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Invernaderos, sensores y financiamiento: La triple apuesta que México necesita para su campo

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Opinión, por Víctor Hugo Celaya Celaya

Durante más de dos décadas he seguido con especial interés, y con experiencia personal directa, la evolución de la tecnificación agrícola en regiones de clima adverso. Conozco bien las zonas desérticas y semiáridas del norte de México, de donde soy originario, así como regiones de clima templado y frío.

Hoy, la modernización basada en agricultura protegida, riego tecnificado, producción ambientalmente responsable y digitalización de procesos productivos y comerciales se ha convertido en una exigencia y en un paradigma para el desarrollo agroindustrial global.

Esta transformación avanza acompañada de sistemas computarizados de control climático, sensores, inteligencia artificial y, cada vez más, de energías alternativas como los paneles solares, que sustituyen o complementan el suministro eléctrico tradicional.

La presión sobre las redes de energía, derivada de la creciente demanda urbana e industrial, hace indispensable esta transición hacia fuentes propias, limpias y eficientes.

La agricultura protegida ya no es un nicho tecnológico: es una ruta de desarrollo insoslayable para atender la demanda alimentaria nacional e internacional. Los proyectos que se desarrollan bajo este modelo generan mano de obra calificada, impulsan cadenas de valor regionales e incrementan la competitividad exportadora.

He tenido la oportunidad de conocer estos desarrollos en varios países y asesorar proyectos en México; la conclusión es clara: esta actividad agroindustrial representa uno de los motores más sólidos y con mayor potencial para la modernización rural nacional.

Las bases de una moderna tecnología agrícola

La agricultura protegida reúne estructuras y herramientas que permiten controlar el microclima y elevar la resiliencia productiva. Incluye invernaderos, túneles y mallas sombra que estabilizan temperatura, humedad y radiación, reduciendo riesgos por plagas y eventos climáticos extremos.

A ello se suman sistemas de cultivo sin suelo, como la hidroponía y la aeroponía, que optimizan el uso del agua y los nutrientes, evitan la degradación del suelo y permiten producir incluso en regiones áridas.

Se incorpora también la agricultura vertical, capaz de generar rendimientos muy altos en espacios reducidos mediante luz LED y ambientes totalmente controlados, aunque con una alta dependencia energética. De acuerdo con la FAO, los sistemas hidropónicos pueden reducir el consumo de agua entre 80 y 90 por ciento en comparación con la agricultura tradicional.

Las tecnologías digitales de precisión —sensores, inteligencia artificial, riego automatizado, drones y plataformas de análisis de datos— permiten una toma de decisiones más exacta, reducen pérdidas y mejoran la rentabilidad. Estas herramientas no reemplazan a la agricultura tradicional: la fortalecen, la complementan y amplían su capacidad para enfrentar el cambio climático y la creciente volatilidad de los mercados.

Impactos productivos y ambientales

La agricultura protegida está generando transformaciones profundas tanto en la productividad como en el desempeño ambiental del sector agrícola. Sus beneficios son claros: mayores rendimientos en menor superficie, reducción significativa en el uso de agua, menor aplicación de pesticidas y disminución de pérdidas poscosecha gracias al control del microclima.

Estos avances se traducen en productos más homogéneos y de mayor calidad, menor riesgo climático y una producción mucho más eficiente. Sin embargo, su viabilidad depende de un factor crítico: la energía. Cuando existe acceso a electricidad limpia y asequible, el desempeño ambiental y económico de estos sistemas es sobresaliente; cuando la energía es cara o insuficiente, su competitividad disminuye.

En paralelo, la agricultura protegida está reconfigurando el sector agrícola a nivel global. Países como los Países Bajos e Israel han demostrado que la combinación de tecnología, producción continua y calidad consistente puede convertir a una nación en potencia exportadora.

Este modelo impulsa empleos rurales más técnicos y mejor remunerados, fortalece la seguridad alimentaria al producir cerca de los centros de consumo, reduce pérdidas logísticas y atrae inversión global. Sin políticas que faciliten el acceso al financiamiento, esta modernización corre el riesgo de profundizar la brecha entre productores con capacidad de inversión y aquellos que aún no pueden adoptar estas tecnologías.

México ante el entorno internacional

En México, desde hace algunos años se desarrollan proyectos de agricultura protegida en diversas regiones del país, muchos de ellos exitosos, tanto del sector privado como del sector social. Es importante subrayar que la mayor parte de este esfuerzo ha sido desarrollado con capital privado.

Por ello, resulta fundamental evaluar dónde estamos frente a otros países, hacia dónde debemos avanzar para consolidar lo logrado y cómo extender estos beneficios al sector social, generando mejores condiciones de operación y comercialización para pequeños y medianos productores rurales.

Mientras los Países Bajos representan un modelo global de invernaderos de alta tecnología, logística refrigerada e investigación aplicada, Israel lidera la innovación en climas extremos, riego por goteo, sensores y exportación de tecnología agrícola. En Latinoamérica, Medio Oriente, Asia y África existen proyectos exitosos, aunque muchos enfrentan limitaciones de crédito, energía confiable y apoyos para la comercialización.

El financiamiento como motor de competitividad

El financiamiento se ha convertido en el factor decisivo para que la agricultura protegida avance con velocidad y competitividad. Los países que hoy lideran esta revolución tecnológica han construido instituciones sólidas de apoyo a la exportación y a la innovación agrícola.

Estas agencias financieras permiten que productores y empresas accedan a tecnología de punta mediante esquemas de crédito, garantías y seguros a la exportación, haciendo viables proyectos de alto valor agregado.

Para que México pueda competir en igualdad de condiciones, requiere una banca de desarrollo con visión global, capaz de ofrecer instrumentos financieros modernos y accesibles. Sin este soporte, la adopción tecnológica será lenta y desigual; con él, la agroindustria nacional puede convertirse en un motor estratégico de crecimiento, innovación y liderazgo exportador.

Necesitamos apretar el paso

Para acelerar la modernización agropecuaria, es indispensable contar con energía limpia y tarifas competitivas; créditos accesibles y garantías públicas; fortalecer a BANCOMEXT; desarrollar centros regionales de capacitación tecnológica; impulsar clústeres hortícolas integrados; establecer una política nacional de datos agrícolas; y consolidar estrategias de comercio internacional que respalden a nuestros productores.

La puerta de entrada a la modernidad agropecuaria

La agricultura protegida representa la infraestructura productiva del siglo XXI. Permite producir más con menos agua, asegurar calidad exportable, reducir riesgos climáticos y atraer inversión de alto valor.

Para México, la oportunidad es histórica. Si combinamos energía accesible, financiamiento moderno, capacitación técnica y políticas claras de apoyo, la agricultura protegida puede convertirse en el motor de una nueva etapa de desarrollo rural y económico. La pregunta ya no es si queremos sumarnos a esta transformación, sino cuánto tiempo más podemos darnos el lujo de postergarla.


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