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MUNDO

El dilema de Pablo Iglesias y el futuro de Podemos en España

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Por Luis Rivas //

Pablo Iglesias necesita el respaldo de los militantes de Podemos para justificar el fracaso en su pretensión de formar parte de un gobierno de coalición dirigido por el socialista Pedro Sánchez.

Tras meses de negociaciones infructuosas, someter al voto la respuesta al presidente interino es la salida que podía protegerle de las críticas que le están ya llegando por negar la posibilidad al PSOE de acceder al poder efectivo tras los resultados de las elecciones de abril.

Para Pedro Sánchez, esa decisión de Iglesias fue la gota que colmó el vaso de su paciencia, pues lo consideró como una maniobra que da en un principio por finalizada la posibilidad de contar con su apoyo en la sesión de investidura, justo después de que el presidente del gobierno en funciones acercara la posibilidad de incluir en su equipo de gobierno a miembros de Podemos.

Durante semanas, PSOE y Podemos han llevado a cabo negociaciones que cada partido ha interpretado de cara al público según la táctica cambiante de cada instante y haciendo públicas conversaciones que deberían haber sido discretas. En un primer momento, Pedro Sánchez habló de «gobierno de cooperación«, nuevo concepto que servía para evitar un tradicional gobierno de coalición, donde ambos partidos compartirían ministros en proporción a sus resultados electorales, siempre bajo la dirección de Pedro Sánchez.

Pero los socialistas tenían claro desde un principio que no podían sentar a la mesa del consejo de ministros a un aliado que no consideran fiable. Las diferencias ideológicas y políticas que separan a ambos partidos son mucho más evidentes que la idea de unirse en un gabinete compartido. Para el PSOE es la actitud de Podemos sobre Cataluña el principal escollo, según declaraciones de todos sus líderes. Podemos ha defendido siempre un referéndum de autodeterminación para esa región, algo que el PSOE considera fuera de la Constitución y de su propio ideario.

DIFERENCIAS PSOE-PODEMOS

Pero Cataluña no es lo único que separa a las dos fuerzas de la izquierda española. Las medidas sociales que podrían alcanzar en consenso llegarían a un límite que para Pablo Iglesias supondría la aceptación de una línea socialdemócrata que convertiría a su organización en una simple fuerza de apoyo para la gestión socialista.

En una palabra, muchos verían en este punto la fagocitación efectiva de Podemos por el partido mayoritario. ¿Qué créditos podría obtener Iglesias y su partido en caso de éxito de tal coalición en los siguientes comicios? Confirmar, quizá, que el objetivo de superar un día al PSOE electoralmente sería más complicado que convertirse en el aliado junior permanente de los socialistas.

Pero muchos votantes de izquierda no entienden que se deje pasar la oportunidad de establecer un gobierno de ese color, aunque ambos partidos deban ceder en algo. La pretensión de primera y de última hora de Pablo Iglesias de integrar personalmente el ejecutivo de Sánchez era más bien una apuesta a «todo o nada», consciente de que para los socialistas ese aliado coyuntural podría convertirse en cada momento en una amenaza para la estabilidad o en un crítico interno que desacreditara su gestión en cada medida que hubiera que acometer.

Por eso Sánchez y sus portavoces preferían insistir en un acuerdo de programa del que no se pudiera salir argumentando diferencias insalvables. Los comentarios que insisten en la existencia de gobiernos de coalición en toda Europa convencen poco cuando se trata de poner de acuerdo a un partido socialdemócrata y a otro que defiende, o defendía hasta hace poco, posiciones antisistema. Un apoyo exterior de Iglesias a un gobierno monocolor de Sánchez tras la firma de un programa dejaría más libertad al líder de Unidas Podemos para desligarse del compromiso si el pacto no se cumple, pero ahí Sánchez no ha empujado de su parte para poner en marcha con prontitud una mesa de negociación, que debería haber sido el paso previo a un acuerdo.

