NACIONALES
Ligereza de palabras
Opinión, por Miguel Anaya //
En tiempos en que el mundo atraviesa transformaciones profundas y las relaciones internacionales se redefinen casi a diario, la política de altura juega un papel vital para diseñar y sostener planes de largo plazo que beneficien a nuestro país.
En política, construir acuerdos conlleva tejer fino, requiere prudencia, inteligencia emocional y visión estratégica. Esos atributos no se improvisan: se forman, se cultivan, se aprenden. Y, precisamente por eso, no se encuentran fácilmente en cualquier perfil.
México no puede darse el lujo de tener servidores públicos que actúan desde el impulso, la ocurrencia o la rabia. Los cargos públicos se ejercen con responsabilidad y visión de Estado. No son espacios para la catarsis personal ni para los discursos de barricada. Cuando se tiene la representación de un cargo que la ciudadanía ha otorgado, se le debe corresponder con el nivel de seriedad y preparación que México necesita y merece.
Lo ocurrido recientemente con una consejera estatal del partido mayoritario, quien desde una red social lanzó un mensaje agresivo contra Estados Unidos, y la posterior respuesta del subsecretario estadounidense Christopher Landau, no fue un incidente aislado ni menor.
Es reflejo de un fenómeno preocupante: políticos que confunden la tribuna pública con una cuenta personal, que no distinguen entre su papel institucional y sus filias o fobias, que carecen de una formación básica para comprender que, en diplomacia, una palabra mal colocada puede detonar un problema real.
En una relación tan intrincada y delicada como la que México sostiene con Estados Unidos —marcada por una historia de invasión, sí, pero también por una interdependencia económica, social y cultural profunda— lo último que necesitamos es a quienes avivan el fuego desde una visión simplista y emocional. Peor aún, si son aquellos a quienes la ciudadanía encomendó la defensa del interés público y terminan actuando en contra de él por la falta de comprensión del mundo que habitan.
No se trata de agachar la cabeza ni de callar ante agravios. Defender la soberanía y la dignidad nacional es una obligación de todo gobierno. Pero hay una enorme diferencia entre ejercer esa defensa con inteligencia y firmeza, y provocar conflictos innecesarios por ignorancia o protagonismo. Esa diferencia la entienden los profesionales de la política, los improvisados, no.
En este contexto es justo reconocer la actitud de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha llamado a la prudencia, a la altura de miras y a la responsabilidad en el discurso. Ese es el tono que un país con aspiraciones globales necesita. Ese es el ejemplo que debe permear hacia abajo en todos los niveles del poder, ojalá todos los funcionarios (especialmente los del Senado) lo entiendan y practiquen.
El episodio vivido revela una carencia estructural que atraviesa a prácticamente todos los partidos: la ausencia de verdaderas escuelas de formación política. Hoy vemos perfiles que llegan al poder sin preparación, sin conocimiento histórico, sin comprensión del entorno internacional y, sobre todo, sin capacidad de anteponer el bien común a sus impulsos personales o su ideología. Urge formar una generación de funcionarios que no solo repitan eslóganes, sino que entiendan contextos, construyan puentes, concilien posturas y piensen con sentido estratégico.
Hay que decirlo con claridad: la política no puede seguir siendo terreno de improvisación. No basta con la lealtad partidista ni con la popularidad en redes sociales. Necesitamos profesionales de la política, con formación, carácter y sensibilidad. Personas capaces de entender que su papel es servir al pueblo, no alimentar sus propias frustraciones o aspiraciones personales. La política exige temple, no berrinche.
Gobernar no es tuitear ni subir videos a Instagram o TikTok. Gobernar es cuidar el lenguaje, los tiempos, los vínculos, siempre con el objetivo de lograr desarrollo económico, justicia social y estabilidad. La soberanía y el bienestar no se construyen desde la confrontación banal, sino desde la inteligencia política y la serenidad. No necesitamos más políticos en campaña permanente.
El momento que atraviesa el país y el mundo en general, exige, más que nunca, profesionalismo, preparación y madurez. Todo lo demás es ruido. Y el ruido, cuando se convierte en política de Estado, termina convirtiéndose en una amenaza para todos. Menos ligereza de palabras y más peso a los argumentos.
