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JALISCO

De lo inquietante a lo transitable: El resurgimiento de la ultraderecha alemana

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En la política, como en la ingeniería forestal, los cortafuegos son esenciales. Son franjas de tierra despejada que evitan que el fuego se propague sin control. Alemania, con su memoria histórica y su compromiso con la democracia, había mantenido un cortafuegos político: la extrema derecha no debía formar parte del juego del poder.

Pero las llamas han saltado la barrera, y la Alternativa por Alemania (AfD) es ahora la segunda fuerza del país. Friedrich Merz, el inminente canciller, ha participado activamente en el derrumbe de este dique de contención.

La pregunta que ahora resuena en Europa es cómo Alemania, la nación que prometió “nunca más”, ha llegado a este punto. La respuesta, como siempre, es compleja. Pero hay un hecho ineludible: cuando los partidos tradicionales empiezan a hablar como los ultras, los ultras ganan. Y eso es exactamente lo que ha sucedido aquí.

Friedrich Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), hizo lo impensable. Con la campaña electoral en marcha, su partido presentó una restrictiva moción antiinmigración en el Bundestag que fue aprobada con los votos de AfD. No importaron las décadas de consenso en Alemania que impedían acuerdos con la extrema derecha; el pragmatismo electoral se impuso. En ese momento, se selló un pacto tácito: si la ultraderecha tiene votos útiles, la derecha tradicional los usará.

Desde 1945, Alemania había evitado estos acercamientos. La memoria del nacionalsocialismo funcionó como un muro de contención. Pero los muros, como el de Berlín, tarde o temprano caen. Y lo que antes era una barrera inquebrantable se ha convertido en un paso transitable.

La pregunta que ahora enfrenta Merz es si ese coqueteo con AfD se quedará en una jugada aislada o se transformará en un romance peligroso. Si cumple su promesa de no pactar con ellos, su única opción realista es una alianza con el castigado Partido Socialdemócrata (SPD) y Los Verdes. Pero, ¿qué tan creíble es su rechazo a la ultraderecha cuando ya ha usado sus votos para avanzar su agenda?

Alternativa por Alemania ha sido la gran triunfadora de estas elecciones. No ha necesitado grandes campañas ni propuestas innovadoras. Su discurso es simple y efectivo: el enemigo es la inmigración. Y cuando el debate público gira en torno a tu narrativa, ya has ganado la mitad de la batalla.

Alice Weidel, líder de AfD, ni siquiera ha tenido que esforzarse demasiado. Su estrategia ha sido aprovechar el malestar global pospandemia y enmarcarlo dentro de su agenda nacionalista y xenófoba. No necesitó profundizar en argumentos, porque Merz ya lo hizo por ella cuando llevó su moción al Bundestag.

Incluso Elon Musk, el magnate convertido en agitador político, entró al juego. Pidió a los alemanes que abandonaran “la culpa del pasado” y defendió que es bueno “estar orgulloso de la cultura alemana” sin que el multiculturalismo la diluya. Como si la memoria histórica fuera una carga y no un recordatorio esencial.

El ascenso de AfD es un reflejo de una tendencia global. La extrema derecha ha aprendido a usar las redes sociales como un bisturí para diseccionar sociedades enteras y remover sus miedos más profundos. Y cuando los partidos tradicionales replican su discurso en busca de votos, solo los fortalecen. Es una regla simple de la política contemporánea: los ultras ganan cuando la derecha tradicional asimila sus ideas.

Pero no todo ha sido un avance del extremismo. La izquierda alemana ha dado una lección inesperada de resiliencia. Die Linke, que parecía condenada a la irrelevancia, logró superar el 8% gracias a una figura que ha sabido jugar en el terreno favorito de la ultraderecha: las redes sociales.

Heidi Reichinnek, quien es colideresa y candidata del partido, comprendió algo fundamental: no se puede luchar contra la propaganda con informes técnicos y discursos de hora y media. Su intervención en el parlamento alemán, vista por más de seis millones de personas en TikTok, la convirtió en el rostro de una izquierda combativa, clara y directa. Un golpe de energía para un partido que hace meses parecía destinado a la extinción.

Die Linke ha demostrado que existe un público que no está dispuesto a dejarse arrastrar por la ola ultraderechista. Y ese público es, principalmente, joven y femenino. Mientras AfD dominaba el debate sobre la inmigración, Reichinnek y su compañero Jan van Aken trajeron de vuelta un tema olvidado: la desigualdad económica. Y funcionó.

Por otro lado, la gran traidora de la izquierda, Sarah Wagenknecht, pagó el precio de su deriva antiinmigrante. Su nuevo partido, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), apenas logró pasar el umbral del 5%. Su intento de hibridar el discurso de izquierda con guiños al nacionalismo no convenció.

Si hay un gran perdedor en estas elecciones, es el SPD de Olaf Scholz. Lo que alguna vez fue el motor de la socialdemocracia europea se ha convertido en un coche averiado en la carretera. Los alemanes han sentenciado a Scholz como el principal responsable del declive político y económico del país. Su coalición con Los Verdes y los liberales del FDP fue un desastre de principio a fin.

Como bien apunta el diario Tagesspiegel, la historia de Scholz es “una historia de decadencia”. Su gobierno nunca supo responder a las crisis que enfrentó y terminó convertido en un símbolo de ineficacia. En un mundo donde la política es cada vez más emocional, Scholz, con su estilo tecnocrático y monótono, nunca pudo conectar con el electorado.

Ahora, el reto de Merz es mayúsculo. Tiene que formar gobierno en un país polarizado y recuperar la influencia de Alemania en el tablero global. Sabe que no puede confiar en Estados Unidos mientras Trump siga siendo una posibilidad real en 2024. Sabe también que Francia y el Reino Unido están ocupando el espacio que Alemania dejó vacío. Su apuesta por una Europa independiente de Washington es, en ese sentido, lógica.

Pero lo que definirá su mandato no será su política exterior, sino su relación con AfD. Alemania se enfrenta a una encrucijada histórica: resistir la normalización de la ultraderecha o aceptar su presencia como una nueva realidad del sistema político. Merz puede ser el bombero que apague el incendio o el político que lo alimente con combustible.

Por ahora, las llamas siguen avanzando.

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