«FUERZA PROGRESISTA NO SECTARIA»

La adaptación, o la supuesta moderación de Podemos para apoyar lo que la izquierda llama medidas sociales, siempre puede tener un límite. Y si se trata de acercar al PSOE formaciones más a la izquierda, el fantasma de Íñigo Errejón planea ya sobre el futuro de Iglesias. Errejón, aliado de la exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena en la formación regional «Más Madrid», ha asegurado que existe espacio político en España para otra fuerza progresista «no sectaria». EL PSOE insiste en ese aspecto, facilitando sondeos de opinión que indicarían que un partido encabezado por Errejón a nivel nacional superaría a sus excompañeros de Unidas Podemos en unas nuevas elecciones generales.

Es esa división de la izquierda lo que genera la esperanza del Partido Popular y Ciudadanos, si se va definitivamente de nuevo a las urnas, aunque nadie sepa a ciencia cierta cuáles serían los cambios de opinión de unos votantes hastiados tras un debate eterno, causado primero por los actos ilegales y las exigencias del independentismo catalán y ahora por las dificultades que cada partido pone sobre la mesa para llegar a acuerdos que posibiliten la formación de un gobierno. Ciertas voces anuncian que solo la abstención saldría ganando con una nueva cita electoral. Lo que parece también probable es que Unidas Podemos no mejore los decepcionantes resultados obtenidos en las últimas generales, municipales, autonómicas y europeas.

Si Pedro Sánchez no logra la investidura en la tercera semana de julio, las Cortes deberán esperar a septiembre para ofrecerle la última oportunidad antes de evitar nuevos comicios. La izquierda española puede así perder una nueva oportunidad de llevar a cabo las reformas que proponen, pues el país sigue viviendo de los presupuestos aprobados por la derecha hace dos años. Solo un gobierno investido por el Parlamento puede proponer un nuevo plan económico, que tanto PSOE como Podemos querían convertir en «social», antes de tirarse los trastos a la cabeza.

(Cortesía de Sputnik Noticias)

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Economía

La batalla por la autonomía financiera: Alternativas al SWIFT en un mundo en desdolarización

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Actualidad, por Alberto Gómez R. //

(Parte 2) El SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication) que ha sido la herramienta fundamental para las transacciones financieras globales -con un flujo de más de 40 millones de mensajes diarios entre bancos en 200 países- parece estar llegando al final de su hegemonía.

El surgimiento de una nueva era en la economía mundial trae también consigo nuevos caminos para el comercio internacional, y con China liderando este gran cambio, está logrando consolidar en muy pocos años su ascenso como potencia económica, y que probablemente le arrebatará a los Estados Unidos su primer lugar en esta década, si los escenarios futuros continúan como hasta ahora se vislumbran.

SPFS y CIPS: LOS SISTEMAS RUSOS Y CHINOS

Rusia, tras las sanciones de 2022, aceleró la adopción de su Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS), creado en 2014 como alternativa doméstica a SWIFT. Para 2024, el SPFS conectaba a bancos centrales de Armenia, Bielorrusia, Kazajistán y Cuba, entre otros. Elvira Nabiúlina, directora del Banco Central ruso, destacó que el número de usuarios extranjeros creció un 300% tras el conflicto en Ucrania, aunque admite limitaciones técnicas comparado con SWIFT.

China, por su parte, impulsa el Sistema de Pago Interbancario Transfronterizo (CIPS), que ya procesa el 20% de las transacciones globales en yuanes. CIPS no busca reemplazar a SWIFT, sino complementarlo, pero su expansión refleja la ambición de Beijing de internacionalizar su moneda. En 2023, el 95% del comercio sino-ruso se liquidó en yuanes y rublos, un modelo que países como Irán y Pakistán están replicando.

Con más países buscando alternativas al dólar, la moneda estadounidense está perdiendo su estatus de reserva a un ritmo más rápido, según advierte el economista Stephen Jen. “El dólar ahora representa alrededor del 58% de las reservas oficiales globales totales, frente al 73% que tenía en 2001 cuando era la reserva hegemónica indiscutible”, escribió el exanalista de Morgan Stanley en un informe reciente.

