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JALISCO

Teuchitlán, ¿la cúspide de la violencia?

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Opinión, por Miguel Anaya //

El reciente descubrimiento de un campo de entrenamiento y exterminio relacionado con células del narcotráfico en Teuchitlán, Jalisco, ha conmocionado a México y al mundo entero.

En este lugar se hallaron restos humanos, hornos crematorios y cientos de zapatos, evidencias de un centro de desaparición forzada y violencia extrema. Este suceso no es un caso aislado; refleja una crisis profunda que lleva décadas afectando al país. ¿Por qué México enfrenta niveles tan alarmantes de violencia? ¿Qué factores la alimentan y cómo podemos comenzar a abordarla?

La violencia en México es resultado de una compleja combinación de factores que han creado un entorno propicio para el fortalecimiento del crimen organizado. La corrupción en las instituciones de seguridad y justicia ha permitido que el crimen organizado se infiltre en el sistema. Cuando policías, jueces y políticos se coluden con grupos delictivos, estos operan con total impunidad. Si los delincuentes saben que no enfrentarán consecuencias, continuarán actuando sin límites.

La pobreza también juega un papel crucial en esta problemática. Más de 55 millones de mexicanos viven en condiciones de pobreza, con escasas oportunidades educativas y laborales. En este contexto, el crimen organizado se presenta a los jóvenes en situación de vulnerabilidad, como una alternativa rápida para obtener dinero, protección y estatus social, algo que difícilmente obtendrían de otra manera.

Los jóvenes en comunidades marginadas son particularmente vulnerables a las organizaciones criminales, que les ofrecen un sentido de pertenencia y una fuente de ingresos que el Estado y las empresas no pueden garantizar, ya sea por la situación económica general del país o por su situación específica donde enfrentan la falta de acceso a una educación de calidad.

Además, la fácil obtención de armas en México complica aún más la situación. El país está inundado de armamento ilegal, mayormente proveniente de Estados Unidos. Estas armas no solo fortalecen a los cárteles, sino que también caen en manos de ciudadanos que intentan protegerse, y que en muchas ocasiones terminan siendo utilizadas en conflictos intrafamiliares o vecinales, intensificando un ambiente de agresividad en la sociedad.

Otro factor preocupante es la normalización de la violencia. En muchas comunidades, la violencia se ha convertido en parte de la vida cotidiana. La cultura del «narco» y la percepción de que la violencia es una solución a los conflictos han permeado la sociedad. La música, el cine y los medios de comunicación a menudo glorifican la vida criminal, lo que refuerza estas conductas y crea una aspiración en torno a ellas. Esto dificulta la construcción de una cultura de paz y respeto.

Lo más alarmante es que el hallazgo de este campo de exterminio no es un caso aislado. El alcalde de Teuchitlán, al declarar el 11 de marzo a un medio local, afirmó: “Sitios como este habrá en todo el estado”. No está claro si sus palabras pretendían minimizar el hecho o llamar la atención sobre la situación general en Jalisco.

En fin, para abordar el problema de la violencia en México, es esencial un enfoque integral que ataque las raíces del conflicto. Algunas medidas clave incluyen:

1. Combatir la corrupción, capacitando a las fuerzas de seguridad y logrando un estado de derecho fuerte, asegurando que los responsables de actos violentos enfrenten consecuencias reales.

2. Invertir en programas que generen empleos dignos y acceso a educación de calidad para reducir el reclutamiento por parte de grupos criminales.

3. Fortalecer la cooperación con Estados Unidos para frenar el tráfico de armas y establecer regulaciones internas más estrictas.

4. Promover campañas que fomenten la cultura de paz y desafíen la normalización de la violencia, impulsando el respeto y la convivencia pacífica a través de plataformas digitales y medios de comunicación tradicionales.

Teuchitlán nos confronta con el rostro más brutal de la violencia en México, instándonos a replantear la estrategia de seguridad y la procuración de justicia. Si el Estado, en sus tres niveles, y la sociedad trabajan juntos para abordar las causas profundas de la violencia, aún hay esperanza de construir un país más seguro y justo para todos. No abandonemos esta idea: vivir en paz no es una utopía ni un sueño aislado, es una necesidad urgente que podemos resolver entre todos.

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JALISCO

El horror de Teuchitlán alcanza a Alfaro

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De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //

La primera semana de diciembre del año pasado escribí en este espacio una colaboración que titulé “Alfaro y el karma de la vida”.

