ENTREVISTAS
La historia detrás del ídolo de Charros: El dr. Vicente Arturo Carranza le devolvió el brazo a Jared Serna
Por Gabriel Ibarra Bourjac
Vemos a Jared Serna deslizarse de cabeza en tercera base y el estadio entero estalla en una ovación que retumba hasta Guaymas. Muy pocos saben que ese brazo derecho que hoy lanza misiles y esa velocidad que convierte dobles en triples fueron, literalmente, resucitados por un hombre de Dios.
Año 2016. Seis médicos en tres ciudades distintas habían firmado la sentencia de muerte deportiva del niño de 13 años: “Ya no va a jugar béisbol nunca más”. El codo destrozado en Los Ángeles, California, por un manager irresponsable parecía el final del sueño.
La familia estaba desconsolada. La mamá rezaba todas las noches; el papá luchaba por no derrumbarse frente a su hijo.
Entonces apareció el doctor Vicente Arturo Carranza. Hombre de fe profunda, médico con casi cinco décadas salvando brazos de peloteros y, sobre todo, ser humano que nunca aceptó que el destino de un niño quedara escrito en una placa.
Revisó los estudios, vio la luz donde otros solo vieron oscuridad y pronunció la frase que cambió la historia: “Aquí yo libero ese bracito. Hay mucho que hacer”.
Tres meses después, el 18 de marzo de 2016, Jared volvía a lanzar. Nueve años más tarde, está a un paso de llegar a Grandes Ligas, rompiendo récords históricos y convirtiéndose en el espectáculo más grande que ha dado el béisbol mexicano en décadas. Porque un hombre de Dios en Magdalena de Kino se negó a que le mataran el sueño a un niño.
Conciencia Pública entrevistó al hombre que, contra seis diagnósticos y un pronóstico devastador, salvó la carrera que hoy nos pone la piel de gallina. Esta es la historia completa, contada por primera vez por quien la hizo posible.
ASÍ LO RECUERDA EL DOCTOR CARRANZA
Gabriel Ibarra Bourjac (GIB): Doctor, empecemos por el principio. ¿Cómo llegó Jared Serna a su consultorio y en qué condiciones lo encontró?
Vicente Arturo Carranza (VAC): Fue un día de enero de 2016. Jared tenía 13 años; había nacido el 13 de junio de 2002. Lo trajo su mamá desde Guaymas, un viaje de casi tres horas. Venía destrozado anímicamente. En un torneo amistoso en Los Ángeles, un manager irresponsable lo dejó lanzar inning tras inning hasta que el brazo dijo “ya no más”.
Regresó a Sonora con el codo hecho pedazos. Lo habían visto seis especialistas: dos en Empalme, dos en Guaymas y dos en Hermosillo. Todos coincidieron en la sentencia: “El niño ya no va a poder jugar béisbol nunca más. Sácale el guante”.
La mamá lloraba en cada consulta; Jared, con esa carita de niño que veía irse su sueño, también lloraba.
“EL DAÑO ERA SEVERO”
GIB: ¿Qué fue lo primero que usted vio diferente?
VAC: Llevo 48 años en medicina del deporte. Empecé en 1977 con Potros de Tijuana, estudié medicina en la Universidad Autónoma de Guadalajara y he hecho cursos en México y Estados Unidos. El béisbol ha sido mi vida. Cuando Jared entró, le hice historia clínica completa, como hago con todos mis pacientes, sin importar si son profesionales o niños.
Revisé los estudios que traía y le mandé a hacer otros. El daño era severo: inflamación brutal en partes blandas del codo y afectación importante del tríceps, bíceps, pronador redondo y braquial. Pero algo me llamó la atención: los núcleos de crecimiento no estaban comprometidos de forma irreversible. Ahí vi la luz. Le dije a la mamá: “Aquí yo libero ese bracito. Hay mucho que hacer”.
GIB: ¿Cuánto tiempo le pronosticó y cuánto tardó realmente?
