NACIONALES
El fuero que forja: La resiliencia juvenil en el escenario político

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
“Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles, y los tiempos fáciles crean hombres débiles”, reza una frase atribuida a diversas culturas, pero que resuena con particular fuerza en el México de hoy. En el torbellino de un cambio generacional que sacude la vida política del país, los jóvenes emergen como protagonistas de una transformación que no solo redefine el poder, sino también la forma en que se ejerce.
La historia de México está marcada por momentos de ruptura y renacimiento: desde la Independencia hasta la Revolución, cada generación ha enfrentado el desafío de construir sobre las cenizas del pasado. Hoy, en un contexto de polarización, incertidumbre económica y demandas sociales crecientes, la resiliencia de los jóvenes se convierte en el cimiento de un futuro político más inclusivo y dinámico.
En una primera instancia, entendamos por juventud a los mexicanos de entre 18 y 35 años, un grupo demográfico que representa aproximadamente el 30% de la población, según el INEGI (2020) y que abarca desde estudiantes hasta profesionales emergentes, muchos de los cuales enfrentan precariedad laboral, acceso limitado a la educación superior y un sistema político que perciben como distante. Resiliencia, en este contexto, no es un heroísmo romántico, sino la capacidad pragmática de adaptarse a un entorno hostil, encontrar caminos alternativos y persistir pese a los fracasos.
En ese tenor, lejos de idealizarlos, los jóvenes no son un bloque monolítico ni inherentemente virtuoso. Su resiliencia es una respuesta práctica a un México donde la economía crece lentamente, el desempleo juvenil ronda el 8% (INEGI, 2024) y la violencia limita su movilidad. Como un volcán, su energía se acumula en la frustración diaria, pero su erupción —en forma de activismo o participación política— no siempre es coordinada ni efectiva. Movimientos como #YoSoy132 en 2012 o las recientes protestas por la defensa de instituciones muestran potencial, pero también desorganización y falta de continuidad.
El cambio generacional en la política mexicana es un proceso accidentado. Los jóvenes heredan un sistema democratizado desde 2000, pero lastrado por corrupción y clientelismo. Su entrada al escenario político —a través de candidaturas independientes, activismo digital o nuevas organizaciones— choca con barreras estructurales: el 70% de los cargos legislativos en 2021 seguía ocupado por políticos mayores de 40 años (Cámara de Diputados). La resiliencia juvenil se pone a prueba no solo frente a estas barreras, sino también ante sus propias limitaciones, como la falta de experiencia o la dependencia de narrativas polarizantes en redes sociales.
De esta manera, pensemos en la resiliencia como un río que atraviesa un cañón: encuentra caminos a través de las rocas, pero a veces se desvía o pierde fuerza. Las elecciones de 2021 y 2024 vieron un aumento de candidatos jóvenes, algunos exitosos en gobiernos locales, pero muchos no lograron traducir su entusiasmo en resultados por falta de recursos o estrategias claras. Como dijo Octavio Paz en *El laberinto de la soledad*, “el hombre no es solamente fruto de la historia… el hombre es historia”. Los jóvenes están escribiendo esa historia, pero con tropiezos y contradicciones.
La resiliencia juvenil no debe confundirse con idealismo ciego. Los jóvenes han diversificado su participación política, desde plataformas digitales hasta cooperativas comunitarias, pero sus logros son limitados. Por ejemplo, mientras el activismo en redes amplifica sus voces, solo el 18% de los jóvenes mexicanos participa activamente en organizaciones políticas o sociales (ENJUVE, 2023). Su maguey —esa planta resiliente que sobrevive en suelos áridos— produce un “aguamiel” valioso en iniciativas como colectivos de género o proyectos de sostenibilidad, pero sus espinas también representan divisiones internas y una tendencia a priorizar lo inmediato sobre lo estratégico.
Además, los jóvenes enfrentan un dilema: su rechazo a los partidos tradicionales los empuja hacia candidaturas independientes o movimientos autónomos, pero estos a menudo carecen de la estructura para competir con las maquinarias políticas establecidas. La resiliencia, entonces, implica un pragmatismo forzado: aprender a negociar, construir alianzas y aceptar que el cambio es gradual. Iniciativas como las redes de transparencia o el activismo climático muestran avances, pero su impacto sigue siendo local y fragmentado.
La resiliencia juvenil no garantiza un México mejor, pero es una herramienta para navegar un sistema imperfecto. Los jóvenes están redefiniendo el liderazgo hacia modelos más colaborativos, pero deben superar su propia fragmentación y la tentación de caer en el populismo o la apatía.
