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México después del 2018: Hay satisfacción con la democracia, de acuerdo a estudio de Latinbarómetro

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Opinión, por Pedro Vargas Ávalos //

A partir de que la izquierda mexicana se alzó con un triunfo electoral presidencial admitido por todos, (puesto que el de 1988 con Cuauhtémoc Cárdenas -cuando se cayó el sistema- y luego el de 2006, cuando la derecha logró el poder “haiga sido como haiga sido”- no se reconocieron oficialmente) en los comicios de 2018, tomando como parteaguas esa fecha, ha sido tema constante de conversación, en todos los niveles, si estamos mejor o peor como nación.

Desde luego que como cada viejo alaba su bordón, si oímos a los oposicionistas a la Cuarta Transformación -4T-, estamos en situación negativa, yendo de lo desventajoso hasta lo trágico. En cambio, si escuchamos a los partidarios del lopezobradorismo, no cabe duda de que hemos avanzado. En este caso, surge la disyuntiva: ¿A quién creerle?

Ante lo encontrado de cada uno de los bandos antedichos, para optar por alguna de las dos valoraciones, es menester acudir a una especie de tercero en discordia: este puede ser, mejor que una persona, una institución especializada en temas político-sociales, económicos y culturales.

En ese dilema estábamos, cuando apareció una noticia en El Financiero de fecha 13 de enero de este año, un diario capitalino que no puede tildarse de ser simpatizador de la 4T. El artículo lo firma Alejandro Moreno, especialista en estudios demoscópicos, y el encabezado del periódico dice: “La satisfacción con el funcionamiento de la democracia rompió récord en México en 2024, según revela el estudio Latinobarómetro, una encuesta realizada en los países de América Latina y el Caribe desde hace 30 años.”

Como es lógico, si admitimos cual es la tendencia del rotativo mencionado, y la preparación del autor de la colaboración, es necesario saber qué tipo de organismo es el que publicó ese estudio. Según se lee en la página de esa empresa, “Latinobarómetro es un estudio de opinión pública que aplica anualmente alrededor de 20.000 entrevistas en 18 países de América Latina representando a más de 600 millones de habitantes.” Es pues una especie de ONG sin fines de lucro, y su sede no es nuestra República, sino la ciudad de Santiago de Chile, en el cono sudamericano.

La aludida Corporación Latinobarómetro, se considera independiente de influencias externas. Sus investigaciones por lo general son muy bien estimadas y atienden el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad. En cada trabajo, utilizan indicadores variados de opinión pública, con lo que miden actitudes, valores y comportamientos.

Por lo anterior es que los resultados que ofrecen a la comunidad de países de América son utilizados por los actores socio políticos de cada región, incluso otros actores internacionales, y desde luego entes gubernamentales y medios de comunicación de todas las directrices. Como no solo en nuestra patria es tiempo de mujeres, también en esa institución lo es, así es que la directora ejecutiva desde la fundación en 1995 es una inteligente dama: Marta Lagos.

Volviendo al autor de la nota periodística -Alejandro Moreno- se afirma que “De acuerdo con el estudio, 50 por ciento de las personas entrevistadas en México dijo estar muy o algo satisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país, el registro más alto desde 1995, cuando dio inicio el seguimiento de encuestas Latinobarómetro”.

Haciendo un recuento a los datos de ese estudio, de cómo se visualizó por la ciudadanía mexicana nuestra democracia, afirma el señor Moreno: en 1997, cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría en el Congreso, 45 por ciento de las personas en México dijo estar muy o algo satisfecha con la democracia.

Sin embargo, la transición que se registró al ganar la presidencia Vicente Fox, sufrió un traspiés, pues el porciento que arrojó la encuesta correspondiente apenas llegó al 37%. Hemos de anotar que en otros años, la satisfacción con la democracia llegó a estar hasta por debajo de 20 por ciento.

El estudio Latinobarómetro también indica que el nivel de apoyo a la democracia mexicana de acuerdo con la frase atribuida a Winston Churchill, “la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”, registró 74 por ciento en 2024, el tercer registro más alto en la serie, desde 1995. Ya como conclusión, comparando el nivel democrático de México con las naciones hermanas del subcontinente, conquistó el tercer sitio de satisfacción.

