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JALISCO

Frivolidad política devastadora: Mientras arde la ciudad

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

El mundo se tambalea en un vértigo de titulares y caos. Cada día trae una nueva grieta: un ataque quirúrgico de Israel a Irán que tensa el tablero global, protestas en Estados Unidos que hierven con furia contra el ICE, y un gobernador de Florida que, con desconcertante naturalidad, justifica atropellar manifestantes como si hablara del clima. La realidad parece un guion distópico donde la sensatez es una reliquia y los extremos han reclamado el centro del escenario.

En medio de este desorden, el poder, lejos de ser un ancla, a menudo se convierte en un espectáculo: líderes que prefieren el brillo de las cámaras al peso de las decisiones, que confunden gobernar con posar.

En esa obsesión por la imagen, en esa danza de vanidades, resuena el eco de un gobernante que convirtió su administración en una obra de teatro, donde el aplauso importaba más que la estabilidad y el bienestar de su pueblo.

Ese gobernante no cargaba con responsabilidades, sino con un espejo en el que se contemplaba con fascinación. Mientras sus consejeros urgían reformas, él organizaba fiestas. Cuando las calles ardían, ensayaba canciones. Si las crisis lo alcanzaban, las maquillaba con destreza. Su habilidad para evadir la realidad era casi poética: transformaba cualquier incendio en un fondo perfecto para su retrato. No gobernaba: posaba.

Su entorno, por supuesto, aprendió a adaptarse. Los colaboradores se convertían en cortesanos y el pueblo, acostumbrado a la miseria de la rutina, empezó a convencerse de que tal vez la frivolidad también podía ser una forma de liderazgo. Al menos era vistosa. Al menos era constante. Al menos sonreía.

La ciudad, mientras tanto, se agrietaba. Las calles eran menos seguras, los servicios más ineficientes, el ánimo más crispado. Pero todo eso quedaba fuera del encuadre. Porque el verdadero país era el que se veía en sus retratos: moderno, brillante, alegre, superficial. Un país de fachada.

El personaje en cuestión tenía un talento muy particular: sabía producir momentos. No políticas, no resultados, no estrategias. Momentos. Instantáneos momentos cuidadosamente orquestados donde él era siempre el centro, el héroe, el mesías. Lo mismo aparecía abrazando a un anciano que bailando en una plaza pública, rodeado de luces y cámaras.

Era adorado por su carisma, celebrado por su estilo, temido por su egocentrismo. Su capacidad para desviar la atención era absoluta. Nadie podía mirar a otro lado cuando él estaba presente, aunque nada relevante estuviera ocurriendo. Y es que, en el fondo, él no quería cambiar el mundo. Quería que el mundo lo aplaudiera.

Pero el culto a la imagen tiene una condena inevitable: necesita crecer, siempre. Cada selfie debe superar a la anterior. Cada evento debe ser más estridente. Cada sonrisa más amplia. Es un ciclo adictivo, y también profundamente frágil. Porque cuando la realidad irrumpe —cuando el fuego ya no puede disimularse con luces de neón—, el telón se cae y deja al descubierto lo que siempre estuvo ahí: la incompetencia, la vanidad, el vacío.

Hubo un día —el más recordado de su administración — en que las llamas consumieron la ciudad. Las teorías abundaron: que fue un accidente, que fue un castigo divino, que fueron sus enemigos. Pero todos sabían, en el fondo, que el incendio no era nuevo. Que la ciudad llevaba años ardiendo lentamente, bajo el disfraz de la fiesta. Y que él, en lugar de apagarlo, bailó.

Y no metafóricamente: bailó, cantó, recitó. Mientras miles lo perdían todo, él organizó concursos de poesía. Mientras las estructuras colapsaban, él afinaba su lira. Mientras su pueblo gritaba, él ensayaba su mejor nota. No por maldad, sino por indiferencia. No por crueldad, sino por vanidad.

Y así terminó: solo, odiado, desfigurado por la historia. No por sus políticas, que nadie recuerda. No por sus reformas, que nunca existieron. Sino por haber confundido el gobierno con una puesta en escena. Por haber creído que el poder es una extensión del ego y no un contrato con los otros.

A veces, cuando veo cómo algunos gobernantes actuales se obsesionan con el encuadre perfecto, con la pose milimétrica, con la marca personal por encima del bien público, pienso en él, en Nerón, aquel emperador romano. Pienso en su brillo momentáneo. En su frivolidad devastadora. En su capacidad para construir una burbuja de halagos mientras su pueblo caminaba entre cenizas.

Pienso en los que creen que gobernar es un acto de autopromoción permanente. En los que prefieren las luces del espectáculo al trabajo discreto. En los que huyen de las decisiones difíciles y se aferran al aplauso fácil. En quienes usan el poder como un espejo, y no como una herramienta de transformación.

Y es que no hay nada más frágil que un gobierno sostenido por la imagen: la popularidad es volátil, los reflectores se apagan, el público se cansa. Pero el daño queda. Como entonces, también hoy hay quienes olvidan que la historia no recuerda a los que mejor posaron, sino a los que, incluso entre las llamas, supieron sostener el rumbo.