Estima que la participación del dólar estadounidense como moneda de reserva global disminuirá a una tasa 10 veces mayor que la tasa promedio de los últimos 20 años. “Lo que los inversionistas deben apreciar es que, si bien el Sur Global no puede evitar por completo el uso del dólar, gran parte de él ya no está dispuesto a hacerlo”, escribió el analista. (criptonoticias.com)

De hecho, los bancos centrales de China, Rusia y otros países se están desprendiendo de sus reservas en dólares para comprar oro. El Consejo Mundial del Oro, que representa a la industria del metal precioso, reportó que desde 2022 los bancos centrales agregaron a sus reservas la mayor cantidad de oro desde 1950, cuando comenzaron los registros.

Es preciso considerar que el aumento de las tensiones geopolíticas y económicas a partir de la imposición de nuevos aranceles dictado por Trump desde su llegada a la Casa Blanca, han provocado que el valor del oro llegue a precios históricos, rebasando los $3000 USD por onza, validando el hecho de que el metal precioso es el mejor activo de reserva sobre cualquier divisa.

El bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y nuevos miembros como Arabia Saudita e Irán) se ha erigido como epicentro de la desdolarización. En su cumbre de 2024 en Kazán, Rusia, anunciaron el BRICS Bridge, una plataforma de pagos que integrará CBDCs, monedas nacionales y una stablecoin respaldada en oro llamada Unidad de Cuenta Común (UNIT). Según Viktoria Panova, asesora del bloque, «el sistema permitirá comerciar sin intermediarios estadounidenses, usando una canasta de divisas convertibles en metales preciosos».

Además, el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), fundado por los BRICS en 2014, ha otorgado préstamos en monedas locales por 35 mil millones USD, evitando el dólar en proyectos de infraestructura en economías emergentes. Para Andrey Mikhailishin, del Consejo Empresarial BRICS, estas herramientas buscan «descentralizar la cooperación internacional y desafiar la matriz financiera actual».

DESAFÍOS Y CRÍTICAS

A pesar del entusiasmo, los proyectos enfrentan obstáculos. mBridge, por ejemplo, aún está en fase piloto y su escalabilidad es cuestionada. En octubre de 2024, el BIS evaluó su continuidad tras críticas sobre riesgos geopolíticos y posibles brechas de seguridad 2. Por otro lado, el SPFS y el CIPS carecen de la universalidad de SWIFT: mientras SWIFT conecta 11,000 instituciones, el SPFS solo alcanza 500.

Además, la fragmentación monetaria podría complicar el comercio. Como advirtió The Economist en 2025, «un mundo con múltiples sistemas de pagos rivales incrementa los costos de transacción y el riesgo de errores». A esto se suma la resistencia de EE.UU. y la UE, que ven en iniciativas como mBridge una amenaza a su capacidad de imponer sanciones. Yaya J. Fanusie, del Crypto Council for Innovation, alertó que «estos sistemas podrían ser explotados por adversarios geopolíticos para evadir controles».

EL FUTURO: ¿HACIA UNA ECONOMÍA MULTIPOLAR?

La desdolarización no es un fenómeno binario, sino gradual. Según el Banco Mundial, la participación del dólar en reservas globales cayó del 72% en 2002 al 59% en 2024, mientras que el oro y las monedas emergentes ganan terreno. Países como India y Malasia ya comercian en rupias, y Francia utiliza yuanes en transacciones con China.

En este escenario, el éxito de las alternativas a SWIFT dependerá de su interoperabilidad y adopción masiva. Como señaló Li Shu-Pui, asesor del Banco Central de Emiratos Árabes Unidos, «la inclusión financiera de regiones marginadas por el sistema tradicional será clave». Mientras, bloques como los BRICS y proyectos como mBridge avanzan en su objetivo: construir un sistema donde el dólar sea una opción, no una imposición.

En palabras de Vladimir Putin durante la cumbre BRICS 2024: “El nuevo orden económico no será dominado por una sola moneda, sino por la soberanía de las naciones”. La batalla por sustituir a SWIFT es, en esencia, una lucha por redefinir quién controla las reglas del juego en la economía global.

 

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MUNDO

Cónclave: Ganan terreno los moderados ante los radicales

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Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //

Este miércoles 7 de mayo inicia el Cónclave para elegir al nuevo Papa, cumpliendo con las normas vaticanas que establecen que debe comenzar entre 15 y 20 días después del fallecimiento del Papa, ocurrido el pasado 21 de abril de 2025.

