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MUNDO

Corporatocracia, nuevo domingo global: El gobierno de las megacorporaciones

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-Actualidad, por Alberto Gómez R.

(Primera parte) La lluvia golpea los ventanales de la Torre BlackRock en la Ciudad de México mientras un algoritmo calcula el riesgo-país de Colombia. En las calles inundadas, un repartidor de Rappi lucha por mantener seca una hamburguesa que le reportará treinta pesos, menos la comisión que la plataforma extraerá como diezmo digital.

Dos realidades coexisten en el mismo espacio geográfico, pero en dimensiones de poder distintas: la del señorío corporativo y la de la servidumbre posmoderna. Este fenómeno, que el economista francés Cédric Durand nombró con precisión quirúrgica como tecnofeudalismo, ha reconfigurado silenciosamente el mapa del poder global.

El ocaso del capitalismo industrial no llegó con revoluciones obreras ni huelgas generales, sino con el zumbido casi imperceptible de servidores en refrigerantes salas de datos. En las últimas décadas, un proceso silencioso ha transformado la corporatocracia —ese sistema donde conglomerados como Exxon o General Electric dictaban políticas mediante lobbies— en una estructura más arcaica y sofisticada: el tecnofeudalismo. Aquí, los señores no controlan tierras, sino algoritmos; los siervos no cultivan trigo, sino datos.

El poder político de la “democracia” se ha transformado, pasando del idealizado concepto del “poder ejercido por el pueblo y para el pueblo”, al poder detentado y ejercido por las corporaciones, y específicamente por las megacorporaciones —en años recientes, especialmente las de tecnología— que han pasado de ser un agente socioeconómico generador de riqueza a tomar el rol de autoridad decisora y ejecutiva de los designios del estado-nación, bajo el velo de los supuestos beneficios sociales derivados del “interés general”, que no es otra cosa que la maximización de utilidades económicas, que las corporaciones utilizan como herramienta de control político y social.

La palabra «corporación» se deriva del latín corpus, palabra para cuerpo. En la época de Justiniano (527-565), el derecho romano reconoció una serie de entidades corporativas bajo los nombres universitas, corpus o collegium. Estos incluían al propio Estado (populus romanus), a los municipios y a las asociaciones privadas tales como patrocinadores de cultos religiosos, clubes de entierro, grupos políticos, y gremios de artesanos o comerciantes. Tales organismos tenían el derecho a poseer propiedad, a hacer contratos, a recibir donaciones y legados, a demandar y ser demandados, y en general a realizar actos jurídicos por medio de representantes. A las asociaciones privadas se les concedieron privilegios y libertades designados por el emperador.

Ya en el medioevo, en el ámbito anglo, se designaba de esta forma a las agrupaciones de artesanos o de comerciantes que gozaban de personalidad jurídica. Los comerciantes hacían negocio utilizando elementos del derecho anglosajón, como las sociedades. Siempre que las personas actuaran juntas con fin de lucro, se consideraban como una sociedad ante la ley. Los primeros gremios, generalmente, estaban involucrados en la regulación de la competencia entre los comerciantes.

La evolución del poder de las corporaciones privadas llevó a que, poco a poco, los gobiernos tuvieran que primero compartir, para luego ceder, el derecho fáctico del ejercicio del poder a estas incorpóreas entidades.

La corporatocracia es un sistema en el que las grandes corporaciones ejercen una influencia significativa, a menudo dominante, en la política y la toma de decisiones de un país, desplazando el poder del gobierno electo o del pueblo. En esencia, es un sistema donde el poder político y económico se concentra en manos de las corporaciones, a veces a expensas del bienestar público y la democracia.

Influencia y Control: La corporatocracia se caracteriza por la influencia desproporcionada de las corporaciones en la política, a través de cabildeo, donaciones políticas y acceso a funcionarios gubernamentales ya sea por cooptación o por ser estos parte de la corporación.

Desplazamiento del Poder: Implica una transferencia de poder desde el gobierno o el pueblo hacia las corporaciones, donde estas últimas pueden tomar decisiones que afectan a la sociedad sin la debida supervisión o rendición de cuentas.

Intereses Corporativos: Los intereses corporativos a menudo se priorizan sobre los intereses públicos, lo que puede llevar a políticas que benefician a las empresas, pero perjudican a la sociedad en general.

