OPINIÓN
¿Cómo detectar las mentiras?

– Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Iñiguez
Si las mentiras existen es porque la verdad vive.
¿Dónde exactamente vive? ¿Cómo se le puede identificar?
¿Quién certifica lo que es o lo que no es verdad?
Hubo reacciones sobre la aseveración de que todos los políticos, de todos los partidos, de todas las calañas, tienen su modus vivendi a partir de la mentira y de cómo tratan de manejar las mentiras cual si fueran verdades.
¿Cómo detectar las mentiras? Es cierto que cada quien tiene un cristal de diferente color para interpretar la realidad y que (Campoamor lo dice) “nada es verdad o mentira; todo es del color del cristal con que se mira”.
Sin embargo, desde el punto de vista de la filosofía griega, la verdad es idéntica a la realidad; es lo que permanece cuando las apariencias desaparecen o cambian. Cuando los colores de los cristales se anulan y se vuelven transparentes.
No hay verdad sin transparencia, ni con camuflaje, ni que no proceda de la realidad, ni verdad que derive de la mentira, aunque sí hay mentiras con origen en la verdad.
La verdad, afirman los filósofos griegos más influyentes, es descubrir lo que se encuentra oculto por el velo de las apariencias. Éstas, entonces contribuyen a la proliferación de lo falso, lo aparente, lo imaginario, incluso.
Aristóteles lo concentró con su teoría de la correspondencia: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es…es lo falso.
“Decir de lo que es y de lo que no es, que no es…es lo verdadero”.
Los políticos, fieles a sus intereses, consideran siempre que la realidad tiene un “contenido subjetivo” (el de ellos) y que, de acuerdo al poder que manejen, esa verdad debe ser aceptada por los demás. Para ello utilizan la manipulación, la persuasión e incluso la coerción.
La verdad de un régimen se consolida en la medida que “las mayorías” la aceptan, la promueven e incluso la defienden a pesar que muy dentro de esas mayorías subsiste el temor de que esa verdad no lo sea tanto.
Por ejemplo, la verdad de Hitler se impuso mediante la manipulación, a cargo del publicistas Joseph Göebels y mediante la violencia a cargo de los asesinos de la SS o las hordas de fanáticos que se hicieron nazis, merced a la campaña de Hitler y sus allegados en la dominación de la Alemania de los años 40 del siglo pasado.
¿Es irrefutable la verdad? Tomás de Aquino, filósofo de la Iglesia Católica, indica que “la verdad del intelecto humano se basa en la verdad de las cosas”. Esta es la “verdad ontológica”. Santo Tomás de Aquino dijo además que el conocimiento de las cosas, de la realidad, se adquiere a través de los sentidos y luego a través del entendimiento (el juicio o la razón). Con estas atribuciones, la inteligencia humana tiene la capacidad de llegar a la esencia y existencia de las cosas.
Descartes, por su parte, con su frase significativa “pienso, entonces existo”, expresa que la verdad parte de la conciencia, puesto que la evidencia primaria y fundamental se constituye en su enunciado antes mencionado.
El criterio de la verdad cartesiana es, por ende, la evidencia. El contenido será la sabiduría que se traduce en ciencia. El método científico es el que se manifiesta en las relaciones lógicas que se transmutan en leyes del pensar (analizar, experimentar, comprobar, ordenar las evidencias con certeza).
Baruch Spinoza, también filósofo, asegura que “el orden y conexión de las ideas es igual que el del orden y conexión de las cosas”. Si los pensamientos son pensamientos de la realidad, la verdad del pensamiento será la misma que la verdad de la realidad y viceversa.
Gianbattista Vico, afirma que “la única verdad reconocible, verificable, es por sus resultados.
Emanuel Kant explica que hay verdad de hecho, verdad de razón y verdad científica.
De hecho, depende de la experiencia; no está contenido en la noción del sujeto.
La de razón: no depende de la experiencia; procede de un juicio analítico.
La científica: es universal y necesaria; no depende de la experiencia, pero únicamente se aplica a la experiencia; amplía el conocimiento y es aplicable a los fenómenos naturales.
Para concluir, Husserl considera que la verdad tiene estos aspectos: Plena concordancia entre el significado y el estado de hecho; La justeza de intención (intención justificativa); el objeto que hace posible la evidencia, al ser mentado y el proceso cognitivo que deriva de un acto empírico y contingente de evidencia.
