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MUNDO

Las humanidades

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Opinión, por Fernando Plascencia //

Hay personas que han defendido a las humanidades a lo largo de la historia. Lo malo es que ahora tenemos números para asegurar que han ido en descenso: menos personas inscritas en los currículos humanistas, quizás menos debate sobre su valor, una ola creciente de nuevos programas que se trazan a partir de la tecnología y la ciencia.

Ante eso, la mirada al espacio y descubrir sus enigmas, el lanzamiento de cohetes, los «chicles» de enriquecerse siendo influencer, dejan poco espacio para las humanidades.

Y si a lo anterior se suma que un título universitario en humanidades no te llevará a una contratación inmediata y segura, lo que se sigue es que pronto se extinguirán los estudios en humanidades, vaya, mejor ser ingeniero.

La idea de un agotamiento en las humanidades surge de los números, pero también de una carencia de reflexiones, capacidades críticas y de una sensibilidad a la baja que no ha servido de freno a la violencia, ni a la feroz utilidad práctica que devora a nuestros jóvenes hacia un camino de servilismo. No solo son los números los que son fríos, sino que también lo es nuestra realidad, que cada vez se aleja más del fuego de las humanidades; se pierde el fuego que Prometeo nos trajo.

Resulta curioso que, a pesar del pesimismo, todavía quedan espacios donde florecen las humanidades. Nuestra tierra es lugar de grandes humanistas, del pasado y de nuestra época. Fray Antonio Alcalde demostró su humanismo sirviendo desde la educación; Clemente Orozco mostró que pone al centro al humano, por encima de la máquina y la tecnología en muchos muros. En el máximo tribunal actual, las redes sociales, miles de tuits son leídos con ápices humanistas, sí, sin profundidad, pero que exponen sus valores.

La voz de las humanidades no tiene límites, nunca los ha tenido, se propaga como incendio, porque si algo es cierto, es que las humanidades son de los seres humanos. Estas deben ser defendidas en rigor de su propio valor. ¿O será que hemos olvidado señalar para qué sirven? Aunque no haya un consenso, debemos admitir que se necesitan, más en tiempos cuando los avances crecen.

Nadie nos dijo que la ciencia y la tecnología crecerían más en los últimos cinco años que en los últimos doscientos. ¿Quién estaba preparado para ir de la invención del internet, a la comunicación global instantánea, de la magia primitiva a la medicina automatizada, de pensar absolutamente todo, a navegar con billones de datos de la IA y ser solo un coeditor de invenciones?

¿Qué está fallando? ¿Qué vamos a hacer para que las personas, principalmente las jóvenes, sean atraídas por la miel de las humanidades? ¿Cómo haremos para volver a que se rocen, lo que así fuera, en los tiempos de Francis Bacon, la ciencia y la filosofía? Parece que cuando las humanidades se han ido, es cuando más las necesitamos.

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MUNDO

¿Y ahora quién podrá salvarnos? Se fue como llegó, volando alto… Musk ha salido del edificio

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

Elon Musk ha dejado Washington. Lo anunció como suelen hacerlo los grandes hombres del siglo XXI: con un tuit. O, mejor dicho, con un post en X, esa red social que alguna vez fue Twitter y que hoy es su patio trasero digital.

El comunicado —sintético, ceremonioso y con tono de patriota involuntario— decía, en esencia, que su paso como empleado especial del gobierno había concluido. Su misión: adelgazar el Estado. Su legado: un DOGE a medio camino entre experimento fiscal y eslogan libertario.

Se retira en silencio (o lo que Musk considera silencio), después de haber prometido ahorrar un billón de dólares a los contribuyentes. En los hechos, el Departamento de Eficiencia Gubernamental que lideró detectó 175 mil millones de “desperdicio, fraude y abuso”. Una suma nada despreciable, pero bastante menos revolucionaria de lo que prometía el hombre que alguna vez creyó que podía colonizar Marte… y Washington.

Para los entusiastas de la política como videojuego, para quienes ven en cada multimillonario una especie de mesías que solo necesita Wi-Fi, ingenieros y testosterona para refundar la democracia, este es un golpe duro. Porque no solo se va Musk. Se va la ilusión de que la política puede resolverse como un problema de algoritmos, eficiencia o planes de negocios.

También se esfuma la fantasía de que, con Trump, Musk y Milei, el mundo iba a liberarse, por fin, de las “garras del socialismo” y del “estatismo empobrecedor”, para dar paso a un nuevo orden regido por CEOs, influencers y hombres providenciales.

Quienes compraron ese paquete completo —con sabor a capitalismo mesiánico y promesas de apocalipsis fiscal— deberán hoy revisar sus cuentas. No las bancarias, claro. Esas les siguen saliendo bien. Las cuentas políticas. Porque hay algo que ha quedado demostrado con la breve y accidentada incursión de Elon Musk en la política formal: tener dinero no te hace político. Te hace rico y ya.

