OPINIÓN
Las matemáticas y la democracia

Educación, por Isabel Venegas //
Una de las ramas más bonitas de la matemática es la estadística, aunque creo que cada día se enfrenta a retos más complicados por varios factores. Recordemos que las últimas encuestas han fallado: desde el Brexit, el triunfo electoral de Donald Trump, el plebiscito por la paz de Colombia, las elecciones en México.
Un día me preguntaba un buen amigo ¿Las matemáticas son invento del ser humano, o es el ser humano queriendo representar lo que ya existe? Me gusta pensar que ambas premisas son ciertas porque básicamente son lo mismo; es el ser humano el que crea un sistema de símbolos para representar los fenómenos que suceden a su alrededor y que procesa desde la evolución de su propio pensamiento.
¿Sabes cuánto trabajo filosófico requirió concebir al elemento cero? ¿Cómo se fundamentó el pensamiento de la nada? O al extremo opuesto ¿Cómo pudo un día el ser humano definir al infinito? Para nosotros es fácil hablar de ello desde el cúmulo de conocimientos que tenemos ya cargado en nuestro ADN, producto de una evolución de millones de años.
Tanto es creación del ser humano, como también es explicación de lo que vamos observando. A mí por ejemplo, de niña me gustaba jugar a encontrar las paralelas en mi camino a la escuela, o igual que a mis hermanos me divertía ir contando vochos de color amarillo, formar figuras con las nubes, etc. De una manera u otra, observamos, aprendemos y hacemos conjeturas. Creo que los matemáticos son solo seres que tienen ojos grandes y sus sentidos bien abiertos; que se divierten con encontrar patrones, similitudes, repeticiones, y con base en eso que identifican, luego pretenden argumentar una ley que explique cómo se comporta cada fenómeno. Asegurar a partir de esas leyes el modo en el que se generaliza el desarrollo de las enfermedades, las tormentas, las constelaciones, o la más enigmática de todas: la conducta del ser humano.
Una de las ramas más bonitas de la matemática es la estadística, aunque creo que cada día se enfrenta a retos más complicados por varios factores.
Recordemos que las últimas encuestas han fallado: desde el Brexit, el triunfo electoral de Donald Trump, el plebiscito por la paz de Colombia, las elecciones en México y recientemente los resultados en el proceso electoral de Argentina; en casi todos los casos la evaluación es que justo cuando más se les necesitaba la estadística falló, y aunque hay aspectos que debemos considerar para contradecir eso, en general la concepción de la eficiencia es muy negativa.
Las aristas a considerar son muchas, pero vayamos a una, y es que entre los mismos encuestadores no se ponen de acuerdo para establecer si están ahí para pronosticar resultados o no. En el caso de la aplicación para el tema electoral, Roy Campos de Consulta Mitofsky decía que si tuviéramos la posibilidad de predecir los resultados finales, ya no sería necesario hacer el gasto de la jornada electoral, haríamos las encuestas y ¡Cierren el changarro, vámonos ya!”. La estadística tiene un análisis predictivo y descriptivo, entonces en primera instancia nos está narrando una situación, que se refiere a cómo vive la sociedad esa contienda, amén de considerar más urgente la necesidad de predecir lo que va a suceder.
¿Qué sucede con las casas encuestadoras que fallaron en sus estimaciones? Ciertamente en nuestro país no hay esquemas de sanción para aquellas que manipularon información, tampoco para las que emitieron resultados sin mostrar los esquemas de operación, los tipos de muestreo o alteran los márgenes de confianza, dejando al lector en las manos de una interpretación que desafortunada e indebidamente, influye en su intención de voto.
¿Cuántos se preguntaron más de una vez, si debían votar mejor por un candidato que estaba en segundo lugar para que fuera un “voto útil” en el supuesto de que su primera elección fuera en tercer lugar?, independientemente de la propuesta que ese candidato representaba. No hay juicio para esas “empresas” que lucraron con información y que más allá de ser un mecanismo de apoyo, fueron un distractor de las bases que cada candidato dio en su plataforma electoral.
Pero en defensa de ese trabajo, suponiendo honestidad y ética por parte de esas compañías, deberíamos señalar un punto que llama mucho la atención, la mayoría de las casas encuestadoras operan con el hipotético de que la ciudadanía habría de ir a votar, en un proceso en el que “todos” valoramos y cuidamos la democracia; pero ese supuesto es un imaginario que opera solo en las redes sociales y el marketing de la medianía social. A más de un año de haber pasado una de las elecciones más caras, complejas y complicadas de nuestra historia, es momento de hacer una evaluación desde uno de los ángulos más simples y a la vez, menos evidentes: el procesamiento y la organización de la información.
