MUNDO
Frentes abiertos del presidente norteamericano: Los desafíos, Donald Trump frente a guerras frías y conflicto racial en EEUU

Por Vicky Peláez //
Desde hace más de 200 años EEUU viene promoviendo protestas, disturbios, terrorismo y golpes en países cuyos gobernantes se oponen a la voluntad de Washington, pero ahora le ha tocado probar sus recetas en su propio terruño.
La historia del mundo viaja del Oriente al Occidente, pues Europa es innegablemente el fin de la historia y Asia es el comienzo (Hegel G.W.F., La filosofía de la historia, 1956)
Ya son diez días de disturbios, saqueos y vandalismo por el asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd los que están estremeciendo al país, obligando a las principales ciudades a declarar el toque de queda para evitar la caída de Norteamérica al abismo.
Sin embargo, y a pesar de todo esto, la retórica beligerante de Donald Trump y de su administración contra China y Rusia está creciendo día a día. Tal es la paranoia interna estadounidense antirrusa y antichina que el actual asesor de la seguridad nacional de EEUU, Robert O’Brien, señaló a China, Irán y también a los rusos de promover la violencia que está azotando a Estados Unidos en estos días.
A la vez la exasesora de la seguridad nacional de Barack Obama y la exembajadora de EEUU en las Naciones Unidas, la demócrata Susan Rice, acusó a Rusia, basándose en su «experiencia», de «estar detrás de las manifestaciones violentas en Norteamérica» en FOX News.
Los generales estadounidenses están declarando que no permitirán a China y Rusia expandir sus intereses en el Medio Oriente y América Latina. Sin embargo, ni la guerra híbrida de Norteamérica contra China y Rusia, ni las sanciones, ni el despliegue de sus barcos de guerra en el Caribe pudieron evitar el arribo de los tanqueros iraníes a Venezuela trayendo gasolina y equipos de refinamiento de petróleo.
EEUU no se atrevió a intervenir, aceptando de esta manera el poder de China y Rusia que han mostrado su sólido apoyo a Venezuela e Irán sin recurrir a la retórica.
La llegada de los cinco barcos petroleros iraníes a Venezuela está confirmando el cambio en el equilibrio de las fuerzas en el mundo por mucho que Washington esté tratando de no permitirlo. Y pensar que hace 21 años los aviones de guerra norteamericanos atacaron con misiles la embajada de China en la capital de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, Belgrado, y no pasó nada después de pagar Washington una compensación.
Hace un año, en 2019, las fuerzas navales británicas detuvieron el tanquero iraní Grace frente a las costas de Gibraltar y lo retuvieron durante 43 días. Esta vez los norteamericanos y sus aliados de la OTAN decidieron abstenerse de cualquier acción hostil contra Irán y Venezuela al no estar listos para afrontar un inminente incidente internacional.
No obstante, esto no significa que Washington cambie su actitud hacia Venezuela, porque debido a su tradición histórica resumida por el exasesor del Consejo Nacional de Seguridad (NSC), Michael Ladeen, «cada 10 años o algo así, Estados Unidos señala a un pequeño país (…) y lo tira contra un muro solo para mostrar al mundo que hablamos en serio». Esta vez Donald Trump proyectó su política internacional más allá de Venezuela e Irán, lanzando una nueva guerra fría contra Rusia y China más diseñada para el consumo interno que externo para convencer a sus ciudadanos con el avance del eslogan América ya es grande de nuevo.
Por supuesto, todavía falta mucho para lograr lo que Donald Trump propone, si es que llegue a cumplir el presidente de EEUU esta meta alguna vez. Mientras tanto el departamento de Estado y el Congreso norteamericano para desviar la atención de todos los problemas que están afectando al país se lanzaron desde 2014 a una nueva guerra fría, primero contra Rusia y ahora contra China.
Los medios de comunicación de EEUU y de sus satélites de la OTAN han desatado una campaña de noticias falsas contra ambos países de la dimensión parecida a la Guerra Fría contra la Unión Soviética que duró desde 1945 a 1991 cuando se disolvió el sistema socialista y se desintegró la Unión Soviética.
