NACIONALES
La quema en la calle de adversarios del presidente
De primera mano, por Francisco Javier Ruiz Quirrín //
Hemos escrito en ocasiones anteriores que un gran éxito de López Obrador ha sido dividir a las y los mexicanos. No habíamos sido testigos en sexenios anteriores, que desde la Presidencia de la República se atacara públicamente y sin el menor recato, a aquellos compatriotas que no piensan como el Presidente.
Es verdad lo que repite constantemente en los mensajes surgidos desde palacio nacional: “No somos iguales”. Sin duda no lo son. Crecimos con la cultura de los llamados a la unidad de los titulares del Poder Ejecutivo Federal en turno.
La historia, desde los tiempos de la conquista por Hernán Cortés y después, ya como nación independiente, nos ha enseñado que la división entre facciones sólo ha traído por consecuencia, luchas fratricidas que nos han debilitado tanto, que pasamos de la pobreza a la miseria.
Ahora, cuando vivimos el quinto año de gobierno de la llamada “cuarta transformación”, la violencia es una de las características que nos definen en esta tercera década del siglo XXI.
Hay personajes que –sólo como ejemplo- serían atacados por hordas si se atrevieran a salir de sus casas a recorrer algunas colonias de la ciudad de México.
Y es que la palabra presidencial, sea quien sea el primer mandatario de la Nación, tiene una gran influencia en la actitud de los habitantes del país. Luego entonces, alentar el discurso de odio, representa una irresponsabilidad extraordinaria que podría desencadenar en actos criminales.
El escritor Enrique Krauze recordó hace tiempo, que siendo presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), había un líder agrario del estado de Michoacán que se había convertido en problema para el régimen, dado su enorme arrastre entre la gente del campo.
El Presidente entonces se atrevió públicamente a hacer una fuerte crítica a ese dirigente, a quien calificó de anteponer sus personales intereses antes que los de la Patria.
No pasaron muchos días para que ese dirigente agrario apareciera muerto. Asesinado. No se está diciendo que la orden de matarlo surgió de la casa presidencial, pero de manera oficiosa, “alguien” pensó que le hacía un servicio al país.
En nuestros días, periodistas como Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret de Mola, “Brozo, el payaso tenebroso”, Carmen Aristegui, Denise Dresser y Beatriz Pagés Rebollar, así como políticos como Lilly Téllez, Claudio X. González y Gustavo de Hoyos, tan sólo por mencionar algunos de los más conocidos, difícilmente podrían salir a pasear con sus familias en una plaza pública, sin el riesgo de ser agredidos.
Han sido tantos los ataques de López Obrador contra ellos, que no faltaría seguidor de la “cuatroté”, convencido de que agredirlos representaría no solo un servicio al Presidente de la República, sino también al país.
Una demostración incuestionable de los resultados del constante discurso de odio de López Obrador contra quienes no piensan como él, es la quema de una efigie de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Lucía Piña Hernández, durante la manifestación con la que se conmemoró el aniversario de la expropiación petrolera por el presidente Lázaro Cárdenas, en 1938.
Piña Hernández, desde que asumió la presidencia del Poder Judicial Federal, ha sido objeto de acciones presidenciales de frialdad, indiferencia e insultos, envueltas en la ira y frustración al fracasar en su intento de imponer a la ministra Yasmín Esquivel como presidenta de la Corte.
Aunado a lo anterior, el periodista Héctor de Mauleón, dejó testimonio esta semana de las muertes de varias mujeres a lo largo y ancho de la república, consumidas por el fuego, en una serie sucesoria de homicidios violentos, imparables para el gobierno y su fallida estrategia de “abrazos y no balazos”.
Prenderle fuego a una efigie hecha de trapo y cartón de la ministra presidenta de la Suprema Corte, es una clara evidencia del éxito del discurso de odio presidencial.
Varias opiniones incluidas las de mujeres ligadas a la “cuatroté”, condenaron públicamente la acción de los manifestantes en el zócalo, entre ellas la propia esposa del Presidente, Beatriz Gutiérrez Müller y la senadora Olga Sánchez Cordero.
Quizá esto último motivó al Presidente a declarar que estaba en contra de la violencia, pero ha guardado silencio en cuanto a hacer un llamado a sus seguidores (y a sus operadores “violentos”) para evitar las consecuencia de sus propios ataques contra quienes considera sus adversarios.
Esta declaración de AMLO, se dio en Chiapas, lugar donde en 2019 se quemó una efigie del mismo Presidente, por migrantes centroamericanos. La otra ocasión registrada con la quema de una figura de cartón de López Obrador, tiempo después, se dio en Veracruz, tierra dominada por MORENA.
El dato anterior responde a un cuestionamiento que, en medio de su aparente repudio a la violencia. El Presidente externó esta semana:
“No debe ser esta violencia contra la ministra, pero y cuando quemaron mi figura en otra manifestación, ¿por qué no se dijo nada?”
Experto en la manipulación, sacó el mejor de sus argumentos para equilibrar contra los defensores de la abogada Norma Lucía
Es muy probable que no le importe la seguridad de las mujeres en este país (las cifras por feminicidios han aumentado escandalosamente los últimos años) y mucho menos la de sus adversarios, pero sus faltas de respeto e insultos a representantes de otros poderes, le conducirán, muy probablemente, a lograr en la historia el lugar destinado a los sátrapas y tiranos.
