CULTURA
El secreto de Romelia: El eco irreprimible
Cine, por Carlos Sebastián Hernández //
Templada mirada meditativa que se extiende con monomanía en un insistente espacio y en todos los tiempos. Una repentina, pero reservada, reaparición del antiguo trauma humillante, condena de antaño vuelta oscura herencia familiar. Y un anquilosamiento psicológico como cruel consecuencia del enquistado arrepentimiento, se rememoran agónicamente cual inmarcesible resentir, en la primera cinta dirigida por la realizadora capitalina Busi Cortés.
Melancólica opera prima en largometraje de la ex-cececiana (cortometrajes La séptima filmación, 1973; Las Buenromero, 1979; Un frágil retorno, 1981; El lugar del corazón, 1983; y el mediometraje Hotel Villa Goerne, 1981), y adaptación de la novela corta El viudo Román (1964) de Rosario Castellanos.
El secreto de Romelia, 1988, relata el retorno de la envejecida Romelia Orantes (Dolores Beristáin), junto con su hija Dolores (Diana Bracho) y sus nietas, al pueblo donde vivió con su recién fallecido esposo Carlos Román (Pedro Armendáriz Jr.), y los angustiosos recuerdos que vuelven a ella durante su estancia en las lúgubres tierras de su juventud.
A través de facetas generacionales de la identidad femenina (la tradicionalista, la progresista, y la emergente), se plantea su subyugación condicionada a la voluntad masculina, tolerada con resignación por la vieja Romelia, que aun en su viudez relega el derecho a la pena, porque el otro es el verdadero viudo, el que sufrió por acogerla como presunta adultera incestuosa bajo la sombra de un matrimonio corrompido por el deshonor imaginado, y recompuesto con una mentira, único dolor compartido entre ambos; cuestionada por la divorciada Dolores, juzgando la sumisión de su madre, para luego ser ella juzgada al intentar entablar relaciones amorosas y olvidarse de su ex-marido; y tras descubrir las circunstancias de la muerte de su padre, perder la fe en Romelia como figura materna; y apenas supuesta por las hijas inocentonas, revelándoseles en las cartas del viudo Román el pasado escabroso de su abuela, que no llegan a comprender (‘‘en la noche de bodas la mujer sangra’’/’’¿por dónde?’’/’’por la nariz’’), ni evitar repetir, cuando la menor de las hermanas, en un inexplicable estado de sugestión, acompaña a Romelia en su predestinado autoexilio, más allá de la memoria o de la catarsis.
En la desesperanza de Romelia no hay cabida para la redención, la expiación, o la resignificación del secreto torturador, y en su lugar surge un miedo añejo, de consecuencias desdibujadas; surgen nostálgicas visiones fantasmales que poco o nada alteran el estoicismo de la protagonista, a veces acompañadas de secuencias retrospectivas con el mismo efecto; surge una encrucijada moral, resuelta por la pasividad que decide mantener ocultos los recuerdos, haciendo de la verdad un frágil cristal opaco.
Un amargo eco irreprimible, repetido en la eternidad. Un vislumbre de la liberación de las pasiones, demasiado tenue y demasiado tarde. El espejismo del futuro, que lleva irremediablemente a una regresión aprehensiva.