Como señala Octavio Paz, “la libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: sí, no”. Los jóvenes deben decir “sí” a la organización estratégica y “no” a la improvisación si quieren influir en la política nacional. Su desafío es convertir la energía del volcán, la constancia del río y la resistencia del maguey en un proyecto político coherente y sostenible.
La resiliencia de los jóvenes mexicanos es un fuego que puede forjar un nuevo paisaje político, pero no es una panacea. Como las generaciones de la Independencia o la Revolución, enfrentan un momento decisivo, no como héroes, sino como actores pragmáticos en un sistema lleno de contradicciones. Su capacidad para adaptarse y persistir será clave, pero solo si superan sus divisiones y limitaciones.
En palabras de Paz, “la memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba de pasar”. Los jóvenes son esa memoria viva, un presente que construye el futuro con cada esfuerzo, cada error, cada paso adelante. Que sigan siendo como el río que erosiona, el maguey que resiste, el volcán que transforma, no por idealismo, sino por la necesidad urgente de un México más justo…
NACIONALES
Hospitalizan a Manuel Espino tras derrame cerebral; permanece en terapia intensiva

– Por Francisco Junco
El diputado federal de Morena, Manuel Espino Barrientos, se encuentra hospitalizado en terapia intensiva luego de sufrir un derrame cerebral.
La noticia fue confirmada por el coordinador de la bancada morenista en la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal Ávila, quien detalló que el legislador de 65 años fue intervenido de emergencia durante la noche del miércoles.
“Tuvo un derrame en el cerebro y lo intervinieron hacia las nueve o diez de la noche. Está en terapia intensiva, en un lugar al que sus familiares, por la emergencia, lo condujeron”, informó Monreal, al tiempo que expresó su deseo de pronta recuperación y pidió oraciones por la salud de su compañero de bancada.
Espino, originario de Durango y actual integrante de las comisiones de Seguridad, Defensa y Comunicaciones y Transportes, fue trasladado por decisión de su familia a una clínica especializada, donde permanece bajo vigilancia médica. En un comunicado de Morena se informa que se mantiene estable dentro de la gravedad.
En redes sociales, la presidenta de Morena en Durango, Lourdes García Garay, envió un mensaje de solidaridad al legislador.
“Enviamos toda nuestra solidaridad y los mejores deseos de pronta y total recuperación a nuestro querido compañero diputado federal Manuel Espino. Confiamos en su fortaleza y en que pronto estará de vuelta”, publicó.
Con más de cuatro décadas de trayectoria política, Manuel Espino ha transitado por diversos partidos y cargos. Fue dirigente nacional del PAN entre 2005 y 2007, presidió la Organización Demócrata Cristiana de América y en los últimos años se integró a Morena, donde actualmente ocupa una curul por representación proporcional.
MUNDO
China, Japón y México: la batalla global por el internet del futuro con matices locales

– Por José Modesto Barros Romo, Conciencia Pública
El internet de ultra velocidad ya no es un asunto de ciencia ficción, sino un campo estratégico donde las potencias tecnológicas definen su hegemonía. Japón, China y, en menor medida, México, han roto en este año barreras históricas de transmisión de datos, cada uno desde trincheras distintas, pero con un objetivo común: asegurar ventajas en la economía digital del siglo XXI.
Japón sorprendió al mundo al anunciar que sus científicos del Instituto Nacional de Información y Comunicaciones Tecnológicas (NICT) lograron transmitir datos a 1.02 petabits por segundo a través de fibra óptica.
Se trata de un récord mundial que equivale a descargar en un segundo la información de más de 10 millones de videos en alta definición, el equivalente a todo el catálogo de Netflix en un solo segundo.
Más allá de la hazaña técnica, el logro japonés envía un mensaje claro: su apuesta es consolidar infraestructuras terrestres estables y de larga distancia, con la mira puesta en mantener la competitividad industrial frente a China, Estados Unidos y Europa.
El gigante asiático, por su parte, libra otra batalla: el dominio del espacio inalámbrico. China Mobile reveló que en una red experimental de 6G alcanzó velocidades de 280 gigabits por segundo, descargando un archivo de 50 GB (unas 25 películas de mediana calidad) en apenas 1.4 segundos.