Ya por la omnipresencia de los medios de comunicación, y por una voracidad de las campañas políticas por conquistar el mercado de la información, durante las pasadas elecciones comenzamos a ver fluir una cantidad de encuestas que querían justificar desde cada esquina del cuadrilátero, a su candidato.
Es cierto que todos los que hayan pasado por lo menos por primaria, ya cuentan con nociones de estadística elemental, sin embargo, el sesgo de no tener herramientas avanzadas, dificulta entender por qué los resultados que arrojan ciertas casas encuestadoras con altos niveles de confiabilidad contradecían los resultados de mi estadística de facebook. Sería tal vez porque yo hago la encuesta con mis amigos, que por algo son mis amigos, La elección del muestreo es un factor clave para una buena representación de la investigación.
Aunado a esa condición que a la mayoría se nos suele olvidar, también hay que considerar factores que hacen más complejo el trabajo del manejo de datos, como por ejemplo los costos que representa hacer una encuesta, de la capacitación que deben tener los aplicadores, desde el modo en el que abordan a los ciudadanos y si le hacen preguntas, cómo plantean las opciones o si le entregan una boleta en blanco, etc. La metodología más común distribuye la muestra entre las opciones Partido A, Partido B, Partido C, y los indecisos quienes en el transcurso de la campaña electoral tomarían posicionamiento sobre alguna de las propuestas.
El 2 de julio del 2018, el candidato Andrés Manuel López Obrador se erguía como el ganador de la contienda electoral, cuando habiendo sido convocados 89.1 millones de mexicanos a votar, sólo acudió el 62.65%.
El hecho de que casi el 40% de la ciudadanía no haya acudido a la fiesta de la democracia, no era garantía de que se pudieran definir como indecisos. Esa es una categoría que fluctúa entre la falta de precisión y la mentira, ya sea por el ciudadano o por el aplicador. Debemos empezar a proponer como medida urgente para las siguientes elecciones, el hecho de que el voto no sea tan solo un derecho, sino dar el siguiente paso para que se vuelva una obligación. Desde esa perspectiva ahora sí podríamos estar evaluando el trabajo de las casas encuestadoras, pero más aún, tendríamos un esquema de compromiso social mucho mayor.
Por la calle se percibe mucha molestia hacia la clase política, alejándola cada vez más de la ciudadanía por ella misma. Pareciera que los diputados, regidores, senadores o gobernadores no fueran ciudadanos, pero entre las prebendas de unos cotos de poder, sueldos magnánimos, impunidad, etc. hacen que no operen como el resto de la población. Al mismo tiempo, los votantes consideran que el momento de la vida democrática se restringe sólo al tiempo de elección y cuando se vienen las campañas políticas, se siente ese dolor de cabeza con lo que ya se conoce que va a suceder.
El momento que se vive ante las demandas populares ya no puede esperar a la benevolencia de un pueblo que se conforma con “lo que hay”, pero al mismo tiempo reclama el compromiso de la contraparte que se debe elevar.
La propuesta para volver obligatorio el voto, habla de una conciencia de participación ciudadana que no se ha enfrentado por el cómodo status quo que trajo beneficios para ciertos cotos de poder, pero que ahora mismo ven temblar su supervivencia ante el reclamo del pueblo a un gobierno que llegó para cambiar esquemas, no siempre desde una profunda evaluación pero que de una manera u otra, han generado la crisis que nos puede servir para mejorar nuestro nivel de compromiso comunitario.
Las matemáticas nos dicen cosas, nos hablan de nuestras realidades, pero en este momento nos están diciendo que no podemos seguir operando con lo que se consiguió hace años como libertad de elección y derecho a la secrecía del voto. Si la vida democrática está en nuestras manos, entonces asumamos ese compromiso con la obligatoriedad que trae consigo cada libertad. Hashtags: #VotoObligatorio, #EducacionDemocratica, #ParticipacionEfectiva.
Las matemáticas y la democracia
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
isa venegas@hotmail.com
JALISCO
¿Qué hacer con tantas motos?

De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //
Angie (así le decimos de cariño) circulaba al mediodía de norte a sur sobre López Mateos. A la altura de la colonia Las Fuentes, un motociclista que llevaba una mochila con el logotipo de entrega de comida, de esas de plataforma, iba zigzagueando entre los carriles centrales cuando de pronto derrapó, justo en frente de mi amiga, quien para evitar atropellarlo frenó de golpe, provocando que el carro que veía detrás de ella impactara al suyo ocasionando un daño bastante notorio.
