OPINIÓN
Año nuevo, guerra nueva, sumisión vieja
Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
“Nadie, jamás, tiene razón para incendiar un polvorín… ni aún Donald Trump”.
2020 comenzó con la acción más estúpida en el gobierno del presidente Donald Trump: La ejecución de Qasem Soleimani, cuyas repercusiones aún están en el ámbito de las especulaciones; sin embargo, todo parece indicar que la posibilidad de una guerra en el Medio Oriente o incursiones terroristas iraníes en territorio norteamericano, por lo pronto, están descartadas. La respuesta final estará tras las noches de insomnio de Donald Trump y de Alí Jamenei, y del humor con que amanezcan.
En México, el presidente Andrés López Obrador prefirió mantenerse en la marginalidad o en la marginación de hombre de Estado que ni condena ni cuestiona la licitud ni mira aspectos de inmoralidad en un acto que merece y exige no ocultarse ni minimizarse o dejar a que otros lo resuelvan. México debió, en voz de su presidente, llamar a la tolerancia en la diferencia, como lo manda la Organización de las Naciones Unidas en su Declaración de Principios sobre la Tolerancia y el Plan de Acción de Seguimiento, como un deber moral y una exigencia política y jurídica. Callar por temor a los enojos de Trump me parece inmerecido por nuestra tradición diplomática y al derecho internacional, que se ha vuelto polvo cuando el presidente norteamericano actúa sin ningún control internacional ni la exigencia de demostrar sus aseveraciones y, además, pasando por encima de la prohibición presidencial de los asesinatos de enemigos políticos que firmara el presidente Ronald Reagan hace décadas.
Trump ha actuado sin tomar en cuenta al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ni a sus legisladores, demócratas y republicanos. Con todo, debemos reconocer que el ataque a Irán desde la Casa Blanca no es cosa nueva; el presidente Barack Obama ordenó ejecuciones selectivas como en el caso de Osama Bin Laden en Pakistán en 2012 o las múltiples incursiones sufridas por Yemen con más de mil muertos; antes, el presidente George W. Bush se inventó una guerra en el Golfo Pérsico ante una amenaza que jamás se demostró. Estados Unidos de América es bélico y fiel a esa, su principal esencia.
El gobierno de Irán no es un dechado de virtudes de paz y tolerancia, y sí una amenaza en la región de Oriente Medio; Qasem Soleimani sí tenía las manos manchadas de sangre. No pido que López Obrador se apiade de su desaparición como lo hizo ante la condena del Chapo Guzmán. Eso, por fortuna no volverá a suceder.
Irán no debe hacerse con el arma atómica, pues, como todos coinciden, constituye un peligro para la región y un pésimo ejemplo de proliferación nuclear; sin embargo, eso no justifica la intolerancia de Trump, ni el actuar fuera del derecho internacional. A nivel de gobierno nacionales, nadie puede imponer opiniones, pensamientos o políticas, y no es digno someterse a caprichos de otros gobernantes.
Donald Trump es un bravucón callejero. Exige a la Alianza Atlántica, los principales países europeos, China y Rusia, se unan a su acoso bélico y económico en contra del Irán y abandonen el Plan de Acción Conjunta que ha detenido, hasta hoy, el programa nuclear iraní. En el conflicto entre Irak e Irán falló la diplomacia norteamericana y, en el extremo permitido, antes de lo bélico, debió usar las presiones económicas hacia Iran que, dicho sea de paso, de poco han servido en la mayoría de los casos.
Cuando yo cursaba la preparatoria, leí a Aldous Huxley de quien retomo lo siguientes: «En mayor o menor medida, entonces, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están constituidas por una cantidad reducida de gobernantes, corruptos por demasiado poder y por una cantidad grande de súbditos, corruptos por demasiada obediencia pasiva e irresponsable». Pareciera que Trump ha buscado superar tal sentencia al quererse situar en la cima de la hegemonía de poder global. Lo grave para nosotros, los mexicanos, es que el presidente López Obrador conculca a la diplomacia mexicana al someterse a “hermano mayor norteamericano”.
Andrés Manuel López Obrador nos ha prometido la Cuarta Transformación de México, pero en su sumisión hacia Trump nos demuestra lo contrario. En palabras de Étienne de la Boétie, López Obrador “se hace encadenar” y de paso nos encadena. Sirve a los intereses de la Casa Blanca, incapaz de sublevarse e inconformarse como sucedió en las tres primeras transformaciones nacionales al efecto de proteger y ampliar libertades y dignidades.
Coincido con Erich Fromm, a quien conocí en la Facultad de Psicología de la UNAM, cuando señala que el poderoso es un sujeto débil y enclenque psicológicamente que para compensar su personalidad y su vacío existencial requiere del dominado. Así es Trump, igual que otros presidentes y primeros ministros del mundo, incluidos los reyes tan desfasados en el tiempo.
Desde 12 de diciembre de 1996, por invitación de la Asamblea General de la ONU se conmemorar el Día Internacional para la Tolerancia el 16 de noviembre de cada año; en México, que yo recuerde, no hay actividad alguna dirigida tanto a los centros de enseñanza como al público en general que nos promueva la cultura de tolerancia, respeto, diálogo y cooperación entre las diferentes culturas y pueblos que definen a México.
Es tiempo de hacer de la tolerancia la base de nuestra diplomacia.
