la serie se han convertido en una práctica común a través de plataformas como ZOOM, utilizadas para el trabajo desde casa.

Asimismo, los relojes inteligentes, como el Apple Watch, se asemejan a los dispositivos mostrados en la serie, y Robotina, la asistente robot, se ha materializado en la actualidad con la llegada de asistentes virtuales como Alexa y Siri. ¿Realmente los creadores de «Los Supersónicos» previeron que 40 o 50 años más tarde esa tecnología nos alcanzaría, en conceptos muy similares?

La comunicación, impulsada por la tecnología, ha ido transformándose de período en período, de década en década y de generación en generación. A lo largo del tiempo, hemos observado y experimentado esta evolución, desde los medios impresos, el correo postal, la radio y la televisión, hasta el internet y, más recientemente, la inteligencia artificial (IA) y la realidad aumentada.

Con la pandemia de COVID-19 a finales de 2019, la brecha digital en México y a nivel global se aceleró. Usuarios, consumidores, empresas, instituciones y organizaciones en general tuvimos que digitalizarnos, adaptándonos al comercio electrónico para realizar transacciones en línea, optimizando nuestras redes sociales, marketing web, webinars, streaming, networking, salas de reunión, podcasts y otras herramientas digitales para comunicarnos y llevar a cabo nuestras actividades en una nueva realidad que llegó para quedarse.

Históricamente, la comunicación humana ha evolucionado significativamente con los avances tecnológicos, conservando el modelo de emisor, mensaje codificado, medio de transmisión, decodificación y receptor. En la actualidad, la inteligencia artificial se ha convertido en un factor clave y competitivo en esta transformación. Desde los chatbots como ChatGPT hasta los algoritmos de procesamiento de lenguaje natural, la IA está remodelando la forma en que interactuamos y nos comunicamos en ámbitos personales, profesionales, académicos, educativos, empresariales y publicitarios. Por ello, es fundamental considerar cómo la IA influye en la evolución de la comunicación, sus aplicaciones más relevantes y los desafíos que plantea en todos los sectores.

¿Pero desde cuándo contamos con inteligencia artificial en la era moderna? Es importante señalar que desde 2010 se registran tecnologías de IA que comenzaron a integrarse en productos comerciales, como asistentes virtuales como Siri y Alexa, así como en automóviles inteligentes.

Empresas como Google, Microsoft, SpaceX, Tesla y OpenAI han invertido fuertemente en IA, lo que ha llevado al desarrollo de modelos de lenguaje avanzados como GPT (Generative Pre-trained Transformer) y otros sistemas de IA utilizados en aplicaciones comerciales, científicas y de entretenimiento.

Es crucial mencionar que la inteligencia artificial moderna no tiene un único «inventor»; es el resultado de los esfuerzos de muchas personas, investigadores, programadores y organizaciones en diversos campos como la informática, las matemáticas, la filosofía y la neurociencia.

Una de las herramientas de IA más conocidas y utilizadas en nuestra vida actual es ChatGPT, un modelo de lenguaje desarrollado por OpenAI, basado en la arquitectura de GPT. La versión original de GPT fue lanzada en 2018, pero ChatGPT, como producto específico, se desarrolló a partir de versiones más avanzadas de este modelo.

Esta herramienta ha marcado un precedente en nuevas formas de pensar, procesar, comunicar y crear. Muchas empresas, como Coca-Cola, utilizan este tipo de herramientas para sus estrategias publicitarias y de comunicación; recientemente, lo vimos en las campañas electorales en México, donde se diseñaron mensajes e imágenes de propaganda política basados en esta tecnología.

Además de su aplicación creativa y estratégica en campañas políticas, autoridades electorales en nuestro país, como la consejera electoral del Estado de México, Erika Estrada Ruíz, han señalado que «la democratización de la tecnología ha generado una transformación profunda en la forma en que se llevan a cabo los procesos electorales en todo el mundo».

Así, la integración de la inteligencia artificial en los recientes comicios se hizo visible como un fenómeno de gran relevancia. Como ocurre con todo avance tecnológico, representa un progreso para nuestra civilización, pero también conlleva riesgos sociales. Es fundamental considerar los peligros asociados al uso de la IA, como la manipulación de la información, la discriminación algorítmica que limita el acceso equitativo a los contenidos políticos y la rápida propagación de discursos polarizadores.

Mientras escribía estas líneas, tuve una amena charla con el Mtro. Miguel Camarena, especialista en filosofía y literatura, sobre el papel de la IA en la transformación de la comunicación y nuestras vidas. Hablamos de una de las películas más emblemáticas sobre la relación entre humanos y máquinas: «2001: Odisea del espacio», una ficción innovadora que exploró la inteligencia artificial a finales de los años setenta. Resulta sorprendente observar las similitudes entre esta obra de ficción y lo que hoy estamos experimentando con la IA.

Para concluir esta reflexión, le pregunté a ChatGPT, desde su inteligencia artificial (19 de octubre de 2024), ¿cuál es el futuro de la comunicación en los medios tradicionales en México? A lo que respondió lo siguiente: «El futuro de la comunicación en medios tradicionales en México, como en muchas partes del mundo, está enfrentando un proceso de transformación acelerado debido a la evolución digital y los cambios en los hábitos de consumo de los usuarios. Aunque la televisión, la radio y los periódicos siguen siendo relevantes, su rol está cambiando.»

«Es poco probable que los medios de comunicación tradicionales desaparezcan por completo para el año 2040, pero ciertamente enfrentarán una transformación profunda, impulsada por la rápida evolución tecnológica y los cambios en los hábitos de consumo, lo que permitirá la hibridación de los medios tradicionales y digitales.»