El sujeto, luego de incorporarse, simplemente se alejó de la escena, dejando a su espalda un caos vial y un montón de problemas para quienes sufrieron por su tremenda imprudencia.
El anterior, es uno de los veinticinco accidentes diarios que en promedio suceden en la zona metropolitana.
Hay mediciones oficiales que datan del 2023 que indican que al menos un motociclista muere cada día como consecuencia de este tipo de percances.
Y es que algo ocurre en la mente de un buen número de motociclistas que se transforman en una especie de cirqueros viales, poniendo en peligro su vida y en riesgo la seguridad de los automovilistas.
Pareciera que pierden la noción de la gravedad que implica maniobrar por las calles a altas velocidades en medio de camiones de carga o de pasajeros.
¡Cuántos jóvenes han perdido la vida debajo de las llantas de una unidad del transporte público!
Es como si en algún momento de su viaje se sintieran impunes, elásticos o inmortales.
Pero la cosa no para ahí, a pesar de la violación a los reglamentos en la materia, si los conductores no les abrimos espacio para que puedan avanzar a su ritmo, se molestan a un nivel de insulto como una mentada de madre.
Más aún, todo apunta a que persiste la idea de que, en un incidente en el que estén involucrados un motociclista y un automovilista, este último es el que resultará culpable, aunque no lo haya sido.
Al respecto, este fin de semana, El Informador publicó un trabajo de investigación revelador e inquietante.
Cito: “De acuerdo con la Secretaría de Transporte (SETRAN), hasta el 6 de mayo, apenas 168 mil motociclistas contaban con licencia vigente en el estado. En contraste, el padrón vehicular estatal registra más de un millón 16 mil motocicletas, según datos de la Secretaría de Hacienda. Esto indica que solo dos de cada diez motociclistas tienen su licencia al día, mientras que ocho de cada diez manejan sin permiso”.
Si a ello agregamos que hay más de un millón de unidades rodando por la entidad, concentrando la mayor cantidad en la metrópoli, el asunto se complica más en virtud de que no hay regulación del tipo ni del modelo.
Por eso vemos pasar por igual a motos de alto cilindraje, enduro o vespas. Claro que el tema es en extremo complejo, pues todos tenemos derecho a ganarnos la vida; sin embargo la situación debe ser controlada de algún modo.
Tengamos en cuenta que en Guadalajara los delitos más comunes cometidos en motocicleta son el robo, el asalto y las ejecuciones porque los agresores aprovechan la agilidad de estos vehículos para escapar.
Tlaquepaque, por ejemplo, reporta que tres de cada cuatro delitos se cometen utilizando motocicletas.
Especialistas y diputadas en el Congreso local concentran su atención en campañas de concientización y la aplicación de la ley con más rigor.
En lo personal, estimo conveniente también acudir a experiencias internacionales con el ánimo de contener el crecimiento de este delicado problema.
De continuar así, en breve vamos a lamentar no haber tomado las medidas necesarias cuando aún teníamos tiempo para hacerlo.
En X: @DeFrentealPoder
*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, activista social, escritor y analista político.
MUNDO
Discurso de individualismo extremo: La derecha que no salva, un riesgo disfrazado de esperanza

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
A la derecha le gusta imaginarse como el lugar del orden, de la razón y del mérito. Su narrativa gira en torno a ideas como “eficiencia”, “disciplina”, “libertad individual” y “trabajo duro”. Durante décadas, fue una forma efectiva de contrastarse con los excesos o fracasos de ciertas izquierdas: burocracias gigantes, discursos revanchistas, populismos disfuncionales.
Pero esa imagen está dejando de sostenerse. La nueva derecha —la que hoy marca tendencia en redes, encabeza algunos gobiernos y monopoliza micrófonos— ya no representa ninguna de esas virtudes. Lo que ofrece no es ni orden ni racionalidad: es puro espectáculo.
Ahí están Donald Trump, Javier Milei y Santiago Abascal como muestra. Tres líderes que han hecho del grito una política, del insulto un argumento y del caos una bandera. Ninguno de ellos ha demostrado ser particularmente eficiente, pero todos han sabido capitalizar una narrativa emocional basada en el resentimiento. Dicen luchar contra “el sistema”, pero lo hacen desde la cima.
Se presentan como outsiders, aunque lleven años en la política. Proclaman amor por el mercado, pero están más cómodos en la cultura del meme que en los fríos informes financieros.