Friedrich Nietzsche considera que “lo verdadero es aquello que contribuye a fomentar la vida de la especie y que es falso lo que es un obstáculo para su desarrollo”.
La verdad, en cuestiones religiosas, va más allá de la razón, del juicio y, acaso, del empirismo. Las verdades religiosas son para aquellos que las creen; para quienes las defienden porque son parte de su “razón” de ser, aunque algunas carezcan de racionalidad o juicios.
Así, con esas intenciones es que no pocos políticos sueltan sus “verdades» que, en un momento dado, fanatizan si el campo es propicio entre los miembros de la sociedad, ya sean minorías o mayorías.
CARTÓN POLÍTICO
Edición 808: Tonalá no puede seguir al margen del desarrollo metropolitano, Sergio Chávez
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LAS NOTICIAS PRINCIPALES:
Sergio Chávez: Tonalá no puede seguir al margen del desarrollo metropolitano
Las Villas Panamericanas: Un fraude transexenal que marcó a Jalisco
NACIONALES
El fracaso de militarizar puertos y aduanas

– Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac
El escándalo del “huachicol fiscal” ha cimbrado al gobierno de Claudia Sheinbaum, exponiendo una red de corrupción que involucra a la Secretaría de Marina (Semar) y Aduanas, instituciones que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) presentó como baluartes contra la corrupción.
En las mañaneras de Andrés Manuel López Obrador, el huachicol era un estribillo recurrente: un mal heredado de los gobiernos neoliberales, combatido con mano firme por la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas. «Ya no hay huachicol», repetía el expresidente, mientras la Secretaría de Marina (Semar) asumía el control de aduanas y puertos en 2021, con la promesa de blindar estas instituciones contra la corrupción.
Cuatro años después, bajo el gobierno de Claudia Sheinbaum, esa narrativa se desmorona con un estruendo ensordecedor. El escándalo del «huachicol fiscal» —un fraude aduanero que evade impuestos importando combustible ilegal como mercancía exenta— revela no solo una red de complicidades tejida en los altos mandos de la Marina y Aduanas, sino una corrupción institucionalizada que cuesta al erario 170,000 millones de pesos anuales, según estimaciones de la oposición.
Este caso no es un tropiezo aislado; es el espejo de un sistema que, al militarizar funciones civiles, sembró las semillas de su propia podredumbre.
El detonante fue el decomiso de un megabuque en el puerto de Tampico, en marzo de 2025, con 10 millones de litros de diésel. De allí surgió una investigación de la Fiscalía General de la República (FGR) que, curiosamente, inició hace dos años a petición del propio exsecretario de Marina, almirante Rafael Ojeda Durán. ¿Qué sucedió entonces? ¿Por qué no se actuó?
Sin embargo, el telón se abrió el 7 de septiembre de 2025, con la detención de 14 personas: un vicealmirante en activo, Manuel Roberto Farías Laguna —sobrino político del almirante Ojeda—, cinco marinos más, cinco exfuncionarios de Aduanas (incluido el exdirector de Tampico, Francisco Antonio Martínez) y tres empresarios.
La red operaba con audacia: 31 buques descargaron combustible ilegal entre abril de 2024 y marzo de 2025 en Altamira y Tampico, declarando diésel como sustancias temporales o exentas de impuestos, para revenderlo a gasolineras y flotillas a precios de dumping.
La FGR vinculó a proceso a nueve de ellos, incluyendo a Farías Laguna, y decomisó cuentas bancarias con cientos de millones de pesos, propiedades y vehículos de lujo que delatan un modus operandi de élite.
EsEste El escándalo del huachicol fiscal expone la fragilidad del modelo de la Cuarta Transformación (4T). López Obrador entregó las aduanas a la Marina convencido de su «incorruptibilidad» —una institución con 89.7% de aprobación en junio de 2025, según el INEGI—.
Pero al militarizar funciones civiles, se creó un vacío de rendición de cuentas: menos burocracia civil, sí, pero también menos escrutinio. Los sobrinos de Ojeda, Manuel Roberto y Fernando Farías Laguna, operaban desde la cúpula naval, con comunicaciones a más de 300 números en aduanas clave como Guaymas, Ensenada, Manzanillo y Veracruz entre 2023 y 2025.
El capitán retirado Miguel Ángel Solano Ruiz, alias «El Capitán Sol», emergió como operador clave, tranquilizando a testigos con frases como «no va a pasar nada» por supuestos «acuerdos políticos» entre Omar García Harfuch y el hijo del expresidente.