Tipos de Corporatocracia: Puede manifestarse de diversas formas, como el capitalismo de compinches (donde las corporaciones obtienen favores del gobierno), el capitalismo de connivencia (donde las corporaciones coluden para controlar el mercado) o el capitalismo autoritario (donde las corporaciones se benefician de regímenes represivos).

La corporatocracia ha mutado en el siglo XXI. Ya no se limita al lobby tradicional en pasillos legislativos, sino que se ramifica en dos vertientes entrelazadas: el tecnofeudalismo, donde gigantes digitales como Amazon o Meta gobiernan territorios virtuales, y la corporatocracia financiera, encabezada por entidades como BlackRock o el FMI (Fondo Monetario Internacional), así como los bancos centrales (de propiedad privada), que dictan políticas económicas globales. Ambas formas comparten un objetivo: sustituir la soberanía popular por el gobierno de las juntas directivas.

Los orígenes de este nuevo orden se hunden en las brumas del colonialismo mercantil. Cuando la British East India Company gobernaba India con ejércitos privados en el siglo XVIII, estableció el patrón que hoy replican las megacorporaciones: territorios administrados no por leyes públicas, sino por contratos privados. La sombra de aquel monstruo corporativo se proyecta sobre rascacielos como el de JPMorgan Chase en Nueva York, institución que nació financiando guerras y ferrocarriles en el siglo XIX y hoy administra un imperio de cuatro billones de dólares, cifra que eclipsa el producto interno bruto de Alemania.

En México, su influencia se palpa en cada crédito vinculado a privatizaciones energéticas, donde técnicos con chalecos corporativos deciden qué pozos petroleros merecen inversión mientras comunidades indígenas ven secar sus manantiales.

RAÍCES DE LA CORPORATOCRACIA

El concepto no es nuevo. En el siglo XIX, durante la Gilded Age estadounidense (la Edad Dorada fue una era que se extendió aproximadamente de 1870 a 1900, período de materialismo y corrupción política flagrante en la historia de Estados Unidos, que dio origen a importantes novelas de crítica social y política). El gran auge de la actividad industrial y el crecimiento corporativo que caracterizó la Edad Dorada estuvo presidido por un grupo de emprendedores pintorescos y enérgicos, conocidos alternativamente como «capitanes de la industria» y » barones ladrones», que se enriquecieron gracias a los monopolios que crearon en las industrias del acero, el petróleo y el transporte. Entre los más conocidos se encontraban John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt, Leland Stanford y JP Morgan (britannica.com).

Fue un momento de rápido crecimiento económico, especialmente en el norte y occidente de los Estados Unidos; estos magnates industriales sobornaban senadores para evitar regulaciones. Como documenta Howard Zinn, el Estado operaba como «un árbitro ficticio que servía a los intereses de los ricos».

Esta dinámica se consolidó en la implementación rampante del neoliberalismo económico, con el Consenso de Washington, un conjunto de diez reformas económicas propuestas para países en desarrollo, especialmente durante las décadas de 1980 y 1990, por instituciones con sede en Washington, D.C., como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Estas reformas, promovidas como un paquete estándar, buscaban abordar las crisis económicas —generadas por ellos mismos— mediante la implementación de políticas de libre mercado. Los organismos como el FMI y el Banco Mundial impusieron privatizaciones y desregulaciones a países endeudados. El economista Jeffrey Sachs definió esto como el surgimiento de una corporatocracia basada en cuatro pilares: partidos políticos débiles, militarismo, financiamiento corporativo de campañas y globalización financiera.

(continuará…)

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JALISCO

Lleva Ballet Folclórico de Guadalajara cultura y tradición a Estados Unidos

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– Por Mario Ávila

El Ballet Folclórico de Guadalajara se presentó en el Rosemont Theatre de Chicago, en el evento estelar de la Segunda Ruta de la Gira Internacional 2025, México en el Corazón.

Los bailarines tapatíos compartieron escenario con el Mariachi Estelar de México en el Corazón y la Banda Orquesta Colores, y presentaron estampas, música y canciones de Guanajuato, Yucatán y Jalisco ante los más de 4 mil 400 asistentes.

Este espectáculo se realiza anualmente e incluye al Mariachi Estelar como uno de sus principales artistas, junto con el Ballet Folclórico Guadalajara y la Banda Orquesta Colores.

