NACIONALES
Fue una carnicería entre “revolucionarios”: ¿De qué revolución hablamos?
Opinión, por Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza
Cada 20 de noviembre se conmemora el inicio de la Revolución Mexicana, pero ¿qué se celebra realmente? Si el movimiento comenzó en noviembre de 1910 y Porfirio Díaz se exilió en mayo de 1911, ¿por qué la violencia continuó por una década más? La respuesta parece encontrarse en la profunda fragmentación del movimiento.
Francisco I. Madero, iniciador de la revuelta, buscaba elecciones libres y una democracia liberal. Emiliano Zapata exigía la restitución de tierras para los campesinos bajo el lema “Tierra y libertad”. Pancho Villa representaba los intereses del norte, con una mezcla particular de justicia social y liderazgo militar. Venustiano Carranza, por su parte, aspiraba a consolidar un nuevo orden constitucional, pero con rasgos centralistas y elitistas.
La narrativa oficial suele presentar a estos líderes como aliados en una causa común; sin embargo, la realidad fue muy distinta. Baste revisar algunos ejemplos:
Zapata y Carranza nunca se reconciliaron; Zapata lo consideraba un traidor a la causa campesina
Emiliano Zapata, líder del movimiento agrarista del sur, jamás aceptó la autoridad de Venustiano Carranza. Desde el inicio lo vio como un político oportunista ajeno a los intereses del campesinado. Carranza, a su vez, consideraba a Zapata un caudillo radical que amenazaba la estabilidad constitucional. La ruptura fue absoluta: Zapata desconoció el gobierno carrancista y mantuvo la lucha hasta su asesinato en 1919, orquestado por el general Jesús Guajardo mediante engaño.
Villa y Carranza fueron enemigos irreconciliables; Villa llegó a invadir territorio estadounidense tras la ruptura
Pancho Villa apoyó inicialmente a Carranza contra Victoriano Huerta. No obstante, las diferencias ideológicas y personales pronto los enfrentaron. Villa defendía una revolución social, mientras Carranza buscaba un cambio político sin afectar la estructura económica. Tras la Convención de Aguascalientes en 1914, Villa rompió con Carranza y lo declaró enemigo. Este respondió combatiéndolo militarmente. En 1916, Villa atacó Columbus, Nuevo México, lo que provocó la expedición punitiva estadounidense. Finalmente, Álvaro Obregón derrotó militarmente a Villa.
Madero y Zapata tuvieron tensiones desde el inicio; Zapata rompió con Madero por incumplir el Plan de Ayala
Aunque Zapata apoyó a Madero contra Díaz, pronto se sintió traicionado por la falta de avances en materia agraria. En 1911 proclamó el Plan de Ayala, donde desconocía a Madero y lo acusaba de no cumplir sus promesas. Desde entonces, Zapata mantuvo una lucha independiente, centrada en la reforma agraria.
Obregón terminó enfrentando y derrotando a Villa, y posteriormente traicionó a Carranza
Álvaro Obregón emergió como uno de los líderes más hábiles de la Revolución. Su victoria sobre Villa en las batallas de Celaya (1915) consolidó su ascenso. Aunque inicialmente apoyó a Carranza, se distanció cuando este intentó imponer a Ignacio Bonillas como sucesor. En 1920, Obregón impulsó el Plan de Agua Prieta, desconociendo a Carranza, quien murió durante su huida hacia Veracruz. Obregón asumió la presidencia ese mismo año.
Estos choques muestran que los líderes revolucionarios no eran aliados duraderos. Las diferencias ideológicas, regionales y personales prolongaron el conflicto mucho más allá de la caída de Díaz. La Revolución Mexicana fue un proceso fragmentado, lleno de traiciones y proyectos incompatibles. Fue, en esencia, una guerra prolongada entre facciones que jamás compartieron una visión común.
La noción de una revolución unificada es una construcción posterior. Lo ocurrido fue una guerra civil con múltiples levantamientos, alianzas fallidas y rupturas constantes. La Constitución de 1917 representó un intento de institucionalizar el proceso, pero la violencia persistió incluso después de su promulgación.
La Revolución Mexicana no fue una revolución clásica —como la francesa o la rusa— con un liderazgo coherente y una transformación inmediata. Más bien, fue un proceso caótico: el objetivo inicial, derrocar a Díaz, se logró rápido, pero los conflictos entre facciones impidieron una transición ordenada.
Celebrar el 20 de noviembre debería también servir para reflexionar sobre la complejidad del proceso, desmontar mitos —como ocurre con las narrativas simplificadas de la conquista e independencia— y reconocer que la historia no siempre coincide con las interpretaciones oficiales.
No han faltado, ni faltarán, pseudohistoriadores que repitan la versión tradicional sin profundizar en los hechos que han moldeado al país. En lugar de cuestionar, replican relatos románticos o funcionales a intereses políticos y culturales. La historia nacional merece ser analizada con rigor, no con complacencia.
Por ello sostengo que la Revolución Mexicana no fue una revolución unificada, sino una serie de conflictos divididos, con líderes enfrentados y objetivos divergentes. Aunque comenzó en 1910 con el propósito de derrocar a Porfirio Díaz —quien dejó el poder apenas seis meses después—, el conflicto se extendió hasta 1921 debido a estas luchas internas entre facciones que nunca compartieron un proyecto común.
• Juan Raúl Gutiérrez Zaragoza es doctor en Derecho por la Universidad Panamericana y doctorante en Filosofía por la Universidad Autónoma de Guadalajara.