En conclusión, la inteligencia artificial ha demostrado ser un catalizador en la evolución de la comunicación, permitiendo interacciones más rápidas, eficientes y personalizadas. Sin embargo, su desarrollo también plantea desafíos que deben ser abordados, especialmente en términos de ética, originalidad, privacidad y protección de datos personales. A medida que la IA continúe avanzando, será crucial encontrar un equilibrio entre la innovación tecnológica y la responsabilidad social.

¿La IA representará un avance tecnológico o un riesgo social?

(*) Alejandro Verduzco Mendoza

Mercadólogo y Analista Político

@averduzcom

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La primera derrota

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Opinión, por Iván Arrazola //

Claudia Sheinbaum lo ha ganado todo: ganó la elección presidencial con un amplio margen, aseguró mayorías calificadas para su partido en el Congreso y le han aprobado todas sus reformas. Sin embargo, enfrenta su primera derrota al dejar de dialogar con el presidente electo Donald Trump a través de los medios. Aunque esta medida busca poner fin a las polémicas generadas por las declaraciones cruzadas entre ambos líderes, también pone de manifiesto las dificultades para establecer un canal de comunicación efectivo con el próximo mandatario de Estados Unidos.

Es posible que la presidenta Claudia Sheinbaum haya seguido al pie de la letra el consejo de Maquiavelo sobre cómo gobernar un país cuando se hereda el poder político. Según el pensador florentino, en estos casos los habitantes suelen ser leales mientras el gobernante no altere de forma drástica el orden ni las costumbres establecidas. En línea con esta idea, Sheinbaum ha decidido conservar la estrategia de comunicación implementada por López Obrador. Sin embargo, esta elección parece no estar produciendo los resultados esperados.

El principal problema se encuentra en replicar el formato y el estilo de comunicación de su antecesor. Una de las fortalezas de López Obrador, incluso antes de asumir la presidencia, fue su habilidad para evadir responsabilidades en situaciones comprometedoras, como los casos de sobres de dinero relacionados con colaboradores cercanos o familiares, que él desestimó calificándolos de complots o estrategias para desprestigiarlo.

Este enfoque evasivo de comunicación resultó especialmente efectivo en su trato con Donald Trump. La estrategia de evitar confrontaciones directas con el entonces presidente estadounidense le permitió a López Obrador preservar su imagen frente a un actor indudablemente poderoso. Ante cualquier ataque o amenaza de Trump, el expresidente respondía que no caería en provocaciones, afirmaba que Trump era su amigo y atribuía cualquier hostilidad hacia México a que estaba en campaña.

El principal desafío de Claudia Sheinbaum parece ser su rigidez al comunicar, una clara diferencia respecto a la disciplina y el dominio que caracterizaban a López Obrador en su comunicación cotidiana. A diferencia de su antecesor, quien perfeccionó esta estrategia desde su etapa como jefe de gobierno y la utilizó con eficacia en la presidencia para confrontar adversarios y defender su gestión, Sheinbaum aún no ha logrado dominar este formato.

Sheinbaum parece no estar acostumbrada a un nivel de protagonismo tan elevado, como lo demuestra su evidente incomodidad durante las conferencias mañaneras. Su intento de reducir tensiones con Donald Trump, señalando que la imposición de aranceles perjudica a todos los socios comerciales, ha tenido un alcance limitado.

La comunicación directa entre ambos ha resultado complicada, ni la carta ni llamada han detenido los excesos verbales del presidente estadounidense que contrasta con el tono mesurado de Sheinbaum. A esto se suma la ausencia de un liderazgo dentro de su gabinete, donde ningún miembro parece asumir un rol que pueda aliviar la presión sobre Sheinbaum.

Interrumpir la comunicación, sin duda, no es una buena señal, ya que proyecta una imagen de debilidad. Desde el principio, la presidenta debió establecer una línea argumentativa clara, enfatizando que México no cederá a presiones externas y que actuará conforme al derecho internacional, particularmente en el tema migratorio.

En cuanto a los aranceles, el enfoque debería ser similar: destacar que existe un tratado entre tres países con reglas claras que todos están obligados a cumplir. Mantener un discurso fundamentado en los acuerdos internacionales habría permitido a la presidenta ganar tiempo para establecer un canal de comunicación menos público, reduciendo la presión mediática. En contraste, la falta de una estrategia clara ha permitido que Donald Trump tome la delantera en el terreno comunicativo, generando la percepción de que está imponiendo su narrativa sobre la situación.

Es el momento para que la presidenta adopte un estilo propio de liderazgo y comunicación. Un buen inicio sería fomentar un diálogo más abierto y fluido con diversos actores, en lugar de restringirlo a ciertos personajes, algo poco acorde con el rol de una jefa de Estado. Asimismo, deslindar responsabilidades de funcionarios como la excanciller Alicia Bárcena, aunque la reconozca como una funcionaria ejemplar, no es suficiente; llevar a cabo investigaciones sería más efectivo.

Mayor apertura al diálogo podría ayudar a reducir la rigidez que caracteriza su estrategia comunicativa. Además, sería recomendable que limite sus intervenciones públicas, reservándolas para momentos estrictamente necesarios, optimizando así el impacto de su mensaje.

De los consejos de Maquiavelo se desprende que una gobernante debe adaptarse a las circunstancias. Para Sheinbaum, lo que está en juego no es solo su movimiento político, sino su legado. La negociación con Donald Trump representa una oportunidad invaluable para reafirmar su liderazgo y demostrar su capacidad en el ámbito internacional. Un diálogo directo, cuidadosamente estratégico y, sobre todo, alejado de la imitación del estilo de su antecesor, sería clave para alcanzar este objetivo.

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