Ya no les interesa defender un modelo económico coherente, ni sostener el legado intelectual de la derecha liberal o conservadora clásica. Su apuesta es otra: dominar el flujo de la conversación pública. Ser tendencia. Explotar la ansiedad de las masas que se sienten traicionadas por las élites ilustradas, por los expertos, por las instituciones. No importa si lo que dicen es contradictorio, vacío o incendiario: lo importante es provocar, atraer, dividir.
Este fenómeno tiene su correlato empresarial. En América Latina, por ejemplo, el caso de Ricardo Salinas Pliego es ilustrativo. El magnate no solo es dueño de empresas y medios: se ha posicionado como una figura política, aunque sin partido ni candidatura. Lo hace desde sus redes sociales, donde predica una mezcla de darwinismo social, desdén por los pobres, burla al Estado y culto a su propio éxito. Su mensaje no es técnico ni ideológico: es emocional. Una especie de “si yo pude, tú también, y si no puedes, es tu culpa”.
Se presenta como víctima del gobierno, del sistema judicial, del fisco, de la prensa. Lo paradójico es que lo hace desde una posición de privilegio absoluto. Pero funciona. Porque hoy ser rico no te quita autoridad moral: te la da.
Lo que representa Salinas Pliego es la figura del empresario redentor. Ya no se trata sólo de emprender o generar empleos. Se trata de suplantar al político. De sugerir, directa o indirectamente, que sólo quienes han tenido éxito en los negocios deberían tener poder de decisión. Como si administrar una cadena de tiendas fuera lo mismo que diseñar políticas públicas complejas, garantizar derechos o defender libertades.
La nueva derecha abraza con entusiasmo esta figura. En lugar de cuadros técnicos, promueve personajes estridentes. En lugar de programas serios, vende frases virales. En lugar de instituciones sólidas, propone personalismos autoritarios. El resultado es un nuevo tipo de populismo: no uno basado en el pueblo contra las élites, sino en el individuo omnipotente contra todo lo que le incomoda: el Estado, los impuestos, los medios, la ciencia, el disenso.
Esto es peligroso por muchas razones. Primero, porque convierte la política en un campo de guerra cultural permanente, donde todo se juega en el terreno de la identidad y el agravio, no de las soluciones. Segundo, porque desmantela los equilibrios democráticos bajo la excusa de “quitar trabas” al genio del líder. Y tercero, porque socava la idea misma de lo público: el Estado ya no es visto como una herramienta de justicia o bienestar, sino como un obstáculo para los exitosos.
La derecha que alguna vez promovió instituciones, reglas, competencia ordenada y responsabilidad fiscal, ha cedido el paso a una versión desfigurada de sí misma: histriónica, rabiosa, individualista hasta el delirio. Y con ello ha perdido una oportunidad valiosa de ofrecer respuestas a las crisis reales del presente: desigualdad, cambio climático, desinformación, polarización social.
Lo más inquietante es que esa derecha ni siquiera cree en la derecha. No cree en la tradición, ni en los contrapesos, ni en la democracia representativa. No cree en el pensamiento liberal clásico ni en los valores conservadores. Lo que quiere es mandar, imponer, sobresalir. Su único principio es el triunfo inmediato. Su única ideología es el narcisismo.
No se trata de negar que muchas izquierdas también han fallado, ni de defender modelos ineficientes o autoritarios. Reconocer esos errores es fundamental para avanzar y evitar repetirlos. Sin embargo, es necesario advertir que esta derecha contemporánea no es en absoluto el remedio frente a esos fallos.
Más bien, puede ser vista como una versión invertida, que comparte con ellos la misma concentración de poder en figuras carismáticas, la misma tendencia a polarizar y simplificar debates complejos, y la misma dificultad para aceptar matices o posiciones críticas.
La derecha actual, con su discurso enfocado en el individualismo extremo, el rechazo a la diversidad de ideas y la tendencia a imponer su visión como la única válida, representa un riesgo igual de serio para la democracia y la convivencia social. Así, lejos de ser una alternativa equilibrada o una corrección necesaria, esta derecha puede resultar igual de problemática y dañina en el largo plazo.
Lo sensato —y quizás lo verdaderamente subversivo hoy— es pedir madurez política. Pedir ideas complejas. Pedir responsabilidad institucional. Pedir liderazgos que no se alimenten del conflicto constante. En tiempos de histeria, el pensamiento es revolucionario.