En esa ocasión afirmé:

Enrique Alfaro deja con su adiós una larga estela de agravios.

“Durante su estancia en el poder siempre privilegió satisfacer su apetito egocéntrico.

“Se sabe muy bien que con el tiempo creció su agrado por la sumisión absoluta de sus colaboradores.

“El control férreo fue su sello particular.

“Incluso algunos de sus chiqueados más cercanos admitían en lo corto que sus furiosas reacciones no eran más que una proyección de su personalidad soberbia e intolerante.

“Se dice del karma que toda acción tiene una consecuencia y que todo lo que se envía al universo volverá a nosotros.

“Si atendemos esto, entonces quizás el ahora ex gobernador de Jalisco debe prepararse para carear las consecuencias de esta ley inevitable”.

No pasó mucho tiempo para que el horror de Teuchitlán lo alcanzara.

Lo que son las cosas, mientras disfrutaba de lo lindo en Europa, se le apareció el rostro macabro de lo que fue su sexenio en materia de desaparecidos.

Las consecuencias serán muchas.

Por lo pronto, me aseguran que Pablo Lemus ni siquiera tiene ganas de responderle las llamadas y que derivado de este y otros asuntos, emprenderá una serie de medidas para despojar a Jalisco y a su gobierno de todo aquello que huela a alfarismo.

Tomar el control de partido MC sería una de sus primeras acciones.

Por cierto, en el centro del drama heredado por Alfaro Ramírez, es pertinente colocar el nombre de quien fue la mente perversa de la pasada gestión: Hugo Luna.

Sabemos que al margen de haber sido el zalamero más cercano, toda decisión institucional pasaba por su aduana, de tal modo que en la mira del actual gobierno su persona se vuelve un objetivo prioritario.

El fuero es un tema que ya está en revisión.

Al respecto, no sé si la justicia se encargará de estos dos personajes; sin embargo tengo fe en que el veredicto de la historia los colocará en el lugar que se merecen, porque ambos –hay que decirlo con toda claridad- se comportaron como unos miserables con los colectivos de padres y madres buscadoras.

Les ignoraron, descalificaron y re-victimizaron.

Por eso creo que podrán escapar de la ley, pero del karma, jamás.

En X: @DeFrentealPoder

*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista

político.

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CARTÓN POLÍTICO

¿Dormirá tranquilo en Madrid?

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JALISCO

La justicia, un privilegio inalcanzable: Teuchitlán, la negación como crimen de Estado

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Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //

Hay maneras múltiples de negar un crimen, formas infinitas de enterrar un cuerpo, procedimientos diversos para desaparecer personas, ideas, realidades. En México, especialmente en Jalisco, el gobierno parece haberlas aprendido todas. El más reciente y grotesco episodio de negación oficial se escenifica alrededor de un rancho en Teuchitlán, cuyo nombre, «Izaguirre», se volvió sinónimo del horror: fosas, huesos quemados, restos calcinados, zapatos sin dueño.

Pero, según la fiscalía general del Estado, allí nunca hubo hornos crematorios. Así lo dijeron, con palabras oficiales, tranquilas, demasiado tranquilas, con la frialdad de quien niega para no actuar.

Héctor Flores, vocero del colectivo Luz de Esperanza, habla con el tono cansado de quien ya conoce todas las versiones oficiales. «Quieren minimizar la crisis, callar lo que dicen las familias y los medios», señala. No habla desde la teoría; lo suyo es la práctica cotidiana de una búsqueda desesperada, un intento de hacer justicia con propias manos, mientras el Estado responde con burocracia y negaciones. Y no habla solo de Teuchitlán, sino de una realidad que atraviesa todo México: más de 15,000 desaparecidos solo en Jalisco y decenas de miles más en todo el país. Números que aumentan, cifras que no despiertan acción sino indiferencia.

«La confianza está en las familias, no en las instituciones», sentencia Flores. Las palabras golpean con fuerza porque reflejan una verdad ya inocultable: el Estado ha dejado hace tiempo de ser garante de seguridad para convertirse en cómplice por omisión, por negligencia, por indiferencia. Flores lo explica sencillo, pero la simplicidad de su denuncia encierra toda la complejidad del fracaso institucional: «La federación no puede lavarse las manos echándole la culpa a los estados. La delincuencia organizada es competencia federal y tienen que actuar».

