CULTURA
Crónicas de un Trotamundo: A Niza…el hubiera existe
Por Fernando Zúñiga //
Antonieta me invitó a sentarme a su mesa, había escuchado cuando solicité a la ragazza unos cacahuates en español/mexicano para acompañar mi cerveza. Me dijo que para ella era inconfundible, cuando alguien pedía “cacahuates”, que sería mexicano y además bebiendo Carta Blanca!
Me defendí, algo ruborizado, diciéndole que no era complejo del jamaicón, que nomás faltaba que hubiera pedido menudo o birria tatemada….soltó la carcajada!!
Antonieta había prolongado largos minutos su copa de vino blanco. La estuve observando desde hacía horas atraído por su belleza exuberante, verdaderamente impresionado. Imposible no contemplarla aunque fuera de forma no muy discreta y hasta descaradamente, valía la pena. Pensé que al cabo no había algún paparazzi cercano que me pillara en tal acto reverencial/irreverente.
Antonieta era originaria de Tampico. Le calculé alrededor de 30 años de edad. Trigueña, su cabellera rizada le caía hasta media espalda, no era muy alta; su rostro bellísimo y una mirada desde ojos negros que contenía la lejanía y la cercanía de las cosas y del tiempo cuando me miraba.
Casi pronuncio mi nombre al revés o en idioma pekinés de lo turbado que me sentía ante tal ejemplar de belleza.
Nos encontrábamos en la terraza de un bar ubicada en la Promenade des Anglais a unos metros del mar, que a esa hora del día parecía rendirle su eterno vaivén a esa frema que estaba frente a mí. El color del mediterráneo queriendo competirle. La mañana para ella. Y eso que ese mar había bañado a Artemisa y Atenea…¿O era yo el que pensaba/sentía eso?
Ocupé la silla que me permitía ver, tanto al mar como a Antonieta, a intervalos suficientes para poder respirar y darme tiempo para comprobar que era realidad cada momento. Me chivié pedirle que me pellizcara.
En el aire, a contraflujo de la brisa, las notas de A.S.I.A. da-mi noptile inapoi…
Yo estaba en Niza solo de paso. La había mencionado en uno de mis relatos anteriores y deseaba recrear esa memoria en vivo. Además de que me gusta el sol, la brisa, el mar y la comida de esa bella ciudad-puerto al pie de colinas de los Alpes. Me gusta la ciudad vieja con sus calles estrechas y sinuosas; los edificios cubiertos con capas de colores ocre o rojo; sus iglesias estilo barroco; sus palacios del período Saboya, sus villas y hoteles de la Belle Époque.
Pedimos una tortilla de acelga y Huile d’olive de Nice. Ahora ya más entonado solicité un Bellet para mí. Antonieta repitió un Rheinhessen Liebfraumilch 2012 con el que había arrancado la mañana.
El Bellet y el vaivén del Mediterráneo me entonaban con Emma….Il Paradiso Non Esiste…
Mi amiga Catalina llegó a nuestra mesa en ese momento. Ella era mi representante y promotora. Partiríamos hacia Italia al día siguiente. Me comunicó mi cita dentro de unos minutos en la oficina de trámites para mi entrada a Italia.
Fue Catalina quien después, durante nuestro viaje, me contaría lo que le relató Antonieta, en mi ausencia, acerca de la razón de su estancia en Niza.
Antonieta había pasado unas vacaciones en Niza hacía un par de años. Había conocido a Manuel Beckenbauer un joven alemán, que se había enrolado en las fuerzas de Paz de la ONU y lo enviarían al Medio Oriente.
Manuel conocía Tampico, alguna vez había arribado al puerto cuando trabajó en la marina mercante. Guardaba un grato recuerdo; las jaibas, bocoles, Zacahuil; la alegría de la gente; lo exótico de sus construcciones en la zona del centro; la belleza de Miramar; las voces montaraces de los huapangueros; las mujeres!!!!
Catalina describe la mirada luminosa de Antonieta al hablar de Manuel y del tiempo que pasaron juntos. Manuel era muy sensible, guapo, musculoso, cabellera negra y ojos profundamente negros, no muy alto (Antonieta sentía más atracción por hombres no altos). Desde el primer instante de su encuentro sintió que se conocían desde siempre.
En ciertos momentos del relato Catalina se transformó en Antonieta. Su mirada brillaba con un fulgor como el que yo había visto en Antonieta durante mi tiempo pasado con ella en la terraza…
…vivimos un par de meses intensos, sentí el amor en todo mi ser y cada instante del día. Se me declaró con el lema de su ciudad natal: A MUNICH LE GUSTAS…
…el mar, los atardeceres, el amanecer, su sonrisa, su piel. Por las noches Manuel tocaba el contrabajo en nuestra habitación con una pasión que me arrobaba los sentidos, me transportaba lejos y a su interior…
…me propuso matrimonio. Me dejaba escoger el lugar para vivir y la religión de la boda. Creo que la intensidad del amor me rebasó, me resulté desconocida para mí misma. Me dio miedo; que el futuro rompiera el encanto del presente; que la felicidad no dura para siempre; que el matrimonio deteriora el amor; que es distinto el enamoramiento al amor real; quizá estamos enamorados del amor…
Antonieta había regresado a Niza para encontrarlo. No había registro de Manuel por ninguna parte. No lo recordaban en la Hostería donde se hospedó. En Munich, el directorio telefónico cientos de Beckenbauer. Llamó a unos 50 antes de desistir. Llamó a la ONU, ya no tenían registro alguno actualizado.
En Niza tenía la esperanza de que él la viera en alguna de las revistas para las que ella posaba como modelo. Durante unas semanas su foto había circulado en las laterales de los buses del transporte público. Igualmente algunos espectaculares exhibieron su rostro anunciando un Tequila.
Mientras Catalina me contaba esta historia yo recordaba la belleza de Antonieta: su sonrisa era comedida, era natural, sugería inocencia y no invitaba al coqueteo. Su mirada templada por la melancolía. Una tristeza que rehuía la compasión.
Reconocí en Antonieta que el dolor es otro nombre de la memoria. Y que esta experiencia confluía en este punto de mi larga vida y de la corta suya. Que no sabemos nada cuando nos ocurre algo por vez primera y que quizá, solo quizá, para la siguiente sabríamos comportarnos de diferente manera.
Reconocí en ella la mirada de quien quiere volver a estar convencido y la expresión fiel de los ojos de quien no ha perdido la esperanza. También el frío resplandor de un recuerdo.
Imaginé a Antonieta caminando por la playa del mismo mar donde hace siglos se bañaron Artemisa y Atenea y Niké mientras las contemplaban todos los dioses del universo. Mientras el suave resplandor rosado del atardecer bañaba la antigua ciudad en una atmosfera de extraordinaria belleza.
FZG GUADALAJARA X/2016