En un programa del corporativo de Televisa, dirigido por Leo Zuckerman, comentarista totalmente crítico a la 4T, se comentó lo sostenido por el multicitado Latinobarómetro. Allí este comentócrata y otro de sus cofrades – Jesús Silva-Herzog Márquez: periodista, escritor y académico miembro de la Academia Mexicana de la Lengua- han sostenido que nuestra democracia está agonizando.

Ahora se toparon con este punto de vista y quedaron algo perplejos. Sobre todo, cuando externó su parecer Blanca Heredia, experta politóloga y reconocida feminista. Ella comenzó aclarando que no cree eso de que nuestra democracia está agónica, y que las estadísticas del estudio que nos ocupa son ciertas.

Otro analista, Javier Tello, anotó que no puede desdeñarse que en 2017 nuestra satisfacción por la democracia tenía calificación de 16% y en cambio, el año pasado logró el 50. Asimismo, se debe considerara el renglón de apoyo a ese sistema, el cual del 55% pasó al 74 por ciento y significativamente a ello, está el tema de confianza en el gobierno que fue del 16 al 52%.

Otro capítulo importantísimo es el económico y la prosperidad, que pasó del 14% al 45 por ciento. Es importante que lo anterior lo asentaron voces informadas y muy capaces. En general pues, para muchos ciudadanos el funcionamiento de México está mejor.

Como la mejor opinión la tiene el lector, dejamos a su libre juicio el que decida si estamos con la narrativa que casi sepulta nuestra democracia y la mejoría nacional (según sostienen los comentaristas orgánicos que han manifestado su enojo con la 4T), o con los números que arrojó esta encuesta de Latinobarómetro, de la que aquellos irredentos impugnadores del actual régimen indican que los resultados positivos del estudio, está inclinada por ideologías afines. Pero ellos no tienen lucha y así seguirán en tanto no se les prodiguen “apapachos”.

Por lo dicho y citado, no queda más que otorgar valor, sin pecar de optimismo, a los números de este informe anual de Latinobarómetro.

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La reforma electoral

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– Opinión, por Luis Manuel Robles Naya

Es una decisión ya tomada; la reforma electoral va, con todo el poder del gobierno, impulsándola a través de una comisión integrada por funcionarios públicos en su totalidad.

No es extraño que venga una revisión de las reglas y normas electorales después de procesos importantes como la elección presidencial y la del Poder Judicial, lo que llama la atención es que la iniciativa provenga de quien ganó, de quien utilizó y abusó del sistema electoral para llegar al poder y construir una artificial mayoría que hoy quieren hacer valer como legítima.

Por regla general, es la oposición la que busca generar condiciones más favorables en la competencia electoral para mejorar su posición en el tablero político, pero ahora, sorprendentemente, es el gobierno con sus estructuras quien la promueve, aduciendo que quiere hacer más justas y menos onerosas tanto las elecciones como la participación de los partidos, cuando a todas luces busca más ventajas para perpetuarse en el poder.

La iniciativa presidencial nace con la semilla de la sospecha y, si acatamos el dicho popular, piensa mal y acertarás; parece que la oposición y conocedores van por buen camino, si nos atenemos a los dichos y declaraciones del nombrado presidente de la comisión, Pablo Gómez, que a voz en cuello ha proclamado que harán valer su mayoría.

Esa aseveración suena a una abierta amenaza a las minorías y en la actitud de Gómez se percibe un tufo dogmático que suena más a consolidación de una hegemonía que a la configuración de un sistema democrático que permita la competencia equitativa y justa entre todos los participantes de las lides democráticas.

Oficialmente, la comisión ha señalado que la consulta tiene por objeto abordar 14 temas, como el financiamiento y fiscalización de partidos y campañas, el sistema de votación incluyendo urnas electrónicas, la representación proporcional, la difusión de ideas y propaganda gubernamental, la revocación de mandato y libertades políticas, entre otros.

El sospechosísimo, que es solo especulativo, pues aún no hay nada escrito ni formalizado, nos lleva a pensar que, en el primero de estos temas, el financiamiento y fiscalización de partidos y campañas, tratarán de hacer legales los carruseles de depósitos y retiros que tan bien operó el que fuera secretario particular de AMLO, al igual que los sobres amarillos, los descuentos laborales para la causa y las donaciones anónimas.