Y mientras, dos marinos mueren en circunstancias sospechosas —un «suicidio» y un «accidente de tiro»— durante la investigación, lo que la Presidenta Claudia Sheinbaum evadió con frialdad en su mañanera; antes había sido asesinado el contraalmitante de la Aduana de Manzanillo que había denunciado la corrupción que allí había descubierto.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha respondido con un discurso de «cero impunidad», respaldando las denuncias de Ojeda y el actual secretario Raymundo Pedro Morales, a quien describe como «íntegro y valiente».
En el desfile del 16 de septiembre, Morales declaró: «Hubiera sido imperdonable callarlo. Duela lo que duela, responderemos».
La FGR, bajo Alejandro Gertz Manero, promete profundizar, y Sheinbaum exige llegar «al fondo», incluso si involucra a las Fuerzas Armadas.
Las pérdidas por huachicol superan los 13,000 millones de pesos solo en el primer semestre de 2025, y este golpe desmantela una red que operaba con descaro. Pero esto huele a control de daños. La investigación, iniciada en el sexenio anterior, se acelera ahora, tras presiones de EE.UU. durante la visita de Marco Rubio.
Sheinbaum defiende a AMLO —»no hay responsabilidad en él»—, pero el silencio del tabasqueño es ensordecedor.
¿Es esto un deslinde genuino o un blindaje para la 4T? La oposición —PAN, PRI y MC— lo califica como «el mayor escándalo de corrupción en la historia», exigiendo investigar a exfuncionarios como Alfonso Durazo y Adán Augusto López, cercanos a AMLO.
La red de complicidades es un laberinto: prestanombres como una «ayudante de carpintería» y un «alcohólico» para empresas fantasma; vínculos con el «Señor de los Buques»; y una UIF que detectó lujos inexplicables en Farías.
El escándalo cuestiona El escándalo le pega en el corazón al discurso de López Obrador contra la corrupción y de “no somos iguales” de la 4T y a las Fuerzas Armadas como baluarte moral. Es evidente que el modelo de militarización de aduanas y puertos que generó opacidad es un fracaso.
La presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta un dilema: su gobierno, que prometió continuidad con transformación, tropieza con el legado de AMLO. Si la FGR llega «tope donde tope», podría fortalecer instituciones, con un «cambio de rumbo» en el poder militar.
Pero si se diluye en retórica —como las «muchísimas detenciones» del sexenio pasado que no frenaron el fraude—, erosionará su credibilidad. Pemex, aún en pérdidas, no será «autosuficiente» en 2027 si el huachicol fiscal sigue financiando cárteles.
Para avanzar, Sheinbaum debe auditar a fondo la Semar, devolver las aduanas a la gestión civil y priorizar inteligencia sobre lealtad. Un primer paso sería transparentar los contratos de las empresas fantasma y esclarecer las muertes sospechosas.
También urge una reforma fiscal que cierre las lagunas del “huachicol fiscal” y fortalezca la vigilancia en puertos. La 4T no puede seguir viviendo de narrativas; los hechos son implacables. Este escándalo no es solo un golpe a la corrupción, sino un desafío existencial para el proyecto de transformación. La historia, como siempre, juzgará por resultados, no por mañaneras.
Sheinbaum debe auditar a fondo la Semar, recuperar aduanas civiles y priorizar inteligencia sobre lealtad. De lo contrario, este escándalo no será un «golpe a la corrupción», sino un autogol a la 4T. La historia, como siempre, juzgará por hechos, no por mañaneras.
JALISCO
Izquierda de utilería: Encapuchados profesionales, consignas recicladas

– Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco
“En el Congreso nos vemos”, gritan. Y ahí comienza el sainete. Porque nadie sabe si hablan del Congreso del Estado de Jalisco —ese mausoleo de curules donde los diputados confunden el quorum con la siesta—, de un congreso estudiantil —que ya fracasó en su último intento en el CUCEI—, o de la cantina El Congreso en Ciudad Lerdo, donde el sotol de Cuencamé ha sido más eficaz para resolver conflictos que cualquier mesa de diálogo universitaria.
Así de ambiguos, así de contradictorios, aparecieron: veinte, treinta jóvenes con los rostros cubiertos, disfrazados de marabunta que exige “cambios inmediatos” en la Universidad de Guadalajara. Montan la escena, exigen diálogo, lo abandonan minutos después y proclaman que las negociaciones se trasladan a ese Congreso imaginario. Nada nuevo: agitadores de ocasión que creen que con consignas huecas se derriban estructuras que llevan décadas incrustadas en la piel de la institución.