El Cónclave arranca con una misa en la Basílica de San Pedro, seguida del ingreso de los cardenales electores a la Capilla Sixtina, donde quedarán aislados bajo estrictas medidas de secreto. Actualmente, 133 cardenales menores de 80 años participarán en las votaciones, que requieren una mayoría de dos tercios para elegir al nuevo Pontífice. ¿Quiénes son los favoritos para suceder a Francisco?

Entre los perfiles que dividen al Colegio Cardenalicio, los progresistas tienen ventaja numérica, ya que Francisco nombró al 80% de los electores, pero los conservadores y moderados también buscan influir. La gran interrogante es qué tipo de Papa buscan los cardenales: un perfil radical, ya sea progresista o conservador, podría fracturar a la Iglesia Católica, por lo que los moderados ganan terreno como opción de consenso.

El favorito es el cardenal italiano Pietro Parolin, de 70 años, actual secretario de Estado del Vaticano. Considerado un candidato de continuidad moderada respecto al legado de Francisco, Parolin destaca por su experiencia diplomática y su capacidad para unir facciones, aunque algunos cuestionan su falta de carisma y experiencia pastoral directa. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, lo señala como el principal contendiente y un «candidato de unidad» por su enfoque pragmático.

Otro nombre destacado es el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, de 67 años, apodado «el Francisco asiático». Exarzobispo de Manila y actual jefe del Dicasterio para la Evangelización, Tagle es popular entre los progresistas por su apertura hacia la comunidad LGBTQ+ y su énfasis en la justicia social. Con el respaldo de los cinco cardenales filipinos, su candidatura podría hacer historia al convertirse en el primer Papa asiático.

Del lado conservador, el cardenal húngaro Péter Erdő, de 72 años, arzobispo de Esztergom-Budapest, emerge como favorito. Respetado intelectual con doctorados en teología y derecho canónico, Erdő defiende la ortodoxia doctrinal, oponiéndose a las bendiciones de parejas del mismo sexo y a la comunión para divorciados vueltos a casar. Su experiencia en dos cónclaves previos y sus conexiones con cardenales europeos y africanos lo posicionan como un posible candidato de compromiso para los conservadores.

Otros nombres que resuenan entre los 133 cardenales electores son el cardenal francés Jean-Marc Aveline, de 66 años, arzobispo de Marsella, y el cardenal italiano Matteo Zuppi, de 69 años, arzobispo de Bolonia. Aveline, considerado el favorito de Francisco, destaca por su enfoque en la inmigración y el diálogo interreligioso, aunque su cautela sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo podría limitar su apoyo entre los progresistas. Zuppi, por su parte, es un progresista conocido por su labor como enviado de paz de Francisco en Ucrania y su inclusividad hacia parejas del mismo sexo, además de su trabajo con los marginados.

Desde África, el cardenal ghanés Peter Turkson, de 76 años, y el cardenal congoleño Fridolin Ambongo Besungu, de 65 años, representan opciones con posturas más tradicionales. Turkson, defensor de la justicia social y el medio ambiente, podría convertirse en el primer Papa negro en siglos. Ambongo, un líder outspoken en África, critica abiertamente la corrupción y el statu quo, pero su conservadurismo en temas como las bendiciones a parejas homosexuales podría generar división.

Pronto conoceremos al nuevo Papa y líder de la Iglesia Católica, que representa a más de 1,400 millones de fieles en el mundo. La fumata blanca y el anuncio del «Habemus Papam» marcarán el inicio de un nuevo capítulo para la Iglesia.

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MUNDO

La moderación sobre el radicalismo

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Opinión, por Miguel Anaya //

Durante años, en muchos rincones del mundo, la política pareció perder el centro. Ante el desencanto con partidos tradicionales y líderes que parecían cada vez más desconectados de las necesidades reales de la población, surgieron figuras que ofrecían rupturas radicales. Hombres y mujeres que hablaban con fuerza, que desafiaban las reglas, que prometían sacudir el sistema.