En el sistema de votación tendrán que hacer milagros para que votar sea un ejercicio accesible para millones de mexicanos pues la tendencia a hacer coincidentes elecciones federales con locales y encima la elección judicial llevándose a cabo en la misma fecha, hará de los centros de votación núcleos de confusión.

En el tema de la difusión de ideas y propaganda gubernamental y de partidos tal vez pretendan que en la plataforma informativa de presidencia sea legal incluir propaganda a favor del partido gobernante y que la presidente pueda denostar, descalificar, condenar a opositores y revelar cuentas y datos personales como lo hizo impunemente AMLO cada que pudo y quiso.

Un capítulo importante será el de los organismos electorales, en el que se ha dicho que pretenden que los consejeros del INE, a los cuales les cambiarían el nombre, sean elegidos por votación popular, es decir, por la mayoría que harán valer (Pablo Gómez dixit), terminando de cooptar al organismo antes independiente. Los tribunales electorales, sus magistrados, ya son por elección con lo cual la justicia electoral ahora estará en manos de la nueva mayoría.

Otra joya no menos reluciente, o más todavía, será la representación de las minorías que ahora, según ha trascendido, no serán electas por listas propuestas por los partidos, sino que las posiciones, sean 300 o menos como pretenden, se adjudiquen a la primera minoría resultante de cada elección.

Esto quiere decir que donde ganen por mayoría no tendrán problema, pero donde pierdan serán la primera opción para representación proporcional y así, entre ganadores y perdedores, ganar una sobrerrepresentación sin tener que recurrir a dictámenes amañados o malabares de leguleyo para obtener mayorías dominantes en el poder legislativo.

En fin, a la fecha todo es especulación, pero se le miran los dientes al lobo tras la piel de oveja de una reforma anunciada con buenas intenciones, pero repleta de manzanas envenenadas. La última palabra la tendrá el Congreso, según afirmó Ricardo Monreal, líder de la mayoría en la Cámara de Diputados, pero sabemos que a nuestros ilustres diputados les gusta el trámite rápido y no se distinguen por su capacidad de análisis o de lectura, de comprensión.

La reforma va y solo esperamos que dejen el voto libre y la participación ciudadana en el conteo como remota garantía de que el voto será respetado, y que tengan cuidado con sus criterios de austeridad, porque la futura elección puede convertirse en el más pavoroso desorden que se haya conocido.

 

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La política detrás de la pobreza

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– Opinión, por Iván Arrazola

El informe sobre pobreza multidimensional elaborado por el INEGI ha generado un intenso debate en la opinión pública. Este tipo de pobreza no se mide únicamente por el nivel de ingresos, sino que considera múltiples carencias que afectan la calidad de vida de las personas, como el acceso a la salud, la educación, la seguridad social, la vivienda y los servicios básicos.

Desde esta perspectiva integral, que permite dimensionar la pobreza más allá de lo económico, los resultados muestran que alrededor de 13 millones de mexicanos dejaron atrás esta condición en los últimos seis años, una cifra que merece análisis detenido.

Este resultado se atribuye al aumento sostenido del salario mínimo, a las remesas y al fortalecimiento de programas sociales. Sin embargo, hay un factor menos mencionado y no menos decisivo: la dimensión política. Desde que la llamada Cuarta Transformación llegó al poder, se tomaron decisiones estratégicas que modificaron el diseño y la operación de las políticas sociales en México.

Una de las más relevantes fue la incorporación de los programas sociales a la Constitución, lo que los blindó frente a posibles cambios de gobierno y aseguró su permanencia como derecho exigible. Este movimiento no solo implicó una apuesta de largo alcance, sino que también obligó a las fuerzas políticas opositoras a respaldar la reforma, otorgándole un consenso inusual en la historia reciente del país.

El impacto político de esta decisión se tradujo en programas de alto alcance y visibilidad, como Jóvenes Construyendo el Futuro, diseñado para brindar a los jóvenes la oportunidad de aprender un oficio, o la duplicación de la pensión universal para adultos mayores, que se convirtió en el programa estrella del sexenio.