El problema se complica cuando entran en escena los antiguos conocidos: la Unión de la Juventud Revolucionaria de México (UJRM). No son improvisados. Con bloques de construcción en la mano, amenazan a trabajadores administrativos a las puertas del edificio central de la UdeG. La coreografía no es local: es parte de una simultaneidad nacional. En el Estado de México mantienen tomadas once facultades; en Puebla, a principios de este año, ya habían llevado al límite a la BUAP.
El expediente es más largo de lo que parece: estuvieron en la UNAM en 1999 con el CEU, marcharon con la APPO en 2006 en Oaxaca, y ahora, según se sabe en pasillos y cafés políticos, son financiados por el Partido del Trabajo. Profesionales de la protesta, comandos juveniles de ideología prestada.
En Guadalajara ya habían asomado la cabeza. El 11 de mayo de 2023, en plena efervescencia del movimiento CUCSH No se Mueve, la UJRM publicó en su página de Facebook un comunicado: “Desde la UJRM expresamos nuestra solidaridad con el movimiento estudiantil democrático de la UdeG y nos sumamos a la exigencia de solución a sus demandas. CUCSH NO SE MUEVE”. La foto de aquel día mostraba banderas rojas y puños al aire, como si los viejos manuales soviéticos hubieran resucitado en el Paseo Alcalde.
La exigencia central entonces era que la División de Estudios Históricos y Humanos permaneciera en La Normal, que las instalaciones indignas fueran rehabilitadas, que hubiera transporte seguro y gratuito para conectar campus, y que los horarios se adaptaran a las necesidades estudiantiles. Nada que no sea legítimo. El detalle es que esas mismas demandas vuelven a aparecer ahora, agitadas por los encapuchados de 2025, ¿La administración de la Universidad de Guadalajara no ha mostrado resultados en dos años?
Lo que se recicla, sin embargo, no son solo las consignas: también los métodos. Abandono del diálogo, amenazas veladas, la idea de que “la calle manda”. Y detrás, una organización que se presenta como “juvenil” pero cuyos hilos se mueven desde partidos menores y liderazgos envejecidos que buscan resucitar en la UdeG un capital político perdido hace años.
No hay que olvidar que la Universidad de Guadalajara ya conoció estas aguas. En los años setenta, Álvaro Ramírez Ladewig coqueteó con el estalinismo del Partido de la Revolución Socialista. Raúl Padilla López, con su pragmatismo de hierro, logró domesticar a profesores comunistas del CIPCP y a exguerrilleros de la Liga Comunista 23 de Septiembre. En “Los Belenes” se permitió que refugiados cubanos y chilenos compartieran aulas con preparatorianos que a duras penas entendíamos la jerga marxista.
El grupo Universidad incluso se dio el lujo de controlar la franquicia local del PRD, ese supuesto partido de izquierda que terminó convertido en cascarón. Y, sin embargo, pese a toda esa vena ideológica, la izquierda en la UdeG nunca fue práctica: sirvió como adorno teórico, como medalla simbólica para presumir pluralidad, pero nunca como motor de transformación real.
Hoy, ni siquiera eso queda. Lo que aparece en las puertas de la rectoría no es la herencia de un pensamiento crítico, sino el eco deformado de consignas pasadas. Una izquierda de utilería, hecha de reciclaje, sin líderes con rostro ni proyecto con pies.
Los encapuchados de este septiembre se dicen revolucionarios, pero carecen de brújula. Su única aportación es la ambigüedad de su propio discurso. En sus manos, la palabra “Congreso” puede significar cualquier cosa: un recinto legislativo inútil, un congreso estudiantil fallido o un bar de provincia. El ridículo es inevitable.
Intentar insacular un movimiento de este tipo en la Universidad de Guadalajara es un despropósito. Ni los tiempos son los mismos ni la institución es la misma. La protesta universitaria, para tener eficacia, requiere de liderazgos claros dando cara, de demandas sólidas y de un tejido comunitario real. Lo que hoy se presenta es apenas un remedo de agitación, un eco de lo que alguna vez fue movimiento.
Pero conviene no minimizar. Detrás de las máscaras puede no haber convicción, pero sí hay estrategia. La UJRM ha demostrado que sabe extender tentáculos en distintas universidades, sembrar conflictos locales con un libreto compartido y prolongar tomas y paros hasta desgastar a las autoridades. No sería la primera vez que una universidad mexicana se convierte en rehén de profesionales de la protesta.