La historia de Musk en la Casa Blanca comenzó con entusiasmo mutuo. Tras sobrevivir a un intento de asesinato, Donald Trump regresó al poder con la misma retórica de siempre, pero con una novedad: tenía ahora de su lado al hombre más rico del mundo. Musk, que en el pasado había coqueteado con los demócratas, decidió apostar en grande por Trump y puso sobre la mesa 260 millones de dólares.

A cambio, recibió una oficina, un título, un objetivo ambicioso y la posibilidad de moldear el Estado a su imagen y semejanza: delgado, disruptivo y con aspiraciones de unicornio.

El DOGE fue el emblema de esa alianza. Se suponía que sus ingenieros, jóvenes genios recién salidos de Silicon Valley, entrarían como cuchillo en mantequilla a todas las dependencias públicas. Lo hicieron. Y lo primero que encontraron fue resistencia.

Los despidos masivos, las auditorías exprés y la lógica empresarial aplicada sin anestesia encendieron las alarmas. Las demandas en tribunales federales no tardaron en llegar. Varias terminaron con fallos en contra. Las cosas en Washington, descubrió Musk, no se mueven al ritmo de una start-up.

Los resultados tampoco fueron los esperados. Los recortes proyectados no se cumplieron. Las promesas de ahorro fueron ajustadas (es decir, rebajadas), y las consecuencias políticas y económicas no tardaron en sentirse. Tesla, una de las joyas de su imperio, sufrió represalias públicas.

Desde boicots y sabotajes hasta una caída del 71% en las ganancias del primer trimestre del año. Las estaciones de carga, los concesionarios y los propios vehículos se convirtieron en blancos simbólicos del hartazgo ciudadano. Lo que iba a ser una cruzada contra el gasto innecesario terminó siendo una guerra contra sí mismo.

Para colmo, la ley fiscal impulsada por los republicanos —con el entusiasta respaldo de Trump— multiplicó el gasto público en proporciones que ni el DOGE pudo digerir. En una entrevista reciente con CBS, Musk calificó la propuesta como “grande y hermosa”, pero no necesariamente ambas al mismo tiempo. Su decepción era visible. La ironía: el hombre que vino a recortar se encontró promoviendo, sin querer, el gasto más irresponsable en años.

A eso se sumó la frustración: “dedicar tanto tiempo a la política fue un error”, dijo. “Lograr cosas en Washington es muy cuesta arriba”, agregó. Uno sospecha que no se refería a los debates ideológicos, sino a la burocracia, las reglas, los procedimientos, las instituciones… esas cosas que hacen a una democracia funcional. Es decir, lo que no se puede resolver ni con dinero, ni con carisma, ni con genio.

Es difícil no ver en este episodio una lección más amplia. Elon Musk no es un tonto. Tampoco un villano. Es, probablemente, el más brillante de su generación en su campo. Pero su fracaso como reformador político refleja un error recurrente: confundir talento empresarial con capacidad de gobierno. Confundir liderazgo económico con visión pública. Confundir éxito privado con legitimidad democrática.

Esa confusión no es nueva. La hemos visto en otros contextos, con otros nombres. Javier Milei, por ejemplo, llegó a la presidencia de Argentina prometiendo quemar el Banco Central y dinamitar el Estado. Hoy navega, entre crisis y contradicciones, los límites de sus propias metáforas. Trump, por su parte, ha demostrado que el discurso antisistema puede ser un excelente trampolín electoral, pero no siempre se traduce en una gestión eficiente, mucho menos ética.

El problema no es que la política esté llena de políticos. El problema es que demasiada gente quiere vaciarla de ellos para llenarla de millonarios iluminados. Como si la política fuera el problema, y no una herramienta. Como si el dinero, por sí solo, bastara para gobernar.

La política no es un juego de eficiencia. Es un arte complicado que combina sensibilidad, visión, empatía, responsabilidad y, sí, una buena dosis de vocación de servicio. Gobernar no es solo administrar recursos; es entender conflictos, construir consensos, saber cuándo decir no, y, sobre todo, aceptar que no todo se puede resolver rompiendo cosas.

Musk lo intentó. Con su usual mezcla de arrogancia y optimismo. Se fue, como llegó: volando alto. Pero esta vez sin cohete, sin escándalo, sin épica. Solo un post. Un gesto discreto para cerrar una aventura que empezó como redención ideológica y terminó como uno más de sus fracasos espaciales.

Y quizá ese sea el punto más importante: el dinero permite muchas cosas, pero no reemplaza ni la historia, ni las instituciones, ni la voluntad colectiva. Tener millones no te convierte en político. Te convierte en rico. Y no, los ricos no son mejores gobernantes. A veces, ni siquiera lo intentan.