Apenas se dio cuenta Washington del resurgimiento de Rusia tanto a nivel nacional como internacional, especialmente después de la reincorporación de Crimea en 2014, no dudó ni un instante la administración estadounidense en reiniciar una campaña de demonización de Moscú y de su líder Vladímir Putin acusando sus intenciones de debilitar a Norteamérica y dividir su sociedad. Siguiendo las pautas de la anterior guerra fría, los grupos de batalla de la OTAN, bajo el mando del Pentágono, se desplazaron a Lituania en la frontera con el enclave ruso de Kaliningrado, a Polonia y a Letonia que bordea a Rusia. También se instalaron sistemas de misiles dirigidos contra Rusia en Polonia y Rumanía.
Actualmente Polonia está pidiendo a EEUU el traslado de bombas nucleares de Alemania a su país sin aparentemente darse cuenta de que en el caso de un conflicto militar su país sería el primero en ser arrasado por estas armas ya más sofisticadas y mortíferas en comparación con las bombas que Norteamérica había sido utilizado en Hiroshima y Nagasaki. No obstante, la propaganda antirrusa promovida día a día por Washington y aumentada por los aliados incondicionales de Washington de la OTAN, desgraciadamente posee más poder persuasivo sobre la gente que la lógica. Además, esta propaganda ha sido reforzada permanentemente por el departamento de Estado, la CIA y el Pentágono. Hasta Hollywood ha sido involucrado en este juego sucio de desinformación. Según el Acta del 2017 del Freedom of Information, Washington intervino en 1.800 casos de películas y series de televisión relacionados con Rusia.
Los organizadores del Premio Pulitzer no se quedaron atrás en esta cruzada antirrusa violando toda la ética profesional establecida desde la creación de esta institución en 1917, empezaron a otorgar premios en el periodismo a los autores que han estado tratando de acusar al Gobierno de Putin por su política de expansión del poder ruso en el extranjero, como lo hizo The New York Times en 2017. La historia se repitió el presente año cuando el Premio Pulitzer 2020 fue entregado otra vez a The New York Times por una serie de ocho historias «cuya investigación conllevó un gran riesgo sobre las prácticas predatorias del régimen de Vladímir Putin».
Lo triste de todo esto es observar el cinismo de los supuestos periodistas de investigación que recurrieron a las fuentes anónimas para acusar al presidente de Rusia y a su Gobierno en asesinatos en el extranjero, en desestabilización de Europa, en la manipulación de las elecciones presidenciales en EEUU en 2016, en el envenenamiento por una Unidad del GRU (la inteligencia militar rusa) del búlgaro Emilian Gebrev, en el tráfico de diamantes en la república Central Africana. También acusaron a los aviones de ataque rusos en destrucción de cuatro hospitales en Siria sin presentar pruebas concretas.
Los medios de comunicación occidentales se han convertido en una máquina de propaganda tanto antirrusa como antichina. El Premio Pulitzer 2020 fue entregado a la agencia Reuters por su cobertura fotográfica de las protestas en Hong Kong contra el Gobierno de China. Los reportajes gráficos de The New York Times sobre la represión de los musulmanes en China también obtuvo el máximo galardón.
También durante seis años Rusia ha tenido que sufrir sanciones impuestas por Estados Unidos:
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primero, fue Barack Obama cuyo Gobierno aplicó 555 sanciones;
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después Donald Trump infligió 220 castigos económicos y financieros a Moscú entre 2016 y 30 de enero de 2020.
Actualmente Washington está amenazando a aplicar el mismo método de imposición de su hegemonía contra China al darse cuenta recientemente del potencial económico, financiero y geopolítico de este país y de paso, igual como en el caso de Rusia, acusar a China no solamente en la violación de tratados comerciales, su política expansionista, sino en ser responsable por la propagación de COVID-19 a nivel mundial. Con esto Trump está intentando encubrir el rol de EEUU y sus laboratorios BSL-4 en la diseminación de coronavirus en el planeta.