MUNDO
El dominio del dólar

Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
Gracias a Donald Trump y su política económica, la incertidumbre permea en las economías occidentales y genera desconfianza en la potencia de la economía estadounidense para hacer que el dólar siga siendo la moneda internacional de referencia. La inquietud existe, es real, principalmente por la fragilidad actual de las finanzas estadounidenses.
Las finanzas públicas de los Estados Unidos lucen mal, con un déficit de 7.26% en 2024 y una deuda pública de 34.5 billones de dólares, equivalente al 120.7% del PIB. Lo anterior y la falta de acciones fiscales que reduzcan el déficit han llevado a las calificadoras internacionales, Moodys la última, a rebajar la calificación de la deuda estadounidense que por primera vez cae de la calificación AAA y la mayoría la mantiene en ese nivel con perspectiva negativa, recomendando cautela.
No será la primera vez que los EUA caigan en situación económica comprometida, pero sí es la primera vez que el encargado de resolverlo no tiene las mejores calificaciones y sus políticas parecen tener las prioridades invertidas.
Algunos teóricos argumentan, con razón, que la estabilidad de una economía abierta depende de la existencia de una potencia capaz de garantizar mercados abiertos para el comercio, una economía sólida de respaldo para economías en crisis y una moneda estable, y esas condiciones parece estarlas perdiendo el país emisor del dólar. Por el momento no inspira confianza ni a sus aliados y su economía no es tan sólida.
Sin embargo, a pesar de esas condiciones adversas, no existe por el momento otra moneda capaz de sustituir al dólar como moneda de referencia. La fortaleza creciente de China no le da al Yuan esa posibilidad, porque en ese país sus mercados de capitales carecen de liquidez propia y el control estatal es rígido, sin que dejemos de notar el hecho de que en la competencia por mercados y en inversión ha incrementado su presencia en países emergentes, como duro rival comercial.
Por otra parte, el euro, producto del consenso de la Unión Europea, tampoco ofrece garantías sólidas como moneda de respaldo, pues el conjunto de Estados que conforman la Eurozona no siempre camina en la misma dirección.
Las alternativas no son atractivas por ahora y es mucho más aventurado pensar que las criptomonedas pudieran ser alternativa. Es un hecho que, en el momento, la debilidad del dólar ha propiciado que las operaciones financieras busquen monedas más fuertes como protección temporal en tanto cesa la incertidumbre arancelaria y se estabiliza el dólar. Pero esto es coyuntural en espera de mayor estabilidad de mercados.
Quedan tres años de zozobra e incertidumbre en los que la esperanza es que las fuerzas reales de la economía obliguen al impredecible presidente estadounidense a reconsiderar sus decisiones. La responsabilidad global que contrajo al liderar al país más poderoso del mundo lo deben obligar a considerar otras premisas, distintas a lo que parece ser su guía, que es su manual de negociación comercial.
Se advierte su preocupación por mejorar el ingreso y compensar el déficit, sin embargo, la política arancelaria que busca ser recaudatoria ha tenido graves efectos en la estabilidad de su moneda. La otra prioridad es el nivel de la deuda, y ese no podrá ser reducido sin afectar al gasto gubernamental. Adicionalmente, en ese contexto, surge la iniciativa de ley fiscal actualmente discutiéndose en el Congreso, la cual reduce el gasto social, pero también reduce impuestos, lo cual no suena muy congruente si lo que se busca es reducir el déficit. Sus efectos han sido ampliamente criticados por economistas de renombre.
No es halagüeño el panorama económico de los EUA y eso ha venido a sacudir la economía mundial, pero eso no será por el momento la causa de que el dólar deje de ser la moneda de referencia.
En México, algunos celebran que la paridad peso-dólar mejore, pero es un espejismo que no debiera engañarnos. El dólar está débil; no es que el peso esté fuerte y nuestro déficit, al igual que lo elevado de la deuda, tienen en riesgo la calificación crediticia del país.
Añadiendo la reforma judicial y la falta de normatividad para las nuevas instituciones que sustituirán a los desaparecidos reguladores, no hay buenas señales. Nuestra economía es un espejo de la estadounidense y dada la incertidumbre que nos acompañará en los próximos tres años, es más recomendable generar alternativas más potentes, realistas y creativas que el Plan México, que nos permitan no caer víctimas de la turbulencia vecina.
Por lo demás, el mundo seguirá negociando, teniendo, por ahora, al dólar como moneda de referencia, pues aun en la situación de vulnerabilidad de la economía estadounidense no hay moneda que lo remplace y la comunidad internacional puede, como lo ha hecho hasta hoy, navegar en la incertidumbre, pagando el costo con un magro crecimiento.
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