MUNDO
Avanza el gigante asiático en África: ¿Es Marruecos el México para Europa?

Política Global, por Jorge López Portillo Basave //
Después de un viernes muy complicado para las bolsas del mundo temerosas de una recesión en los países del G7 y China, razón por la que nuestro peso perdió terreno ante el dólar y al cierre de una semana con acontecimientos mundiales que muestran la inestabilidad en la que estamos viviendo, es importante no perder de vista lo importante por lo urgente.
Como nota marginal recordemos que el jueves pasado, varios países han pedido a sus ciudadanos abandonar Líbano e Israel ante una muy posible escalada en la guerra de la región.
Como sabemos, nos guste o no nos guste, México es como un caballo de Troya para entrar al mercado de EUA. Nuestro TLC ahora TMEC ha sido una herramienta para que empresas de EUA, pero también de la Unión Europea (UE) y de Asia entren con mejores precios al mercado de EUA. México ha crecido mucho gracias a este tratado, pero no como debiéramos. La verdad es que la inversión extranjera ha sido muy buena, pero me atrevo a decir que nuestros políticos de las áreas de economía no han fomentado el desarrollo de industrias nacionales propias que para estas fechas ya deberían de haber creado industrias que de forma propia pudiesen competir con todas las trasnacionales desde autos hasta electrodomésticos o químicos, electrónicos y minería avanzada. Así las cosas, seguimos siendo exportadores de materia prima y maquiladores de productos y tecnologías extranjeras. Pero eso es otro tema.
El tema de esta semana es ver que el gigante asiático con o sin desaceleración económica, con o sin guerras en Oriente o en Europa sigue su paso que a veces parece trote, por aumentar su poder e influencia en los mercados globales.
El llamado fondo de la “Ruta de la seda” ha aumentado su implementación y como lo hace en México, lo hace ahora en Marruecos o Moroco, en donde del COVID19 a la fecha sus inversiones han aumentado un 40%, en especial ya dicho país tiene tratados de libre comercio con la UE y con EUA.
Con fondos de su gobierno, las empresas chinas han iniciado lo que ellos llaman una explosión de inversiones en Marruecos en especial en las industrias de energías renovables cuyos productos irónicamente cuentan con subsidios de los gobiernos de Europa y de EEUU.
Es decir que como en el judo, las empresas del Dragón Rojo utilizarán la fuerza del dinero de los impuestos de esos países occidentales para reemplazar a sus propias industrias con productos fabricados por empresas chinas en Marruecos, mismos que además entrarán a esos países sin aranceles y por si fuera poco con subsidios por ser productos de la canasta de las llamadas energías limpias.
Primero, la Unión Europea y Estados Unidos de Norteamérica firman tratados de libre comercio con países vecinos. Segundo, ambos dan subsidios a la compra y producción de equipos como baterías de litio, autos eléctricos, paneles solares o molinos para generar energía. Tercero, los países como Marruecos dan condiciones muy favorables a la inversión extranjera, incluso muchas veces mejor que a la nacional y cuarto, China utiliza esos puntos y envía a sus fábricas a instalar maquiladoras en esos países.
Desde ahí lanza sus mercancías sin impuestos y subsidiadas a competir con las mercancías fabricadas en Europa o Estados Unidos en sus propios mercados, lo que naturalmente es como quitarle un dulce a un niño porque esos países son caros y por ende sus mercancías no compiten, con lo que poco a poco sus industrias son sustituidas por el comercio de china quien sabe que los consumidores europeos o de EUA preferirán gastar menos por marcas asiáticas que pagar más por marcas locales.
Marruecos vive un boom de crecimiento en industrias maquiladoras. Miles de millones de dólares llegan a ese país para crear empleos en condiciones favorables para la inversión. La verdad es que los gobiernos de la Unión Europea y de Estados Unidos la tienen muy difícil para frenar el crecimiento de China en sus mercados. Han sugerido que aplicarán altas tarifas arancelarias a los productos de China, en especial a los relacionados con las energías renovables como autos eléctricos, baterías etc.