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MUNDO

Los peligros del oro digital: El bitcoin, codiciado y robado como en el Viejo Oeste

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

Tuve la oportunidad de escuchar varias conferencias en la convención mundial de bitcoin realizada la semana pasada. Es fascinante. Los negocios, desde autos hasta cafés como Starbucks que ya la empiezan a utilizar como moneda de curso legal.

Las ciudades estadounidenses, como Nueva York, ofrecen aceptarla como pago legal de fianzas y claro, los estados y los países que ya la quieren incluir en sus reservas estratégicas como el oro, la plata y las monedas más estables.

En fin, una verdadera revolución intelectual escuchar a los grandes como al CEO de Gamestop o al magnate de bitcoin, Nakamoto. Pero lo que más me llamó la atención no fue lo bueno, sino lo malo o riesgoso que se ha vuelto el presumir la propiedad de riqueza digital.

Según agencias de seguridad internacional, en los últimos años a través de bitcoin se han registrado pagos ilegales o relacionados con organizaciones criminales que superan los 150 mil millones de dólares. Desde pagos de secuestros, tráfico de personas o de drogas hasta sobornos. Pero fue el rubro de robos físicos de bitcoins lo que más me llamó la atención.

Estamos hablando de personas que han sido secuestradas o extorsionadas para obligarlas a transferir sus bitcoins a delincuentes, quienes les ubican a ellos o a su familia para después retenerlos, torturarlos o drogarlos hasta que les obligan a transferir sus monedas digitales a cuentas de los delincuentes.

Ahora, si un secuestrador nos obliga a transferir por medio de un banco dinero, en un segundo podemos identificar el destino y denunciarlo. Pero las criptomonedas son mejor que dinero al portador, porque no hay forma de regresarlas o de rastrearlas. Es decir que son tan tangibles como el oro sin registro. Así como lo escucha. Si una persona consigue sus claves de bitcoin pude mandarlas a otra cuenta y no hay forma de rastrar el final de su dinero.

Para que tengamos una idea y sobre todo cuidado, hay personas en bares que al presumir sus cuentas son retenidas por desconocidos hasta que les entregan la riqueza. Los ladrones no solo son individuos como carteristas, sino que ya hay bandas de rateros en varias partes del mundo, quienes se han dedicado a seguir para robar a familiares o a personajes dentro de la comunidad de dueños famosos de esas monedas.

Desde Australia hasta Canadá, Francia y EUA. Los robos de bitcoins se han vuelto ya un tema de seguridad pública alcanzando en el 2024 más de 3900 robos a nivel mundial con un monto superior a los mil millones de dólares. Los que usan esas monedas tienen en sus claves digitales millones de dólares prácticamente al portador. El presumir tenerlas es una tontería.

Si sus hijos o usted tienen monedas digitales, recuerde que son fáciles de robar y mejor no lo presuma, ya que es como salir diario a la calle con las escrituras de su casa en un folder transparente y en un coche sin cerrar.

Hay personas a las que les han robado 4 o 5 millones de dólares en un momento. Hay zonas de casas en las que bandas de rateros se han dedicado a saquear solo ese tipo de riquezas y, claro, están los ladrones de ocasión en las que escuchan a alguien presumir sus monedas y de inmediato los drogan o detienen a la salida de bares para robarles sus claves.

Aunque aún son pocos los países que tienen bitcoin como parte de sus reservas estratégicas federales, la lista de países que como gobierno tienen esta moneda virtual está creciendo. Estados Unidos, China, El Salvador, Corea del Norte, Venezuela, Finlandia, Inglaterra, Ucrania y Emiratos Árabes Unidos ya la tienen en sus estados financieros, pero faltan cientos. Los países la utilizan como reserva, pero también para evadir sanciones de los países dueños del sistema bancario internacional.

Así las cosas, no he visto si México o Jalisco tienen cripto en sus reservas, pero estoy seguro de que las grandes organizaciones criminales sí.

Yo no tengo, pero me interesó mucho ver que las cripto dan una libertad de movimiento que no dan muchas otras formas de riqueza. Por lo pronto le recuerdo sea prudente y pida lo mismo a sus amigos o hijos, ya que la ocasión hace al ladrón. Parece ser que EUA pronto emitirá bonos del tesoro respaldados y referenciados por bitcoin lo que será la entrada en la economía abierta de las criptomonedas.

¿Será que el Banco de México hará lo mismo? Por lo pronto Starbucks, Gucci, McLaren, Burger King y muchos más ya aceptan estos pagos, pero OXXO no sé, aunque Elektra sí.

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CARTÓN POLÍTICO

El muro de los dolores

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