MUNDO
Discurso de individualismo extremo: La derecha que no salva, un riesgo disfrazado de esperanza

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
A la derecha le gusta imaginarse como el lugar del orden, de la razón y del mérito. Su narrativa gira en torno a ideas como “eficiencia”, “disciplina”, “libertad individual” y “trabajo duro”. Durante décadas, fue una forma efectiva de contrastarse con los excesos o fracasos de ciertas izquierdas: burocracias gigantes, discursos revanchistas, populismos disfuncionales.
Pero esa imagen está dejando de sostenerse. La nueva derecha —la que hoy marca tendencia en redes, encabeza algunos gobiernos y monopoliza micrófonos— ya no representa ninguna de esas virtudes. Lo que ofrece no es ni orden ni racionalidad: es puro espectáculo.
Ahí están Donald Trump, Javier Milei y Santiago Abascal como muestra. Tres líderes que han hecho del grito una política, del insulto un argumento y del caos una bandera. Ninguno de ellos ha demostrado ser particularmente eficiente, pero todos han sabido capitalizar una narrativa emocional basada en el resentimiento. Dicen luchar contra “el sistema”, pero lo hacen desde la cima.
Se presentan como outsiders, aunque lleven años en la política. Proclaman amor por el mercado, pero están más cómodos en la cultura del meme que en los fríos informes financieros.
Ya no les interesa defender un modelo económico coherente, ni sostener el legado intelectual de la derecha liberal o conservadora clásica. Su apuesta es otra: dominar el flujo de la conversación pública. Ser tendencia. Explotar la ansiedad de las masas que se sienten traicionadas por las élites ilustradas, por los expertos, por las instituciones. No importa si lo que dicen es contradictorio, vacío o incendiario: lo importante es provocar, atraer, dividir.
Este fenómeno tiene su correlato empresarial. En América Latina, por ejemplo, el caso de Ricardo Salinas Pliego es ilustrativo. El magnate no solo es dueño de empresas y medios: se ha posicionado como una figura política, aunque sin partido ni candidatura. Lo hace desde sus redes sociales, donde predica una mezcla de darwinismo social, desdén por los pobres, burla al Estado y culto a su propio éxito. Su mensaje no es técnico ni ideológico: es emocional. Una especie de “si yo pude, tú también, y si no puedes, es tu culpa”.
Se presenta como víctima del gobierno, del sistema judicial, del fisco, de la prensa. Lo paradójico es que lo hace desde una posición de privilegio absoluto. Pero funciona. Porque hoy ser rico no te quita autoridad moral: te la da.
Lo que representa Salinas Pliego es la figura del empresario redentor. Ya no se trata sólo de emprender o generar empleos. Se trata de suplantar al político. De sugerir, directa o indirectamente, que sólo quienes han tenido éxito en los negocios deberían tener poder de decisión. Como si administrar una cadena de tiendas fuera lo mismo que diseñar políticas públicas complejas, garantizar derechos o defender libertades.
La nueva derecha abraza con entusiasmo esta figura. En lugar de cuadros técnicos, promueve personajes estridentes. En lugar de programas serios, vende frases virales. En lugar de instituciones sólidas, propone personalismos autoritarios. El resultado es un nuevo tipo de populismo: no uno basado en el pueblo contra las élites, sino en el individuo omnipotente contra todo lo que le incomoda: el Estado, los impuestos, los medios, la ciencia, el disenso.
Esto es peligroso por muchas razones. Primero, porque convierte la política en un campo de guerra cultural permanente, donde todo se juega en el terreno de la identidad y el agravio, no de las soluciones. Segundo, porque desmantela los equilibrios democráticos bajo la excusa de “quitar trabas” al genio del líder. Y tercero, porque socava la idea misma de lo público: el Estado ya no es visto como una herramienta de justicia o bienestar, sino como un obstáculo para los exitosos.