Pero México es el país donde los gobiernos siempre encuentran razones para no actuar. La Fiscalía argumenta que necesita denuncias formales para iniciar carpetas de investigación. Las familias responden que denunciar es ponerse en peligro, es exponerse a la violencia del crimen organizado, protegido por autoridades corruptas. La paradoja es brutal: se exige que las víctimas, ya violentadas, vulnerables, amenazadas, sean quienes se arriesguen aún más para hacer el trabajo que el Estado rechaza.

La negativa oficial sobre los hornos de Teuchitlán no solo busca invisibilizar la tragedia, sino evitar las consecuencias internacionales que podría acarrear el reconocimiento de un crimen que claramente constituye una violación masiva de derechos humanos. Flores apunta hacia organismos internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, advirtiendo que esta crisis, de ocurrir en cualquier país europeo, sería inmediatamente calificada como una emergencia global. Pero ocurre en México, donde los muertos pesan menos, donde los desaparecidos son culpables antes que víctimas.

La negación no es solo federal, es también local. Enrique Alfaro, gobernador saliente de Jalisco, dejó en herencia un récord macabro: pasó de 5,000 a más de 15,000 desaparecidos durante su mandato. Colectivos como «Por Amor a Ellxs» recuerdan cómo Alfaro prometió diálogo y puertas abiertas, pero solo entregó indiferencia y abandono. María del Refugio Torres resume así el gobierno de Alfaro: «ineficaz, lleno de omisiones y deficiencias».

Ahora la responsabilidad recae en Pablo Lemus, sucesor político que, al parecer, ante esta prueba está actuando a destiempo. En reuniones en noviembre del año pasado, previas a la toma de poder, Salvador Zamora, quien ahora es secretario general de Gobierno, asistió solo para sacarse la foto. No escuchó, no conversó, no actuó, en esta crisis, no ha aparecido.

La crisis institucional no se detiene en el Ejecutivo. Jonathan Ávila, del Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo (Cepad), denunciaba al finalizar la administración de Enrique Alfaro que no había ni siquiera un programa estatal de búsqueda en Jalisco y que el rezago en el Servicio Médico Forense alcanzaba niveles vergonzosos: más de 9,400 cuerpos sin identificar.

Mientras las autoridades siguen negando la realidad, las familias se organizan y protestan. Este sábado pasado, frente al Palacio de Gobierno de Jalisco, más de dos mil personas gritaron consignas claras y dolorosas: «El Estado sí sabía, Alfaro sí sabía». Lo sabían porque es imposible no saberlo, porque los campos del horror no nacen en secreto sino bajo el amparo de complicidades. Daniela Gómez, quien busca a su hermano desaparecido, resume el sentimiento común: «No es posible que haya más de 18,000 desaparecidos y solamente seis buscadores en el gobierno».

La vigilia del sábado fue otra demostración del dolor transformado en resistencia. Héctor Águila Carvajal, padre de otro desaparecido, pidió unidad: «Sigamos uniendo fuerzas, el dolor no cesa». Y no cesa porque la respuesta oficial sigue siendo mínima, burocrática, cínica.

Y lo de que Teuchitlán no se trata de un caso aislado. La lista de sitios donde se repite la tragedia es dolorosamente extensa: desde la macabra «Gallera» en Veracruz hasta los cuerpos disueltos en ácido por el infame «Pozolero» de Tijuana, pasando por la escalofriante cifra de restos en «La Bartolina», Tamaulipas. Un catálogo infernal de barbaries toleradas, acaso protegidas, por autoridades que prefieren mirar hacia otro lado.

Esta crisis no puede seguir siendo escondida bajo excusas burocráticas ni minimizada con comunicados oficiales. Los colectivos lo denuncian: Teuchitlán no es un caso aislado, sino un símbolo más de la impunidad institucionalizada. Héctor Flores alerta sobre al menos seis puntos más similares en Jalisco, que nadie quiere investigar porque nadie quiere reconocer lo evidente.

Desde Madrid hasta Nueva York, mexicanos en el exilio exigen lo básico: reconocer el término «sitios de exterminio», proteger efectivamente a las buscadoras, garantizar justicia y reparación. Es un grito desesperado, es una demanda urgente, y es, sobre todo, una advertencia: la negación no borrará los muertos, solo prolongará el sufrimiento.

Negar lo evidente es una forma más de violencia. México merece más que excusas. Las víctimas merecen más que palabras. Y la justicia, que debería ser obvia, hoy parece un privilegio inalcanzable.

En X @DEPACHECOS

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