Lo que está olvidando la administración de Trump o simplemente lo está ignorando es una advertencia de Napoleón Bonaparte de hace más de 200 años:
«China es un gigante dormido. Hay que dejarlo dormir, porque cuando este gigante se despierta, sacudirá el mundo».
Y así sucedió. Llegó el momento cuando China no solamente se despertó, sino que se convirtió en una potencia económica y financiera que no aceptó el modelo y valores neoliberales que Occidente esperaba, sino siguió su propio camino de desarrollo económico, político, militar y social basados en la filosofía de Confucio y en el pensamiento de su presidente Xi Jinping.
El líder chino orientó a su país seguir tres principios:
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primero, reemplazar el pensamiento tradicional occidental, que hizo algunas raíces en su nación, con los valores chinos y proyectar el rol del liderazgo en las relaciones exteriores a un nuevo nivel;
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segundo, construir las relaciones exteriores basándose en la imparcialidad y justicia;
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tercero, asegurar que la política exterior de China siempre protegerá la soberanía nacional, seguridad nacional y el desarrollo del país.
Para Donald Trump y sus asesores esta orientación china representa un peligro para EEUU, lo que obliga a Washington a aumentar sus ataques contra Beijing en todos los niveles empezando por el supuesto robo de la propiedad intelectual norteamericana, comercio desequilibrado e injusto, su expansión en Eurasia, especialmente en Hong Kong, en América Latina y en África y, cómo no, propagación de coronavirus a nivel mundial. Recientemente el Gobierno norteamericano declaró que restringirá severamente la presencia de estudiantes y profesores chinos en las universidades norteamericanas. Sin embargo, habría que esperar las reacciones de los rectores de las casas de estudios que reciben anualmente más de 15.000 millones de dólares por la matrícula de los 369.000 estudiantes chinos. Sin estos jóvenes procedentes de China quebrarán las universidades.
Lo mismo pasará con la prohibición de las cuatro principales líneas aéreas chinas que traen sus ciudadanos a EEUU. Según la publicación Hosteltur, el número de turistas a EEUU en 2019 fue superior a tres millones, y gastaron más de 35.000 millones de dólares. Entonces todas las amenazas de Trump estarán perjudicando a la economía de su país, lo que convertirá finalmente su discurso beligerante en una simple retórica preelectoral. Lo mismo pasará con sus declaraciones respecto a Hong Kong después de que la Asamblea Popular Nacional de China aprobase leyes de seguridad nacional fiel a la política de un país, dos sistemas.
El artículo segundo aclara que el país se opone firmemente a la interferencia en los asuntos de la Región Administrativa Especial de Hong Kong por parte de cualquier fuerza extranjera o externa. Precisamente es Norteamérica la que está promoviendo protestas en Hong Kong mientras reprime los disturbios en su propio país. Cualquier castigo a la región administrativa retornará en forma de bumerán a EEUU, pues Hong Kong es un importante centro financiero en Asia donde Norteamérica tiene fuertes intereses y donde inclusive se lava el dinero procedente de EEUU.
Hay una vieja canción interpretada por Liza Minnelli, Money, Money, que explica la esencia del sistema norteamericano y en general del capitalismo en cualquiera de sus formas que reza: Money makes the world go round (el dinero hace que el mundo gire). Así de simple.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
MUNDO
Cónclave: Ganan terreno los moderados ante los radicales

Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //
Este miércoles 7 de mayo inicia el Cónclave para elegir al nuevo Papa, cumpliendo con las normas vaticanas que establecen que debe comenzar entre 15 y 20 días después del fallecimiento del Papa, ocurrido el pasado 21 de abril de 2025.
El Cónclave arranca con una misa en la Basílica de San Pedro, seguida del ingreso de los cardenales electores a la Capilla Sixtina, donde quedarán aislados bajo estrictas medidas de secreto. Actualmente, 133 cardenales menores de 80 años participarán en las votaciones, que requieren una mayoría de dos tercios para elegir al nuevo Pontífice. ¿Quiénes son los favoritos para suceder a Francisco?