Participaron en el evento Sergio Suárez, presidente de NAIMA (North American Institute for Mexican Advancement); Ron Serpico, alcalde de Melrose Park; Susana Mendoza de Illinois Comptroller; Reyna Torres, cónsul general de México en Chicago; Andrea Blanco, coordinadora del Gabinete Social del Gobierno de Jalisco; y Manuel Romo, secretario de Gobierno del Gobierno de Guadalajara.

Esta es la segunda parada de la ruta de México en el corazón, la primera fue en la Ciudad de Sioux City, en Iowa en donde se presentó por primera vez, y más de mil personas asistieron a disfrutar de este espectáculo.

La gira continuará por el Medio Oeste, Sur y la Costa Este de los Estados Unidos.

Para fechas y ciudades entrar en este sitio web: http://www.mexicoenelcorazon.org

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CARTÓN POLÍTICO

Edición 805: Entrevista a Mirza Flores: «La silla del poder es prestada; no olvidemos de dónde venimos»

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Edición 805: Entrevista a Mirza Flores: «La silla del poder es prestada; no olvidemos de dónde venimos»

LAS CINCO PRINCIPALES:

Los retos de Mirza Flores como líder de MC: «La silla del poder es prestada; no olvidemos de dónde venimos»

Arranca el Sistema Estatal de Participación Ciudadana en Jalisco

95 aniversario del natalicio de Porfirio Cortés Silva: Deja legado de política, amistad y generosidad

La disputa del agua entre Jalisco y Guanajuato: Debe ser un reparto justo, no uno político, Arturo Gleason

La corrupción urbanística: Valle de los Molinos y Colomos III

 

 

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MUNDO

La tradición del saqueo: Naturaleza depredadora del poder imperial

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– Actualidad, por Alberto Gómez R.

(Parte 1) A lo largo de la historia de la humanidad, el poder económico de los grandes imperios se ha construido frecuentemente sobre pilares tan sombríos como la guerra, el saqueo sistemático y el sometimiento de pueblos enteros.

Este patrón de comportamiento, visible desde los primeros imperios de la antigüedad hasta las potencias contemporáneas, revela una lógica de acumulación basada en la extracción violenta de recursos más que en la productividad o la innovación endógena.

El historiador económico Douglas North, citado en uno de los documentos analizados, señalaba que los imperios antiguos establecían sistemas burocráticos sofisticados que permitían la expropiación sistemática de excedentes de las regiones conquistadas.

En el mundo actual, Estados Unidos representa la última encarnación de este impulso imperial, aunque sus métodos hayan evolucionado hacia formas más sofisticadas de dominación económica y militar.

Como se advierte en el panorama actual, esta potencia estaría experimentando un rápido declive relativo en el escenario global, lo que intensificaría sus comportamientos depredadores hacia naciones ricas en recursos que se resisten a someterse a su hegemonía.

Venezuela, con las mayores reservas petroleras certificadas del planeta, se encontraría en la mira de este mecanismo de saqueo contemporáneo, al igual que lo estuvieron Irak, Libia y Siria en las últimas décadas, solo por citar algunos ejemplos.

LOS CIMIENTOS HISTÓRICOS DEL SAQUEO IMPERIAL

Los primeros grandes imperios de la historia establecieron las bases de lo que sería una larga tradición de explotación económica mediante la conquista. En Mesopotamia, Egipto, China y la India, surgieron estructuras estatales centralizadas que «legislaban, impartían justicia y ejecutaban sobre un extenso territorio que agrupaba a muchas ciudades» (eumed.net).

Estos imperios perfeccionaron sistemas de extracción de riqueza mediante tributos, esclavitud y control de las rutas comerciales.

El Imperio de Alejandro Magno ofrece un ejemplo temprano de cómo la conquista militar servía como vehículo para la acumulación de riqueza. Como se describe en los documentos, Alejandro y sus falanges macedonias conquistaron todo el Imperio persa en tan sólo ocho años, apoderándose de inmensos tesoros y estableciendo un sistema de control sobre territorios que se extendían hasta la India. Patrón similar exhibiría el Imperio Romano, que transformó el Mediterráneo en su «Mare nostrum» y extrajo recursos de todos los territorios conquistados, desde las minas de plata hispanas hasta los graneros egipcios.

