JALISCO
Elevemos el debate y hagámoslo a tiempo
Desde los campos del poder, por Benjamín Mora Gómez //
Siendo joven escuché, cantado, el poema de Renato Leduc “Conocer el tiempo”. Me encantó e invito a pensar en el tiempo de manera muy distinta y más responsable. De aquel poema hoy quiero compartir:
“Amar queriendo como en otro tiempo —ignoraba yo aún que el tiempo es oro— cuánto tiempo perdí —ay— cuánto tiempo”.
De mi padre aprendí, antes que de nadie, que solo en el diccionario la palabra éxito está antes que la palabra trabajo y que la vida se hace de momentos encadenados que liberan cuando se aprovechan, preparándose y trabajando; amando y entregándose. Mi madre, por su parte, me dijo: “Procura que de tu vida haya cosas fantásticas que contar para que haya motivos por recordarte”.
Estamos en medio de los torbellinos electorales y cada quién eligirá hacia dónde hará volar sus ilusiones y esperanzas para sí mismo, su familia y México. Cada quien le dará su confianza a quien le incline su corazón sin importar razones objetivas ni destinos previsibles. Ni la fugacidad ni las veleidades de las promesas importarán.
Estudié con los Hermanos Maristas, y recuerdo que uno de ellos me dijo: “Quién solo desea demostrar que tiene la razón, termina equivocándose”, y en política y gobierno es una verdad que siempre se cumple.
Tenemos a tres con ánsias de ser el próximo presidente de México, y dos queriendo ser la primera presidenta. Muchos ya elegimos por quién votaremos en 2024 y aun no conocemos sus propuestas; eso es, sin duda, de locos. Amamos de oídas, y cuando eso sucede, las caías son muy dolorosas. Vestimos de sabiduría a quien aun no nos habla de aquello que realmente nos importa y afecta, y reaccionamos con enojo cuando nos evidencian algo que a aquellos les mancha. Ponemos oídos sordos a todo lo que nos cuetione nuestra elección sin comprender que podría hacernos más sabios. No nos mueve el no equivocarnos sino el no tener que reconocer que nos equivocamos.
2024 contiene la oportunidad de dar luz al camino de México, queramos seguir o cambiar de rumbo. Sea como fuere, sería maravilloso no cerrarnos a todo lo posible.
En lo personal no me agrada cómo hoy se gobierna, tampoco cómo se gobernó antes. Vi y veo corrupción, indolencia, altanería, autoritarismo, vanagloria y estupideces desbordarse.
Veo y vi presidentes, gobernadores y alcaldes que, siendo candidatos, pidieron confianza al pueblo, que le agradecieron tras su triunfo y que gobernador de espalda a la gente creyendose reyecitos sin dejar de ser bufones de sus mentiras y de las cortes de sus aduladores. Todos se dijeron impolutos… todos creyeron que los muertos se ocultan en sus tuembas.
Salvador Allende nos dijo: “Ellos les harán creer que ustedes no tienen la razón. ¡Defiéndase!”, pero para ello hay que cultivar la razón; sin embargo, hasta hoy, muchos se han creído, o nos hemos creído, ser sus dueños y señores sin haberla trabajado. Es como quien no sabe que ignora y habla creyéndose sabio. Son, o somos, arrogantes y patéticos. Aceptemos, a nadie le queda pequeña la realidad y menos en política.
La razón más profunda de la democracia es saber que el pueblo puede sentise decepcionado de sus gobernantes y merece la oportunidad de depositar en otro su confianza. De la claridad del debate está la calidad de las decisiones.
A veces hay que cambiar de sitio la lámpara para iluminar mejor la casa. Las malas decisiones del gobernate son la causa primera y última de los daños al pueblo, y entre aquellas, la decisión de la inacción en la más perversa. Por ello, la decisión del presidente de ir a Acapulco y quedarse al resguardo de la Marina en uno de sus buques me parece la más perversa y cobarde demostración de su pequeñez presidencial.
López Obrador y nadie más ha enlodado su investidura. Pero igual ha sucedido en los otros presidentes de México y en demás ódenes de gobierno, en el Poder Legislativo y en el Judicial. Entendamos, somos el pueblo y somos los jueces.
Todos hemos escuchado que “tenemos una boca y dos oídos, para escuchar más y hablar menos”; apliquémoslo en nuestra vida diaria, en especial con los amigos en este proceso. Aprendamos a escuchar lo que callan quienes compiten por un cargo de elección popular; aprendamos a escuchar de forma empática para que nuestra decisión política sea la más acertada; libre de distracciones y pensamientos que nos impiden captar lo que los candidatos y candidatas, y sus partidos, nos dice, prometen y callan.
Aceptemos que todos tenemos necesidades y expectativas precedidas de emociones que a cada quien especifica y singulariza, y que esperamos resolver. Muchas dependerán solo de nosotros; otras, las menos, de las aciones colectivas y otras, aun menos, del gobernate. Cuando esta ecuación se da de modo inverso, nuestra realidad podría jamás mejorar.
En política las mentiras abundan; no nos mintamos. De ello se encargarán las y los candidatos. En los meses siguientes, deberemos aprender a descifrar el lenguaje no verbal y las palabras calladas de las y el candidato presidencial y del gobierno de Jalisco.
No intuyamos lo que callan, no anticipemos respuestas no pronunciadas ni compromisos exquivados, evitemos quedarnos sólo con lo queremos escuchar y atendamos aquello que nos hace ruido; desterremos prejuicios sobre quién es, de donde viene, su estilo de vida y su comportamiento que conocemos solo de oídas. No pequemos de ingenuos ni cándidos.
