OPINIÓN
La gran mentira: El México de AMLO y el Jalisco de Alfaro
Comuna México, por Benjamín Mora //
Vivimos en un estado -Jalisco- ausente de garantías de vida para todos, con un gobernador incapaz de brindar seguridad incluso a su familia como sucedió en hechos conocidos en que estuvo Mariana Fernández, su prima. En esta realidad dolorosa, fue asesinado Luis Ricardo Meier Rubio, en una de las zonas más concurridas de Guadalajara, a la vista de todos y en presencia de su familia… a Luis Ricardo yo lo veía en misa y sé de gente que lo conoció que fue hombre de bien, de trabajo y con honra; un hombre de familia.
Con conciencia y voluntad hay complacencia de la autoridad con los criminales de baja y alta estirpe. La autoridad, obligada por ley a brindarnos seguridad, conoce a los delincuentes, sabe en dónde, a qué horas y cómo operan, pero no tiene interés en detenerlos. En ello son posibles muchas y muy diversas las razones, pero sin duda, una de ellas es el concurso previo de voluntades mutuamente beneficiadas. No se prevén los delitos ni las causas de la formación de la mente criminal pues no hay un programa de formación de principios y valores sólido y sin grietas… el gobierno de Andrés Manuel López Obrador actúa, por un lado, en contra de Rosario Robles Berlanga, pero mantiene en su gabinete, por el otro, a Manuel Bartlett, por dar un ejemplo de esa esquizofrenia de principios judiciales.
Este es el México de Enrique Alfaro y de Andrés Manuel López Obrador que nadie quiere y al que ellos no atienden ni entienden. Sus cifras son otras y sus causas también. En su mundo paralelo no cabemos quienes creemos en la honra y el honor, en el bien ser, en la dignidad; no cabemos quienes queremos y exigimos vivir en paz y con seguridad.
Hay, desde encubrimiento hasta complicidad del Gobierno federal cuando, en vez de usar la fuerza del Estado mexicano para detener, enjuiciar y castigar al delincuente, como sucede en todo gobierno responsable, le ofrece abrazos fraternos y perdón anticipado. Hay encubrimiento federal y estatal al desviar las investigaciones o extraviar las carpetas de investigación, y hay complicidad cuando se ausentan de los lugares en dónde se cometen delitos a sabiendas de que estos se llevarán a cabo; así, al encubrir y ser cómplice, ambos gobiernos también delinquen pues contravienen a la Carta Magna, la constitución local y los códigos penales federal y estatal, y quien delinque es delincuente.
La boda de Alejandrina, hija del Chapo Guzmán, es un claro ejemplo de esa complicidad evidente. Ella, médica cirujana y empresaria, puede ser una mujer de bien y nada hay que decir en su contra; sin embargo, según fotografías, a la boda asistió Ovidio, el hijo del Chapo que liberó el gobierno de López Obrador. ¿Alguna razón de ese “descuido”? ¿O qué, en este caso el presidente no estuvo informado como debió suceder según sostuvo el propio López Obrador a mediados de septiembre de 2019? ¿Acaso es posible que la prensa nacional supiera de la boda y no así el Gabinete de Seguridad Nacional? ¿Y si lo supo y no actuó, tuvo el visto bueno o la orden del presidente, como lo aseguró en aquel día de septiembre del año pasado ya mencionado? En los abrazos y perdones extrajudiciales de López Obrador hay una declaración implícita de colaboración y abono del delito. En la ineficiencia de Alfaro hay una manifestación evidente de no ser quien debería gobernar a Jalisco. Y en ambos casos, somos los ciudadanos quienes pagamos los platos que ellos han ayudado a romper.
No hay duda de que, en las complacencias delincuenciales de López Obrador como de Alfaro está el germen que nos tienen a merced de quienes no son dignos de estar en libertad ni de vivir entre nosotros. Las cárceles son para separar a quienes se niegan a vivir en armonía dentro de la sociedad. Pero soy claro, tampoco cumplieron con su cometido ni los presidentes anteriores de la República ni los gobernadores del pasado; todos, por igual, han sido cómplices de una manera y en un grado distinto. ¿O qué decir de los hijos de Martita, la de Fox, con sus negocios inmobiliarios; o qué decir de García Luna y sus vínculos con los carteles del crimen en el gobierno de Calderón; o de los servidores públicos que robaron a sus anchas con Peña Nieto? En el gobierno mexicano, en sus tres desórdenes, hay corrupción y de ello no tengo duda, como tampoco dudo de que hay gente de bien. Conozco a muchos de estos.
Sea como fuere, si López Obrador y Alfaro no son quienes revertirán la violencia ni detendrán a los criminales, entonces tampoco son quienes deben estar en tan altos mandatos. Estoy seguro de que los abrazos solo los merecen quienes nos quieren y queremos, y los delincuentes no son dignos de nuestro cariño; aunque, de acuerdo con López Obrador, sus abrazos y afectos son para los delincuentes y para quienes votaron a su favor, según sus palabras mañaneras de la semana que termina.
El Estado mexicano ha cedido su espacio al crimen organizado. Así, por ejemplo, éste cobra derecho de piso a todo aquel que invierte y genera riqueza bajo la amenaza de muerte a quien no se le sujete; es un SAT pero más extremo. Insisto, el Estado mexicano complace a los delincuentes. En palabras bíblicas, AMLO separa las espigas de la cizaña para que ésta –la cizaña- crezca libremente y aquella –la espiga- no le estorbe. Lo grave es que la malicia de unos infecta la bondad de los más. Cuando la cizaña no se arranca y arroja al fuego, sus semillas vuelan y germinan, y menoscaban la obra del sembrador.
Andrés Manuel López Obrador no ha comprendido que en sus abrazos al delincuente atenta en contra de buen discernimiento: ¿Qué es el bien y qué el mal?, ¿quién la persona buena y quién la mala?, ¿cuál el ejemplo a seguir y cuál el que debo menos preciar?
Quienes ayer escandalizaban por su manera de actuar, hoy son ejemplo, y quienes escandalizan son quienes no toman el camino de la deshonra y la concupiscencia con la malicia. La gran mentira hoy es que la malicia se confunde con la bondad y la bondad avergüenza.