Y durante un tiempo, muchos ciudadanos, cansados de discursos acartonados que no resolvían de fondo las cosas, votaron candidaturas radicales.

El fenómeno no fue exclusivo de una región. En Estados Unidos, Donald Trump desafió el statu quo con un estilo confrontativo que rompió moldes. En Argentina, Javier Milei llegó a la presidencia con un discurso antisistema que canalizó la frustración de millones. En Italia, Giorgia Meloni representó un giro radical con raíces nacionalistas profundas, incluso en Nuevo León se eligió a Samuel García. Estas victorias compartían un mismo origen: la idea de que la política tradicional había fallado.

No solo fueron los errores de gestión o la corrupción los que abrieron paso a este péndulo hacia los extremos. También influyó la imposición de ciertas visiones ideológicas que no terminaron de convencer a la mayoría. Muchos ciudadanos sintieron que los discursos públicos dejaron de reflejar sus inquietudes reales, que los gobiernos se ocupaban más de debates abstractos que de cosas concretas: el precio de los alimentos, la calidad de la educación, la inseguridad en las calles. Ante eso, muchos decidieron voltear al extremo, al que gritaba más fuerte, al que prometía barrer con todo, al que hacía más espectáculo.

Pero esa misma fuerza que los llevó al poder, en muchos casos, también los expuso. Las promesas imposibles, el tono agresivo, la falta de resultados tangibles, los shows montados cada vez más vacíos, terminaron desilusionando a buena parte de sus electores. Poco a poco comenzó el retorno a la moderación. No como una vuelta nostálgica al pasado, sino como una necesidad práctica.

La reciente elección en Canadá es un reflejo claro de este giro. Contra lo impensable hace apenas unas semanas, el liberal Mark Carney, un tecnócrata sin experiencia electoral, venció al conservador Pierre Poilievre, quien había liderado las encuestas durante meses con un discurso duro, directo y populista.

Carney no es un político de carrera, es un economista de prestigio internacional, exgobernador de los bancos centrales de Canadá y del Reino Unido. Su estilo no es carismático ni electrizante. Pero en un momento en que el país enfrenta incertidumbres económicas y tensiones diplomáticas, su figura representó algo muy valioso: confianza, estabilidad y claridad.

Poilievre, por su parte, apostó por una narrativa confrontativa. Atacó al gobierno saliente, prometió recortes masivos y se mostró abiertamente cercano a la agenda trumpista. En tiempos recientes, eso había sido una receta ganadora. Pero esta vez la estrategia no funcionó. La gente no quiso más ruido.

Esa reacción del electorado canadiense no es un hecho aislado. En Francia, el presidente Macron logró frenar a los radicales. En España, el PSOE logró mantener el poder pese a la presión de una coalición entre conservadores y extremistas. Incluso en países donde estas opciones si ganaron las elecciones, hoy enfrentan desgaste acelerado.

¿Por qué? Porque la gente quiere vivir en paz. Quiere que la política se ocupe de lo importante: la salud pública, la educación, la seguridad en las calles, la posibilidad de tener un empleo digno. Ni la revolución constante ni el inmovilismo absoluto ofrecen eso. El equilibrio sí.

La mesura no es una debilidad. Es una forma de reconocer la complejidad del mundo. Gobernar así es difícil, porque implica negociar, escuchar, ceder a veces. Pero también es la única forma sostenible de liderar sociedades diversas y modernas sin vivir en conflicto permanente. Las sacudidas son importantes, pero no se puede vivir en la incertidumbre constante (las caídas de las bolsas de Nueva York nos lo muestran claramente).

Lo de Canadá es una historia que vale la pena contar, no porque sea espectacular, sino precisamente porque no lo es. Es el relato de una sociedad que eligió con la cabeza fría, que prefirió a alguien que no buscó incendiar el país, sino repararlo. Cuando se apagan los gritos y las luces de la espectacularidad, lo que queda son las decisiones y acciones que realmente cambian la vida de las personas.

Quitemos el show de la política, de las decisiones públicas. Pensemos en sociedad, en agendas que favorezcan a la mayoría a largo plazo, seamos empáticos, construyamos desde la comunidad y desde el entendimiento. No es una receta mágica, es un remedio lógico.

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