Pero ahora que China se ha instalado en México y Marruecos será más difícil frenarlos porque empresas de estadounidenses y europeas también utilizan los tratados con esos países para fabricar mercancías similares a las que ahora China fabricará en esos mismos lugares. Veremos si pueden, pero lo veo casi imposible de frenar, cuando mucho lo podrán demorar ya que los mismos gobiernos se han encargado de hacer muy difícil fabricar esos productos en sus países emitiendo regulaciones exageradas e impuestos excesivos.
Por lo pronto Marruecos se deja querer, ya veremos si desarrolla su propia industria de alto nivel o como México se conforma con ser colonizado por segunda vez.
CARTÓN POLÍTICO
Edición 806: Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?
Si prefiere descargar el PDF en lugar de leer online: CLICK AQUÍ
Lectores en teléfono celular: Para una mejor lectura online, girar a la posición horizontal.
LAS CINCO PRINCIPALES:
Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?
Colomos III: La batalla por el patrimonio ecológico de Jalisco
Convención Estatal de MC: Asume Mirza Flores dirigencia estatal del partido naranja
Primer informe de labores legislativas de Claudia Salas: «La gente quiere resultados, no pleitos»
MUNDO
El dilema mexicano: Entre Caracas, Pekín y Washington

– Opinión, por Miguel Anaya
México tiene la mala costumbre de creer que los conflictos internacionales son películas que se ven desde la butaca, con palomitas en mano y distancia segura. Pero lo que hoy ocurre en el Caribe, con barcos estadounidenses hundiendo lanchas venezolanas y un Nicolás Maduro agitando la bandera de resistencia, no es un espectáculo ajeno: es una tormenta que, tarde o temprano, alcanzará nuestras costas.
La posible intervención de Estados Unidos en Venezuela —sea directa o disfrazada de “operativo contra el narcotráfico”— nos recuerda varias cosas incómodas. La primera: que Washington sigue viendo a América como su jardín trasero, y que cuando la Casa Blanca mueve barcos y marines hacia el sur, México queda automáticamente dentro del perímetro de seguridad. No se nos pregunta si queremos, se nos asume dentro del esquema.
La segunda: que cada bomba que caiga en el Caribe traerá repercusiones en nuestras fronteras. No se necesita ser un experto en migración para imaginar lo que significaría una oleada de venezolanos huyendo de un conflicto bélico. Ya con los flujos actuales, el Estado mexicano colapsa en recursos y paciencia social; con una guerra en Sudamérica, el caos migratorio se multiplicaría. Y, como siempre, la presión no llegaría solo de los migrantes, sino de Estados Unidos exigiendo que México sea muro, policía y albergue al mismo tiempo.
El aspecto económico tampoco es menor. Si Venezuela, el país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, se incendia, el mercado energético se agita. Podría ser una oportunidad para que México venda más crudo, pero también un riesgo de volatilidad y chantaje. Estados Unidos exigiría “solidaridad energética” a cambio de no apretarnos más en otros frentes. Y mientras tanto, China, Rusia y Corea del Norte —muy juntos, muy sonrientes en el reciente desfile de Pekín— lanzarían el mensaje de que existe un bloque alternativo para quienes no se sometan al viejo orden. Un coqueteo tentador, pero peligroso, porque México no puede darse el lujo de enemistarse con su principal socio comercial y cultural.
¿Y qué papel debe jugar la presidenta Sheinbaum? Aquí es donde la película se vuelve mexicana. Sheinbaum no puede limitarse al guion tradicional de “neutralidad” y “no intervención”, fórmulas diplomáticas que sirven en conferencias de prensa, pero no en medio de una crisis migratoria, militar y energética.
México debe anticiparse: diseñar políticas de contención migratoria con dignidad y sin colapso; blindar su economía para resistir turbulencias externas; y, sobre todo, plantear una estrategia clara frente a Washington. Porque la historia nos dice que, cuando el imperio se pone nervioso, México no es invitado a opinar: es arrastrado.
