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Entre pasteles y deudas: El delirio fiscal de Ricardo Salinas Pliego
– Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco
A estas alturas, la historia de Ricardo Salinas Pliego ya no parece una disputa fiscal. Parece un melodrama con dinero, poder, evasión fiscal y un soundtrack de reguetón libertario. El último capítulo, emitido una tarde de sábado, se transmitió en vivo y en directo desde su fiesta de cumpleaños número 70, donde, como si fuera el tío incómodo en la sobremesa, soltó papeles y “verdades” que supuestamente todos deberíamos conocer.
Así fue como el empresario —con un micrófono en una mano y una acusación en la otra— declaró: “En Grupo Salinas SÍ queremos pagar”. Sí, en mayúsculas, porque cuando uno debe más de 74 mil millones de pesos al SAT, el énfasis se vuelve parte de la estrategia legal.
Como parte del acto —más performático que transparente— reveló cartas dirigidas a la presidenta Claudia Sheinbaum. Documentos en los que asegura que ya había ofrecido saldar una parte de la deuda: 7,600 millones de pesos. Ah, pero eso sí, con la condición de que le reconocieran que el resto del monto está inflado por “abusos e inconsistencias”, como si los recargos por años de no pagar fueran un capricho del buró fiscal.
Los documentos revelados dicen mucho, pero omiten más. Salinas asegura que él sí quiere pagar lo “justo”, como si esa fuera una categoría subjetiva a conveniencia del deudor. Mientras tanto, la Corte Suprema revisa nueve ejercicios fiscales entre 2008 y 2013, una era en la que ni existía Morena como partido, pero que hoy se usa como campo de batalla contra el “régimen morenarco”.
La carta, fechada en octubre de 2024 —y enviada, supuestamente, con la mejor de las intenciones— fue desempolvada justo cuando más lo necesita: en medio del escándalo, tras los reveses judiciales tanto en México como en Estados Unidos. Porque, sorpresa, no solo le debe al fisco mexicano. También dejó de pagar intereses a inversionistas estadounidenses desde 2020, generando una deuda de más de 580 millones de dólares.
Pero volvamos a la carta. En ella, Salinas explica que bajo el sexenio de López Obrador ya había negociado un acuerdo, pactado con Arturo Medina, entonces procurador fiscal. También señala que los funcionarios actuales del SAT sabotearon la entrega completa del expediente a la Suprema Corte, enviando solo una parte, y dejando “guardado en el cajón” lo demás. ¿Qué implica eso? Según el empresario: una maniobra perversa. Según el SAT: cumplimiento de la ley.
Ahora bien, que Salinas decida publicar esta misiva durante su fiesta de cumpleaños no es un detalle menor. Lo que parece un gesto de apertura es, en realidad, una jugada mediática. Una maniobra para instalar su narrativa justo cuando más se tambalea su reputación. ¿Quién publica documentos fiscales entre el pastel, los fuegos artificiales y las arengas políticas? Alguien que entiende que la imagen pública es su mejor defensa. Y también su mejor ofensiva.
Porque no olvidemos: el mismo hombre que hoy habla de acuerdos y buena voluntad es el que, en esa misma fiesta, decoró su rancho con fotos de Thatcher, ilustraciones de bitcoin y billetes con su cara. El mismo que llamó a “mandar a chingar a su madre a los zurdos de mierda” frente a 300 invitados que le coreaban “¡Presidente, presidente!”. Un acto de mesura, claramente.
La carta también denuncia “presiones indebidas” a los ministros de la Corte, acusa al SAT de actuar con dolo, y a los jueces de tener “prejuicios y compromisos”. Salinas no quiere un juicio, quiere una absolución. No busca justicia, busca impunidad selectiva. Y lo presenta todo como una lucha por la verdad. La suya.
Y eso es lo que ha venido construyendo: una verdad a modo, donde él es el héroe ético de una batalla contra un Estado insensible, un David financiero enfrentando a un Goliat fiscal. Su narrativa es sencilla: él es el patriota, el empresario comprometido, el líder libertario que quiere salvar a México de las garras del comunismo tropicalizado.
Y para eso lanza documentos, movimientos como el MAAC (Movimiento Anticorrupción y Anticrimen), videos en el Grito de Independencia y coqueteos con la idea de una candidatura presidencial. Todo mientras se niega a pagar intereses a fondos de inversión o a reconocer que su deuda con el SAT no es una persecución política, sino una consecuencia contable.
Porque en el fondo, Salinas no quiere pagar lo que debe. Quiere que le agradezcan por no pagar más. Quiere negociar desde una posición de fuerza que se le escapa entre los dedos, mientras las resoluciones judiciales se acumulan en su contra.
Su estrategia, además, repite la fórmula de la desinformación eficaz: presentar documentos fuera de contexto, personalizar los conflictos institucionales, victimizarse públicamente, y usar a su televisora y redes sociales como plataforma para sembrar dudas sobre la legitimidad de las instituciones.
Ahora bien, la presidenta Sheinbaum ya respondió: este no es un asunto político. Es un asunto legal. Aquí no hay lugar para mesas de negociación oscuras ni tratos especiales. El SAT no está para regalarle descuentos a los multimillonarios, y mucho menos cuando el deudor en cuestión usa su riqueza para atacar al mismo Estado del que exige clemencia.
El uso selectivo de la carta también nos recuerda otro rasgo de Salinas: su profunda vocación de showman. Porque más allá de las cifras, de los argumentos fiscales o de las reformas tributarias, el espectáculo siempre está al centro. ¿De qué otra forma se explica que la carta haya sido revelada justo ahora, en el clímax de sus litigios, cuando ya perdió la protección judicial en México frente a sus acreedores en EE.UU.?
Todo esto nos deja con una pregunta incómoda: ¿Puede un empresario multimillonario seguir utilizando su poder mediático y económico para presionar al Estado y presentarse como víctima?
Por lo pronto, Salinas ya nos dio su respuesta: sí quiere pagar, pero solo lo que él diga, cuando él quiera, y en sus propios términos. Y si no lo dejan, entonces grita persecución. Pero la ley no se redacta en Malinalco, ni se negocia con mariachi de fondo. Si quiere pagar, que pague. Pero sin teatro.
En X @DEPACHECOS