Los pueblos no se salvan con coreografías ni con filtros, sino con compromisos reales, con la incómoda pero necesaria sobriedad de quienes entienden que el poder es servicio, no espectáculo. La historia nos lo advierte: el culto a la imagen es un castillo de naipes que se derrumba ante la primera ráfaga de realidad. Mientras los líderes se pierden en la búsqueda del aplauso efímero, las ciudades se agrietan, los puentes se quiebran y la confianza se desvanece.

La frivolidad puede llenar titulares, pero no construye futuros. Hoy, cuando el escenario global parece repetir los mismos errores —líderes obsesionados con la pose, discursos que maquillan crisis, promesas que se disuelven en el humo de la indiferencia—, el riesgo es el mismo: un líder solo, atrapado en su propio reflejo, rodeado de cenizas mientras su pueblo, agotado de espejismos, deja de aplaudir.

Pero la historia también nos ofrece una elección: apostar por quienes, aun en medio de las llamas, eligen el trabajo silencioso, las soluciones incómodas, el liderazgo que no busca reflectores, sino resultados. Solo así, con la claridad de quienes ven el poder como un deber y no como un escenario, los pueblos pueden reconstruirse, no sobre los escombros del espectáculo, sino sobre la solidez de la responsabilidad.

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JALISCO

Se ilumina Guadalajara en homenaje a Cataluña y El Salvador

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Por francisco Junco

Guadalajara se iluminó con los colores de Cataluña y El Salvador como un gesto de fraternidad internacional y de reconocimiento a las comunidades extranjeras que residen en la ciudad.

La iniciativa buscó resaltar la cooperación cultural y el fortalecimiento de lazos con otras naciones.

El 9 de septiembre, fachadas y monumentos emblemáticos brillaron en rojo y amarillo para conmemorar la Diada Nacional de Cataluña, que se celebra el 11 de septiembre.

Días después, el 12 de septiembre, la ciudad se tiñó de azul y blanco en honor a la independencia de El Salvador, cuya conmemoración oficial es el 15 de septiembre.

Entre los espacios que se sumaron a la conmemoración estuvieron la Escultura de la Estampida, los Arcos Vallarta y otros puntos icónicos, que sirvieron como escenario para transmitir este mensaje simbólico de unión cultural.

La presidenta municipal, Verónica Delgadillo, ha destacado que su administración busca consolidar a Guadalajara como una ciudad global, innovadora, culturalmente rica e incluyente, capaz de fortalecer lazos estratégicos y proyectarse al mundo con una identidad sólida.

Con estas acciones, el Gobierno de Guadalajara reafirma su compromiso de abrir la ciudad al diálogo, la diversidad y la solidaridad, reconociendo la importancia de tejer puentes de amistad y cooperación con comunidades extranjeras y celebrando sus fechas más representativas.

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JALISCO

Omar Cervantes impulsa acuerdo en favor del empleo digno y la formalidad laboral en Jalisco

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– Por Francisco Junco

El diputado local de Movimiento Ciudadano, Omar Cervantes Rivera, convocó a sindicatos, representantes de la iniciativa privada, funcionarios estatales, colegios de profesionistas y universidades a la mesa de diálogo “Manos al Oficio”, con el objetivo de construir un marco legal que impulse la formalidad laboral y promueva el empleo digno en Jalisco.

Durante el encuentro, Cervantes Rivera destacó que la informalidad laboral afecta a cerca de dos millones de personas en el estado, principalmente en los sectores del comercio, los servicios y el trabajo por cuenta propia.

“Esta situación repercute negativamente en los derechos sociales, la productividad y la equidad social. Impulsar los oficios con políticas innovadoras es clave para avanzar hacia la formalidad”, afirmó el legislador.

El vicecoordinador de la bancada naranja adelantó que con los resultados de este diálogo se presentará una propuesta de ley que incluya características económicas y de acompañamiento salarial para garantizar empleos justos y dignos.

“Se trata de un ejercicio fundamental para enriquecer el intercambio de ideas y fortalecer el empleo formal en nuestro estado”, agregó.
En la reunión, la diputada Ana Fernanda Hernández Sanmiguel advirtió que, de acuerdo con el INEGI, el 50 por ciento de la población ocupada en México trabaja en la informalidad, lo que genera falta de seguridad social, ingresos inestables y mayor desigualdad. 

A su vez, el director del IDEFT, Salvador Cosío Gaona, llamó a empresas y sindicatos a reducir el burocratismo y a ver la capacitación como una inversión, ya que “quien tiene una certificación en artes y oficios, también tiene una puerta abierta”, subrayó.

El encuentro reunió a líderes sindicales como Antonio Álvarez Esparza (CROM-FROC), representantes del sector industrial como Mario Alberto Ávalos González (CCIJ), profesionistas encabezados por Rosa Jaime Ballesteros, así como funcionarios estatales y académicos, quienes coincidieron en la necesidad de generar programas de certificación y capacitación para dignificar los oficios y reducir la informalidad laboral en Jalisco.

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JALISCO

Conciencia TV: Análisis de los informes los informes de Veronica Delgadillo y Juan José Frangie

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Los informes de Veronica Delgadillo y Juan José Frangie y las respuestas del gobernador Pablo Lemus, forma y fondo.

El análisis de Gabriel Ibarra, Alberto Tejeda y Nadia Madrigal.

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