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JALISCO

Desconexión moral

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

La manera sistemática mediante la cual los gobernantes de todos los niveles y calañas eluden sus responsabilidades de ley es una estrategia para desconectarse moralmente de sus omisiones, obligaciones y hasta de complicidades. Albert Bandura, fue un psicólogo norteamericano-canadiense, de origen ucraniano, que propuso cuatro mecanismos utilizados para justificar cognitivamente sobre el porqué las personas cometemos actos inmorales.

1. Pretender que la cuestionable conducta (en sí misma) no es inmoral; 2. Que el perpetrador de la inmoralidad pueda minimizar su papel en el daño; 3. Las consecuencias que derivan de las acciones; 4. Cómo se sojuzga a las víctimas de dichas inmoralidades mediante la táctica de devaluarlas como seres humanos o culparlas de lo que les sucede.

Vienen a la mente una serie de atrocidades en contra de mexicanos que los gobernantes en turno, de todos los partidos, han utilizado para esa desconexión moral, tales como: la matanza del 68; la matanza de Acteal, la de Ayotzinapa y más recientemente las de San José de Gracia y Celaya y…hoy el “caso” Teuchitlán, que es la punta de un iceberg maligno nacional.

En todas estas anomalías, invariablemente, los gobernantes trataron de desplazar la responsabilidad; derivarla o de plano eludirla. Algunas veces hacia los grupos delictivos que operan impunemente por todo el territorio mexicano y -las peores- hacia las víctimas de las barbaries cometidas en su contra.

Dicha estrategia con el fin de tergiversar los hechos, minimizar los daños y para deshumanizar a los desaparecidos o asesinados se puede dar mediante la justificación “moral” y hacer socialmente aceptable la conducta que finge servir a propósitos sociales muy loables.

Según como se les nombre, pueden ser etiquetas eufemísticas para ocultar la verdad: Por ejemplo, afirmar que los asesinados “eran miembros de cárteles criminales”, “ellos comenzaron las agresiones” o “sabrá Dios en qué andarían esos muchachos descarriados”.

También la desconexión moral recurre a la comparación paliativa o ventajosa: “Esta violencia no es tan grave; no hay focos rojos; es exagerado considerarla como indicio de mal gobierno o vacío de poder oficial”, se les ha escuchado decir con todo el cinismo posible.

El desplazamiento de la moral la usan los delincuentes que, socarronamente, alegan eran “mandados” y por ello, argumentan no pueden ser culpados de muertes, torturas, desapariciones, estafas y extorsiones, por citar sólo algunas de los “trabajos” que realizan o realizaron.

El colmo de los gobernantes es cuando con una impudicia digna del peor delincuente, trata de “embarrar” a los ciudadanos. “Esto es culpa también de la sociedad; de los ciudadanos que se quedan pasivos; de la gente que al no hacer nada propicia la delincuencia”. A esto se le conoce como Difusión de la Responsabilidad y consiste en minimizar al máximo el daño que causa la delincuencia. Se pretende, por la parte oficial, trasladar a la sociedad lo que corresponde por ley al Estado.

Deshumanizar a las víctimas, mediante socarrones adjetivos; mediante el desprecio a sus existencias; mediante la minusvaloración de sus vidas; mediante la siembra de dudas sobre la honradez de los agredidos son recursos bajos de los que ejercen el poder.

Tienen esa costumbre de desconectarse moralmente y desplazar la responsabilidad de su ineficiencia, de su ineptitud y también de su complicidad con los grupos de facinerosos, llevan a cabo atribuciones de culpabilidad. Es así como maniobran para machacar que ellos son también víctimas: de gobernantes corruptos del pasado; de “herencias” y contubernios de los “malos” que, siempre resultan ser ajenos a sus ideologías o aún mejor, de sus partidos.

Son tan persistentes y repetitivos en sus “verdades” que pasan a convertirse en mitómanos y a arrastrar con ellos a quienes, por conveniencia, por ignorancia o por estulticia, creen a pie juntillas- o fingen creer- esas desconexiones morales tan adecuadas para eludir las responsabilidades, los compromisos. No únicamente los legales…también los personales que les convirtieron, en un momento dado, en adalides de los cambios, de la rectitud, de los valores más preciados y que, al final, resultan igual o peores que lo que se comprometieron a cambiar.

Si revisamos la historia de nuestro país encontraremos frases que quedaron para la posteridad de gobernantes cuando se les exigió actuar como defensores de las leyes, de la gente.

La tragedia del 22 de abril dejó una frase de Guillermo Cosío Vidaurri quien, al preguntarle por qué no se dio la orden de evacuación a los vecinos de las calles que luego estallaron comentó: “pues es que la gente es como niño chiquito, al que se le está advirtiendo que no se suba a la barda porque se va a caer”.

En 1968 el gobierno de Díaz Ordaz, vía el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, repitió hasta el cansancio que la masacre de la Plaza de las Tres Culturas fue iniciada por los estudiantes: “querían mártires para hacernos ver mal ante la comunidad mundial con motivo de las Olimpiadas”.

Los panistas al llegar al poder en Jalisco se ufanaron de “llegar para cambiar a todos los rateros, perversos, siniestros, malévolos y malintencionados que gobernaron a Jalisco”. Y sí. Los cambiaron…por ellos mismos. Obviamente no les faltaron excusas para desconectarse moralmente de las desviaciones que tanto criticaron.

Los actuales gobernantes no cantan mal las folclóricas: “Nosotros no somos corruptos”; “Esto es culpa de Calderón”; “Los asesinados son miembros de pandillas o andan en malos pasos”; “No es cierto que los delincuentes han rebasado al gobierno”; “Vamos a sacar al Ejército de las calles porque no se debe militarizar al país”. Y así hasta el infinito.

Conclusión: desde que se inventó la desconexión moral se acabaron los políticos infames, mentirosos, ineptos y rateros. Y todavía hay gente que les cree.

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