OPINIÓN
La inmoralidad en el poder
– Conciencia con texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez
Pocas veces se había visto, en los tiempos modernos, la inmoralidad que campea en los ámbitos del poder mexicanos. Las raterías no son exclusivas o patente de partido alguno. Para desgracia de nuestro país, casi todos (ideología de centro, izquierda o derecha) los gobernantes que llegan a los puestos públicos, vía elección o por dedazo, arriban al poder solo para cometer inmoralidades. Hay excepciones, por supuesto.
La más recurrente inmoralidad: el robo. Robar al erario, a los ciudadanos, a quien se ponga por enfrente, es la principal característica de quienes ejercen el poder. Y estos o estas, según el caso, incluso se pavonean exhibiendo con desfachatez lo robado.
La inmoralidad de los que ejercen puestos públicos se convirtió en la forma de gobernar; es una guía no escrita, pero sí seguida por las hordas de depredadores de los dineros públicos.
Cuando los potentados de un régimen hacen y deshacen a sus anchas, a sabiendas de que serán protegidos porque “une más la complicidad que la sangre”; cuando los gobernantes niegan, rechazan y hasta se atreven a “ofenderse” por las irregularidades de sus gobiernos o de sus correligionarios de partido, entonces surge la complicidad.
Negar rotundamente las evidencias reales de los delitos denota que no solo existe la protección oficial, sino que se pretende idiotizar, perdón, hipnotizar a los grupos sociales, los afines y los contrarios.
La técnica es contundente: Niega todo lo malo de nuestro partido y sus militantes; propón un estudio para investigar los hechos y nombrar un comité con paleros del gobierno para simular castigos a los grupos afines a sus afanes.
Eso es a todas luces inmoral. Todo mundo sabe hacer lo correcto y todos los gobernantes saben lo que no se debe llevar a cabo, pero… es más fácil no hacer lo correcto. Es más difícil ser una persona con valores humanos por encima de la media. La responsabilidad social de los políticos debe ser ejemplar. No solo deben parecer, deben ser personas íntegras.
Cuando la impunidad campea; cuando la mentira es “normalizada” por los mentirosos oficiales, por los mentirosos por nómina y por la sociedad —que se abandona a la mentira—, entonces se llega a la gobernanza inmoral.
La moral es circunstancial, generada por condiciones peculiares y temporales, pero siempre con la alternativa del bien y del mal. Hoy día los funcionarios inmorales, con cinismo y desfachatez, niegan y reniegan de esa realidad inmoral. Algunos, incluso la celebran, la promueven, la hacen su bandera ideológica.
Cuando la inmoralidad es el sistema de vida de un pueblo, va en caída libre a la total decadencia. Los inmorales imponen su ley o sus leyes, basadas en la corrupción, la mentira, la violencia y la arbitrariedad. La arbitrariedad es madre de las dictaduras.