El dilema es cruel, pero inevitable: si nos alineamos ciegamente con Estados Unidos, perdemos margen de soberanía; si coqueteamos demasiado con Pekín y Moscú, arriesgamos represalias inmediatas. Lo que no podemos hacer es fingir que nada pasa. Porque cuando los cañones apuntan hacia el sur y las banderas ondean en Pekín, lo que está en juego no es la geopolítica abstracta, sino nuestra seguridad, nuestras fronteras y nuestra estabilidad interna. Una situación geopolítica muy complicada que deberá resolverse.
En suma, México no tiene opción de hacerse el distraído: lo que se juega en el Caribe no es un pleito lejano entre Maduro y Trump, sino un recordatorio brutal de que la geopolítica siempre cobra factura. El estado mexicano deberá decidir si quiere ser jugador con estrategia o simple ficha movida por inercia.
Y aunque la tentación nacional sea encogerse de hombros y decir “eso es problema de ellos”, lo cierto es que cuando los cañones rugen en el sur, los migrantes caminan hacia el norte y entre tanto, el centro tiembla. Lo irónico es que México siempre quiso ser neutral; lo triste es que, en este tablero, la neutralidad es el nombre elegante de la indefensión.
MUNDO
Tejiendo lo colectivo: La política más allá del individuo

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
En la mitología griega, existe un relato fascinante sobre las Moiras, esas tres hermanas encargadas de hilar, medir y cortar el destino de los hombres; de hecho, probablemente muchos más las recuerden por la famosa película de Disney: Hércules, donde son representadas por esas figuras enigmáticas y divertidas de un solo ojo que en algún punto de la película amenazan la vida de la amada de Hércules.
En esta historia, Cloto hilaba la hebra de la vida, Láquesis la medía y Átropos la cortaba cuando llegaba el final. Lo interesante de esta narración no es únicamente su carácter fatalista, sino la metáfora que encierra: ninguna hebra aislada tenía sentido por sí misma. El tejido de la vida es posible porque cada hilo se entrelaza con otros, formando un entramado que da consistencia a la existencia.
Por eso la política debería funcionar de la misma manera. No se trata de un solo individuo que define la ruta de una sociedad, sino de la capacidad de entrelazar múltiples hilos —experiencias, voces, demandas, historias— hasta construir un tejido común y, por ende, un movimiento plural articulado a través de causas que unan. Por eso, cuando olvidamos que la política es ante todo una tarea colectiva, corremos el riesgo de reducirla a un espectáculo personalista en el que se sobrevalora la figura del líder y se subestima la fuerza de la comunidad.
Nuestra cultura política ha sido moldeada por el mito del héroe. Desde tiempos antiguos, se nos ha enseñado a imaginar a los grandes líderes como Aquiles o Ulises: figuras que, gracias a su valor o astucia, logran conquistar batallas imposibles. El héroe se presenta como la encarnación de la voluntad y del destino de todo un pueblo. Sin embargo, esa visión, aunque seductora, es profundamente peligrosa cuando se traslada al ámbito de lo público.
Cuando la política se concentra en un solo rostro, en un nombre que se convierte en marca, se desdibuja la noción de comunidad y, por ende, el poder deja de responder a las necesidades colectivas, si no a la lógica de la autopreservación del líder, construyendo así una narrativa en la que la ciudadanía deja de ser protagonista y pasa a ser espectadora. Y sin ciudadanía activa, la democracia se vuelve frágil.
La democracia, en su sentido más profundo, no consiste en depositar un voto cada cierto tiempo, de hecho, la propia Constitución de nuestro país define a la democracia como un estilo de vida y una tarea constante a través de la cual se debe priorizar la construcción del destino común y el progreso constante.