La masificación de estos apoyos, junto con el discurso que los acompañó, generó una narrativa de justicia social que caló en sectores históricamente desfavorecidos. No obstante, este despliegue requirió recortes significativos bajo el principio de austeridad republicana, el rediseño institucional que llevó a la desaparición de organismos y nuevas disposiciones como la limitación de los salarios de funcionarios públicos.

La política también explica por qué, a pesar de los avances estadísticos, persisten rezagos estructurales. El informe del INEGI revela que, aunque se redujo la pobreza extrema a siete millones de personas, el 48.2 % de la población sigue sin acceso a seguridad social, el 34.25 % carece de servicios de salud y el rezago educativo alcanza al 18.6 %.

Estos datos muestran que las transferencias directas son una herramienta eficaz para aliviar carencias inmediatas, pero no sustituyen la necesidad de fortalecer servicios públicos de calidad.

El factor político también se refleja en la facilidad con la que el gobierno ha operado cambios profundos sin enfrentar un costo elevado. Con mayorías legislativas que permitieron aprobar presupuestos y reformas sin necesidad de negociar con la oposición, el Ejecutivo logró avanzar en su proyecto prácticamente sin contrapesos. Esta ausencia de rendición de cuentas ha significado que incluso decisiones cuestionadas, como el cierre de estancias infantiles o los recortes a instituciones, no hayan representado un desgaste significativo para el oficialismo.

El caso de la educación resulta ilustrativo: mientras el rezago educativo a nivel nacional alcanza al 18 % de los niños en edad escolar, en comunidades indígenas la cifra es más dramática, con cuatro de cada diez menores fuera de la escuela. Pese a ello, la narrativa oficial ha centrado la atención en el número de personas que superaron la pobreza multidimensional, construyendo un relato que coloca al gobierno como el artífice de una hazaña histórica.

Sin embargo, este logro tiene matices. El informe advierte que los programas sociales no llegan con la misma intensidad a todas las regiones del país y que los estados del sur siguen registrando índices de pobreza superiores al 50 %. Ello sugiere que, si bien los apoyos generan un alivio inmediato, no siempre atacan de raíz las desigualdades estructurales ni garantizan la igualdad de oportunidades en el largo plazo.

La reducción de la pobreza multidimensional, celebrada como una de las mayores victorias del régimen, debe entenderse entonces como el resultado no solo de factores económicos y sociales, sino también, y de manera decisiva, de factores políticos.

No obstante, este avance también evidencia los riesgos de un modelo basado en transferencias económicas directas, sin un fortalecimiento paralelo de los servicios públicos y sin contrapesos institucionales que garanticen transparencia y rendición de cuentas.

Los resultados del informe sobre pobreza multidimensional muestran un logro significativo, pero también plantean preguntas de fondo: ¿es sostenible este modelo de política social en el tiempo?, ¿podrá el país reducir la pobreza sin comprometer la calidad institucional y los derechos ciudadanos? La respuesta dependerá de si México logra equilibrar la eficacia política de las transferencias con la construcción de un sistema robusto de servicios y garantías sociales que trasciendan coyunturas y administraciones.

 

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La toga en las urnas: 1 de septiembre, el inicio de una nueva era judicial

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

El 1 de septiembre marcará un momento histórico para México. Por primera vez, jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación entrarán en funciones tras haber sido electos mediante voto popular.

No se trata solo de un cambio en la forma de llegar a estos cargos, sino de un giro profundo en el que la legitimidad social y la relación con la ciudadanía pasan a jugar un papel tan visible como el conocimiento técnico y la trayectoria profesionales.

Hasta ahora, los jueces y magistrados ascendían a la carrera judicial mediante exámenes y concursos de oposición. Este modelo privilegiaba la formación académica, la experiencia en tribunales y el mérito profesional. Los ministros, por su parte, eran propuestos por el Ejecutivo y avalados por el Senado, con lo que cada nombramiento implicaba negociaciones políticas y acuerdos legislativos.

Sin embargo, incluso en el ámbito de la carrera judicial, las asignaciones a estados o circuitos no estaban exentas de influencias internas: el Consejo de la Judicatura y las dinámicas internas del Poder Judicial determinaban en muchos casos los destinos de quienes habían aprobado los exámenes. Este equilibrio entre mérito técnico y realidades institucionales definía hasta ahora el acceso y la carrera dentro del Poder Judicial.