Entre los perfiles que dividen al Colegio Cardenalicio, los progresistas tienen ventaja numérica, ya que Francisco nombró al 80% de los electores, pero los conservadores y moderados también buscan influir. La gran interrogante es qué tipo de Papa buscan los cardenales: un perfil radical, ya sea progresista o conservador, podría fracturar a la Iglesia Católica, por lo que los moderados ganan terreno como opción de consenso.
El favorito es el cardenal italiano Pietro Parolin, de 70 años, actual secretario de Estado del Vaticano. Considerado un candidato de continuidad moderada respecto al legado de Francisco, Parolin destaca por su experiencia diplomática y su capacidad para unir facciones, aunque algunos cuestionan su falta de carisma y experiencia pastoral directa. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, lo señala como el principal contendiente y un «candidato de unidad» por su enfoque pragmático.
Otro nombre destacado es el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, de 67 años, apodado «el Francisco asiático». Exarzobispo de Manila y actual jefe del Dicasterio para la Evangelización, Tagle es popular entre los progresistas por su apertura hacia la comunidad LGBTQ+ y su énfasis en la justicia social. Con el respaldo de los cinco cardenales filipinos, su candidatura podría hacer historia al convertirse en el primer Papa asiático.
Del lado conservador, el cardenal húngaro Péter Erdő, de 72 años, arzobispo de Esztergom-Budapest, emerge como favorito. Respetado intelectual con doctorados en teología y derecho canónico, Erdő defiende la ortodoxia doctrinal, oponiéndose a las bendiciones de parejas del mismo sexo y a la comunión para divorciados vueltos a casar. Su experiencia en dos cónclaves previos y sus conexiones con cardenales europeos y africanos lo posicionan como un posible candidato de compromiso para los conservadores.
Otros nombres que resuenan entre los 133 cardenales electores son el cardenal francés Jean-Marc Aveline, de 66 años, arzobispo de Marsella, y el cardenal italiano Matteo Zuppi, de 69 años, arzobispo de Bolonia. Aveline, considerado el favorito de Francisco, destaca por su enfoque en la inmigración y el diálogo interreligioso, aunque su cautela sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo podría limitar su apoyo entre los progresistas. Zuppi, por su parte, es un progresista conocido por su labor como enviado de paz de Francisco en Ucrania y su inclusividad hacia parejas del mismo sexo, además de su trabajo con los marginados.
Desde África, el cardenal ghanés Peter Turkson, de 76 años, y el cardenal congoleño Fridolin Ambongo Besungu, de 65 años, representan opciones con posturas más tradicionales. Turkson, defensor de la justicia social y el medio ambiente, podría convertirse en el primer Papa negro en siglos. Ambongo, un líder outspoken en África, critica abiertamente la corrupción y el statu quo, pero su conservadurismo en temas como las bendiciones a parejas homosexuales podría generar división.
Pronto conoceremos al nuevo Papa y líder de la Iglesia Católica, que representa a más de 1,400 millones de fieles en el mundo. La fumata blanca y el anuncio del «Habemus Papam» marcarán el inicio de un nuevo capítulo para la Iglesia.
MUNDO
La moderación sobre el radicalismo

Opinión, por Miguel Anaya //
Durante años, en muchos rincones del mundo, la política pareció perder el centro. Ante el desencanto con partidos tradicionales y líderes que parecían cada vez más desconectados de las necesidades reales de la población, surgieron figuras que ofrecían rupturas radicales. Hombres y mujeres que hablaban con fuerza, que desafiaban las reglas, que prometían sacudir el sistema.
Y durante un tiempo, muchos ciudadanos, cansados de discursos acartonados que no resolvían de fondo las cosas, votaron candidaturas radicales.
El fenómeno no fue exclusivo de una región. En Estados Unidos, Donald Trump desafió el statu quo con un estilo confrontativo que rompió moldes. En Argentina, Javier Milei llegó a la presidencia con un discurso antisistema que canalizó la frustración de millones. En Italia, Giorgia Meloni representó un giro radical con raíces nacionalistas profundas, incluso en Nuevo León se eligió a Samuel García. Estas victorias compartían un mismo origen: la idea de que la política tradicional había fallado.
