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Desconcierto

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya

Hay un cierto fatalismo en la psique del mexicano que de las derrotas hace heroísmo y de la pobreza orgullo. El mismo que nos lleva a conformarnos con lo posible y no con lo deseable, que es lo que nos hace afirmar: “Es lo que hay” o, en el caso presente: “Con estos bueyes tenemos que arar”. En el fondo somos acomodaticios, adaptándonos incluso a ideas contrarias a las propias, lo que nos permite subsistir de la mejor manera.

En esa condición estamos la otra mayoría, la que está pasando de la incertidumbre al desconcierto. Apenas habíamos empezado a creer que la señora presidente Claudia Sheinbaum podría hacer un gobierno más racional que su antecesor cuando la realidad nos salta a la cara, a ella y a nosotros.

A ella, porque tiene que darse cuenta de que, más allá de la retórica triunfalista de sus conferencias matutinas, hay condiciones y situaciones para las que no es suficiente el reparto de efectivo en el que se soporta su artificial mayoría; y para nosotros, porque nos damos cuenta de que no es el gobierno que empezábamos a figurarnos que era.

La esperanza ha cedido ante la incompetencia de un gabinete inexistente, la corrupción solapada e impune de significados personajes del sexenio anterior, la fragilidad del poder presidencial y la ominosa presencia del bloque duro de su movimiento que quiere un gobierno vindicativo e imponerse sobre la voluntad e intenciones presidenciales.

Hay desconcierto cuando no se sabe si el deshacerse del fiscal Gertz Manero para poner a una incondicional obedece a un verdadero interés de unificar el sistema de justicia, o si fue necesario para seguir encubriendo los casos de corrupción y asociación delictuosa de connotados miembros del sexenio anterior, o si el fiscal pretendía convertirse en el Hoover mexicano, usufructuando información negativa para el movimiento de la 4T.

Desconcierta que los afanes para reconstruir la economía y recuperar el crecimiento económico, como es el Plan México y otros destinados a incentivar la inversión privada, se vean boicoteados por verdaderos atentados contra la seguridad jurídica, como es la decisión de la Suprema Corte de violar el principio de cosa juzgada y las modificaciones a la Ley de Amparo que dejan a inversionistas, empresarios y ciudadanos en la indefensión ante el poder público.

Cuesta creer que en la cabeza fría de la presidente y de sus autoridades hacendarias exista el convencimiento de que exprimiendo y persiguiendo a los grandes contribuyentes encontrarán los fondos para sostener, hoy y a futuro, los programas sociales.

Que su mentalidad sea tan obtusa para no darse cuenta de que sin crecimiento no hay riqueza que distribuir y que este llega con inversión y que la inversión requiere seguridad, física y jurídica. Ninguna de las reformas a la Constitución y al conjunto de leyes modificadas va en esa dirección, sino al contrario.

Es difícil encontrar racionalidad política en las acciones presidenciales, cuando en una mañanera se dice que se fabricará una gran computadora con costo de seis mil millones de pesos y se construirán 4 mil y más canchas de futbol y al día siguiente, en el mismo foro, se diga que no hay dinero para subsidiar a los productores agropecuarios.

Es decepcionante que, después de la muerte de un presidente municipal, se envíen a miles de promotores a preguntar a los michoacanos qué les falta cuando tienen años gobernando ese estado y todavía pregunten por las causas del clima de violencia que priva en la entidad.

Frustra que el discurso presidencial no evolucione y siga culpando de las protestas genuinas a quienes quieren recuperar privilegios pateando las culpas hacia el pasado.

Hay desconcierto porque a estas alturas del sexenio, un año ya, no sabemos si este gobierno quiere que el país se desarrolle o solamente afianzar su permanencia en el poder. Los indicadores económicos de este año y los seis anteriores arrojaron números de crecimiento notoriamente inferiores al crecimiento poblacional.

La tendencia sigue a la baja y los cálculos más optimistas para 2026 apenas rebasan el 1%. Las estadísticas del empleo también van a la baja y, aun cuando hay más ingresos por los aumentos al salario mínimo, el consumo, que ha sido el motor de la economía, también disminuye o crece marginalmente.

Todo esto lo conoce la presidente, lo saben sus economistas y asesores, pero parece que pesan más los emisarios de ese pasado de militancia opositora que los impulsa a ser indicantes, egocéntricos y paranoicos antes que constructores.

La responsabilidad de la presidente es el país, no la perpetuación de su movimiento o línea política, pero si prevalece este empeño por encima del interés nacional, un negro futuro nos espera. Por lo pronto, las decisiones y acciones tomadas nos llevan de la incertidumbre al desconcierto y ojalá que no al despeñadero.


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