El cambio que inicia este septiembre es profundo. La elección popular introduce un vínculo directo entre ciudadanía y justicia. Los jueces y ministros que asumen su cargo ya no son únicamente expertos reconocidos por sus colegas; son personas elegidas por votación, con una legitimidad social explícita.

Esto implica responsabilidades adicionales: deberán responder a la sociedad que los eligió, sin sacrificar la imparcialidad ni la técnica jurídica que exige su función. La legitimidad democrática y la independencia judicial ahora deberán coexistir de manera armoniosa, y será interesante observar cómo se logra este equilibrio en los próximos años.

La historia ofrece paralelismos útiles para entender este cambio. Durante la Revolución Francesa, la justicia dejó de ser un privilegio exclusivo del monarca y de la nobleza. Se instituyó para que ciertos jueces, como los jueces de paz, fueran elegidos por asambleas locales. La intención era acercar la justicia al pueblo y garantizar que los magistrados respondieran a las necesidades de las comunidades, sin perder el rigor técnico ni la formación profesional.

México enfrenta un desafío similar: combinar la legitimidad democrática con la imparcialidad y el conocimiento profundo de la ley. La experiencia francesa muestra que la elección popular puede fortalecer la confianza ciudadana, siempre que existan mecanismos claros para preservar la independencia del juez.

De esta manera, la entrada en funciones de estos jueces, magistrados y ministros tiene como principal tarea modificar la percepción que la sociedad tiene del Poder Judicial. Durante décadas, los tribunales se percibieron como espacios lejanos, inaccesibles y opacos.

El lenguaje técnico, los procedimientos largos y la distancia con la ciudadanía reforzaban la idea de un poder aislado. Ahora, la elección popular obliga a que los juzgadores sean comprensibles, transparentes y responsables frente a quienes los eligieron. La justicia deja de ser un mecanismo abstracto para convertirse en un instrumento que debe conectar con la vida cotidiana de la gente.

No obstante, la elección no reemplaza los retos estructurales del sistema judicial. La carga de trabajo, la lentitud de procesos, la infraestructura limitada y los recursos escasos siguen siendo problemas que afectan la eficiencia y la percepción de justicia.

Lo que cambia es el vínculo simbólico: los jueces ya no solo son figuras técnicas, sino representantes de la voluntad ciudadana en la toma de decisiones judiciales. Esa cercanía puede fortalecer la confianza, siempre que se mantenga la disciplina y la autonomía profesional que exige la ley.

El reto para esta generación es doble. Deben mostrar independencia y conocimiento, pero también construir puentes de confianza con la ciudadanía. Las expectativas populares son altas y, al mismo tiempo, la función judicial exige prudencia, análisis profundo y apego estricto a la ley.

Esta tensión será uno de los factores definitorios del éxito del modelo. La legitimidad democrática no puede debilitar la imparcialidad; al contrario, debe fortalecerla al demostrar que un juez electo puede decidir con justicia y rigor.

El 1 de septiembre no marca simplemente un relevo de cargos: inaugura un laboratorio institucional en el que la democracia y la justicia deberán coexistir. Los nuevos jueces, magistrados y ministros comenzarán a escribir la historia de una etapa en la que la balanza judicial se conecta con la voluntad ciudadana. La ciudadanía, por su parte, tendrá la oportunidad de evaluar cómo esta relación influye en la eficiencia, la transparencia y la confianza en la justicia. Este ejercicio será clave para consolidar un sistema judicial más cercano, legítimo y comprensible.

El futuro de esta reforma depende de la capacidad de los jueces para equilibrar la legitimidad social con la técnica profesional y del acompañamiento crítico de la ciudadanía. La justicia electa, al final, será tan fuerte y confiable como lo sea la sociedad que la observa, la exige y la respalda.

En definitiva, el 1 de septiembre inaugura una era inédita para México: un Poder Judicial que no solo ejerce la ley, sino que también nace del voto ciudadano. La toga, refrendada por la sociedad, tiene ahora la oportunidad de simbolizar una justicia más cercana, más humana y democrática.

Su éxito dependerá de la capacidad de quienes asumen estos cargos para equilibrar técnica, independencia y legitimidad social, y de la sociedad para acompañar con criterio y vigilancia este experimento sin precedentes.

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