La derecha que alguna vez promovió instituciones, reglas, competencia ordenada y responsabilidad fiscal, ha cedido el paso a una versión desfigurada de sí misma: histriónica, rabiosa, individualista hasta el delirio. Y con ello ha perdido una oportunidad valiosa de ofrecer respuestas a las crisis reales del presente: desigualdad, cambio climático, desinformación, polarización social.
Lo más inquietante es que esa derecha ni siquiera cree en la derecha. No cree en la tradición, ni en los contrapesos, ni en la democracia representativa. No cree en el pensamiento liberal clásico ni en los valores conservadores. Lo que quiere es mandar, imponer, sobresalir. Su único principio es el triunfo inmediato. Su única ideología es el narcisismo.
No se trata de negar que muchas izquierdas también han fallado, ni de defender modelos ineficientes o autoritarios. Reconocer esos errores es fundamental para avanzar y evitar repetirlos. Sin embargo, es necesario advertir que esta derecha contemporánea no es en absoluto el remedio frente a esos fallos.
Más bien, puede ser vista como una versión invertida, que comparte con ellos la misma concentración de poder en figuras carismáticas, la misma tendencia a polarizar y simplificar debates complejos, y la misma dificultad para aceptar matices o posiciones críticas.
La derecha actual, con su discurso enfocado en el individualismo extremo, el rechazo a la diversidad de ideas y la tendencia a imponer su visión como la única válida, representa un riesgo igual de serio para la democracia y la convivencia social. Así, lejos de ser una alternativa equilibrada o una corrección necesaria, esta derecha puede resultar igual de problemática y dañina en el largo plazo.
Lo sensato —y quizás lo verdaderamente subversivo hoy— es pedir madurez política. Pedir ideas complejas. Pedir responsabilidad institucional. Pedir liderazgos que no se alimenten del conflicto constante. En tiempos de histeria, el pensamiento es revolucionario.
Deportes
Hulk Hogan, ícono mundial de la lucha libre, fallece a los 71 años

–Por Redacción Conciencia Pública
Terrence “Terry” Gene Bollea, mejor conocido como Hulk Hogan, murió este jueves 24 de julio de 2025 a los 71 años por un paro cardíaco en su casa de Clearwater, Florida.
Según el portal TMZ, personal de emergencias acudió a su domicilio durante la mañana tras un llamado de “cardiac arrest” y lo trasladaron en ambulancia, aunque fue declarado muerto en el lugar.
Legado en el ring y en la cultura pop
Hogan fue una figura fundamental en la transformación de la lucha libre profesional, convirtiendo la WWF (hoy WWE) en un fenómeno global. Debutó en la compañía en 1983 y se convirtió en seis veces campeón mundial.
Fue protagonista de eventos históricos como WrestleMania I y la legendaria lucha contra André the Giant en 1988. Su carisma, banda sonora “Real American” y frase “Whatcha gonna do, brother?” marcaron una era.
Carrera más allá del cuadrilátero
Además de su éxito en WWE, Hogan participó en cine y televisión, incluyendo papeles en Rocky III, No Holds Barred, Mr. Nanny y la serie Hogan Knows Best. Fue introducido al Salón de la Fama de la WWE en 2005 y nuevamente en 2020 como parte del grupo nWo. Más recientemente, en 2025, fungía como comisionado de Real American Freestyle, una nueva promoción de lucha libre amateur-profesional.
Reacciones y despedida
La WWE expresó su profundo pesar y extendió sus condolencias a su familia, amigos y fanáticos, reconociendo que Hogan fue una de las figuras más reconocibles del entretenimiento deportivo.
En redes sociales y medios, las reacciones fueron intensas, con seguidores recordando su impacto en la infancia y en la industria. Algunos también señalaron controversias del pasado, pero concordaron en su influencia duradera.
Entretenimiento
Ozzy Osbourne, el legendario “Príncipe de las Tinieblas” del rock, fallece a los 76 años

–Por Redacción Conciencia Pública
El vocalista británico Ozzy Osbourne murió hoy a los 76 años, rodeado de sus seres queridos, según confirmó su familia.
