EDUCACIÓN
De Fray Antonio Alcalde a la actualidad: La Real Universidad de Guadalajara, legado de fe y corona
– Opinión, por el dr. Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza
Hace 233 años, en el corazón de la Nueva Galicia, el 3 de noviembre de 1792, se fundó la Real Universidad de Guadalajara, una institución que no solo marcó el inicio de la educación superior en el occidente de la Nueva España, sino que también reflejó el poder transformador de la alianza entre la Iglesia Católica y la Corona Española.
Es en este contexto que la figura del obispo Fray Antonio Alcalde se erige como símbolo de esta intervención eclesiástica; su visión trascendía lo espiritual, ya que entendía que la educación era el camino hacia el progreso social. Es un lugar común, pero no por ello menos importante, mencionar que, desde su llegada a Guadalajara en 1771, desde su natal Castilla la Vieja, España, impulsó hospitales, obras públicas y, sobre todo, la creación de una universidad que formara a los futuros líderes del virreinato.
Desde que “Fray Barriga” estudió para sacerdote en el convento de San Pablo de Valladolid, donde ingresó a la Orden de Predicadores (dominicos), auspiciado bajo el manto de la Iglesia católica, esta institución eclesiástica no solo ofreció liderazgo moral, sino también infraestructura y personal académico para dar alimento a esta Casa de Estudios.
El antiguo Colegio de Santo Tomás de Aquino, regido por la misma orden que el ilustre fraile, fue adaptado como sede universitaria; acá es pertinente puntualizar que sus primeros catedráticos eran clérigos ilustrados, comprometidos con el humanismo y la enseñanza de las artes, la filosofía y el derecho; así es como la Iglesia se manifestó como promotora del saber.
Es penoso darse cuenta de que en la actualidad todavía hay personas que intentan denostar la participación tanto de la Iglesia Católica como de la Corona Española en la fundación de nuestra querida universidad, y que pretendan, infructuosamente, minimizar que el hecho que hoy traigo a la memoria, fue posible gracias a la autorización real otorgada por Carlos IV en 1791, impulsada por la intervención eclesiástica de personajes insignes como el fraile de la Calavera.
Así lo marca la historia: la Corona Española, consciente de la necesidad de consolidar su presencia en los territorios americanos, vio en la educación una herramienta de cohesión imperial, de esta manera, l otorgar el título de «Real Universidad», el monarca no solo legitimó la institución, sino que la dotó de privilegios, autonomía y reconocimiento jurídico.
Este respaldo permitió que la universidad funcionara bajo un modelo similar al de Salamanca o México, con facultades de teología, derecho y medicina, y con un rector nombrado por el claustro, pero aprobado por el virrey, por lo que la Corona española se significó como garante institucional.
Criticar la intervención de la Iglesia y la Corona en la educación sería desconocer el contexto histórico. En una época donde el Estado moderno aún no existía, estas instituciones fueron las únicas capaces de organizar, financiar y sostener proyectos de largo alcance como una universidad.
La Real Universidad de Guadalajara no fue solo un proyecto académico; fue una expresión de civilización, fe y orden. ¿Quién, razonablemente, puede negar que, gracias a esta alianza, generaciones de estudiantes accedieron al conocimiento, y la ciudad se convirtió en un centro cultural y político de primer nivel?
Hoy, la Universidad de Guadalajara honra ese legado, transformada en una institución laica y moderna, pero con raíces que no deben olvidarse; es inútil tratar de desconocer que esta alianza sembró futuro.
En tiempos recientes, algunas voces han señalado a la Universidad de Guadalajara como una institución de corte socialista, reduciendo su complejidad a una sola corriente ideológica, esta afirmación no solo es simplista, quizá del tamaño de su escaso desarrollo cognitivo, sino que contradice la esencia misma de lo que significa una universidad.
Aunque no me sorprenden del todo aquellas voces, cuando vemos que salen de las gargantas de personajes, menores, por cierto, que tienen como ideal democrático a regímenes autoritarios y opresores como los que sufren los pueblos cubano, nicaragüense y venezolano, por ejemplo, ¿qué podríamos esperar?
Sin embargo, como la incongruencia es su signo identificador, seguramente los veremos en la próxima edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) de la Universidad de Guadalajara, tomándose un sinfín de “selfies”, con cara de circunstancia académica, simulando que se entienden los contenidos de los textos que ahí se expondrán, que para su mayor desventura y comprobación de la incongruencia señalada, será por séptima ocasión dedicada a España, Barcelona en concreto.
Pero ¿qué significa el término “universidad”? Solo recordar que proviene del latín universitas, que alude a la totalidad, a la reunión de saberes, disciplinas y perspectivas. Así, desde su origen medieval, las universidades han sido espacios de debate, de confrontación de ideas, de búsqueda de la verdad a través del diálogo y la razón; no son trincheras ideológicas, sino foros abiertos donde conviven la ciencia, la filosofía, el arte, la técnica y la crítica.
La Universidad de Guadalajara, heredera de la Real Universidad fundada en 1792, ha mantenido ese espíritu. A lo largo de su historia ha albergado pensadores de todas las corrientes: conservadores, liberales, marxistas, humanistas, tecnócratas, científicos, artistas, creyentes y agnósticos, por lo que su riqueza no radica en la imposición de una doctrina, sino en la convivencia de muchas.
Reducir la universidad a una ideología —sea socialista, neoliberal o de cualquier otro signo— es desconocer su función como espacio de formación integral; la educación superior no puede ni debe ser un instrumento de adoctrinamiento. Su misión es formar ciudadanos críticos, capaces de pensar por sí mismos, de cuestionar, de construir y reconstruir el mundo desde múltiples ángulos.
Además, etiquetar a una universidad como “socialista” por el simple hecho de promover la justicia social, la equidad o el pensamiento crítico es confundir valores universales con banderas partidistas. La defensa de los derechos humanos, la inclusión, la sustentabilidad o la libertad de expresión no pertenecen a una ideología específica: son principios que toda universidad digna de ese nombre debe cultivar.
La Universidad de Guadalajara, como muchas otras en el mundo, ha sido escenario de luchas sociales, sí, pero también de avances científicos, de innovación tecnológica, de creación artística y de diálogo interreligioso; su pluralidad es su mayor fortaleza.
En un mundo polarizado, defender la universidad como espacio de universalidad es más urgente que nunca; no se trata de negar las ideologías, sino de evitar que una sola se imponga como verdad absoluta, porque cuando eso ocurre, la universidad deja de ser universidad y se convierte en dogma.
Que se entienda bien, universidad significa universalidad, no unilateralidad.
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Raúl Gutiérrez. El autor es doctor en Derecho y doctorante en Filosofía.