No solo fueron los errores de gestión o la corrupción los que abrieron paso a este péndulo hacia los extremos. También influyó la imposición de ciertas visiones ideológicas que no terminaron de convencer a la mayoría. Muchos ciudadanos sintieron que los discursos públicos dejaron de reflejar sus inquietudes reales, que los gobiernos se ocupaban más de debates abstractos que de cosas concretas: el precio de los alimentos, la calidad de la educación, la inseguridad en las calles. Ante eso, muchos decidieron voltear al extremo, al que gritaba más fuerte, al que prometía barrer con todo, al que hacía más espectáculo.
Pero esa misma fuerza que los llevó al poder, en muchos casos, también los expuso. Las promesas imposibles, el tono agresivo, la falta de resultados tangibles, los shows montados cada vez más vacíos, terminaron desilusionando a buena parte de sus electores. Poco a poco comenzó el retorno a la moderación. No como una vuelta nostálgica al pasado, sino como una necesidad práctica.
La reciente elección en Canadá es un reflejo claro de este giro. Contra lo impensable hace apenas unas semanas, el liberal Mark Carney, un tecnócrata sin experiencia electoral, venció al conservador Pierre Poilievre, quien había liderado las encuestas durante meses con un discurso duro, directo y populista.
Carney no es un político de carrera, es un economista de prestigio internacional, exgobernador de los bancos centrales de Canadá y del Reino Unido. Su estilo no es carismático ni electrizante. Pero en un momento en que el país enfrenta incertidumbres económicas y tensiones diplomáticas, su figura representó algo muy valioso: confianza, estabilidad y claridad.
Poilievre, por su parte, apostó por una narrativa confrontativa. Atacó al gobierno saliente, prometió recortes masivos y se mostró abiertamente cercano a la agenda trumpista. En tiempos recientes, eso había sido una receta ganadora. Pero esta vez la estrategia no funcionó. La gente no quiso más ruido.
Esa reacción del electorado canadiense no es un hecho aislado. En Francia, el presidente Macron logró frenar a los radicales. En España, el PSOE logró mantener el poder pese a la presión de una coalición entre conservadores y extremistas. Incluso en países donde estas opciones si ganaron las elecciones, hoy enfrentan desgaste acelerado.
¿Por qué? Porque la gente quiere vivir en paz. Quiere que la política se ocupe de lo importante: la salud pública, la educación, la seguridad en las calles, la posibilidad de tener un empleo digno. Ni la revolución constante ni el inmovilismo absoluto ofrecen eso. El equilibrio sí.
La mesura no es una debilidad. Es una forma de reconocer la complejidad del mundo. Gobernar así es difícil, porque implica negociar, escuchar, ceder a veces. Pero también es la única forma sostenible de liderar sociedades diversas y modernas sin vivir en conflicto permanente. Las sacudidas son importantes, pero no se puede vivir en la incertidumbre constante (las caídas de las bolsas de Nueva York nos lo muestran claramente).
Lo de Canadá es una historia que vale la pena contar, no porque sea espectacular, sino precisamente porque no lo es. Es el relato de una sociedad que eligió con la cabeza fría, que prefirió a alguien que no buscó incendiar el país, sino repararlo. Cuando se apagan los gritos y las luces de la espectacularidad, lo que queda son las decisiones y acciones que realmente cambian la vida de las personas.
Quitemos el show de la política, de las decisiones públicas. Pensemos en sociedad, en agendas que favorezcan a la mayoría a largo plazo, seamos empáticos, construyamos desde la comunidad y desde el entendimiento. No es una receta mágica, es un remedio lógico.
MUNDO
God bless you, Mr. Trumpapa

Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //
A quienes los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco, sentenciaron los griegos antiguos. Si aunamos la soberbia, la locura a la estupidez, podremos comprender la foto que la cuenta oficial del presidente Donald Trump publicó, en la que aparece como el nuevo Papa.
Burlarse de las creencias de la gente, sea cual fuere su religión, no es cualquier cosa. La reacción de los católicos a lo que se considera una blasfemia es una de las primeras manifestaciones de rechazo.
