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NACIONALES

Comprender la funcionalidad de la democracia

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Desde los campos del poder, por Benjamín Mora Gómez //

Soy de esas generaciones que tuvimos a Martin Luther King como modelo de líder. De él recuerdo cuando dijo: “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.

No podemos permitirnos llegar a 2030 con las mismas debilidades electorales. En México, hemos aprendido a hacer negocios con el resto del mundo, pero no a competir por el poder público y de gobierno. Recién, hemos vivido un intrincado proceso electoral; hoy, estamos llamados a reflexionar y comprender la funcionalidad de nuestra democracia, vilipendiada desde dentro del poder gubernamental, de los partidos políticos, de los ciudadanos y de los grupos del poder delincuencial; ojalá, como dijera Martin Luther King, ya no tuviéramos necesidad de reflexionar sobre la funcionalidad de nuestra democracia.

Nos mentimos sobre las causas de nuestras desgracias y se las endilgamos a los otros. La otredad no nos ayuda a entendernos sino a separarnos. Y la mismidad nos envalentona y llena de soberbia.

Desde Delfos estuvimos convocados a conocernos como pueblo y a reconocernos como pueblo-nación y patria, y nos hemos engañado, mintiéndonos en lo que somos al menospreciar aquello en lo que podemos convertirnos. Miramos con recelo a nuestro futuro porque nos sentimos lastimados en nuestro pasado.

La colectividad no nos gusta, pero tampoco nuestra individualidad. Millones se enconchan y solo extienden la mano para recibir dádivas a cambio de su libertad de elegirse ser y formarse. No entendemos que todo en el gobierno y lo público guarda implicaciones ético-políticas y por ello dejamos que los encumbrados las manipulen a su atojo.

Es tiempo de cambiar estilos para transformar destinos. Desde las escuelas, debemos enseñar a pensar discerniendo, es decir, separando el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo correcto de lo incorrecto, y actuar desde aquello que nos conduzca hacia esa nación en la cual hoy soñamos y en la cual disfrutamos la maravilla de vivir… una nación atemporal y democrática, capaz de continuar siendo con o sin nosotros.

La curiosidad es la principal razón de nuestros peques. Tomo las palabras de Olivier Reboul al decir “que educar no es fabricar adultos según un modelo sino liberar en cada persona lo que le impide ser ella mismo… permitirle realizarse según su genio singular”; para lograrlo con éxito, se debe saber discernir.

Gandhi y Hitler fueron dos grandes líderes a quienes distinguieron los valor y principios que siguieron. Por ello, si bien reconozco que necesitamos de quiénes aprieten las tuercas al ensamblar el motor de un automóvil, debemos ocuparnos por identificar, cuidar, guiar y promover a quiénes serán los líderes ejemplares de las futuras organizaciones ciudadanas, centros escolares, deporte, empresas, industrias, gobiernos y legislaturas, desde valores, principios y formas evolucionadas de pensamiento y razonamiento.

De igual manera que una niña o niño cree en el Ratón Pérez que le paga por sus dientes o en Santa que le trae regalos en diciembre si durante todo el año se ha portado bien, también cree ser un inútil o tonto si se le ofrende con esas palabras; por ello, debemos hacerles soñar con ser líderes de bien en lo que elijan trabajar: deporte, arte, robótica, arquitectura, medicina, arte, gobierno… debemos inspirarles el encuentro exitoso con el futuro. La buena educación, desafía y ayuda a orientar la vida.

Debemos ocuparnos por una educación en permanente reflexión; que lo que hoy aprendemos, siempre lo actualicemos en nosotros. Que la educación sea como esa energía que no muere y, en cambio, vibra y evoluciona. Cuando lo logremos, entenderemos a la democracia como el desafío colectivo hacia el bien y el éxito en comunidad. En la democracia, jamás gana un candidato, y sí el pueblo-nación. En la democracia, el pueblo-nación es más importante que los candidatos, sus plataformas y sus estrategias electorales. Cuando lo olvidamos, es posible que nos encaminemos hacia una tiranía aún peor que los totalitarismos: La autocracia disfrazada de democracia.

Hasta hoy, en México, como pueblo-nación, nos hemos dejado llevar por una emoción electoral distraída, casi instantánea, movida por un capricho involuntario e irreflexivo y, principalmente, por dejar que otro elija por nosotros. Pareciéramos condenados a obedecer decisiones carentes de un sentido hacia el bien general creciente; quizá, por ello, nuestro destino nos duele tanto. Es hora de comprender que el destino de una nación y su pueblo será siempre resultado de sus acciones inteligentes o sus inacciones asumidas y desidias toleradas.

Debemos identificar los valores y principios NO RENUNCIABLES por ser los que nos dan identidad, especificidad, singularidad y particularidad como nación ante el mundo. Luego, cada quien sabrá darle su toque personal.

Mahatma Gandhi nos dijo: “La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía”, y cuando ello se logra, nada necesita justificarse. Mi madre me enseñó que, si necesitas justificarte, seguramente te has equivocado.

Hay que enseñar que la palabra, cuando comunica una causa se vuelve voz en comunidad que busca, encuentra y construye soluciones; solo así, la moral se vuelve integral, integrante e integradora en tareas de poder.

 

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