La Universidad de Guadalajara, se arriesga a ser escenario de un teatro que no es suyo. Y la lección es clara: cuando se permite que grupos externos manipulen causas legítimas —la dignidad de instalaciones, el transporte seguro, el derecho a horarios justos—, el resultado es que esas demandas terminan desprestigiadas, absorbidas por la farsa.
Lo demás, créalo usted, no es cuento: es crónica. Y en ella queda registrada que lo que empieza como una acción violenta de encapuchados en el Edificio Administrativo de la UdeG puede terminar siendo, otra vez, un laboratorio de agitación donde los que pierden son los alumnos.
Porque, no olvide, con menos de mil comenzó aquel hombrecito del bigote ridículo en las cervecerías de Múnich. Aquí, aunque apenas sean treinta, ya gritan en las puertas de la Universidad. Y casi nadie parece darse cuenta.
En X @DEPACHECOS
OPINIÓN
Lluvia de papeles

– Opinión, por Miguel Anaya
Cuentan que, en una oficina pública, un ciudadano acudió a tramitar un apoyo tras perder su casa durante un huracán. El funcionario, con solemnidad, revisó los papeles y al llegar al acta de nacimiento le dijo: “Lo siento, está húmeda, no es válida”. El hombre, todavía empapado, le respondió: “Pues claro, joven, si el ciclón se llevó hasta mi cama, ¿cómo no se iba a mojar el acta? Si de milagro, la rescaté”. La respuesta no conmovió al burócrata, quien se limitó decir: “Ese no es mi problema, si gusta, ponga el acta al lado del ventilador”.
Esta historia —real o inventada— ilustra un mal mexicano: muchas veces, el papel vale más que la persona. Porque es cierto, el documento, la firma y el procedimiento tienen una razón de ser. La burocracia no nació para molestar al ciudadano, sino para darle orden y certeza al entorno donde vive. Pero cuando la regla se aplica con rigidez absurda, el trámite deja de ser herramienta y se convierte en obstáculo, incluso en verdugo.
El caso de El Salto -junto con otros de la Zona Metropolitana de Guadalajara, es un ejemplo del manual de cómo no hacer las cosas. Primero, la falta de planeación lleva a que un fenómeno natural se convierta en tragedia; segundo, la falta de coordinación conduce a no resolver la crisis; tercero, la falta de responsabilidad lleva a tirarse la bolita unos a otros. Al final, el ciudadano, recibió un trato muy frío, muy torpe, muy lamentable.
Mientras que los funcionarios seguían debatiendo sobre la forma y no sobre el fondo, cientos de familias veían cómo el agua no daba tregua a sus casas. El pleito entre el gobernador Pablo Lemus y la presidenta municipal Elena Farías se redujo a si la solicitud de emergencia había llegado en tiempo y forma. El oficio convertido en campo de batalla, como si la desgracia esperara a que se abriera la ventanilla correcta. Tal vez por ego, por ganar la guerra mediática o por simple indiferencia.
Los protocolos son relevantes: son los que permiten transparentar recursos y evitar que la emergencia se convierta en abuso o botín político. Pero aquí el problema no es el papel, sino la incapacidad de las autoridades para poner por delante la urgencia humana. Lo que debería ser herramienta terminó siendo excusa, y lo que debía ser coordinación inmediata se volvió competencia política.
La burocracia, cuando se convierte en fin y no en medio, hiere. Y no solo en El Salto: lo mismo pasa con el campesino que pierde su cosecha y no recibe apoyo por no presentar una constancia, o con la madre que no puede inscribir a su hijo porque el acta trae una letra mal escrita. La estructura que debería proteger, muchas veces se convierte en muro que excluye.
Lo verdaderamente trágico es que estas disputas administrativas no son errores aislados, sino reflejo de una cultura política que prefiere salvar la forma, aunque la realidad se esté ahogando. Los gobernantes que deberían ser bomberos en la emergencia se comportan como jueces, revisando sellos, puntos y comas mientras la gente pide ayuda. Y al final, el ciudadano se queda con la amarga enseñanza de que a veces no basta perderlo todo, también hay que entregarlo en original y copia.
Porque sí: el papel importa, pero nunca más que la vida que pretende registrar. Y si el Estado no entiende esta diferencia elemental, seguirá naufragando en su propia tinta mientras sus ciudadanos se hunden en el lodo.