¿En qué cabeza cabe hacer este tipo de “chistosadas”? No es un meme que “alguien” publicó. Proviene de una cuenta oficial de Trump. En momentos donde todavía la grey católica mundial llora la muerte del Papa Francisco y en espera que se nombre al nuevo Vicario de Cristo, se antoja que, efectivamente, lo haya confeccionado y aprobado un loco, ensoberbecido por el poder del imperio otrora amo del mundo.
Roma comenzó su decadencia con los emperadores insanos, con Tiberio a la cabeza; enseguida otro no menos “zafado” como lo fue Calígula; Nerón, el piromaníaco incestuoso con su propia madre; Cómodo, el narcisista, también incestuoso con su propia hermana y el adolescente Heliogábalo, señalado como pedófilo, homosexual, sátiro y que se propuso imponer a su Dios (él nació en Siria y fue proclamado emperador a los 14 años) por encima de los dioses romanos.
¿A qué viene todo esto? Al imperio yanqui, otrora dueño del planeta, sólo le faltaba un “emperador” de la talla de los antes señalados para comprobar la decadencia que vive este “reino” en estos tiempos.
Esta pifia no va a pasar desapercibida. No es una “bromita” cualquiera. Es una declaración de guerra en contra de los católicos y en Estados Unidos de Norteamérica hay millones, sobre todo los de origen irlandés, italiano y latinoamericano.
José Saramago, escritor portugués, escribió en uno de sus geniales textos: “Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero ‘el factor Dios’ está presente en la vida como si, efectivamente, fuese dueño y señor de ella. No es un Dios, sino ‘el factor Dios’ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden la bendición divina para América (la de Estados Unidos, no la otra).
Y fue el factor Dios lo que se transformó el dios islámico, que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones suicidas contra los desprecios y en venganza por las humillaciones sufridas por creer en ese dios.
Ese factor Dios es terriblemente igual en todos los seres humanos, dondequiera que estén y sea cual fuere la religión que profesen. Ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a la intolerancia más sórdida, que solo respeta aquello que se le manda creer; el que, después de presumir haber hecho de la bestia un hombre, terminó por hacer del hombre una bestia.
Esa “bestialidad” del hombre surge al volverse irracional y una de las condicionantes para perder la mesura es que “alguien” se atreva a burlarse de su dios, de su religión, de su clero.
Ahmed Salman Ruashdie, escritor hindú, de nacionalidad inglesa, sufrió por años el claustro obligado, luego de la sentencia de muerte que le fue proferida por los altos clérigos islámicos, quienes consideraron que su libro Versos Satánicos atentaba en contra del Islam.
En México no cantamos mal las rancheras. La guerra cristera se dio por varios y variados factores que motivaron a los católicos, sobre todo a los de la zona de Los Altos de Jalisco y el Bajío.
Muerte, destrucción, barbarie, fueron los resultados de esta guerra en la que participaron incluso sacerdotes católicos que desestabilizó la paz social en los años 20.
Donald Trump no es ningún comediante. Adolece de humor y no tiene vis cómica. Por tanto, su gracejada no será sólo anecdótica. Tendrá consecuencias políticas, sociales y quizá hasta económicas.
La grey católica no dejará pasar la oportunidad de arremeter contra Donald. Esa irreverencia, esa blasfemia (así la consideran los católicos) ha dolido en lo más profundo de la sensibilidad de los creyentes.
Entonces, bajo esa óptica, el imperio de los Estados Unidos de Norteamérica ya tiene su “emperador” demente. Ya solo falta ver cómo y cuándo se derrumba, y no por el escándalo que ha generado su meme donde aparece como el Papa, sino por las “locuras” económicas que ha impuesto “su majestad” y que -dicen los enterados de la economía- habrán de regresarse con creces y de manera destructiva a su nación.
¿No tendrá Donald Trump alguien con mediana inteligencia en su staff de asesores como para que le adviertan que su soberbia, su demencia le acarreará la perdición, no solo a su persona, sino a su país? Ahí se deja esa interrogante.
God bless you, Mr. Trumpapa.
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