A esto se suman proyectos universitarios que exploran transmisiones en frecuencias en terahercios y enlaces satelitales de 100 Gbps, tecnologías que se perfilan como piezas centrales en la construcción de un ecosistema digital global, donde China pretende marcar la pauta a la espera lanzar comercialmente las redes 6G para el año 2030 en todo su territorio.
La estrategia china es evidente: no se conforma con desplegar infraestructura terrestre, busca liderar el futuro de las comunicaciones en el espacio y en el aire, donde se definirá el control de datos y, con ello, el poder geopolítico. De ahí que los experimentos en 6G no solo representen avances científicos, sino una carta de presentación en la carrera tecnológica frente a los estadounidenses, japoneses y los europeos.
México, en contraste, aparece con un logro más modesto pero simbólico. El año pasado la empresa Megacable, en alianza con Nokia, alcanzó 1.1 terabits por segundo en pruebas de fibra óptica de larga distancia.
No es un récord mundial ni una revolución en telecomunicaciones (aunque sí es un hito a nivel Latinoamérica, equivalente a descargar un videojuego como Call of Duty: Modern Warfare III en un segundo). Esta es una señal de que nuestro país busca modernizar su infraestructura digital con miras a los próximos años.
El reto está en si estos avances se traducirán en beneficios reales para los ciudadanos o quedarán como demostraciones técnicas en un país donde millones aún carecen de acceso a internet estable.
La comparación es reveladora: mientras Japón apuesta por la perfección de la fibra, China por la supremacía inalámbrica y espacial, México apenas intenta ponerse al día. El dilema nacional es mayúsculo: ¿apostar por ser solo consumidores de tecnologías extranjeras o trazar un plan estratégico que coloque a la región en la disputa global por la soberanía digital?
Lo cierto es que el internet del futuro no será solo más rápido; también será la nueva frontera de poder. Quien controle las redes de transmisión controlará la información, la seguridad nacional y el desarrollo económico. Japón y China ya están en esa carrera. México, como suele ocurrir, observa desde la periferia.
NACIONALES
México busca frenar autos asiáticos con arancel del 50%

– Por Redacción Conciencia Pública
El Gobierno de México anunció su intención de imponer un arancel del 50 por ciento a los automóviles importados de países asiáticos sin tratados de libre comercio, como China, India, Corea del Sur, Tailandia e Indonesia.
La medida, que representa un salto desde el 20 por ciento actual, busca frenar la entrada masiva de vehículos de bajo costo que, según autoridades federales, ponen en riesgo la competitividad de la industria automotriz nacional.
El anuncio forma parte de un paquete de reformas arancelarias que pretende abarcar importaciones por alrededor de 52 mil millones de dólares.
Además de los automóviles, se contempla aplicar nuevos gravámenes de entre el 10 y 50 por ciento a productos como acero, textiles, motocicletas y juguetes. De acuerdo con la Secretaría de Economía, la estrategia busca proteger más de 325 mil empleos vinculados directamente con el sector automotriz y manufacturero en el país.
La iniciativa surge en un contexto de presiones internacionales. Estados Unidos ha insistido en que México reduzca su dependencia comercial de China, en el marco de la revisión del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Washington considera que el ingreso creciente de autos eléctricos chinos, ensamblados a precios muy por debajo del mercado, amenaza con desestabilizar la cadena de valor regional que sostiene al acuerdo trilateral.
El Gobierno de México justifica la medida en el terreno de la defensa comercial, argumentando que los vehículos provenientes de Asia están siendo vendidos por debajo de los precios de referencia, lo cual constituye una práctica desleal.
El arancel del 50 por ciento es el máximo permitido por la Organización Mundial de Comercio (OMC) y colocaría a México como uno de los países más restrictivos frente a las importaciones automotrices chinas.
No obstante, la propuesta aún debe pasar por el Congreso de la Unión, donde se espera un intenso debate entre los defensores de la industria nacional y quienes advierten que un aumento de esta magnitud podría repercutir en la inflación y en el bolsillo de los consumidores.
Aunque el partido en el poder cuenta con mayoría, especialistas prevén que habrá presiones de distintos sectores empresariales antes de que se concrete la votación.
De aprobarse, los nuevos aranceles modificarían de manera sustancial el mercado automotriz en México, elevando los precios de las marcas asiáticas y obligando a las armadoras a replantear sus estrategias de inversión y distribución.
Para el gobierno, se trata de una medida necesaria para proteger a la industria nacional; para los críticos, una apuesta arriesgada que podría tener costos económicos y políticos de gran alcance.