Con la era de los descubrimientos, las potencias europeas perfeccionaron el arte del saqueo imperial a escala global. España y Portugal inauguraron lo que podría considerarse el primer «imperio global» de la historia: «por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes del mundo» (eumed.net).

El flujo de metales preciosos desde América hacia Europa financió las guerras y el desarrollo económico europeo durante siglos, a costa del exterminio y la explotación de poblaciones indígenas.

El Imperio británico llevaría este modelo a su máxima expresión, estableciendo una red global de colonias y territorios controlados que proveían de recursos naturales y mercados cautivos a la metrópoli. El comercio de esclavos, la extracción de recursos en condiciones de cuasi-esclavitud y la destrucción de industrias locales competitivas fueron algunas de las estrategias empleadas para consolidar su hegemonía económica.

ESTADOS UNIDOS, LA SUPERPOTENCIA DEPREDADORA

Estados Unidos emergió como potencia global practicando una versión modernizada del juego imperial tradicional. Bajo la Doctrina Monroe y su corolario Roosevelt, se autoproclamó potencia hegemónica en América Latina y el Caribe, interviniendo militarmente en múltiples ocasiones para proteger sus intereses económicos. La diplomacia de las cañoneras y las intervenciones directas aseguraban el acceso a mercados, recursos y rutas comerciales estratégicas.

Tras la Segunda Guerra Mundial, con las potencias europeas debilitadas, Estados Unidos ascendió a la condición de superpotencia global, rol que se consolidaría tras el colapso de la Unión Soviética.

Como se señala en uno de los documentos, «después de que se desintegrase la Unión Soviética a principios de 1990, Estados Unidos quedó como la única superpotencia restante de la Guerra Fría». Esta posición hegemónica le permitió moldear las instituciones internacionales a su medida y establecer un sistema económico global que privilegiara sus intereses.

La economía estadounidense se ha vuelto profundamente dependiente de lo que el presidente Eisenhower denominó el «complejo militar-industrial». Con un presupuesto militar que supera al de los siguientes diez países combinados, Estados Unidos ha convertido la guerra en un negocio extraordinariamente lucrativo para sus corporaciones de defensa.

Como se documenta en uno de los artículos revisados, la administración Biden ha solicitado al Congreso «842 mil millones de dólares para el Pentágono en el año presupuestario 2024», lo que representa «la solicitud más grande desde el pico de las guerras de Irak y Afganistán» (france24.com).

Este apetito insaciable por el gasto militar requiere enemigos externos y conflictos perpetuos, creando un círculo vicioso de intervencionismo que justifique tales desembolsos. Los resultados son visibles en las sucesivas guerras e intervenciones que han marcado las últimas décadas, desde Vietnam hasta Afganistán, pasando por Irak, Libia y Siria.

EL SAQUEO CONTEMPORÁNEO

La invasión de Panamá en 1989 constituye un ejemplo paradigmático de cómo Estados Unidos utiliza pretextos para justificar intervenciones militares que persiguen objetivos geoeconómicos estratégicos. Como se documenta extensamente en varios de los materiales consultados, la llamada «Operación Causa Justa» fue oficialmente justificada como una medida necesaria para detener el narcotráfico y defender la democracia.

El general Manuel Antonio Noriega, quien había sido durante años un aliado útil para Washington y colaborador de la CIA, fue convertido de pronto en enemigo público número uno. Como se describe en los documentos, Noriega «había sido aliado clave de Estados Unidos durante el final de la Guerra Fría, trabajando como agente de la CIA, al tiempo que tejía vínculos con el narcotráfico» (elnacional.com). Cuando dejó de ser funcional a los intereses estadounidenses, fue acusado de narcotráfico y derrocado mediante una invasión militar que causó entre 500 y 4 mil víctimas panameñas, según distintas fuentes.

El verdadero objetivo de la invasión, sin embargo, habría sido asegurar el control estratégico del Canal de Panamá en vísperas de su traspaso completo a soberanía panameña, previsto para el año 2000 según los Tratados Torrijos-Carter de 1977. Como se señala en uno de los documentos, estos tratados «condicionaba la defensa del canal de manera conjunta, a través de un tratado adicional, dando la posibilidad de intervenir militarmente en Panamá si la operación del canal se viese comprometida».

La invasión aseguró que, aunque panameño en papel, el canal permaneciera bajo control efectivo estadounidense.

Continuará…

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