OPINIÓN
Código de conducta
Educación, por Isabel Venegas //
Todos lo percibimos, sabemos que la polarización social nos ha llevado a límites peligrosos, discusiones que abordan cualquier posicionamiento político, la lucha por los derechos humanos, las acciones de promoción económica, e incluso las perspectivas de formación y educación de las nuevas generaciones, que no aportan propuestas y sin embargo generan conflictos ya sea entre las relaciones cercanas o en las lejanas, pero que se vuelven cercanas por las redes sociales.
La semana pasada hablábamos sobre la iniciativa para subir a rango de ley la prohibición de usar correctivos que impliquen violencia hacia los niños, aunque hay a quienes defienden una reprimenda “severa” por la necesidad de la formación en valores aduciendo que es necesario establecer límites con rigor, con energía y que de lo contrario, habremos de pagar las consecuencias porque los niños no entienden de razones.
Tanto en ese como en la mayoría de los casos solemos comparar objetos cuyas categorías no corresponden para hacer una valoración; la discusión no debería de ir en el sentido de la formación en valores, cuando de entrada la educación basada en la violencia ya nos aparta de la principal intención de la vida en sociedad que es la de armonizar, del mismo modo que la escuela debiera tener como propósito de origen el que todos sus estudiantes vivieran ese recreo espiritual que brinda al intelecto la oportunidad de desarrollar grandes ideas.
Eh ahí una de las grandes divisiones de nuestros días, son los profesores reclamando a los padres de familia la falta de educación en valores, el abandono, el descuido y desapego en todos los sentidos; pero también los padres saltan a la cancha llevando muchas quejas por un juicio generalizado para los profesores.
¿Qué hacen los maestros para educar en el respeto, la solidaridad, la empatía, etc.? ¿Se conciben ellos mismos como forjadores del modelo de conducta de los ciudadanos felices y exitosos que México reclama día con día?
Ciertamente nos volvemos a topar con el difícil punto de decidir cuál es la concepción del hombre desde un constructo filosófico, es decir, si el hombre es bueno por naturaleza y lo que le empuja a actuar de manera no deseada son las interacciones socio-culturales que le afectan, o en el caso contrario, es por definición un ser malo per se, pero la misma vida en sociedad es la que le orienta a auto-regularse en función de la comprensión de cada una de las implicaciones.
Es fácil escuchar: la educación es la base de la transformación, pero ¿cómo se orienta y cuáles son sus bases? porque si se trata del primer caso, la bondad del ser humano requiere una normatividad para asegurar las condiciones positivas que forjarán sus actitudes y todo su ser. Se necesita de un cuerpo legal que regule lo que se transmite por televisión por ejemplo, y se le otorga a la autoridad el poder decidir “qué es bueno y qué es malo”. Para algunos la censura se debió haber terminado hace mucho, pero para otros es mejor prohibir que se pronuncien palabras altisonantes, que se fomente el narco a través de la música o las series en plataformas digitales, etc. La libertad del hombre se ve reducida porque “necesita” que alguien se haga cargo de los factores que podrían producir consecuentes negativos.
La página de la Secretaría de Educación Pública del gobierno de la cuarta transformación aloja un documento titulado “Código de conducta SEP”, en su primer capítulo cita lo siguiente:
Para lograr la transformación de la función gubernamental y construir un buen gobierno, creíble y confiable para la ciudadanía, es fundamental que las instituciones cuenten con un Código de Conducta que concientice a quienes se desempeñan en el servicio público en torno al alto valor social de sus acciones.
Desde esta lectura, quienes laboran en esta dependencia no habían hecho conciencia de lo que implicaba su trabajo, pero la cuarta transformación se encargará de hacerlo. Esta administración se va centrando cada vez más en regular las conductas de los hombres con un argumento que parece ser comprado fácilmente por la ciudadanía: “no importa que tengamos qué hacer sacrificios, porque a la larga se convertirán en grandes satisfacciones”. Esa premisa se contrapone con el hecho de querer formar en virtudes, cuando el principal valor del ser humano es la LIBERTAD. Todo sería por la gran desconfianza con la que nos manejamos en la mayoría de los aspectos.
Una mirada juiciosa de todo lo que nos rodea, le ha concedido demasiada credibilidad a un sujeto bastante torpe: nuestra percepción. Recordemos el caso de la chica que dijo: “Mamá, el conductor del taxi se ve sospechoso…” obviamente que la madre, la amiga o ella misma sabría que la siguiente frase a manera de respuesta sería “no te subas al auto”; si bien es cierto que es necesario contar con un sistema de alerta, tal parece que la configuración está mal hecha, o que ya caducó y aun así no hemos actualizado esa aplicación. Esas alarmas pudieron hacer ver al “sospechoso” como un factor de riesgo cuando en realidad lo que estaba viendo era pobreza, cansancio o cánones de belleza que no corresponden con sus esquemas de bondad.
Es ese mismo prejuicio el que se lanza para los profesores dedicados a la tarea de orientar en el diseño del hombre a través de la educación, pero sin saber si su código de ética empata con el de los padres de familia, con el de la institución o con el del gobierno en turno, que dicho sea de paso, redibujan las reformas educativas cada 6 años tratando de no dejar huella del anterior sexenio, en el intento por justificar el esfuerzo de transformación y previendo que los resultados desastrosos no se los van a poder achacar dado que la educación es un proceso lento cuyos resultados tardan en verse más de dos o tres décadas.
El primer punto del código de conducta de la Secretaría de Educación dice:
Respetar, garantizar, promover y proteger los derechos humanos prestando sus servicios a todas las personas de forma respetuosa eficiente e imparcial sin discriminación, ostentación y con una clara orientación al interés público. Así mismo, evitarán agredir, hostigar, amedrentar, acosar, intimidar, extorsionar o amenazar física, verbalmente o por algún medio al alumnado, personal superior y subordinado, compañeros y compañeras de trabajo y ciudadanía en general.
Si un padre de familia aplica correctivos violentos a sus hijos de forma que sean visibles por las marcas corporales, las actitudes del niño o por alguna otra evidencia, el profesor debería entrar a su defensa porque desde el código de conducta se promueve una actuación de protección, pero más aún, porque al subirlo a términos de ley, el docente que tiene datos de la violación a los derechos del niño sin que reporte a las autoridades correspondientes y/o canalice a las instancias debidas, será cómplice y por tanto sujeto de sanción también.
Hay quienes se desempeñan en la función pública, e incluso en el sector privado en el ámbito de educación, que se han encargado de cuidar la integridad de los niños desde siempre (si su código de ética así lo dicta), pero quienes son indiferentes, no están atentos o utilizan el cargo para desahogar frustraciones, complejos y carencias emocionales, ¿cambiarán su conducta al firmar una carta? Es interesante cómo el nuevo gobierno parece que en el discurso sigue apostando a propuestas con mucho romance y poesía, pero en el ejercicio de la política pública sigue sin establecer medidas operativas eficientes y efectivas.
Me comprometo a seguir las normas que regulan mis actos como persona servidora pública y promover su cumplimiento entre mis superiores, subordinados, homólogos o cualquier persona, con quien tenga trato, con motivo de mi trabajo. Realizar mis funciones con actitud de servicio y bajo los principios establecidos, así como a denunciar cualquier irregularidad, acto u omisión contrarios a este Código, en tanto me encuentre prestando mis servicios en la Secretaría de Educación Pública.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail: isa venegas@hotmail.com
