CULTURA
La monja y el dramaturgo: Guillermo Schmidhuber, entre el destino, el teatro y Sor Juana
Conciencia en la Cultura, por Luis Ignacio Arias
Hay vidas que parecen escritas desde antes de que uno pueda nombrarlas. En el caso del doctor Guillermo Schmidhuber de la Mora, esto se manifiesta con claridad en su relación con Sor Juana Inés de la Cruz: “Parece que ella me persigue a mí, no yo a ella”. Como si hubiera estado decretado que se encontraran, su vínculo con la monja jerónima no fue un simple hallazgo académico, sino un acontecimiento que transformó su vida.
Sus descubrimientos lo llevaron a colaborar con Octavio Paz, quien avaló públicamente su investigación. Ese gesto, proveniente del Premio Nobel de Literatura, marcó un antes y un después en su trayectoria y lo consolidó como una figura central en los estudios sorjuanistas contemporáneos.
Para Schmidhuber, el destino no es una idea abstracta, sino una fuerza que lo ha acompañado desde la infancia y que él mismo reconoce como un hilo que regresa una y otra vez. La muerte temprana de su padre lo llevó a buscar explicaciones en los libros, especialmente en las tragedias griegas, que leía “como si fueran un misal”, convencido de que en ellas podía encontrar respuestas sobre el rumbo inevitable de la vida. Esa noción del destino —como algo que se teje más allá de la voluntad— marcó su sensibilidad artística y su manera de entender el teatro, y aparece también en su relación con Sor Juana.
La relación de Schmidhuber con la monja jerónima surgió de una vida entera dedicada a la búsqueda de sentido, identidad y destino. De su tía Elvira de la Mora, guionista que había trabajado en Hollywood, heredó el amor por los libros y las conversaciones sobre arte, que sembraron en él una sensibilidad que más tarde se convertiría en vocación.
Aunque estudió química, influido por su abuelo paterno, la dramaturgia lo llamaba con insistencia, y ya desde la preparatoria escribía sus primeras obras mientras asistía a cursos de teatro en Guadalajara.
Ese camino lo llevó a conocer a figuras como Stella Inda, Rodolfo Usigli y Hugo Argüelles, quienes lo orientaron y alentaron a seguir escribiendo. Sin embargo, ninguno de esos encuentros sería tan decisivo como el que tendría décadas después con Sor Juana. El descubrimiento de La segunda Celestina ocurrió mientras revisaba materiales antiguos relacionados con el teatro novohispano en una biblioteca de Estados Unidos.
Entre esos documentos encontró un texto que no coincidía con los registros conocidos y que mostraba rasgos estilísticos, temáticos y lingüísticos propios de Sor Juana. Intrigado, comenzó a compararlo con otras obras de la monja jerónima y a reconstruir su posible origen. Cuando presentó su investigación, Octavio Paz reconoció la solidez del trabajo y decidió respaldarlo escribiendo un prólogo para su publicación, convirtiendo aquel hallazgo en un acontecimiento mayor dentro de los estudios sorjuanistas.
Años después llegó un segundo descubrimiento: Protesta de la fe. Mientras revisaba otros documentos vinculados con Sor Juana, encontró una oración que llamaba la atención por su tono íntimo y por la intensidad con la que estaba escrita. Al analizarla con detenimiento, concluyó que el texto no solo coincidía con la voz espiritual de Sor Juana, sino que —según su investigación— había sido escrito con la propia sangre de la autora, un gesto extremo de devoción y conflicto interior.
A diferencia de su primer hallazgo, este documento fue recibido con mayor apertura por la comunidad académica y, para Schmidhuber, representó la confirmación de que aún quedaban piezas esenciales por recuperar en la vida y obra de la monja jerónima.
Cuando habla de estos descubrimientos, lo hace sin vanidad, con una mezcla de asombro y gratitud. Reconoce que Sor Juana se convirtió en una presencia constante, casi familiar. Su labor como investigador lo llevó a recorrer archivos, bibliotecas y conventos, pero también a dialogar con estudiantes, colegas y lectores que encontraron en sus hallazgos una puerta hacia una Sor Juana más compleja y humana.
Su vida no se limita a la investigación y al teatro. Como secretario de Cultura de Jalisco, gestionó el proyecto de los Guachimontones. Fue él quien entró en contacto con el arqueólogo Phil Weigand, quien durante años había recibido negativas para excavar la zona. Con la llegada de Schmidhuber se impulsaron estudios, gestiones y diálogos con el INAH hasta obtener permiso para una sola perforación.
Ese único intento bastó para confirmar la presencia de ruinas arqueológicas. Para Schmidhuber, este logro es uno de los mayores orgullos de su gestión: dejar un legado tangible y asegurar que un sitio de ese valor no quedara en el olvido.
En la voz y en la trayectoria de Guillermo Schmidhuber se reconoce, finalmente, a un creador que ha hecho del destino, la memoria y la palabra un territorio de búsqueda permanente. Sus hallazgos sobre Sor Juana, su labor como dramaturgo, su paso por la gestión cultural y su compromiso con la enseñanza revelan a un hombre que no ha dejado de preguntarse por el sentido profundo de la historia y de la identidad mexicana.
Hoy, mientras continúa dialogando con nuevas generaciones desde las aulas y los archivos, su obra y su mirada siguen abriendo caminos, recordándonos que la cultura no es un conjunto de piezas inmóviles, sino una conversación viva que se renueva cada vez que alguien decide volver a leer, a investigar o a imaginar.


