OPINIÓN
Aprende en Casa: Jornadas completas frente a una pantalla
Educación, por Isabel Venegas //
Hace apenas unos meses los temas de educación centraban su atención en la labor docente y la valuaban como una de las tareas de más alto peligro en nuestro país. Reporte Índigo presentaba a inicios del año un reportaje en el que narraba la falta de garantías para los profesores en México; balaceras, agresiones directas y un constante desgaste emocional, fruto de la devaluación de la imagen social.
Herencias culturales, visiones sesgadas, manejos mediáticos de luchas de poderes políticos, han influido en que los profesores terminen haciendo el doble de trabajo, al tiempo que se les reconoce menos de la mitad. Un constructo que difícilmente logra una coordinación para mejorar los ambientes de aprendizaje y sensibilizar a la cooperación desde, en y para la vida. Volviendo a la referencia del trabajo de Índigo, ahí señalaba cómo al inicio del ciclo escolar todos los padres de familia firman de conformidad el reglamento escolar, pero luego se desentienden del proceso o en la práctica no concretizan al apoyo a las tareas de seguimiento. En entrevista a una profesora de primaria cita:
No hay una ley que nos ampare, ni documentos que regulen la disciplina de los niños, únicamente existe un manual que se denomina Marco para la Convivencia, en donde en caso de que los niños lleguen a cometer alguna agresión con sus compañeros o con los maestros, la sanción más fuerte ahí señalada es que los niños presenten alguna exposición o que los papás realicen alguna actividad en beneficio de la escuela
Este era el panorama, escenario en el que un día arremetió el coronavirus, transformando las escuelas y retando a muchísimos profesores a trabajar más de lo que hacían anteriormente. Desde los primeros meses de la contingencia sanitaria, los maestros se dedicaron a buscar estrategias principalmente en internet, y sin entender mucho cómo o cuánto habría de durar esta situación, comenzaron a saturar y a saturarse ellos mismos de trabajos y tareas. Cientos y miles de fotografías, de audios, de videos fueron la evidencia del enorme trabajo y la labor tan ardua que se realizó. Profesores daban cuenta del avance que se estaba teniendo, y a pesar de la cantidad de errores, se podían considerar estos como parte del aprendizaje mismo.
Pero comenzaron las quejas. Era demasiado trabajo y deberían considerarse diferentes variables: los padres de familia están haciendo trabajo en casa, no hay tantas computadoras en casa como estudiantes y empleados que las requieren, el internet termina siendo de señal insuficiente, y lo peor es que muchas veces, a pesar de estar los padres al pendiente, terminan sin tener las herramientas cognitivas como para poder ayudar a sus hijos de la forma en que lo haría su maestra o maestro.
El gobierno federal ha apostado por la difusión de contenidos a través de canales de televisión, y el Secretario de Educación sigue instando a los maestros a no dejar más tareas y trabajos que los que el programa tiene diseñados; hay escuelas sin embargo (principalmente los colegios privados) que consideran que este formato es mínimamente efectivo, y han optado por otro extremo: la reproducción de un modelo presencial a través de una pantalla.
Cubrir las mismas jornadas: entrada a las ocho de la mañana, horarios para recesos y los mismos mecanismos que se tenían en el salón pero llevados a través de meet o zoom. ¿Cuál es la lógica de que los alumnos no puedan estar comiendo una fruta o tomando agua mientras estudian? El argumento en las escuelas es que los intendentes luego no se dan abasto para mantener limpios los salones, pero ¿no era maravilloso que los alumnos pudieran estar aprendiendo geometría mientras pueden estar comiendo una manzana?
¿Por qué deben estar sentados rígidamente? Si yo pudiera les compraba camastros a mis estudiantes para que pudieran leer cómodamente, es cierto, se corre el riesgo de que se queden dormidos, pero ¡Ey, están en sus casas! El uniforme por otro lado, servía como medio regulador ante una serie de desigualdades que se trataban de disimular, sin embargo, en las videoconferencias queda al desnudo la intimidad de nuestros hogares, y la mayoría conoce más de lo que nunca antes habíamos imaginado mostrar.
Muchos padres de familia aguardan con ansias el momento de que sus hijos regresen a clases, y en ese sentido, apoyan la idea de en tanto eso suceda, se preserven todas las lógicas posibles: los horarios, los mecanismos, que si los cuadernos deben ir forrados o que si le debieron haber cortado el cabello a sus hijos como lo marca el reglamento; es muy probable que transcurra todo el semestre bajo estas circunstancias y que la disciplina se siga disipando en tanto los alumnos y los padres de familia tratan de encontrar la mejor forma de salir adelante.
Esta reflexión nos debe plantear el reto que las escuelas deberán afrontar con todos aquellos niños a los que sus papas no lograron “sentar” durante la jornada, y no los pudieron convencer de que era importante seguir haciendo la tarea. Las redes se empiezan a llenar con imágenes de padres de familia que se rindieron y decidieron ver felices a sus hijos en lugar de mantener la crónica de una lucha fallida.
La pedagogía moderna ha buscado que la formación escolar sea lo más significativa posible, y para ello trata de acercar todos los recursos que estén a la mano para transformarlos en apoyos didácticos, pero paralelamente hay una corriente formativa de padres de familia que se sustenta en una concepción de la libertad desde la permisividad y la falta de límites o el cumplimiento de normas encaminadas a una autorregulación personal.
¿Cómo podrán las maestras de preescolar mantener el orden en los espacios comunes y a los niños con el cubrebocas puesto toda la mañana, después de que en casa sus papás no pudieron hacer que resolvieran las actividades en línea?
En las escuelas de tiempo completo los niños tenían dietas sanas, no debería entonces haber papás que no pudieran hacer que sus niños coman verduras; si en las escuelas públicas la población oscila entre 45 y 60 estudiantes con un promedio de bajo rendimiento de entre un 5 y 10%, no es posible que en un hogar con dos o tres hijos, la evaluación sea reprobatoria.
Tal vez nos estamos olvidando de propuestas como la de Maria Montessori; dejemos que los niños aprendan lo que más les guste, que se diviertan, que conozcan lo que a ellos les apasione, pero que respeten reglas, orden, que acomoden su silla, que recojan sus juguetes, y que colaboren con sus hermanitos. Tanto en la escuela como en la casa se necesita establecer límites, un orden, pero darle lógica y sentido para no atender reglas que bajo estas circunstancias no operan, ¡La belleza del aprendizaje debe ser una vivencia de enorme felicidad, dentro y fuera de la escuela, para padres, maestros y alumnos por igual!
«El niño, con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros. Este hecho debe ser transmitido a todos los padres, educadores y personas interesadas en niños, porque la educación desde el comienzo de la vida podría cambiar verdaderamente el presente y futuro de la sociedad. Tenemos que tener claro, eso sí, que el desarrollo del potencial humano no está determinado por nosotros. Solo podemos servir al desarrollo del niño, pues este se realiza en un espacio en el que hay leyes que rigen el funcionamiento de cada ser humano y cada desarrollo tiene que estar en armonía con todo el mundo que nos rodea y con todo el universo», María Montessori, educadora italiana.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail: isa venegas@hotmail.com