En ese contexto, la democracia significa reconocernos como parte de una trama compartida, como hilos que sostienen un mismo tejido. Las grandes transformaciones políticas no han surgido de la genialidad de un individuo aislado, sino del esfuerzo conjunto de comunidades que se organizaron para reclamar justicia, igualdad o libertad.
El movimiento obrero del siglo XIX, las luchas feministas que han cambiado estructuras jurídicas y culturales, o los procesos de descolonización del siglo XX no habrían sido posibles sin una visión de lo colectivo. Ninguna de esas causas prosperó porque alguien decidiera “iluminar” a los demás, sino porque miles de voces se entrelazaron hasta hacerse escuchar como un clamor ineludible.
En contraposición, cuando los proyectos políticos se sostienen únicamente en figuras individuales, se vuelven endebles. La historia está llena de ejemplos de líderes que, al caer en desgracia, arrastraron consigo a toda una estructura de gobierno, esto debido a que un tejido construido en torno a un solo hilo inevitablemente se rompe.
Hoy vemos cómo muchas democracias sufren precisamente de este mal. La política se reduce a una competencia de carisma, o de opiniones mediáticas y controversiales que buscan dividir desde la confrontación; basta con ver a Ricardo Salinas Pliego. Lo colectivo queda relegado. Y lo más alarmante: la ciudadanía se acostumbra a delegar su responsabilidad, convencida de que “otro” debe resolverlo todo.
Por eso, la tarea urgente es volver a tejer comunidad, y eso a su vez implica repensar los espacios políticos no como arenas de competencia individual, sino como laboratorios de cooperación. Significa promover el diálogo, la escucha y la corresponsabilidad. En un mundo donde las redes sociales amplifican el protagonismo del individuo, necesitamos contrarrestar esa tendencia con proyectos que valoren lo común por encima del ego personal.
Construir política desde lo colectivo no significa anular la individualidad, sino integrarla en un horizonte compartido. Como en el telar de las Moiras, cada hebra conserva su singularidad, pero cobra sentido únicamente al entrelazarse con las demás.
El gran reto de nuestro tiempo es que vivimos en sociedades fragmentadas, donde la desconfianza se ha instalado como norma. Desconfianza hacia las instituciones, hacia los partidos, hacia los otros ciudadanos. Y sin confianza no hay tejido posible. La política colectiva requiere precisamente lo contrario: la certeza de que lo común vale la pena, de que cooperar produce más frutos que competir sin tregua.
Eso demanda nuevas formas de organización social y política. Demandará partidos que funcionen menos como maquinarias electorales y más como espacios de deliberación ciudadana. Demandará gobiernos que consulten y construyan con la gente, no solo para la gente. Y demandará ciudadanos que asuman su papel no como espectadores, sino como coautores del destino común.
Quizá ha llegado el momento de desplazar al héroe individual y recuperar la épica de lo colectivo. No necesitamos más relatos donde un líder salva a todos; necesitamos narrativas donde todos nos salvamos a nosotros mismos al reconocernos como parte de la misma trama.
Así como en la Grecia antigua el mito de las Moiras recordaba que ningún destino estaba aislado del conjunto, hoy debemos recordar que ningún proyecto político puede sostenerse en soledad. La política que realmente transforma es aquella que se teje desde abajo, desde los barrios, desde los colectivos, desde las voces diversas que encuentran en la pluralidad su mayor riqueza.
La política futura debe ser colectiva para fortalecer la democracia y enfrentar desafíos. Apostar por el individualismo arriesga liderazgos frágiles y sociedades divididas, debilitando el tejido común.
Si, en cambio, entendemos que nuestro destino depende de la fortaleza del tejido, podremos enfrentar con mayor solidez los desafíos de nuestro tiempo: la desigualdad, la crisis climática, la violencia, la polarización.
El hilo aislado se rompe con facilidad; el tejido entrelazado resiste el paso del tiempo. Esa es la lección que la mitología griega, con su sabiduría ancestral, nos recuerda. Y esa es la lección que deberíamos aplicar a la política: dejar de pensar en términos de “yo” para construir un sólido “nosotros”.