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OPINIÓN

Coronavirus, nadie está libre en el mundo: Las necedades de Andrés Manuel

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Comuna México, por Benjamín Mora //

“Al necio, todo lo que le viene a la cabeza se le escurre por la boca” (ADOLFO CABAÑERO).

Lo recuerdo como si fuese ayer mismo, cuando mi madre me preguntó qué era para mí lo más importante en la música. Le di muchas respuestas, excepto una: “Las pausas y los silencios entre una y otra nota”, me dijo ella, y me hizo saber, con ejemplos en su piano, que un sonido permanente podía volverse ruido y serme molesto. Así, de mi madre aprendí el valor de la pausa y del silencio, y los peligros de las palabras necias, los vacíos en el corazón y el pensamiento, y los arrebatos en el actuar.

Vivimos el peor momento de nuestras vidas en común. Nadie está inmune en el mundo. El coronavirus nos igualó, aunque los medios de comunicación, para vender espacios y notas, nos diferencian y hablan de Alberto de Mónaco, Tom Hanks, Daniel Dae Kim, Olga Kurylenko (ex chica Bond), y Kristofer Hivju de Juegos de Tronos, entre muchos más; o en México, de Jaime Ruiz Sacristán, presidente del Consejo Administrativo de la Bolsa Mexicana de Valores (a cuántos más saludó en la Convención de Banqueros reciente); Pepe Kuri Harfush, vinculado con Banco Inbursa, y de los 400 jaliscienses que fueron a esquiar a Vail, Colorado.

Pero por qué nadie ha hablado con alguien enfermo “del pueblo” para conocer la historia personal de quienes son más como nosotros, los demás mortales, que debemos trabajar para llevar comida a nuestras casas y tenemos un trabajo que cuidar. La realidad es que el pueblo debe elegir entre enfermarse de coronavirus o llevar a su familia a la inanición. Millones que viven hacinados, se mueve en camión o tren urbano y deben comer en la calle. ¿Teletrabajo? No es una alternativa para los millones cuyo trabajo es presencial.

La prudencia es gentileza viva y seguridad discreta que hoy se vuelven exigencia ciudadana al presidente y su gobierno en los peligros de las arenas movedizas de la liviandad y las estridencias de sus decires y haceres. Por semanas, Andrés Manuel López Obrador fue en extremo irresponsable con México: “… no es, según la información que se tiene, algo terrible, fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”. (28 de febrero); “Siento que no vamos a tener problemas mayores, ese es el pronóstico, los conservadores que quisieran que nos fuera mal y que vamos a tener crisis económica financiera, yo digo no». (2 de marzo); «Hay quien dice que por lo de coronavirus no hay que abrazarse. Pero hay que abrazarse, no pasa nada; así. Nada de confrontación, ni de pleitos».  (10 de marzo).

El gobierno de López Obrador circula por la periferia de la realidad de México. El rompimiento entre su realidad y la realidad de la cotidianidad colectiva no es solo muestra de su necedad sino – quizá – evidencia inequívoca de un trastorno psicológico limítrofe de personalidad que desmerece su investidura y persona, y pone en entredicho a su gobierno y en peligro a México.

No me convence el presidente López Obrador; creo que sus palabras las dice sin entender ni asumir sus alcances. El 12 de marzo pasado dijo: “Si hace falta, si llegara a hacer falta algún ajuste en el presupuesto, va a ser en austeridad, se va a apretar más el cinturón el gobierno, no el pueblo”, entonces por qué no ha ordenado suspender obras como el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas y destinar a la atención de los enfermos de coronavirus los recursos federales presupuestados a aquellas. No, no hay sinceridad en sus palabras. Quien se atrasa no traza, no guía, he sostenido, y México se atrasa de nuevo. En el mundo ya no hay camas de hospital ni respiradores ni lo que se requiere para atender esta pandemia; hoy, no podremos ser atendidos por un gobierno que no entiende ni atiende.

Nuestro Congreso Federal navega por iguales aguas. ¿Por qué no ha recomendado al presidente hacer ajustes al presupuesto federal o reasignación de los recursos de la rifa del avión presidencial? ¿Por qué no se ha pronunciado respecto de los atrasos en las decisiones en materia de salud? ¿Por qué tan callados y complacientes? Sí, hay diputadas y diputados, senadoras y senadores que han exigido, pero nadie en Morena y sus satélites. Las cabezas agachadas no son jamás dignas.

Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud y doctor en Epidemiología, pierde credibilidad como médico responsable de la atención a la pandemia del coronavirus cuando confunde su lealtad institucional con su servilismo irreflexivo y de risa hacia López Obrador, al decirnos: “La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”, tras señalarse que AMLO había besado a una niña en una de sus giras. ¿Qué significa ser una fuerza de contagio? ¿Por qué López Obrador no podría contagiar como lo podríamos hacer todos los demás? Por qué el presidente no hace caso a su subsecretario de Salud si él mismo ha dicho: “En cuanto a mi actuación, reitero, me atengo a lo que recomienden los técnicos, los médicos, los científicos, los expertos (…) voy a estar cumpliendo con el protocolo” (12 de marzo). Y si el protocolo recomienda no saludar de beso y no llevar a cabo reuniones muy concurridas, por qué sigue haciendo giras.

El Dr. Eric McDonald, especialista en enfermedades infecciosas de la Agencia de Servicios Humanos y de Salud del Condado de San Diego, California, en Estados Unidos, ha dicho algo que me parece de extraordinaria trascendencia: «Solo interpretaría los números como la punta de un iceberg en términos de los casos que se informan en comparación con los que realmente se encuentran en la comunidad, lo que respalda todas las acciones que estamos tomando».

E insisto, en cosas de gobierno quien se atrasa no traza, no guía, y si acaso guiara, hundiría.

E-mail: benja_mora@yahoo.com

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