La noticia llega justo semanas después de su conmovedora presentación final junto a Black Sabbath en el estadio Villa Park de Birmingham, realizada el 5 de julio de 2025.
A mediados de los años 70, Osbourne alcanzó la fama como vocalista de Black Sabbath, una banda pionera en el heavy metal con éxitos como “Paranoid” e “Iron Man”. Su voz grave y sus letras oscuras ayudaron a definir un nuevo género musical, y con ellos, consolidó su lugar en la historia del rock.
Tras su separación del grupo a finales de los 70, Osbourne lanzó una exitosa carrera en solitario, con discos clave como Blizzard of Ozz, Diary of a Madman y No More Tears.
Su trayectoria en solitario también incluyó álbumes emblemáticos como Patient Number 9 (2022), el cual le valió un premio Grammy a Mejor Álbum de Rock. Además, impulsó el festival Ozzfest, que durante décadas reunió a pioneros y nuevas figuras del metal en Estados Unidos, Europa y Japón.
En televisión, su reality show The Osbournes lo convirtió en fenómeno de la cultura pop global, consolidando su imagen estrafalaria y carismática para una nueva generación.
Ozzy enfrentó múltiples desafíos personales: adicciones, un accidente de cuatrimoto en 2003 con secuelas físicas permanentes, y un diagnóstico de Parkin 2 (parkinsonismo) en 2020, que afectó severamente su movilidad. A pesar de los impedimentos, su espíritu de resistencia nunca flaqueó. Su última presentación fue interpretada literalmente sentado en un trono, debido a las limitaciones físicas que padecía.
Su influencia es inigualable: considerado el padrino del heavy metal, vendió más de 100 millones de discos entre Black Sabbath y su carrera solista, y fue reconocido con inducciones al Rock and Roll Hall of Fame como miembro de la banda y como solista.
Su estilo vocal y teatralidad escénica inspiraron a generaciones de artistas. Hoy, su legado vive en cada riff, en cada acorde oscuro y en el espíritu rebelde del rock que él ayudó a encarnar.
MUNDO
En busca de líderes que siembren paz

-Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac
Canta el poeta que las obras perduran, las personas se van, otros toman su lugar, y al final, la vida parece seguir igual. Pero, ¿es esto realmente cierto? ¿Acaso el mundo permanece inmutable, o cada generación lo transforma, para bien o para mal?
Basta con comparar el mundo que heredamos de nuestros padres con el que estamos dejando a nuestros hijos. El contraste es desgarrador. Hoy, el mundo enfrenta un torbellino de crisis: guerras, desigualdades, y una alarmante carencia de líderes con un auténtico sentido humanitario.
¿Dónde están las figuras que inspiraban paz y esperanza, como la Madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela o el Papa Juan Pablo II?
En su lugar, vemos a líderes atrapados en la arrogancia y la sed de poder, como Donald Trump, Vladimir Putin o Benjamin Netanyahu, cuya ambición parece anteponerse al valor de la vida humana.
Las atrocidades en Palestina, los ataques a Irán y las guerras alimentadas por el deseo de control y dominio son un reflejo de esta deriva moral.
Sin embargo, el poeta también nos recuerda que siempre hay por quién luchar, por quién amar y por quién derramar una lágrima.
Está tan revuelto el mundo que a los enfermos de poder sin un ápice de sentido humanitario, hasta los promueven para recibir el premio nobel de la paz. El mundo al revés.
Esta chispa de humanidad puede ser la llama que encienda un cambio. Podemos construir un mundo menos violento, más solidario; un mundo donde la paz triunfe sobre la guerra, donde el amor prevalezca sobre el odio.
La tarea es inmensa, pero no imposible. Depende de nosotros, de nuestras acciones, de nuestro compromiso con un futuro digno para las próximas generaciones. Que nuestras obras no sean de destrucción, sino de esperanza; que nuestras lágrimas no sean de derrota, sino de empatía; y que nuestro amor sea el cimiento de un mundo renovado.
Porque, al final, la vida no tiene por qué seguir igual: podemos hacerla mejor.