VAC: Le dije que serían tres o cuatro meses de trabajo intenso. Fueron exactamente tres. Empezamos en enero y el 18 de marzo de 2016 ya estaba lanzando otra vez. Tratamiento: medicamentos antiinflamatorios, rehabilitación diaria, dieta estricta —prohibí dulces, refrescos y comida chatarra—, reposo relativo y seguimiento telefónico casi diario. La mamá era implacable: llamaba todos los días, mandaba fotos de los ejercicios, pesaba la comida. Jared cumplió al 100 %. Nunca más ha tenido una sola molestia en ese brazo.
“JARED TIENE UN LUGAR ESPECIAL EN MI CORAZÓN”
GIB: Doctor, ¿ya intuía usted al pelotero que podía llegar a ser?
VAC: Lo conocía desde antes. Trabajo muy de cerca con Álvaro Valenzuela, su coach en Guaymas, miembro del Salón de la Fama sonorense. Álvaro me había hablado maravillas del bateo y de las piernas de Jared. Lo que más me impactó fue su mentalidad. Cuando le dije “tú vas a volver a lanzar y vas a jugar profesional”, sus ojos se encendieron como focos. Esa actitud de ganador a los 13 años es lo que diferencia a un buen pelotero de un grande.
GIB: ¿Es común que managers infantiles destrocen brazos por exigencia excesiva?
VAC: Tristemente sí. Hay reglas claras de límites de pitcheos por edad, pero muchas veces se violan. El niño siente molestia, no dice nada por miedo a salir del juego; los papás no se dan cuenta; el manager piensa que “es el juego importante”. Prefiero mil veces que pierda un partido, un torneo o una temporada, a que pierda su carrera.
GIB: ¿Qué recomienda para evitarlo?
VAC: Comunicación total y medicina preventiva. Tres pilares:
- El niño debe aprender a decir “me duele” sin miedo.
- Los papás deben observar a su hijo toda la semana, no solo el día del juego. Si rinde menos, si lanza más lento, si se queja: alarma roja.
- Los managers deben tener contacto permanente con especialistas en medicina deportiva.
Además: nunca subir a la loma directo de la escuela. El béisbol infantil de hoy no es el de hace 30 años. Niños de 12-13 años tiran 70–75 millas. Hay que preparar el brazo para eso: calentamiento, fortalecimiento, estiramientos y límites estrictos de pitcheos.
PROLONGÓ LA VIDA BEISBOLERA DE PELUCHE PEÑA
GIB: ¿Qué otros casos recuerda con el mismo orgullo?
VAC: En 1979 operé junto con el doctor Manuel Robles Linares a Peluche Peña en Magdalena. Lo operamos en julio y en octubre ya estaba lanzando en la inauguración de la Liga. Ganó el juego y ese año fue campeón en juegos ganados y perdidos. Duró nueve años más en el profesionalismo. He tenido casos de peloteros de Grandes Ligas que llegaron pensando en el retiro y volvieron a lanzar, pero no menciono nombres por secreto profesional. Todos son importantes: el profesional famoso y el niño de liga municipal.
“TODO VALIÓ LA PENA”
GIB: Doctor, casi cinco décadas en esto. ¿Qué siente al ver a Jared rompiendo récords y a punto de llegar a Grandes Ligas?
VAC: Orgullo inmenso y una emoción que no cabe en el pecho. Yo no le voy a un equipo; le voy al pelotero y al béisbol puro. Ver a un niño que estuvo a punto de perderlo todo convertirse en lo que es hoy: un espectáculo, una gacela en los senderos, un récord tras otro… vale cada segundo de estas casi cinco décadas en el consultorio. Y cuando me dedican un jonrón o me traen una pelota firmada, siento que todo tuvo sentido.
“¿QUÉ ES EL BÉISBOL PARA USTED?”
VAC: El béisbol es un hijo de la chingada (con perdón de la palabra). Hace contigo lo que quiere. Le puedes poner mil reglas nuevas, pero nunca vas a cambiar su esencia: lo impredecible. Un bat que se quiebra en una Serie Mundial, una pelota que pica y cambia la historia… eso es el béisbol. Y por eso lo amo. Porque cuando un muchacho como Jared vence al destino, al dolor y a seis doctores que le dijeron “ya no”, el béisbol se convierte en la cosa más hermosa del mundo.
